«Los contextos de las palabras van almacenando la historia de todas las épocas, y sus significados impregnan nuestro pensamiento y se interiorizan. Y así las palabras consiguen perpetuarse, sumando lentamente las connotaciones de cuantas culturas las hayan utilizado» (Alex Grijelmo: La seducción de las palabras)

«Las sociedades humanas, como los linajes animales y vegetales, tienen su historia;
su pasado pesa sobre su presente y condiciona su futuro» (Pierre P. Grassé: El hombre, ese dios en miniatura)

4 oct 2010

Del Amor y la Caza (IV): Sobre el rey Pigmalión y la princesa Cenicienta




« Lo peor de la silicona, ya digo, es que crea adicción y yo mismo he estado enamorado de cuerpos de mujer que no eran sino silicona, chais serán, mas tendrán sentido, polvo serán mas polvo enamorado. Porque la silicona se humaniza, acaba teniendo alma y sus mentiras son tan verdaderas como las de cualquier mujer de El Corte Inglés… Y lo que ocurre con la silicona ocurre asimismo con la peluca, con el maquillaje, con el lápiz de labios (siempre que no lo llamemos pintalabios) y con los tacones de aguja. Los hombres llegamos a amar un paquete de boutique bien repartido y hasta le infundimos emociones y le hacemos sonetos. Ella, de los sonetos pasa, pero con la bisutería se queda» (Francisco Umbral: Más silicona. Diario El Mundo, 25-enero-2003)


En el capítulo I de esta miniserie divagábamos acerca de la importancia que las mujeres (también los hombres, también) conceden a la admiración de gente extraña que ni conocen ni conocerán jamás ni falta que les hace. Bien pensado, y entre otras consideraciones, esa preocupación responde a que esa "gente extraña", precisamente por ser anónima, es utilizada realmente como un espejo expresivo mucho más imparcial (y más explícito y más orientativo) que el de su cuarto de baño:

«La "capacidad de hacer que los hombres se vuelvan a su paso" confiere a una mujer la seguridad de ser muy deseable como pareja y de originar una reserva amplia de pretendientes. Cuanto mayor sea ésta, mayores posibilidades de elección tendrá y mayor puede ser la calidad de la pareja atraída». (David M. Buss: La evolución del deseo).


Tampoco las flores visten sus galas, que decimos los cursis, para que los humanos ni el resto de los bichos las olisqueemos manoseemos y piropeemos (con el riesgo cierto de ser ajadas en flor); se ponen tan elegantes y distinguidas, exclusivamente, para llamar la atención alimenticia de sus príncipes abejorros: para que ellos y sólo ellos se les aproximen, les liben sus néctares íntimos y se larguen con viento fresco y con su polen a cuestas. Los demás transeuntes, como soportan/desean las chicas llamativas, sólo podemos acarrearles incomodidad o problemas si nos creemos invitados por su lustroso aliño indumentario.


De lo que no cabe ninguna duda es que la regularidad de rasgos faciales y la estilización de la figura corporal siempre han causado una fascinación cercana al hipnotismo en todas las épocas y lugares. "La belleza vende", dicen los comerciales del marketing refiriéndose a la belleza femenina (de hecho, somos la única especie que ha abandonado las feromonas por un aspecto físico concreto como fórmula de atracción permanente):

«Los científicos acaban de demostrar algo que los publicistas ya sabían desde hace tiempo. Los hombres actúan impulsiva e irracionalmente ante la vista de una mujer hermosa. El recurso de los anunciantes no sólo tiene sentido sino que actúa directamente en un área concreta del cerebro masculino que provoca una modificación de su comportamiento.
No es la primera vez que los economistas y psicólogos indagan en una cuestión conocida como 'descuentos futuros'; una teoría por la que la misma cantidad de dinero tiene más valor hoy mismo que el que pueda tener dentro de unos meses. Por regla general, los animales prefieren una recompensa inmediata que otra más valiosa por la que tengan que esperar más tiempo. Con esta teoría de fondo, los profesores Margo Wilson y Martin Daly, de la Universidad McMaster, en Hamilton (Canadá), decidieron comprobar el papel que el atractivo físico y sexual jugaba en estas decisiones de recompensa.



Los resultados fueron claros: los hombres que habían visto las fotografías de mujeres atractivas optaban sin duda por la recompensa inmediata, desechando la oportunidad de ganar más dinero dentro de algún tiempo. Una decisión "irracional" que contrastaba con la racionalidad femenina, inalterable incluso después de haber visto fotografías de hombres guapos. Cuando las mujeres de las fotografías no entraban en esta categoría de sexualmente cautivadoras, los caballeros no modificaban su comportamiento.
Como los expertos en publicidad ya sabían hasta ahora, una mujer es capaz de hacerles actuar impulsivamente y basta una fotografía para manipular sus centros cerebrales de decisión». (María Valerio: Una mujer atractiva les vuelve irracionales. Diario El Mundo, 26-diciembre-2003)



Sabido es que los casos de mujeres que en cualquier tiempo y lugar han alcanzado las más escarpadas cimas sociales armadas sobre todo con el piolé y la cuerda de sus atributos físicos son relativamente abundantes:

«Estoy convencida de que la creencia que da a nuestra civilización moderna y consumista el rol de primar la belleza sobre todas las cosas es una memez. Siempre, absolutamente siempre, la belleza en sí misma ha sido un valor. Podemos remontarnos muy atrás que, con la ayuda de la literatura, la escultura y la pintura siempre acabaremos por descubrir que lo hermoso en el hombre y la mujer siempre se ha revelado como algo deseable, y cuanto más bello fuera el sujeto, tanto mejor.

Que cambien los cánones estéticos de una época a otra es un proceso fácil de comprender, pero nadie piense que ahora se realizan más sacrificios por ser hermoso que los que se hicieron en el pasado, porque probablemente no es así. ¿Nadie recuerda los miriñaques, las permanentes al carbón, las pelucas con tirabuzones que también llevaban los caballeros, los incomodísimos polvos de arroz, los corsés que dejaban sin respiración a las jovencitas? No, ser bello ha sido una aspiración eterna que nunca variará. Si para serlo se muestran necesarios artificios, afeites o incluso la participación de la Ciencia, veremos cómo generación tras generación, los humanos recurrimos a ellos sin dudarlo un instante. Pretender que eso son rasgos capitalistas de última hora es maquillar la verdad». (Alicia Giménez Bartlett: Hermosos rostros. Diario El Mundo, 24-mayo-1998).



Y es que en esta era de sobrealimentación en que nos movemos (hablamos de Occidente, no se olvide) la belleza callejera es, en correspondencia, sobreabundante; pero de un siglo para atrás, o quizá bastante menos, ni la alimentación suficiente ni la belleza que ésta origina (no nos cansaremos de repetirlo) eran frecuentes en absoluto.
Como muestra de lo recién afirmado, expondremos que, con ocasión de la ejecución de El triunfo de Galatea, fresco realizado por Rafael Sanzio en la Villa Farnesina en Roma (imagen de la izquierda), su autor, en una carta dirigida al conde de Castiglione, hace de pasada una mención a la escasez de mujeres hermosas en los siguientes términos:



«En cuanto a la Galatea, yo me creería un gran maestro si las cualidades que Vuestra Señoría le reconoce existieran sólo por la mitad… y os diré que para pintar una belleza tendría necesidad de ver muchas con la condición de que vuestra señoría estuviera presente para escoger las más bella. Pero como los buenos jueces y las mujeres hermosas son tan raros, me aprovecho de cierta idea que se presenta a mi espíritu. Si esta idea tiene alguna excelencia artística, esto es lo que no sé por más que trato de averiguarlo».





1. Pigmalión o el amor autosuficiente

«Pigmalión, ya que había visto a las Propétides vivir inmersas en medio de la depravación (fueron las primeras mujeres en prostituir sus cuerpos a la vez que su hermosura), ofendido por los vicios que en muy gran número la naturaleza dio al alma femenina, vivía soltero sin esposa y durante largo tiempo careció de compañera de lecho.
Entre tanto, con técnica admirable esculpió con éxito un marfil blanco como la nieve y le dio una hermosura con la que ninguna mujer puede nacer, y se enamoró de su obra» (Ovidio: Metamorfosis)

(Izquierda Pigmalión y Galatea, de Luis Jean François Lagrenee; presidiendo esta entrada,  Galatea de las Esferas, o más bien La Gala-Thea, de Dalí; sobre estas líneas composición fotográfica sobre Edie Sedgwick, musa, galatea y víctima de Andy Warhol; algo más abajo, a la derecha, Pigmalión y Galatea, de Burne-Jones)

Si bien la exaltación realizada por Rafael correspondía a una nereida siciliana, existe otra Galatea muy diferente, bastante conocida, aunque no por su nombre (Galatea, Blanca como la leche —o, Más blanca que la leche, en chusco castizo): era la estatua que según el mito griego fue tallada por el rey Pigmalión y de la cual él mismo acabó enamorándose como un berraco.

La versión moderna más conseguida del mito Pigmalión se llama My Fair Lady, fervientemente aconsejable cinta de George Cukor (cartel en la imagen de la derecha) basada en la obra teatral de Bernard Shaw; en 1938 se había realizado otro Pigmalión con Leslie Howard de prota y con una Galatea que en el cartel promocional (abajo a la izquierda) tiene un gran parecido con Ava Gardner, pero que sólo se trata de Wendy Hiller.
La auténtica Ava vendría después, con otro filme sin pretensiones, Venus era mujer, del cual no queda otra memoria histórica que su imagen de prestando vidilla a una estatua bastante cutre. En parecido plan profesor-tonto / alumna-lista de la obra de Bernard Shaw, pero de otro autor, Willy Russell, también se rodó Educando a Rita, cinta bastante nominada ella que en España no catamos, no sea nos fuera a gustar (¿mencionamos también a las galateas de celuloide, en el sentido estricto de la palabra, Julia Roberts —en plan Pretty Woman— o Jane Fonda —en plan Barbarella? Bueno, pues las mencionamos)­.

En España somos más de morbo, por lo cual, a la hora de abordar el mito nos dejamos de marfiles y nos metemos en el caucho, y al sex-shop, directamente: Tamaño natural, de Berlanga y Azcona, con un Pigmalión de barrio encarnado hasta el escalofrío por un soberbio Michel Piccoli, es la contribución latina más sobresaliente a la leyenda, hasta el momento.
 También mencionaremos de pasada la curiosa versión paterno-filial del mito representada por el Pinocho, de Collodi, y llevada al cine en una realización a medio camino entre la Disney Factory y el culebrón dickensiano, por más que ambos no sean términos excluyentes.
Y, por último y en otro plano de la ficción, la ficción política, es bastante común el asimilar a Eva Duarte en el papel de Galatea, con Perón de Pigmalión como rey-presidente, lo cual supone arrebatarle a la frondosa criolla todo el mérito y el esfuerzo de su singular transformación. Como de costumbre.

Veamos ahora los orígenes históricos de la leyenda, los cuales se remontan a hace unos cinco o seis mil años y se sitúan en el importantísimo centro metalúrgico de Chipre (tan importante como que la palabra cobre deriva de Chipre), cuya ciudad más influyente fue Pafos, una isla controlada, es decir, dominada enteramente por los fenicios. Citando textualmente a James Frazer:

«La leyenda de Pigmalión menciona una ceremonia de matrimonio sagrado en la que el rey desposaba la imagen de Afrodita o, más bien, de Astarté. Si esto fue así, el relato tiene, en cierto sentido, realidad, no refiriéndose a un hombre solo sino a una serie completa de hombres, siendo más apropiado referirse a Pigmalión como a un nombre genérico de los reyes semíticos en general y de los de Chipre en particular (el nombre de Pigmalión resulta ser una corrupción del nombre original fenicio: Pumiyathon)». (La rama dorada).

Como de costumbre, centramos aún más el foco en su particularidad histórica recurriendo a Robert Graves:

«Pigmalión, casado con la sacerdotisa de Afrodita en Pafos, parece haber tenido la imagen blanca del culto de la diosa en su lecho como un medio para conservar el trono de Chipre. Si, en efecto, a Pigmalión le sucedió un hijo que le dio esta sacerdotisa, éste habrá sido el primer rey que impuso el sistema patrilineal a los chipriotas». (Los mitos griegos).


Estos antecedentes históricos, situados en la época en que los reyes-sacerdotes patriarcales fueron paulatinamente suplantando a las ancestrales sacerdotisas de la Diosa-Madre, quedaron codificados en clave mitológica, y así transcrita por diversos autores griegos como Apolodoro, Filostéfano u Ovidio; pero fue este último quien transformó el relato, pues, según los mitógrafos que le antecedieron, Pigmalión se enamoraba de una estatua de Venus preexistente, mientras que ahora el insatisfecho rey de Chipre se decide por el "hágalo usted mismo" y la bricomanía, apañándose una muñeca, que si bien no era hinchable, era lo más aproximado posible teniendo en cuenta los materiales y la tecnología de la época. Esta versión fue la adoptada y adaptada por escritores y cineastas modernos (con la poco importante excepción hecha de la Venus era mujer antes citada, que optó por la versión más antigua y más sosita, dónde va a parar).



Hoy día, un paseo por las calles céntricas de cualquier capital del mundo nos puede llevar a constatar la evidencia de incontables mujeres hermosas. Y sin embargo, a pesar de la aparente saturación de la oferta, la belleza continúa vendiendo y el hambre de belleza continúa vivo. Y, sin entrar en estudios profundos, y haylos múltiples y abundantes (aquí vamos de comprender, no de alardear), siguen existiendo mentes brillantes que nos descubren y acercan la vigencia del mito de Pigmalión y Galatea (la desesperación por crear un tipo de hermosura inexistente alrededor) al lenguaje de la apresurada gente de a pie:



«…Marilyn Monroe, la rubia espléndida, coqueta, dulce y tonta que caminaba sobre las cabezas de los hombres… Marilyn era, por definición, inalcanzable. Podíamos fantasear con ella, verla taconear por la calle, enfrascada en el balanceo oceánico de sus caderas, piropearla, incluso tenerla por vecina e invitarla a una copa, pero no era más que un fantasma, una hermosísima estatua de carmín y de luz, sonriente Galatea nacida a la vida quimérica del celuloide gracias al Pigmalión del cine» (David Torres: Un rayo de luna. Diario El Mundo, 8-febrero-2005)



2. Sissi o la Cenicienta (relativa)

«Al principio, la emperatriz no era muy partidaria de las modernas instalaciones sanitarias ni tampoco de los cuartos de baño ya incorporados (que no existían en ninguno de los demás palacios imperiales). Porque en tal caso, «quedarían sin trabajo no sé cuántas mujeres encargadas de colocar las bañeras y llenarlas». Otra cosa que le chocaba eran los lavabos en forma de concha que había en los pasillos. En cierta ocasión, el arquitecto Hasenauer observó cómo la emperatriz se divertía abriendo y cerrando los grifos de agua» (Brigitte Hamann: Sisi, emperatriz contra su voluntad)


No vamos a descubrir aquí la penicilina si afirmamos que el alma de la mayoría de la obra pictórica occidental es la imagen femenina (camuflada hipócritamente en vírgenes, mártires, venus, minervas, dianas, gracias y ninfas), impulsora de las colecciones reales y aristocráticas que a partir del Renacimiento originaron todas las pinacotecas del mundo.
Sin embargo, ya en el burgués s.XIX, descaradamente y sin tapujos mitológicos ni religiosos «existían algunas famosas galerías de mujeres hermosas. La colección más célebre era la reunida en el Nimphenburg por el rey Luís I de Baviera, tío de Sissi. La principal atracción de dicha galería es (hasta hoy) el retrato de la amante real, Lola Montes, por la que Luís I tuvo que abdicar en 1848… en su mayoría se trata de mujeres pertenecientes a la burguesía».

El anterior párrafo (así como todos los siguientes relativos al tema) pertenece al libro de Brigitte Hamann, Sisi, emperatriz contra su voluntad; es un párrafo que viene al pelo en nuestro relato por cuanto de una tacada se cita a dos cenicientas, Lola Montes y una Elisabeth de Baviera, falseada ésta hasta la traición personal por las películas de Romy Schneider (el enlace Empress Elisabeth of Austria - Sissi pone a nuestra disposición, como complemento que hará más comprensible este artículo, una magnífica colección de fotografías y retratos acompañados de sus fechas correspondientes).  

Pareciera que incluir a Sissi en la categoría de las cenicientas es forzar demasiado el tipo, sobre todo teniendo en cuenta que era la niña consentida, hasta la desatención, de una familia aristocrática en la que nunca nadie pegó palo al agua ni antes ni después de la sorpresiva boda imperial de la chiquilla; por este motivo Sissi nunca se vio afectada del "sindrome de Cenicienta", ni de cualquier otro tipo de complejo comparativo, conservando unas ansias de individualismo rayanas en la irresponsabilidad hasta el mismo momento de su absurdo asesinato a manos de un anarquista en busca de una víctima cualquiera de la realeza. Pero ahí vamos: Sissi era el patito feo de la familia y estaba destinada, con mucha suerte, a un matrimonio irrelevante, tanto a causa de su desmañado físico como por la escasez de su dote; por ello su familia nunca se cuidó de su educación... ni casi de su higiene; una familia numerosa, en fin, con hijos más dotados que ella por la naturaleza y el patrimonio:

«Era una niña poco desarrollada y tímida, de largas trenzas trigueñas, muy delgada y con ojos color canela, de expresión algo melancólica. Entre sus siete hermanos, todos muy temperamentales, había crecido como un alma cándida, alejada de toda obligación cortesana. Montaba bien a caballo, era buena nadadora, le gustaba la pesca y el montañismo… En su niñez era más bien vulgar y poco femenina, de redonda cara de campesina.


La gran belleza de la familia ducal fue, al principio, su hermana mayor, Elena (en la foto que abre este punto, Elena es la joven  de la izquierda, y Sissi  la de la derecha). Y era para ella que se había previsto un "gran partido": nada menos que el emperador de Austria… Que el joven emperador no pidiera en Ischl la mano de Elena, sino la de la pequeña Sisi [de 15 años], la asombró a ella misma —y a su familia— más que a nadie. Elisabeth era graciosa, espontánea y deportiva, pero estaba poco desarrollada y tenía cierto aire melancólico, lo que sin duda —en contraste con las frívolas condesas de Viena— le confería un encanto muy particular».


La bucólica muchacha (llamarle campesina sería faltar a la realidad sociológica) ni estaba preparada para ser emperatriz ni nunca llegó a estarlo en su vida: «Sisi estuvo enferma, prácticamente, desde el día de la boda, ya fuera aquejada de una cosa u otra. No comía, con frecuencia le flaqueaban las fuerzas, estaba anémica y, por si fuera poco, pisaba el parqué cortesano con máxima inseguridad. Todo ello no favorecía, en consecuencia, su aspecto externo. Así pues, su creciente atractivo quedó oculto durante largo tiempo…».

La vida de Sissi no deja de ser un curioso laboratorio del "efecto Pigmalión" (figurativamente, se llama efecto Pigmalión al hecho de que las expectativas que tenemos sobre las personas, cosas o situaciones, nos empujan a actuar de tal manera que tales expectativas acaban realizándose). En la primera fase de su vida, cuando su familia no daba un duro por ella, en ningún sentido, se crió como una muchacha "más bien vulgar y poco femenina" y con muy escasa autoestima.
Francisco José no tenía ni siquiera noticias de su existencia: los archivos guardan fotografías de familia en las que Sissi, como escondiéndola o escondiéndose, es el único miembro del clan que no aparece (entre siete hermanos nadie la echó de menos entonces)... y eso en aquella época inicial de la técnica fotográfica, la cual constituía en sí misma un acontecimiento social de primer orden. Así pues el emperador, careciendo de cualquier referencia y prejuicio, la encontró encantadoramente espontánea hasta el punto de trastocar todos los planes matrimoniales; ironías del destino: esa misma naturalidad que su familia no se había preocupado en "educar", en eliminar, fue la responsable del súbito interés del emperador.
De lo que fue pasando después, trataremos a continuación.

«En mi gran soledad / compongo pequeños cantos; el corazón, lleno de pena y tristeza, / me oprime el espíritu.

¡Qué joven y rica fui un día / en ilusiones y esperanzas! / Creí poseer inmensas fuerzas, / y el mundo se abría ante mí.
Viví y amé, / y recorrí el mundo. / Mas no hallé lo que buscaba. / Engañé y fui engañada. »
(Elisabeth de Austria-Hungría (Sissi), 1886 (a los 49 años de edad): Abandonada)



3. Sissi o la Galatea de sí misma
« ¿Tendrías tú la audacia / de acercarte a mí? / Más, cuidado, mi frío ardor mata. / Me gusta bailar sobre cadáveres.
¿Buscas un juego de amor, / loco humano mortal? / ¡Si con hilos de oro / ya tejo tu sudario…!
Mi hermosa apariencia / te impacienta hasta morir, / mientras yo te observo y río / desde ahora hasta la aurora. »
(Elisabeth de Austria-Hungría (Sissi), 1887: Canción de rueca de Titania)


Dejemos aquí a la relativa cenicienta Sissi para emprenderla con la Sissi seductora, dentro de un apañado cambio de tercio que nos coloca en posición de admirar, con la misma sorpresa con la que Sissi pudo comprobar por sí misma, cómo se puede vivir con la cara, siempre que sea bonita y esté sustentada sobre una peana adecuada (a partir de unas mínimas relaciones sociales, naturalmente).


Resulta que la que llegaría a ser una "casi legendaria hermosura" se desarrolló muy lentamente y a lo largo de sucesivos partos. Pues resultó que, a diferencia de lo que suele ocurrir normalmente, los tres hijos habidos durante los cuatro primeros años de matrimonio despertaron el milagro de feminizar su figura, y el patito desmañado se fue convirtiendo en un majestuoso cisne (tuvo un matrimonio profundamente infeliz, como lo fue el de su madre, dicho sea de paso, y en el que no vamos a perdernos aquí, pero que describe admirablemente el texto de Brigitte Hamann). Una transformación evolutiva conseguida no sin estudio ni dedicación, por cierto: siguiendo el ejemplo de su tío, el antecitado Luís I (abuelo de su primo, Luís II de Baviera, "el rey loco" del cine) Sissi dio en coleccionar fotos de mujeres guapas:


«Comienzo un álbum de bellezas y colecciono fotos de mujeres. Te agradeceré que me envíes todas las caras bonitas que puedas conseguir de Angerer y de otros fotógrafos».


Tal nota le fue remitida a su cuñado, el archiduque Luis Víctor. También los diplomáticos austríacos recibieron la indicación de mandarle al ministro de Asuntos Exteriores fotos de chicas guapas cualesquiera con el mismo secreto destino: secreto de Estado. Ni que decir tiene que los pobres diplomáticos debieron quedar con su reputación bastante maltrecha pues nadie podría creerse su explicación... en el caso de que pudieran darla sin incurrir en delito de alta traición.

Y es que «cuando aún no había cumplido los treinta años, Elisabeth era una resplandeciente belleza. Saboreaba la conciencia de esa beldad, triunfaba con ella sobre sus adversarios vieneses y aceptaba como un lógico tributo que su imperial esposo fuera su más ardiente y rendido admirador…

Sissi no había logrado ese cambio con su esfuerzo, su simpatía o su inteligencia, sino exclusivamente gracias a su belleza. Por ello se comprende la exagerada importancia que ella daba a su apariencia. En el punto culminante de su hermosura, se dio perfecta cuenta de que su belleza era su fuerza y de que podía utilizarla como sistema de coacción para realizar sus deseos».
Y el bueno del emperador Francisco José, chochito por el bellezón de su esposa, en lo cual tenía mucho que ver el que ella le tenía vetado el acceso a su dormitorio, todo hay que decirlo, también sabía utilizar tal éxito en propio beneficio (algo en lo que coincide con todos los maridos en su misma circunstancia):
«Sissi constituye una gran ayuda para mí, dada su amabilidad, su tacto y su dominio de la lengua húngara, ya que la gente prefiere oír alguna advertencia de una boca bonita».

En esta carta del emperador a su madre se trasluce el embeleso que ejercía la emperatriz sobre el común, siempre deseoso de "princesas del pueblo" elegantes y distinguidas a quienes (por considerarlas como sus representantes ante el mundo) costear tanta elegancia y distinción.

Y es que, además, la gente sencilla fue la primera en darse cuenta de la belleza de la emperatriz. Cuando paseaba a caballo por el Prater, las personas se agolpaban para verla… Cuando se dejaba ver en la ciudad se formaban aglomeraciones. Los curiosos llegaban a cortar la calle delante de su coche… Ya a los dos años de la boda, el ministro de Policía confió a su diario que «la belleza de la emperatriz Elisabeth atrae a la corte a muchas personas que de otro modo no hubiesen venido».


Y el boborro del embajador norteamericano en Viena, por ejemplo, escribía en 1864 a su mammá:

«Como con frecuencia te conté, la emperatriz es un milagro de hermosura: alta y esbelta, de formas preciosas; con una cascada de cabellos de color castaño claro; una frente pequeña y griega; ojos dulces; labios muy rojos, de tierna sonrisa; una voz queda, de timbre encantador, y una actitud entre tímida y graciosa…».


Pues anda que si escuchamos, nada menos, que al káiser alemán, Guillermo II…!:

«Ella no se sentaba, sino que se posaba; no se ponía de pie, sino que se alzaba…».

En fin, así somos los tíos. Según nos cuenta Brigitte Hamann, Sissi extraía su progresiva seguridad en sí misma del hecho de ser una belleza cada vez más sorprendente y extraordinaria. Y fue en el extranjero (en los constantes viajes en los que huía de su marido en particular y de sus obligaciones estatales en general) donde la tímida e insegura muchachita bávara se convirtió en una mujer madura y sumamente consciente de su hermosura. «Esta nueva seguridad en sí misma se transformó con el tiempo en un convencimiento de ser una "elegida", basado en la conciencia de esa belleza física tan extraordinaria».


Sissi, en definitiva, fue a la vez Pigmalión y Galatea, se moldeó a sí misma, y gracias a los efectos visibles y comprobados de su belleza en los demás (en la gente que no la conocía personalmente) se dedicó obsesivamente al cultivo de su aspecto, con lo que, en un efecto de espiral abierta, fue aumentando su autoestima hasta tocar las nubes. Dio así la vuelta al efecto Pigmalión, ganándose la sumisión de su marido y el respeto de su suegra-rival... así como de toda la gente que sí la conocía personalmente. Acabó perdidamente enamorada de sí misma (las estrofas que encabezan este apartado dan fe de su concepto de sí misma: era Titania, la reina de las hadas medievales), entroncando así con otro mito: el de Narciso. Les pasa a muchas.



A propósito de Titania (responsable del nombre del titanio, el metal de fachada del Guggenheim bilbaíno), diremos que la identificación de Sissi con ella era obsesiva hasta el punto de saberse de memoria la partitura vocal de El sueño de una noche de verano, la música incidental que Mendelssohn compuso escenificando la comedia de Shakespeare, y de la cual forma parte la Marcha nupcial (que en la obra sirve de marco a la reconciliación de la reina Titania con el rey Oberón), es la misma pieza que hoy acompaña al altar a todas las parejas de novios del mundo. Pues bien, fue gracias al influjo personal de Sissi que tal pieza pagana se incorporase por vez primera a unas nupcias cristianas: las de su prima Victoria Adelaida, hija de la reina Victoria de Inglaterra. A partir de esa boda, la costumbre de introducir sus acordes paganos en las iglesias, cristianas o católicas, no parece tener visos de desaparecer.
(Bajo estas líneas, Boda de Oberón y Titania, de John Anster)



«Aunque sea acercarse de nuevo a la crónica rosa que ha marcado la leyenda reciente de Sissi, es inevitable establecer un paralelismo entre la emperatriz austriaca y la última princesa de cuento del siglo XX, también conocida por su nombre reducido, Lady Di. Ambas casaron jóvenes con los solteros más codiciados. Las dos se enfrentaron con sus suegras en sus primeros años de matrimonio. Sissi y Diana superaron pronto en popularidad a sus reales maridos, cultivaron la belleza con obsesión, sufrieron bulimia y anorexia, se saltaron las elevadas verjas de sus palacios y se adentraron en terrenos políticos intocables para ellos. Frívolas y solidarias, derrochadoras y comprometidas con los desheredados al mismo tiempo, Elisabeth de Austria y Diana de Gales murieron un mes de septiembre, fuera de su país y de forma violenta. Puras coincidencias, porque la historia no se repite. La de Sissi, simplemente, se está rescribiendo ahora» (Rafael Moyano: 1998, 100 años de la muerte de una mujer del siglo XX. Diario El Mundo, 1-febrero-1998)


«Elizabeth no fue la princesa almibarada y tierna, un poco desvaída, que se muestra en las películas de Romy Schneider que en la década de los 50 hicieron creer a las niñas que de verdad existían los cuentos de hadas. Años después, la actriz volvería a interpretar a Sissi en Luis II de Baviera, dirigida por Luchino Visconti, aunque de una manera muy distinta a la trilogía (Sissi, Sissi Emperatriz y El destino de Sissi). No es tampoco la dulce heroína de los cuentos editados por Bruguera en los 70 -que hicieron las delicias de quien esto escribe- ni es la princesita de los dibujos animados que se emitieron en los 90, con motivo del aniversario de su muerte. Elizabeth fue una mujer rebelde, de extraordinaria inteligencia, que nació antes de tiempo y que vio con absoluta clarividencia cómo el gusano del tiempo corroía las frutas podridas de los Habsburgo. Así lo ve Ana Mª Moix en Vals Negro:
"Es decir, los cabezas máximas de todas las monarquías europeas, los representantes de la vida diplomática del orbe entero y la consternada corte vienesa vio, de repente, cómo el emperador había envejecido y, con él, también su Imperio, el siglo y, en definitiva, el mundo en el que vivían"». (Anabel Sáiz Ripoll: Sissi, la emperatriz incomprendida)


4. Desmontando a Cenicienta
 «El hijo del rey, cuando le avisaron de que acababa de llegar una gran princesa a quien nadie conocía, salió a recibirla. Le ofreció la mano para ayudarla a bajar de la carroza y la condujo al salón donde estaban todos los invitados. Se hizo un gran silencio cuando entraron: se interrumpió el baile y los violines dejaron de tocar, tan atentos estaban todos contemplando la radiante belleza de aquella desconocida. No se oía más que un rumor confuso:
— ¡Oh, qué hermosa es!»
(La Cenicienta: según versión de Charles Perrault)



Tanto Perrault como los hermanos Grimm como otros menos famosos recreadores de leyendas populares tienen su versión de esta fantasía que nos ocupa. Aparte del italiano Gian Battista Basile, en plan feminista reivindicativo mencionaremos a dos mujeres francesas: la Baronesa d'Aulnoy, en el s.XVII, quien fue por cierto la acuñadora del epíteto que hoy clasifica a estas ficciones como "Cuentos de hadas", y a Jeanne-Marie Leprince de Beaumont en el s.XVIII.
En nuestra fantasía de hoy, una muchachita consigue alzarse, ¡aleee-hop!, de una vertiginosa pirueta  desde las cenizas de la cocina de su hogar (a la derecha, escena ad-hoc del ballet La Cenicienta -Cinderella-, de Prokofiev, en el Teatro Real de Madrid esta temporada), hasta el primer puesto femenino de su país, nación, autonomía, estado, federación, región, nacionalidad, república, principado, circunscripción o reino, que todo es discutido y discutible. Y todo ello sin otras prendas personales que su cara bonita su tipito serpentino y sus estudiadas monerías (por lo demás, sus únicos estudios conocidos).


Si bien las más famosas de tales recreaciones fueron llevadas al papel a partir de finales del s.XVII, y «aunque resulta imposible determinar con precisión la época en que fue inventada la primera historia del tipo Cenicienta, lo que sí sabemos es que existe una versión china de este cuento, escrita hace más de mil años por un tal Tuan Ch'eng-shih, uno de los primeros coleccionistas de cuentos populares, o al menos el más antiguo de que se tiene noticia. Y nos informa de que se trataba de una historia ya muy vieja en su tiempo y que no había dejado de repetirse de generación en generación». (Bruno Bettelheim: Introducción a Los cuentos de Perrault).

No obstante, en nuestra tradición greco-judía no existen antecedentes de tan superficiales favoritismos hasta la Edad Media y sus amoríos caballerescos. Aquellos estaban basados en los entrevistos deleites físicos de alguna velada almidonada y encorsetada palaciega o en las más abundantes carnes de las moças fermosas de frontera.
Ninguna de éstas, por cierto, consiguió realizar la meteórica carrera de "Culo de ceniza", aunque sí logró una mejor vida para sus nobles bastardetes: el color azul púrpura de la espesa sangre del padre no quedaba desteñido por el pardusco color de la agüilla venosa o así de la madre, la cual no tenía arte ni parte en la alcurnia natural de su hijo (ya vimos ayer que, siguiendo a Aristóteles, la Iglesia consideraba que el corruptible cuerpo de los nacidos es cosa de la madre pero el alma inmortal, ¡ah!, el alma inmortal es trasmitida por el padre).

Y es que Culo de ceniza era el nombre realmente aplicado a nuestra heroína en la versión de Perrault por sus hermanastras, sin que al día de hoy nos haya sido desvelado el nombre de pila o referencia fiscal de la polvorienta moza.



«—Ninguna otra ha de ser mi esposa, sino aquella cuyo pie quepa en este zapato, respondió el príncipe.
Las dos hermanastras se alegraron pues ambas tenían lindos pies. La mayor fue a su cuarto para probarse la zapatilla; su madre la acompañaba. Pero no le cabía el dedo gordo, y el zapato le estaba muy pequeño; entonces, la madre, tendiéndola un cuchillo, le dijo:
— ¡Córtate el dedo!: cuando seas reina no necesitarás andar a pie» (La Cenicienta: según versión de Jacob y Wilhelm Grimm)

(Debajo, detalle central de Demasiado rápido, composición fotográfica de Thomas Czarnecki, un hallazgo de mensaje y de título, contundente y significativo; perteneciente a la serie El final del cuento) 








5. La cultura cenicienta

«Cuando llegó el día de la boda, se presentaron las hermanastras deseosas de congraciarse con Cenicienta. Cuando los novios se encaminaron a la iglesia, la mayor iba a su derecha, y la menor a su izquierda: entonces las palomas que antes habían ayudado a Cenicienta, de sendos picotazos, les sacaron un ojo a cada una. Después, cuando salieron, la mayor iba a la izquierda y la menor a la derecha: entonces las palomas, de sendos picotazos, les sacaron un ojo a cada una. Y de este modo, como castigo por su maldad y falsedad, quedaron ciegas para el resto de sus vidas.» (La Cenicienta: según versión de Jacob y Wilhelm Grimm)


Por parte de nuestros ascendientes culturales griegos, que en todos los demás aspectos de su cultura adoptaron y adaptaron (plagiaron, decimos hoy) la cultura egipcia, tenemos que siempre se extrañaron de su manía admiratoria por los encantos femeninos.
Para los griegos la verdadera belleza era la masculina, y ello hasta el punto de que existen versiones mitológicas del antecitado mito de Pigmalión que cuentan que lo que el rey chipriota talló realmente, y lo que le pirrió verdaderamente, fue la imagen de un mancebo, no la de una moza; y las gracietas de Helena dejaban más bien fríos a los helenos, encandilando solamente a gente endeble como el tal Paris, un amanerado tipejo bárbaro procedente de Troya, allá en el Cercano Oriente

Tal desdén por el "eterno femenino" no fue óbice para que los paisanos de Helenita aprovecharan la ocasión que les brindaba el caprichoso asunto y organizar la de Troya, quedándose de carambola con el dominio comercial del Egeo, cuyo acceso a las riquezas del Mar Negro por el paso de los Dardanelos controlaba el imperio hitita por medio de sus aliados troyanos, y que era lo que en verdad importaba entonces e importa a los príncipes de todas las épocas.

De los romanos, tan fervientes admiradores de los recios espartanos como desdeñosos de los lánguidos atenienses, ni hablamos... A excepción de uno de ellos, el cual, a diferencia de la inmensa mayoría de sus conciudadanos del s.II, era un ferviente admirador de la Atenas clásica en general y de Platón en particular.
Nos referimos a Apuleyo, en cuyo libro mágico de metamorfosis engarzadas, El asno de oro, encontramos un inesperado antecedente de nuestro cuento. Se trata de la fábula de Eros y Psiquis, leyenda creada con la entidad de una tragedia griega, pero que al pasar por la gatera burguesa de su simplificación argumental como cuento infantil, se deja en ella todo el pelaje filosófico que da entidad al asunto (baste comparar la alegoría de la izquierda, Cupido y Psique, de Bouguereau, con la "alegoría" de la derecha sobre el mismo tema... cuya composición, como puede apreciarse, calcó Disney, por cierto): los neoplatónicos lo interpretaron como «la tortura del mortal llevada a cabo por el dios que le inspira… Las ordalías sufridas por Psique para recobrar el Amor eran entendidas como estadios de una iniciación mística» (Edgar Wind: Los misterios paganos del Renacimiento).

Dado que el tema merece más amplitud y entrada propia, nos limitaremos a establecer el paralelismo fundamental entre los personajes: Psiquis, personificación del alma en Apuleyo, sería Cenicienta en el cuento dieciochesco; Eros sería el príncipe; Venus, celosa de la belleza de Psiquis, vendría a convertirse en la madrastra: en ambos relatos, ambas se dedican a hacer la vida imposible a Psiquis-Cenicienta, y hay pruebas que ésta tiene que superar que son significativamente similares, como la de separar distintos tipos de semillas, una labor esta en la que en ambas narraciones la protagonista es ayudada por espontáneos animalitos (bajo estas líneas, La prueba de las semillas, fresco de Giulio Romano en el Palacio Ducal de Mantua).
En ambos relatos, Cenicienta tiene dos hermanas más o menos cercanas pero igualmente envidiosas de su belleza... Y la leyenda de Apuleyo comienza de aquesta guisa:

« Érase en una ciudad un rey y una reina, y tenían tres hijas muy hermosas: de las cuales, dos de las mayores, como quiera que eran hermosas y bien dispuestas, podían ser alabadas por loores de hombres; pero la más pequeña, era tanta su hermosura, que no bastan palabras humanas para poder expresar ni suficientemente alabar su belleza…»

En cualquier caso el hecho de que en el texto romano, la historia sea narrada por una vieja bruja indica que, también, lo que hizo Apuleyo fue recoger una tradición oral que ya era muy antigua en el siglo II. Y es que suele ocurrir siempre que la cultura profunda de una época suele ser elaborada y transmitida por personas que tienen poco que ver con la cultura dominante en su época. Ustedes ya entienden este contrasentido sólo aparente.


Por la parte judía solamente tenemos, durante el s.-V, el antecedente bíblico de una Cenicienta llamada Esther, elegida por mona por simpática y por limpia (abajo a la izquierda, Esther preparándose para ir ante Asuero, de Théodore Chassériau) para que el rey Jerjes I, llamado Asuero en la Biblia, pudiera vengarse del feo que, muy dignamente (y muy olvidadamente: a los no judíos, ni agua), su esposa primera le había hecho al negarse a ser exhibida a lo tonto modorro delante de un montón de embajadores babosos:

« En el séptimo día, estando el corazón del rey Asuero alegre a causa del vino, mandó a los siete eunucos que le servían personalmente que trajesen a la presencia del rey a la reina Vasti, con su corona real, para mostrar su belleza a los pueblos y a los gobernantes; porque ella era de hermosa figura; pero la reina se negó a venir con los eunucos, y el rey se irritó mucho y se encendió en cólera.
Preguntó entonces el rey a los sabios conocedores del derecho… Y Memucán respondió: …"No es sólo al rey al que ha ofendido la reina Vasti… porque el hecho llegará a conocimiento de todas las mujeres y será la causa de que menosprecien a sus maridos… Si al rey le parece bien, haga publicar que la reina Vasti no aparezca más delante del rey Asuero, y dé la dignidad de reina a otra que sea mejor que ella"» (Libro de Esther, 1)

Así se escribe la historia: Una reina da muestras de verdadera dignidad… y se la quitan de inmediato. Sin embargo, el nombre de Esther es abundantemente adoptado, algo muy curioso teniendo en cuenta que su significado, estrella, representa una leve deformación de Isthar y de Astarté, de igual sentido, diosas orientales antecesoras de Venus-Afrodita; como rudo contraste, no sabemos de la existencia de una sola Vasti ni siquiera en las cavernas del feminismo más agreste.


Pero sigamos con la saga de la traidora Esther (traidora a su sexo, que no a su pueblo, que por lo visto es lo que prima):

«Entonces dijeron los jóvenes que servían al rey: "Búsquense para el rey jóvenes vírgenes de hermosa apariencia. Nombre el rey oficiales en todas las provincias de su reino, para que reúnan en Susa, la capital, a todas las jóvenes vírgenes de hermosa apariencia, en el harén que está bajo el cuidado de Hegue, eunuco del rey y Guardián de las mujeres; y provéase su tratamiento cosmético".
Había en Susa, la capital persa, un judío llamado Mardoqueo… y había criado a Esther, hija de su tío, pues no tenía padre ni madre. La joven era bella de talle y de hermosa presencia. Cuando se publicó el edicto del rey… fue tomada también Esther y llevada a la casa del rey bajo la vigilancia de Hegue, Guardián de las mujeres…» (Libro de Esther, 2)


Dejemos aquí la historia: Esther fue elegida para ocupar el lugar de Vasti…, pasando a engrosar el harén real junto a unos cuantos cientos de otras bellezas, eso sí, en calidad de Primera Dama, perdón, no: en calidad de dama primera. Son las cosas que suelen pasar en la vida real.
En el próximo capítulo de esta serie que ya se me está desparramando más de lo previsto, vamos a pasar revista a los casos de mujeres, encumbradas gracias a sus atributos físicos, más famosos de la Historia, por orden de aparición en escena. Por supuesto no estarán todas las que fueron, pero sí que dieron mucho que hablar de lo suyo en su época todas las que estén.


«… Quiero ver si la belleza
tiene tal prerrogativa,
que me encumbre tan arriba,
que aspire a mayor alteza.

Si las almas son iguales,
podrá la de un labrador
igualarse por valor
con las que son imperiales.

De la mía lo que siento
me sube al grado mayor,
porque majestad y amor
no tienen un mismo asiento.
(Miguel de Cervantes: La gitanilla)







«… El hombre es un animal domesticado ... Digamos, pues, que la caza de animales domesticados es doble: Con la piratería, la esclavitud, la tiranía, las artes de la guerra formaremos una sola especie y la llamaremos caza por la violencia.
Pero la caza por la persuasión se divide en dos géneros; la una es privada, la otra pública. En la caza privada hay la que reclama un salario y la que hace presentes, como es la caza de los amantes, que tienen costumbre de hacer presentes a los que persiguen por amor; esta especie de caza privada será el arte de amar» (Platón: Diálogos: El Sofista o Del Ser)




Sed buenos si podéis...
………………………. «...Eso sí, procurad dejar vuestra parcela de mundo, al salir, algo mejor de lo que la hallasteis al entrar»



2 comentarios:

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Esta aventura es una exploración de las venas vivas que parten del pasado y siguen regando para bien y para mal el cuerpo presente de esta sociedad occidental... además de una actividad de egoísmo constructivo: la mejor manera de aprender es enseñar... porque aprender vigoriza el cerebro... y porque ambas cosas ayudan a mantenerse en pie y recto. Todo es interesante. La vida, además de una tómbola, es una red que todo lo conecta. Cualquier nudo de la malla ayuda a comprender todo el conjunto. Desde luego, no pretende ser un archivo exhaustivo de cada tema, sólo de aquellos de sus aspectos más relevantes por su influencia en que seamos como somos y no de otra manera entre las infinitas posibles. (En un comentario al blog "Mujeres de Roma" expresé la satisfacción de encontrar, casi por azar, un rincón donde se respiraba el oxígeno del interés por nuestros antecedentes. Dedico este blog a todos sus participantes en general y a Isabel Barceló en particular).