«Los contextos de las palabras van almacenando la historia de todas las épocas, y sus significados impregnan nuestro pensamiento y se interiorizan. Y así las palabras consiguen perpetuarse, sumando lentamente las connotaciones de cuantas culturas las hayan utilizado» (Alex Grijelmo: La seducción de las palabras)

«Las sociedades humanas, como los linajes animales y vegetales, tienen su historia;
su pasado pesa sobre su presente y condiciona su futuro» (Pierre P. Grassé: El hombre, ese dios en miniatura)

2 ago 2010

Del Amor y la Caza (III): De Tetas, Barrigas y Culos


«Da la casualidad de que el esquema corporal básico del desarrollo embrionario de los mamíferos resulta ser bisexual [aunque quizá resulte más adecuada la expresión de que tal patrón es básicamente femenino]. Como testimonio, los machos de los mamíferos poseen tetillas compactas que no producen leche, generalmente en el mismo número que sus homólogas competentes para la lactancia: dos en el hombre, el chimpancé y el murciélago, diez en el perro y ocho en el gato» (Natalie Angier: El canon)

En este tercer capítulo habrá que ir acercando entre sí los distintos campos en que nos hemos ido moviendo anteriormente. Belleza, amor, deseo y fisiología intentarán, si no ponerse de acuerdo, sí danzar al mismo compás. Por empezar con un conocido ejemplo en el que arte, oficio, tesón y procreación se juntan (si ese conglomerado no se puede llamar amor, no sé muy bien cómo denominarlo), recordemos el ritual del cortejo de los capulineros o pájaros jardineros o tilonorrincos (aunque seguramente los confunda). Como decíamos ayer:

… Son unas aves del tamaño de las cotorras que compiten entre sí construyendo enramadas como pequeños decorados (aunque grandes para ellos) a base de tallos, piedrecillas, moluscos y objetos diversos ―como plumas de otras especies de pájaros más vistosos que ellos―, con las cuales seducir y atraer a las esquivas y exquisitas, aunque austeras, hembras. Construyen así un entramado que para nada puede cumplir la función de nido.
De hecho, son las hembras quienes, luego de fecundadas por ''el artista'', asumen en exclusiva la responsabilidad de construir el nido y criar a los polluelos.


Parece claro que tan exigente interés por parte de las hembras en las facultades decorativas e interioristas de su fugaz pareja nada tiene que ver con el futuro arreglo del nidito. También es curioso que unos alardes mobiliarios sean síntomas del ardor sexual de un macho… por más que los novios clásicos de antes no estábamos lejos de comprender esta manifestación del desasosiego; más bien la compartíamos.



El caso es que, aunque por unos cauces instintivos que pasan por Ikea, las capulinerillas acaban eligiendo al macho más macho con el fin exclusivo de su propia y óptima fecundación (el criterio básico de la donna, dómina o dueña es tan sumamente fiable y responsable, que los microcréditos fueron creados pensando exclusivamente en ella y para ella, para la mujer humilde ''como los pajarillos del campo, que ni tejen ni hilan'', pero tejiendo e hilando y dando el pecho hasta el do y el mí, aunque rara vez conceda el sí pues, siendo hormiga, antes querría morir cantando, como mueren las cigarras).
En cambio, en los humanos parece cada vez más demostrado que, como especie propiamente dicha (no como pareja planificada establemente), entre los fines del sexo no entra la reproducción más que de carambola. Más bien sucede que cuando la hembra humana busca en un hombre al macho más macho, puede rondar por su cabecita cualquier cosa: cualquier cosa menos la fecundación:
«Como consecuencia del enmascaramiento de la ovulación, de la permanente receptividad sexual de las mujeres y de la brevedad del período fértil dentro de cada ciclo menstrual, la mayoría de los coitos tienen lugar en momentos inadecuados para la concepción… Sea cual sea la función biológica básica que desempeña la copulación entre los humanos, es evidente que no se trata de la procreación, que no es más que un producto secundario ocasional». (Jared Diamond: El Tercer Chimpancé)




En una disección de los atractivos personales humanos, fundamentalmente femeninos (el autor de estas líneas es varón, por nacimiento y vocación; nadie es perfecto), empezaremos por los más sensacionalistas: aquellos que adornan el macizo bloque troncal de nuestro (de su de ellas) cuerpo: barriga, tetas y culo (¡por fin lo dije!).

(Abriendo esta entrada, El violín de Ingres, de Man Ray; sobre estas líneas, una de las geniales fotografías de Richard Avedon)



1. La sinrazón de la razón
«El cuerpo proviene de la hembra, y el alma del macho: pues el alma es la entidad de un cuerpo determinado. De modo que es necesario que la hembra proporcione un cuerpo y una masa, pero no es necesario que lo haga el macho: pues ni hace falta que las herramientas se encuentren dentro de los productos que se fabrican ni tampoco su agente» (Aristóteles: Reproducción de los animales, 738b-21)

Afirmaba Pitágoras que la forma perfecta era la esfera, por lo que Dios y el Universo forzosamente tenían que ser totalmente redondeados: redonditos redonditos y rotundos, que no es más que otro derivado de lo mismo para expresar esa ideal perfección (a la izquierda un clásico -de lo suyo- Botero).
Quizá influidos por tales elucubraciones, donde Platón (hace 2.500 años) surgió la fábula de la media naranja que, según veremos a continuación, constituye una de las más perniciosas metáforas sociales ideadas por la, por tantas otras razones distintas, brillantemente excepcional cultura griega. Una cultura emborronada por una misoginia tanto más perversa cuanto más razonada.


Un representativo botón de muestra de la ideología aristotélica lo tenemos en el párrafo que inicia este punto: el cuerpo lo heredamos de la madre, y el alma, del padre. Lo lamentable es que los más negativos criterios de Platón y de su discípulo Aristóteles, preceptor de Alejandro Magno, empaparon desde un principio toda la doctrina cristiana mientras se obviaban las linternas de su racionalidad feliz. No sería pues de extrañar que woman, mujer en inglés, sea una reminiscencia del medieval 'woe-man', aflicción del hombre, según afirma Robert Archer en su Misoginia y defensa de las mujeres.

 (Derecha, una sugerente portada del portugués José de Almada Negreiros, concretamente de junio de 1929,  para la muy conservadora  revista Blanco y Negro; debajo izquierda, y algo más abajo también a la izquierda, dos esculturas del ''pitagórico'' Alberto Viani)



Otra muestra expresiva de la aplicación intensiva y extensiva de la teoría idealista de la esfericidad de "la perfección" nos lleva hasta quinientos años después de Platón: hasta Galeno, un reconocido profesional, tan famoso como para que su nombre siga siendo hoy sinónimo de 'médico' (atendió a Marco Aurelio y a su hijo Cómodo): Galeno desdeñó la lúcida y rotunda opinión de nada menos que Cicerón, quien acerca de este asunto dos siglos antes dijo:

«Por el momento me limitaré a sorprenderme de la estupidez de los que afirman que un ser que es inmortal y feliz tiene forma esférica simplemente porque Platón dice que la esfera es la más bella de todas las figuras. Por mi parte, en el punto del aspecto o apariencia prefiero un cilindro, un cubo, un cono o una pirámide. ¿Y qué forma de existencia se asigna a su divinidad esférica? Muy sencillo: se halla en estado de rotación, girando con una velocidad superior a todo lo imaginable; pero no acierto a ver en qué aspecto de esta existencia puede residir una firmeza de espíritu y una vida feliz» (Cicerón: Sobre la naturaleza de los dioses, 10.24)

Pues bien, Galeno continuó impertérrito con el tema, y con él cerca de otros mil años adelante... y más allá:
«Los estudiosos medievales seguían fieles a la tradición del médico griego Galenos de Pergamon (129-199 d.C.). Para Galeno, así le llamaban, los espacios huecos del cerebro, los ventrículos, eran la sede del alma humana. La obra Philosophia naturalis, del obispo alemán Alberto Magno (aprox. 1200-1280) presenta los ventrículos como esferas perfectas enmarcadas por unas palabras ordenadas de modo circular, cual halo de santo (bajo estas líneas, ilustración del texto).
En el primer ventrículo localiza la imaginación y la capacidad de juicio (aestimatio); en el segundo la fantasía y el entendimiento (cogitatio), mientras que el tercero serviría, según san Alberto, como almacén de datos para el recuerdo (reminiscentia) y la memoria» (Andreas Jahn y Wibke Larink: El cerebro del pasado: retrospectiva del nº54 de ~la magnífica revista~ MENTE y CEREBRO, pp.84-91).


 Y es que cuenta la muy platónica fábula de la media naranja, que los seres humanos en sus orígenes habíamos sido esféricos como naranjas; teníamos dos caras opuestas sobre una misma cabeza, cuatro brazos y cuatro piernas que utilizábamos para desplazarnos rodando (los idealismos de cualquier tipo, también los estéticos, producen monstruos, como vamos comprobando en la España política). La vanidad y la lógica formal nos llevaron a querer ascender al Olimpo: no en vano éramos semejantes a los teóricamente perfectos y esféricos dioses; hasta que se hartó Zeus, partiéndonos por el eje y mitad con sus lineales rayos.
Así fue cómo y porqué deambulamos por el mundo, incompletos desconsolados y ansiosos, buscando siempre nuestra particular mitad… Y por ello debe ser que, cuando alguna vez la encontramos, nos enlazamos a ella hasta la muerte por aburrimiento asfixia o asesinato (algo anticipábamos en el anterior capítulo, Acerca del buscarse y el encontrarse, al hablar del amor como enfermedad mental).
Y así es como una de las más extenuantemente claustrofóbicas definiciones del "amor perfecto" (la que el s.XVI, el Renacimiento en su zenit, acuñó de acuerdo a una suicida óptica cortesana medieval), fue capaz de impregnar por entero el manual por excelencia del perfecto Caballero y la impecable Dama (y que continúa glorificada hoy indecentemente en los insensatos culebrones televisivos hasta el delirium tremens..., culpable de tantas y tantas tragedias sentimentales conocidas como "violencias de género"):

«Quien comienza a amar, respondió la duquesa Emilia Pía, debe también comenzar a obedecer y a conformarse totalmente con la voluntad de la persona a quien ama, y con ella gobernar la suya, y hacer que sus deseos sean como esclavos, y que su misma alma sea como sierva, y que no piense jamás sino en transformarse, si posible fuese, en la cosa amada, y esto ha de ser tenido como su mayor y más perfecta bienaventuranza; porque así lo hacen los que verdaderamente aman.
Mi mayor y más perfecta bienaventuranza, respondió Único Aretino, estaría en su punto si una voluntad sola gobernase el alma de la que yo amo y la mía» (Baltasar de Castiglione: El Cortesano).




Tan dañina ideología, sintetizada en "chico busca chica / chica busca chico", es el argumento enfermizo y casi único de todo lo que produce el cine y la televisión (junto a "cómo hacerse rico sin dar palo al agua"). Así pues, querida y asustada amiga, cuando él ha decidido que tú eres su media naranja, quizá sea porque incluso de mutuo acuerdo así os lo declarasteis en vuestros prolegómenos ilusionados y hormonales (suele suceder).
No es de extrañar, en consecuencia, que si con el tiempo tal globo se desinfla se pincha o estalla, él encuentre "lógico" (viniendo como viene la cosa del mismísimo Platón) que tú tengas que ser por siempre suya o de nadie, porque solamente tiene esa única oportunidad en la vida, para espanto tuyo y por racionalización platónica. "Mía o de nadie", la frase más repetida, el record sobre el que pivotan todos los culebrones.
Y del "mía o de nadie" al "la maté porque era mía", al asesinato ritual, a la monstruosidad lógica, hay menos de un paso.

Por lo tanto, merece la pena, antes de seguir con nuestro carnal y carnoso asunto, que pongamos nuestro granito de arena a contrarrestar literariamente tan estúpida estafa a las almas cándidas y sentimentales. Empezaremos  con un par de fragmentos de la séptima  de las cartas escritas por Rilke (en Roma, 14 de mayo de 1904) a F. X. Kappus (Cartas a un joven poeta); estos dos párrafos resumen la para mí más hermosa definición del amor escrita nunca:

«También amar es bueno, pues el amor es difícil. Amor de persona a persona; esto es quizá lo más difícil que se nos impone, lo extremo, la última prueba y examen, el trabajo para el cual todo otro trabajo sólo es prueba y preparación. Por eso los jóvenes, que son principiantes en todo, no pueden todavía amar; deben aprenderlo...
...Y este amor más humano (que se cumplirá con infinita discreción y silencio, y con bondad y claridad, en el atar y desatar) se parecerá a aquel que preparamos combativa y laboriosamente, el amor que consiste en que dos soledades se defiendan mutuamente, se delimiten y se rindan homenaje».
(El subrayado es nuestro. La carta, el libro, no tiene desperdicio... y está accesible en el enlace de más arriba, si bien es digno de ser paladeado lentamente y en papel).
(Derecha, fotograma de la Apoteosis de Olimpia, de la cineasta alemana Leni Riefenstahl)



Muy interesante resulta saber lo que puede pensar del amor un filósofo moderno (el francés Alain Badiou) a los 74 años:
«Lo que sostiene Badiou es que el amor es un proyecto de dos personas que comparten la diferencia, en contraposición a la política en la que los miembros de un partido se relacionan por la igualdad.
Badiou sostiene que el amor no es la sublimación del sexo, por muy importante que éste sea, ni una cristalización idealista de los sentimientos, como defendía Stendhal. Para el filósofo francés, el amor es un proyecto de la voluntad que se reafirma en el tiempo, es una experiencia compartida de la diferencia que se reconoce en el otro.
Todo amor tiene vocación de perdurabilidad y, por tanto, de eternidad, lo que hace tan dolorosas las rupturas. El amor no es el instante sino pura repetición en el sentido lacaniano del término.
Lacan fue, a mi juicio, otro de los grandes teóricos del amor moderno. Su análisis de los versos de Louis Aragon a Elsa Triolet -el yo que se reconoce en la mirada del amante como si fuera un espejo- me sigue pareciendo magistral» (Pedro G. Cuartango: Alain Badiou y el amor a los 74 años. Diario El Mundo, 9-feb-2011)


O, quizá mejor, en el lenguaje más emocionado y más varonil, en el buen sentido de la palabra varón, que un nadie nunca pudo imaginar hasta ahora:

«Compañera / usted sabe / que puede contar conmigo / no hasta dos o hasta diez / sino contar / conmigo
Si alguna vez advierte / que la miro a los ojos / y una veta de amor / reconoce en los míos / no alerte sus fusiles / ni piense que deliro
A pesar de la veta / o tal vez porque existe / usted puede contar / conmigo
Si otras veces me encuentra / huraño sin motivo / no piense qué flojera
igual puede contar / conmigo
Pero hagamos un trato / Yo quisiera contar / con usted
Es tan lindo / saber que usted existe...
uno se siente vivo
Y cuando digo esto / quiero decir contar / aunque sea hasta dos / aunque sea hasta cinco
No ya para que acuda / presurosa en mi auxilio / sino para saber / a ciencia cierta
Que usted sabe que puede contar conmigo» (Mario Benedetti: Hagamos un trato)


(Derecha, un Guayasamín. Naturalmente)


O, tal vez, siguiendo a Machado: «Busca tu complementario, / que marcha siempre contigo, / y suele ser tu contrario». (Proverbios y cantares)

Y tras terminar con unas certeras y corrosivas travesuras de Ambrose Bierce («Amor: La locura de creer demasiado en otro antes de conocer algo de uno mismo. Ardor: Cualidad que caracteriza al amor sin conocimiento. Boda: Ceremonia en la que dos personas prometen volverse una, una propone volverse nada, y nada promete volverse tolerable. Compañera: Una esposa, o amarga mitad. Intimidad: Situación a la que son providencialmente conducidos los tontos para su mutua destrucción»), prosigamos (qué desahogo!).



El que senos glúteos y ojos, los atributos más distinguidos según todas las encuestas, sean redondos y rotundos quizá contribuya a suscitar la expectación unánime del personal . Pero no vamos a caer aquí en estéticas platónicas (preferimos contemplar un Cecil Beaton, encima). Más bien entraremos en aspectos más serios, es decir que rondaremos (otro derivado de la redondez) por la carnalidad del tema.

Para empezar, no hemos aparecido de la nada anteayer, sino que nos desgajamos del árbol primate hace casi diez millones de años. Una humilde comparación con nuestros victimados primos, los próximamente extintos chimpancés, puede ayudarnos a ser más indulgentes con nuestras primarias manías acerca del ''teta-culo-pis'' (el peor pecado mortal infantil de antaño ―hoy los tiernos infantes se tratan entre sí de putas y maricas ante el regocijo de sus enternecidos y progresistas papases), pues eso es lo que eran teta y culo, primarias y útiles manías, por más que se hayan convertido en primarias y molestas manías (o halagadoras, según quién cómo y cuándo; izquierda, una formidable instantánea de Helen Levitt):

«De hecho, numerosas especies de mamíferos exhiben esplendorosos y llamativos panderos, especialmente en épocas de celo y furor hormonal. Aunque los seres humanos tenemos la suerte, o la desgracia según se mire, de estar siempre predispuestos a dar rienda suelta a nuestros instintos más carnales y nuestros glúteos no se hinchan o deshinchan en función de perentorias necesidades amorosas, la visión de ciertas curvas anatómicas nos sumen en un estado de, digámoslo así, en plan fino, lúbrica inquietud» (Josep Tomás: Viva el culo)

El tema tiene una importancia antropológica tal, que un equipo de neurobiólogos de la Universidad Duke en Durham ocupados en revelar los mecanismos cerebrales que determinan el interés de un individuo sano por otras personas, y poder llegar así a entender el autismo en humanos, emprendieron hace unos años un estudio con un grupo de macacos. Descubrieron colateralmente entonces que:

«Los macacos padecen la misma atracción por las imágenes cargadas de erotismo que los humanos: la sensual imagen del trasero de una hembra receptiva y juguetona despierta mucho más interés que un vulgar zumo de fruta.
Los monos participantes en el estudio optaron por la posibilidad de mirar imágenes de atractivas monas y recibir menos cantidad de zumo antes que la de observar individuos de su grupo de poca relevancia social, que venían acompañados de más cantidad de zumo.

Los macacos se interesan por estas imágenes con afán reproductor, por un lado, y por la imperiosa necesidad de estar informados de todo lo que acontece en su grupo, con el fin de aumentar sus posibilidades de supervivencia o liderazgo, por otro». (América Valenzuela: El erotismo 'porno' de los monos, El Mundo, 3-febrero-2005)

De hecho, los chimpancés son capaces de reconocer a sus conocidos y familiares tanto por la cara como por el trasero (lo que significa que ellos también se fijan y se vuelven), según un experimento realizado por el primatólogo Frans B.M. de Waal, del Centro de Investigación con Primates de Yerke: Seis chimpancés, que viven en cautividad en este centro estadounidense, fueron capaces de emparejar las fotos del trasero de sus congéneres con las fotos de sus rostros. (Rosa M. Tristán: Estudio con seis primates, El Mundo, 2-octubre-2008)

Fernando Díaz, un personaje justamente famoso gracias a su hazaña de ser nada menos que el ganador del certamen "Top Culos 2007" en España y lograr para nuestra patria un honroso segundo puesto en el certamen internacional, nos da algunas pistas para saber si nuestro trasero cumple los requisitos adecuados para triunfar en la vida: "Tiene que ser redondo, duro y grandecito''. Además de los factores genéticos, Fernando nos alecciona acerca de la importancia de la alimentación y el ejercicio: "Las sentadillas son lo mejor para conseguir un buen culo", apostilla el gañán.
Compensaremos tanta ordinariez citando algo entre lo más legible que se puede encontrar en Internet al respecto, El encanto del culo femenino: el título no puede ser más gráfico, y el contenido responde al reclamo; por nuestra parte seguiremos adelante, con la visión integradoramente global que anima nuestros escritos. 
(Debajo, otro inspirado ''pitagórico'': Modigliani)





2. Culo veo, culo quiero (dicho popular español: aplícase a la persona antojadiza y caprichosa)
«Es una estatuilla encantadora (aquí a la izquierda) ubicada en un salón reservado, donde los curiosos solo entran bajo la supervisión de un guardián; pero ni siquiera esta precaución ha evitado que las formas redondeadas que le ganaron a la diosa el nombre de Calipigia sean cubiertas con un tinte oscuro, que traiciona los besos profanos que los admiradores fanáticos imprimen allí cada día. Nosotros mismos supimos de un joven turista alemán preso de una loca pasión por este voluptuoso mármol, y la conmiseración que inspiraba su estado mental alejaba toda idea de ridículo» (César Famin, 1836: El "gabinete secreto" del Museo Real de Nápoles)

De todas formas, esta sutileza de los concursos culeros no es una macarrada moderna sino que el trasero ya fue un objeto de culto para los griegos. De hecho ellos fueron los primeros en organizar un concurso al respecto, aunque, eso sí, ya en la llamada época helenística, es decir, dentro de los tres siglos posteriores a la muerte de Alejandro Magno (a.-323), con Grecia en consunción y Roma en auge. Aunque fuera un concurso de índole privada, tuvo sus buenas repercusiones sociales, pues dio lugar a una nueva advocación de Afrodita, o sea de Venus: la Venus Calipigia, o ''diosa de las bellas nalgas'', que empezó a venerarse en un templo erigido por dos agradecidas y sandungueras jovencitas:


«El origen del culto de esta Afrodita de las Bellas Nalgas (no sé si sabréis que en griego 'kalos' significa bello y 'piges' nalgas) es controvertido. A mí me gusta aquel corrillo popular según el cual el templo fue erigido por dos acaudaladas hermanas de dotadas nalgas. Cuentan las antiguas que las dos hijas de un granjero relativamente próspero, bellas, alegres y de agudo ingenio, apostaron un atardecer de estío siciliano por la belleza de sus traseros, a ver cuál de los dos era merecedor del primer premio: ''Salgamos y enseñemos nuestras retaguardias al primer muchacho guapo que pase por el camino'', dijo Aspasia, la más joven…». (Viviana Cecilia Atencio: En torno a la Venus Calipigia).


Los griegos se inspiraron en los egipcios para casi todo, y también en este aspecto: En un papiro escrito hace 4.000 años se puede leer cómo uno de los dioses se insinúa nada menos que a Horus: «me encanta tu trasero», le susurra, retrechero él. 


(En la entrevista de El Mundo, la Jénifer se declara sosprendida por la cantidá de preguntas sobre su trasero. No cabe duda de que somos unos obesexos, los españoles de la leche. ¡A quién se le ocurre preguntar esas cosas a la Jeny, en vez de profundizar en los rodajes de famosos flins suyos como... esto... O, a lo mejor es que se trata de una cantante?
¿Y por qué será será que a Scarlett Johansson, por ejemplo, no le preguntamos por su culo cuando anduvo por aquí? ¿Ni a Pe Cruz, tampoco? ... ¿Será que ''las pobrecitas no tién na d'eso, chapucerillas, dulce embeleso'' (según se canta en La Revoltosa)? ¡Cómo somos los españoles de obsesos, joé..., cágüenlá...! )



Aunque todos pensamos que la función anatómica de la ''retaguardia'', como decía Aspasia, es facilitar el reposo sentado, parece ser que nos engañamos, pues aunque la posición sentada en los seres humanos involucra a esta región, «el apoyo como tal viene de la tuberosidad isquiática, masa perteneciente a la parte postero-inferior del hueso coxal, recubierta a su vez por una bursa serosa, que protege contra la fricción a los músculos inmediatos; el volumen de las nalgas no interviene en la capacidad de sentarse». (Wikipedia).
También se puede leer en la prensa que ''su misión inicial fue más práctica que estética (la biomédica asegura que el culo ayuda a equilibrar la geometría corporal mientras nos movemos, algo así como la cola del guepardo cuando corre a la caza''). Desmond Morris afirma, en la misma línea, que «las nalgas fueron adquiridas cuando nuestros antiguos antepasados dieron el verdadero paso de gigante y se alzaron sobre sus cuartos traseros». (La mujer desnuda).
Tales hipótesis, sin embargo, no son correctas al cien por cien, pues más bien parece que ocurrió a la inversa, y nuestros antiguos antepasados pudieron alzarse sobre sus cuartos traseros sólo cuando las nalgas se desarrollaron: ya correteábamos por la sabana africana a dos patas, delante o detrás de otros bichos cuando, al estilo del resto de los simios coetáneos, aún carecíamos de un culo digno de tan glorioso nombre.

Como se puede comprobar todavía hoy, los nativos bosquimanos y similares capturan a sus presas agotándolas en una carrera de fondo que los grandes herbívoros no pueden soportar: las presas basan su defensa en la velocidad, pero es una velocidad larga para espacios cortos. Esa velocidad, que no pueden mantener durante largo tiempo, les permite escapar de los felinos, que siguen la misma táctica de rapidez en su captura, pero no de los humanos, que utilizan la técnica de la persistencia maratoniana gracias a que la sudoración nos permite refrescar la piel.

Y es que los animales no sudan, y no pueden refrigerarse sudando; tanto herbívoros como felinos necesitan jadear para refrescarse, algo que no pueden hacer cuando corren a toda velocidad, por lo que aquellos acaban cayendo desmadejados con la suficiente paciencia y aguante.
Y ese aguante en la carrera es el que nos viene facilitado por un músculo en especial, el más potente del cuerpo: el glúteo mayor o 'musculus gluteus maximus'. Es el músculo que, al permitirnos correr, facilitó la ingestión de las proteínas animales que diversificaron y fortalecieron nuestras neuronas. También sostiene la postura erecta que liberó nuestras manos, combó nuestra caja craneana permitiendo un espectacular incremento del cerebro, junto con una ampliación del esófago que posibilitó el habla que nos permitió llegar a humanos.

Hoy, junto a unas largas piernas desarrolladas para colaborar con ellos en todo (también en la estética, y en la sexualidad inscrita en ella), los glúteos mayores se limitan a facilitarnos el ascenso en la escala social a aquellos que no podemos presumir de inteligencia, pero sí de tener un culito respingón  con que interesar al personal: Siempre que se cierra una puerta se abre una ventana (cosas de la corriente!). (Izquierda, una magnífica fotografía debida a la Leni Riefenstahl... de la segunda época, claro está. --Si Hitler levantara la cabeza...)

 
Dado que las nalgas son exclusivamente humanas, en la antigüedad cristiana se consideraba que el Diablo no las tenía, y las viejas descripciones revelan que el maligno tenía otro rostro suplementario en lugar del culo, al modo de gibón con cuernos y pezuñas, el pobre hijo. Esa cara, precisamente, era la que besaban las brujas durante el ritual del Sabbat y de tal ''costumbre'' proviene la frase ''bésame el culo'' (…siempre y cuando se diga en plan ofensivo, claro está).


Pero no es el culo del demonio el que triunfa en las pasarelas: «A las mujeres les gustan los traseros duros y musculosos en los hombres, cuanto más, mejor. Existen dos motivos principales para ello. En primer lugar, las nalgas musculosas simbolizan la formidable forma física de un cazador con éxito, que puede correr, saltar y perseguir, y llevarse la presa a casa para alimentar a la familia.
En segundo lugar, un trasero musculoso indica que ese hombre puede realizar impresionantes embestidas púbicas (sin 'ele'), capaces de satisfacer las necesidades sexuales de una mujer. Por más elevado que sea el genio intelectual del poseedor de un trasero blando y fofo (capaz también de alimentar bien a la familia, subrayamos nosotros), sus nalgas carecen de su atractivo venerable» (Desmond Morris: El hombre desnudo)

En cuanto a la mujer (suponemos, aunque con este chico nunca se supo), Dalí dijo un día que «es en el culo donde se pueden desentrañar los mayores misterios de la vida». Y aunque él seguro que estaba pensando en sus líos cuando lo dijo, no le faltaba ni pizca de razón por cuanto en el culo femenino y en la barriga masculina reside el secreto de nuestra supervivencia como especie… en forma de reserva de grasa.

Pero no es sólo cuestión de grasa (que veremos ahora) en machos y hembras, ni de músculo en los machos (como acabamos de ver), sino de hueso en el caso de nuestras chicas: las justamente celebradas caderas, superiores en anchura, en relación al torso, a las de cualquier otro animal, incluido el macho humano.
Esa amplitud ósea de la cadera es la que permite el parto de bebés infinitamente más cabezones (o sea con un cerebro mucho mayor) que los cachorros de cualquier otro primate. Pero, además, esa amplitud ósea… cómo decirlo…: «cuando la hembra humana camina, el diferente diseño de pierna y cadera de su esqueleto produce una mayor ondulación en la zona de las nalgas. Para decirlo claramente, cuando camina, ella se contonea. Y cuanto más grasa, más protuberancia y más ondulación se juntan, el resultado es un poderoso reclamo irresistible para el varón» (Desmond Morris: La mujer desnuda).
Gracias Desmond, por más que los varones de las Castillas no tengamos esa percepción de nuestras cohabitantes, y relativicemos tanta exuberancia antropológica básica.

Lo que sí está claro es que la función del zapato de tacón alto consiste, ni más ni menos, en «distorsionar el andar femenino de modo que las nalgas se vean impulsadas hacia arriba y hacia fuera más de lo normal, incrementando así el contoneo» (hay estrategias que siguen siendo secretas por una excelente razón evolutiva: no se pueden poner en práctica con éxito si se revela su verdadero propósito).


Momento es de recordar aquí, y a propósito de lo dicho, a Platón y a alguno de los párrafos que han inspirado el título de esta serie sobre el amor y la caza (párrafos justificativos que en los dos anteriores capítulos han ocupado el cierre y final de los mismos):

«…En cuanto a la caza privada que aspira a un salario, hay una especie en la que el cazador se atrae a las gentes por medio de caricias, o emplean el placer como cebo; a esto lo llamaremos el arte de la adulación o el arte de producir placeres» (Platón: Diálogos: El Sofista o Del Ser)



«Cada vez que te levantas del sillón —ya lo he notado a menudo— tus miserables túnicas se te meten, Lesbia, entre las nalgas. Cuando intentas sacarlas con la derecha o lo intentas con la izquierda, las apartas entre lágrimas y gemidos: tanto las aprietan las dos Simplégadas de tu culo y tanto penetran entre tus exageradas y cianeas nalgas. ¿Deseas enmendarte de este feo defecto? Te enseñaré: Lesbia, opino yo, no te levantes ni te sientes» (Marco Valerio Marcial: Epigramas)


3. Y las manos apoyás en la cadera
« Será un contrasentido genético, pero a las mujeres hay que tomarlas y disfrutarlas cuando ya no pueden ser madres, y han sido marcadas por el tiempo y alguna decepción. La juventud y la perfección son insoportables. Que Dios me depare señoras confortables y talentosas como usted, con la ternura de un dulzor algo cansado. No es por hacer de menos a las demás, pero donde esté usted que se quiten esas monadas plastificadas y recién nacidas que se contonean ante los críos en los programas infantiles de la televisión. La juventud de las mujeres sólo se cura y mejora con la edad» (Martin Prieto: Carmen Maura, una señora muy confortable, 8-mayo-1994)
(Izquierda, otra de las inspiradas obras de Richard Avedon)


Antropólogos acreditados, como Marvin Harris, opinan que las ''venus esteatopigias'' (venus de sebosas nalgas, o culonas grasientas) talladas hace más de 20.000 años (derecha, uno de sus variados diseños; solían colorearse con ocre, el color de la vida -de la sangre) eran idealizaciones o exvotos de fertilidad, pero que en aquella severísima época glacial nadie había conocido nada semejante en toda su vida. Otros, como Desmond Morris, piensan, por el contrario, que el ''diseño'' esteatopigio era normal en las remotas mujeres pleistocénicas a pesar de las hambrunas; afirma incluso que tal desarrollo de los glúteos influyó definitivamente en la definitiva preeminencia del coito frontal; y basa su teoría en que, pese a su severa dieta y a la estricta ecología de su área vital, las mujeres bosquimanas, entre otras etnias actuales, exhiben unas ''grupas'', como él las llama, comparables a las docenas de figurillas citadas, contemporáneas de Altamira, que se conservan en los museos.
Sin embargo, la moderna investigación de las religiones prehistóricas cuestiona tales interpretaciones:
«El pecho femenino es concebido por toda la humanidad como una poderosa señal aplacadora... Una reacción comparable la provocan unas exuberantes nalgas femeninas sugerentemente en pompa... De ahí que las figuritas femeninas muestren con frecuencia pechos, caderas y muslos exuberantes. El recalcar estos distintivos femeninos no ha de entenderse, pues, como una alusión a la capacidad reproductora de las mujeres, sino que más bien sirve para tranquilizar y calmar a las posibles fuerzas hostiles» (Ina Wunn: Las religiones en la Prehistoria).

Hoy día, las normas de belleza del cuerpo varían de una cultura a otra en dimensiones como la gordura frente a la delgadez o la piel pálida frente a la tostada… Los varones de muchas culturas se inclinan por los pechos grandes y firmes, pero en otras, como la de los azande del este de Sudán y la de los ganda de Uganda, les resultan más atractivos los pechos largos y colgantes (David M. Buss: La evolución del deseo). Despachado en grafiti de urinario: ''teta que mano no cubre, más que teta es una ubre''>>>  <<<''teta que cubre una mano, no es una teta, es un grano''.

En cualquier caso tiempo y lugar, existe una relación directa entre las normas de belleza y la posición social, relación que se refleja en la constitución (física) de cada cual. En las culturas donde escasea la comida, como la bosquimana, la gordura indica riqueza y salud. Donde la comida es abundante, como en Occidente, se invierten los valores y los ricos se distinguen por estar delgados.


Siendo prosaicos todavía más, parece natural y ecológico que los humanos hayan desarrollado una preferencia determinada por una mayor o menor cantidad de grasa corporal no por una cuestión estética, sino más bien como indicio o síntoma del estatus o posición social de su poseedor (de la misma forma que antaño, cuando casi todos los trabajos se desarrollaban al aire libre, la palidez era sello de distinción femenina, mientras que hoy el ''bronceado'' -cuan bello término, y tan adecuado para tal tono, a diferencia del paleto ''moreno agromán''- es uno de los principales signos externos de poderío.
También la ''blanca palidez'' (finales de los 60, fin de una Era) tuvo su correlato romanticón y sublimador: se apodaba morbidez, ¡Oh lalá, la carne mórbida y trémula... tan pallidula, vagula y blandula como el almita adriana! Y cuánto morbo detrás de un 'morbus' latino que significa... enfermedad, derivado, a su vez, de 'mors', muerte.





(A la izquierda, La marquesa de Pontejos, de Goya, y a la derecha, la Muchacha del balón playero, de Roy Lichtenstein, rivalizan en la elegancia de sus épocas y estilos)




Naturalmente, tales preferencias resultan de un cálculo inconsciente o impremeditado que puede llevar a engaño cuando se racionaliza: diversos estudios revelan que las mujeres occidentales piensan que a los hombres les gustan las mujeres más delgadas de lo que a los hombres les gusta en realidad (y la anorexia es su consecuencia extrema…, encima, en falso): son muchos cientos de miles de años añorando y adorando redondeces como para cambiar de la noche a la mañana, por mucho que se esfuerce el escualo escuálido de Karl Lagerfeld.



No obstante, todas estas estrategias, conscientes o subconscientes, sólo han sido posibles en un entorno como el presente, en el cual el hambre ha desaparecido como presión selectiva fundamental: sea en el actual Kalahari africano, por donde pululan los bosquimanos, o sea en las estepas gélidas de hace 20.000 años, lo normal en la naturaleza siempre ha sido pasar hambre; pasar hambre y emigrar en busca de comida.
Y en ese ambiente tan natural como crudo hemos evolucionado nosotros, según dogmatiza la Biblia y razona Darwin, cada uno a su manera y estilo.
Pero a pesar de lo magnífico que dice aquélla ser nuestro diseño corporal, ocurre que somos unos carnívoros, o casi (etnias como los esquimales y sus colindantes lo son plenamente), con un sistema digestivo propio de herbívoros, o casi (hay monos, como el narigudo de Borneo, cuyo estómago es plenamente fermentador, como el de las vacas): una chapuza apañada sobre la marcha de los milenios a lo largo de los cuales fuimos consumiendo cada vez más y mejores proteínas animales tras partir del vegetarianismo puro.


«Una empresa valenciana ha firmado un acuerdo de distribución con la empresa británica Kiniki, propietaria de la patente mundial, para distribuir en España unos nuevos bañadores que dejan pasar el sol… Todos los bañadores de nomasculoblanco.com, están fabricados con un tejido denominado Transol, compuesto de millones de micro-perforaciones en forma de diamante que permiten el paso del 80% de los rayos ultravioletas, obteniendo así un bronceado integral, una manera natural de lucir un moreno sin marcas… » (Europa Press: Adiós al culo blanco, 3-junio-2010)

Pero esta web es un sitio serio que no admite publicidad, así que contra-puntualizaremos: "El culo se resiste al bronceado":

«Según el estudio realizado por un equipo de la Universidad de Edimburgo (Escocia), y publicado en la revista Experimental Dermatology, el culo es la zona que más tarda en coger color: Las personas no tenemos un solo tipo de piel, sino muchas diferentes según la parte del cuerpo, y reaccionan de manera diversa ante los rayos ultravioleta, por lo que los cuidados y la protección que requieren son también distintos, explica Jonahtan Rees, profesor de dermatología y coordinador de la investigación… Pero que una zona tarde más en broncearse no quiere decir que sea inmune a los nocivos efectos de los rayos solares…
En cuanto al melanoma, el tumor de piel más peligroso, las mujeres suelen desarrollarlo en las pantorrillas, mientras que los hombres lo sufren más en los hombros…» (ELMUNDO.es /Madrid, 4-agosto-2010).
(Bajo estas líneas y con todo respeto, una radiografía de Marilyn Monroe; arriba, izquierda un precioso Bouguereau)



«No quiero tener una querida, Flaco, tan seca que sus brazos puedan ceñirlos mis anillos; que con las nalgas a pelo, rasque y con las rodillas, pinche; que tenga una sierra en la espalda, que la rabadilla le sobresalga del culo. Pero tampoco quiero una amiga de mil libras. Me gusta la carne, no las grasas» (M. V. Marcial: Epigramas)



4. Ganando aceite
« ¿Por qué el vientre es lo único que adelgaza en los que hacen gimnasia? ¿Es porque la grasa es muy abundante en torno al vientre?
¿Por qué resulta que la grasa se consume en los que se fatigan? ¿Es porque la grasa se funde al ser calentada, y el movimiento calienta? En cambio, la carne no se funde.
¿Por qué la zona en torno al vientre es la más grasa? Acaso porque está cerca del alimento? Entonces, en la medida en que las demás partes reciben de él, el propio vientre recibe muchas veces. ¿O es porque realiza el mínimo esfuerzo? Pues no tiene flexión» (Aristóteles: Problemática, 880b-35)

Así pues, resulta que para poder llegar al punto y momento histórico en que nos hallamos, todos los animales hemos necesitado ineludiblemente de la ayuda de depósitos de grasa de reserva: las famosas cartucheras, otra chapuza sobre chapuza:
 
«En cada especie animal existe una estrategia para acumular la grasa donde menos estorbe. Los búfalos detrás del cuello, los camellos sobre la espalda, las focas, debajo de la piel de todo el cuerpo… Para el cuerpo humano masculino, la selección natural eligió la barriga para llevar el saco de la grasa en una posición fácil de transportar sin interferir en la movilidad de brazos y piernas ni afectar a la columna vertebral.
En la mujer, esta bolsa abdominal, en cambio, resultaría una seria molestia al entrar en competencia con el crecimiento del útero durante el embarazo. Así pues, la evolución resolvió disponer el depósito de la grasa femenino en la parte alta de las piernas y en su ''cara dorsal''» (José Enrique Campillo Álvarez: El mono obeso).

Bien, pero no sólo: en la parte alta de las piernas, en su ''cara dorsal''… y en sus senos:

«Tradicionalmente se ha considerado que el desarrollo de los senos femeninos está ligado a la maternidad, para permitir una mejor lactancia, pero los estudios recientes muestran que esa idea no se sostiene. Las hembras de los primates pueden proporcionar lactancias copiosas a sus crías y, sin embargo, apenas tienen pechos evidentes. Hay que tener en cuenta que del volumen total de una mama, una pequeña fracción corresponde al tejido glandular, es decir, a las células y conductos responsables de la producción y la eyección de la leche después del parto; el resto, la mayor parte del volumen de la mama, es grasa». (Campillo Álvarez: La cadera de Eva)
(Encima, izquierda, una de las venus llenitas de Tiziano; también tiene otras algo más esbeltas, al gusto velazqueño de la del espejo; como nos pasa a muchos, a Tiziano le gustaban todas)

Según Campillo, el ser humano es uno de los mamíferos más grasos que existen, su masa grasa es tan abundante que nos asemeja más a un delfín que a un primate (al abandonar la selva se nos cayó el vello que nos estorbaba para sudar al correr, y la grasa cutánea cumple en parte aquella función protectora del pelaje: los simios no sudan). Además, los recién nacidos humanos contienen una elevada proporción de tejido adiposo: un 14% de su peso es grasa. En comparación, las crías del resto de los primates nacen magras, apenas con un 3% de su peso en grasa… Y la hembra de la especie contiene una proporción aún mayor de grasa que el macho (entre el 10 y el 20% en ellos y entre el 20 y el 30% en ellas) a causa de los mayores requerimientos energéticos que exige en ellas la reproducción: en las condiciones de nuestros antecesores homínidos, nueve meses de embarazo más tres años de lactancia, un gasto energético considerable.



De todas formas, lo que es justo es justo. La evolución nos ha ido constituyendo chapuza a chapuza porque está afectada de un particular síndrome de Diógenes que le impide tirar nunca nada. Todo lo que deja de servir para una cosa ahí se queda por si acaso el futuro, atrofiadito para que no moleste pero presto a recuperarse con alguna nueva disposición según algún nuevo requerimiento. Y las cartucheras, que nos han permitido sobrevivir en la sabana famélica y en la tundra helada, hoy, lejos de ser un estorbo, parecen seguir siendo útiles de otras maneras:

«Las ''cartucheras'' merecen un respeto. Constituyen una reserva energética de primera calidad y, además, limpian de ''porquería'' el resto del organismo. Tal vez va siendo hora de reivindicar con más fuerza el tipo pera. Sofía Loren y Jennifer López pertenecen a distintas generaciones de artistas, pero comparten una distribución óptima de la grasa.
Del tejido adiposo depende nuestra supervivencia. "Si no tuviéramos grasa pesaríamos siete veces más", indica José Manuel Fernández-Real, jefe de Sección de Diabetes del Hospital Josep Trueta de Gerona. La razón hay que buscarla en que se trata de un depósito "muy eficiente", apostilla, "ya que almacena mucha energía en muy poco territorio".
En la película de la grasa hay buenos y malos. El enemigo por excelencia es el ''flotador'' y el gran aliado es el tejido que se acumula alrededor de la cadera, los muslos y los glúteos (las ''cartucheras'').

 

Según la revista International Journal of Obesity pesar más de la cuenta siempre es poco recomendable, pero puede ser que revista un peligro mucho menor –o nulo– si el aumento de volumen se concentra fundamentalmente en la parte baja del cuerpo, dejando a salvo la barriga. Por esta razón, la cinta métrica constituye una herramienta mucho más eficaz que la báscula para valorar la obesidad.
Los estudios efectuados en diferentes poblaciones muestran que una mayor cantidad de masa grasa en la zona glúteo-femoral está asociada a un menor riesgo de enfermedades cardiovasculares y metabólicas. De hecho, los individuos con un tipo pera suelen tener niveles más bajos de colesterol LDL (el malo) y superiores del HDL (el bueno). Asimismo, sus arterias tienden a mantenerse en mejores condiciones.
Es más, se ha constatado que la circunferencia de la cadera y el tejido adiposo (graso) de las mujeres con sobrepeso u obesidad están asociados a un incremento de determinadas sustancias saludables». (María Sánchez-Monge: Las 'cartucheras' atrapan la grasa para evitar que dañe otros tejidos del organismo, elmundo.es 14-enero-2010)

Y una opinión experta más:
Los investigadores apuntan al hecho de que la grasa que se acumula alrededor en las caderas y muslos más rellenitos contiene niveles más altos de ácidos grasos de omega-3, que son esenciales para el desarrollo del cerebro durante el embarazo. La grasa que se deposita alrededor de la cintura puede tener en cambio niveles más altos de ácidos grasos de omega-6, que están menos indicados para el desarrollo del cerebro. (R. Dobson / R. Waite: The Sunday Times, 12-noviembre-2007)

Abdomen o región abdominal es la denominación técnica (latín clásico) de un recinto para el cual el puritanismo ha ido buscando nombres que hicieran olvidar su proximidad al ''bajo vientre'', descartándose así vientre ('venter', caja de vientos) por estómago (conducto de la boca: 'stóma', boca), y éste por tripa (derivado de extirpar deformado como destriparsacar los intestinos a un animal). Para compensar, cadera, al igual que catedral, deriva del griego cátedra, silla. La cadera es, a la vez, asiento y catedral del abdomen. Qué bonito, ¿no?
(Bajo estas líneas, otra de las geniales muestras de Richard Avedon)



5. El Ombligo del Mundo y de la Carne
« ¡Qué bien lucen tus pies con las sandalias, oh hija de nobles! Los contornos de tus muslos son como joyas, obra de las manos de un artista.
Tu ombligo es como una copa redonda a la que no le falta el vino aromático. Tu vientre es como un montón de trigo rodeado de lirios.
Tus dos pechos son como dos venaditos, mellizos de gacela... » (Salomón: Cantar de los Cantares, 7-1)


Pero retornemos al campo original de estas líneas, que es la seducción y no la endocrinología; por ello no podemos abandonar la cocina-despensa de nuestro cuerpo sin recalar, mediante los versos que anteceden, en el sabio Salomón y su inextinguible deliquio amoroso. Los teólogos dicen que el Cantar se refiere a la Iglesia prefigurada; cosas de teólogos, aunque no tan extrañas: tengo amigos con mentes igualmente extraordinarias, capaces de sublimar el Paraíso Perdido a partir de un McDonald's, o viceversa.
Debió ser por apuntalar esta ficción prefigurativa sobre los éxtasis salomónicos, que Piero della Francesca, un teólogo a pincel, como todos los pintores (Hollywood cumple el mismo papel como teólogo a celuloide), compuso en el s.XV un cuadro de singular título, propio de ''Regreso al futuro'': La reina de Saba adorando la madera de la Vera Cruz

Bastante antes que Salomón, los griegos consideraban al vientre el espacio vital en donde se movía el alma nutritiva (como se colige, por ejemplo, en la frase de Aristóteles que encabeza el siguiente punto), y al ombligo en particular ('onphalós' en griego) como la sede de la pasión femenina. Esto era así hasta el punto de que el mismísimo Hércules se enredó en el castrante regazo de Onfalia u Ónfale, que significa ''La del ombligo'', y allí se quedó Herculito (como se puede comprobar aquí a la derecha, en la visión de Bartolomé Spranger) con su chica, tan ricamente, haciendo calceta y vestido de mujer unos cuantos años (tuvo cuatro hijos con la ombliguera moza, nada menos) ignorando olímpicamente el pitorreo que a su costa se organizó por todo el orbe mitológico. Él era feliz, y passaba de todo y de todos.
«Pero la fábula de Heracles se refiere, más bien, a una etapa anterior en la evolución del reinado sagrado del matriarcado al patriarcado, cuando el rey, como consorte de la reina, tenía el privilegio de representarla en las ceremonias y los sacrificios, pero sólo si se ponía las ropas de ella». (Robert Graves: Los mitos griegos).

 
El poder hechicero del ombligo, como todas las creencias griegas, es el paralelismo terrestre y atenuado del poder creador de la diosa primordial, Gea, la Madre-Tierra. La talla en piedra, sobre el suelo, de un regazo horizontal coronado por un ombligo, presente en los templos oraculares (el de Delfos fue el más importante y famoso), se confunde con la representación del brasero de carbón de encina (similar a los que nos alegraron los sabañones bajo la mesa camilla de la posguerra), un brasero de encina que en cada hogar y en cada templo guardaba ahorrativamente el fuego sagrado. Sobre este brasero la pitonisa esparcía granos de cebada, cáñamo y laurel, cuyos vapores producían los colocones que inspiraban sus respuestas proféticas.

Para los judeo-cristianos en cambio, el ombligo siempre fue, Salomón aparte, una hendidura sospechosa que prefirieron ignorar. Además les creaba un serio problema teológico: si Dios creó al hombre del barro, y después a la mujer de su costilla… ¿qué pinta ahí el ombligo en Adán y en Eva? Y si los creó a su imagen y semejanza… ¿acaso entonces Dios tiene ombligo, es decir, que fue parido?
Un simbolismo más noble, que otorga al ombligo rango del centro del universo, es el contemplado por los ascetas budistas. Al contrario de nuestra interpretación egocéntrica, ''mirarse el ombligo'' es para ellos una forma de meditación que intenta borrar lo individual centrándose en todo el universo por medio de su punto central. (Desmond Morris: La mujer desnuda).
(Debajo, un dibujo de la magnífica ilustradora, Luci Gutierrez; aquí mismito, a la derecha (o encima, según el tamaño de la pantalla), "La Creación de Adán Planetario", en un fresco apócrifo. Como contraste ético y moral, arriba izquierda una de las Lucrecias de Cranach)


« Buenas discusiones de la adolescencia masculina me costó no poder enamorarme como mis amigos de Brigitte Bardot (nunca me gustaron los gatos), de Marylin Monroe (sólo me interesaba Norma Jean, y el único que pudo amarla y entenderla fue un héroe cretino del «baseball»), de Sofía Loren o Gina Lollobrigida (italianas hasta la caricatura), o prototipos de diseño como Grace Kelly de la que se decía, probablemente con razón, que orinaba agua de colonia y que tenía el mismo morbo que un vaso de leche desnatada. Me interesaba Kim Novak más por ser un poco culona que por el misterio de su mirada de miope» (Martín Prieto: Carmen Maura, una señora muy confortable)



«Intentando ocultar las arrugas de tu vientre con ungüento de harina de habas, Pola, embadurnas tu vientre, no mis labios. Déjese sencillamente destapado un defecto, quizás pequeño; el defecto que se tapa, todos piensan que es mayor» (M. V. Marcial: Epigramas)


6. Gente de peso
«La prueba de que el alma no puede pensar cuando está en movimiento, no sólo despierta sino tampoco durmiendo, es esto: cuando se duerme después de la ingestión de alimentos, es el momento en el que menos se sueña, pero es entonces cuando el alma se mueve más por causa del alimento introducido» (Aristóteles: Problemática, 957a-17)
Una vez llegados a este punto es de comprobar que el texto ha adquirido un volumen respetable, corriendo el riesgo de ser mutilado ciega y justamente por el editor del blogger. Así que dejaremos el terso asunto de los pechos, senos o tetas para la próxima entrega, y finalizaremos con unos apuntes extraídos de un artículo publicado hace tres años en The Sunday Times por Dobson y Waite: 

«Y es que los europeos no sólo han crecido en las últimas décadas, también han engordado. La gran mayoría de las mujeres usa tallas 40 y 42, y menos de un 20% cabe en una 38. Su circunferencia corporal ha crecido 15 cm desde los años 50, una tendencia que se extiende a todas las franjas de edad: las niñas de 15 años, por ejemplo, han aumentado su cintura en 6 cm desde esa época, y los adolescentes varones han crecido a lo ancho 4 cm (ellos también están afectados)».


Ocurre, pues, que si las nuevas generaciones han crecido bastante, resulta que han, o hemos, engordado en proporción más de lo que hemos, o han, crecido (véase si no, a la derecha, de muestra, cómo se han puesto las danzantes de Matisse en poco más de medio siglo -según una ocurrencia de Leonard Nimoy, el Spock de Star Trek, que se nos ha metido a fotógrafo creativo en la línea Botero).

Ya no corremos detrás de los búfalos o los conejos, ni escarbamos la tierra en busca de boniatos, pero nuestro cuerpo aún tardará mucho, mucho mucho, en percatarse y reaccionar. Y bastante menos en sucumbir al progreso en el intento.











«Según los últimos datos publicados por la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición, una de cada cuatro personas considera que a su pareja le sobra algún que otro kilo. Claro que, si tenemos en cuenta los cánones de belleza que envuelven nuestra mísera realidad, no sólo nos sobran kilos sino que tenemos celulitis de diferentes grados, pelos castigados, manos cuarteadas, piernas cansadas, pechos caídos, culos flojos y vete tú a saber qué más desperdicios... «Para estar bella hay que sufrir» le decía Frenchy a su amiga Sandy (Olivia Newton-John) en Grease. Y eso que sólo pretendía hacerle unos agujeros en las orejas... Si hubiera intentado ponerle un piercing en el pene o en el pezón, la pobre Sandy hubiera dejado definitivamente la película» (Lorena Berdun: Sexo en Madrid, 2-mayo-2003)

 






Sed buenos si podéis...
……………………….«...Y así, aunque alma y cuerpo vengan a ser una y la misma cosa, el segundo es quien tira en verdad de la primera y manda sobre ella, por lo que nunca jamás agachéis la cabeza si queréis conservar el espíritu a flote; si escucháis a Martin Luther King: "Nadie se nos montará encima si no doblamos la espalda"... A no ser que esté en vuestra naturaleza la sensatez y el sentido común del escriba real egipcio que hace cuatro mil años aconsejó a su hijo: ''¡Sé humilde! El que dobla el espinazo no se rompe los riñones''»





18 comentarios:

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Esta aventura es una exploración de las venas vivas que parten del pasado y siguen regando para bien y para mal el cuerpo presente de esta sociedad occidental... además de una actividad de egoísmo constructivo: la mejor manera de aprender es enseñar... porque aprender vigoriza el cerebro... y porque ambas cosas ayudan a mantenerse en pie y recto. Todo es interesante. La vida, además de una tómbola, es una red que todo lo conecta. Cualquier nudo de la malla ayuda a comprender todo el conjunto. Desde luego, no pretende ser un archivo exhaustivo de cada tema, sólo de aquellos de sus aspectos más relevantes por su influencia en que seamos como somos y no de otra manera entre las infinitas posibles. (En un comentario al blog "Mujeres de Roma" expresé la satisfacción de encontrar, casi por azar, un rincón donde se respiraba el oxígeno del interés por nuestros antecedentes. Dedico este blog a todos sus participantes en general y a Isabel Barceló en particular).