«Los contextos de las palabras van almacenando la historia de todas las épocas, y sus significados impregnan nuestro pensamiento y se interiorizan. Y así las palabras consiguen perpetuarse, sumando lentamente las connotaciones de cuantas culturas las hayan utilizado» (Alex Grijelmo: La seducción de las palabras)

«Las sociedades humanas, como los linajes animales y vegetales, tienen su historia;
su pasado pesa sobre su presente y condiciona su futuro» (Pierre P. Grassé: El hombre, ese dios en miniatura)

10 feb 2010

De Palacios y Templos


«En la isla de Timor, el gran sacerdote no sale nunca del templo mientras están en guerra; le llevan los alimentos o los cocina allí dentro; día y noche debe mantener el fuego encendido, porque si lo dejase apagar sobrevendría el desastre, que se prolongaría mientras el hogar estuviese frío» (James G. Fraser: La rama dorada)

En la actualidad los palacios y sus castillos complementarios cumplen un papel poco más que de reclamo turístico, habiendo quedado como telón de fondo fotográfico para álbumes familiares. Cuesta trabajo creer que estos cascarones huecos ―no decimos vacíos pues están medio llenos de un mobiliario tan bello como ostentoso― sean los restos del huevo donde se gestó el mundo que conocemos, un papel que desarrollaron codo a codo con los preexistentes templos, unos espacios hoy casi llenos y plenamente vigentes para unos y casi vacíos y plenamente obsoletos para otros, que en este asunto no hay medias tintas, y aquí no vamos a entrar en ello.

Lo que sí es seguro es que el altar surgió antes que el templo, éste antes que el palacio, y el sacerdote antes que el rey. Los primeros altares fueron las hogueras encendidas para conservar en la tierra el fuego divino del cielo transmitido por el rayo; unos fuegos colocados enseguida en alto para su preservación y mejor conservación. Desde el comienzo, altar y alteza ya aparecen unidos en el verbo, en la palabra, ambos derivan de 'altus', alto, altura… junto a altivo, altanero y exaltado. Y ese fuego del altar precisa de un techo y unas paredes que lo preserven de las inclemencias atmosféricas y lo oculten de las asechanzas tribales y los espíritus hostiles: templo significa recinto. Y necesita a su mismo pie de un guardián permanente que evite tanto su extinción como su propagación: es el sacerdote, mejor dicho, es la sacerdotisa: la luna, deidad primigenia, es un planeta intrínsecamente femenino.



«En el sistema religioso arcaico no había dioses ni sacerdotes sino solamente una diosa universal y sus sacerdotisas, pues la mujer constituía el sexo dominante y el hombre era su víctima asustada. No se honraba la paternidad y se atribuía la concepción al viento, la ingestión de habichuelas o a la deglución accidental de un insecto; la herencia era matrilineal y a las culebras se las consideraba encarnaciones de los muertos. Eurínome ("amplio vagabundeo") era el título de la diosa como la luna visible; su nombre sumerio era Iahu ("paloma eminente"), título que más tarde pasó a Jehová o Yahvé o Iahvé como el Creador. Fue en forma de paloma como Marduk la dividió simbólicamente en dos en el Festival de Primavera babilónico, cuando inauguró el nuevo orden mundial». (Robert Graves: Los mitos griegos)

 
(La imagen que esta vez nos sirve de portada, arriba del todo, es un fragmento de un estandarte hitita de bronce del año 1900... antes de Cristo. La cruz, junto con el círculo o la circunferencia, es uno de los símbolos humanos inmemoriales. Representa la totalidad del universo en sus dos líneas cardinales)


1 El Fuego Sagrado
«Se han hallado en el bosque de Diana en Nemi estatuillas de bronce que representan a la diosa con una antorcha en la mano derecha alzada, y las mujeres cuyas súplicas fueron escuchadas por ella venían al santuario coronadas de guirnaldas y llevando antorchas encendidas en cumplimiento de sus votos. Las lámparas de barro cocido descubiertas en el bosque quizá sirvieron a la gente pobre para iguales fines. Si fue así, sería manifiesta la analogía de esta costumbre con la práctica católica de las ofrendas de cirios bendecidos en las iglesias. Además, el nombre de Vesta [diosa del fuego hogareño] que tenía Diana en Nemi señala con claridad el mantenimiento de un fuego sagrado y perpetuo en su santuario» (James G. Fraser: La rama dorada)

Anteriormente a la domesticación del fuego, todo lo incomprensible, lo misterioso, lo sagrado, se había materializado en los enterramientos y expresado en incisiones y dibujos, betilos y estatuillas hallados en cuevas y abrigos rocosos. Con el fuego lo sagrado se personaliza en el sacerdocio femenino en primer lugar, en el sacerdote-rey después y éste termina sublimándose en el dios por último, así y por ese orden. Es un fenómeno que surgiría en diversos lugares simultáneamente, o casi, y se propagaría enseguida al resto de los pueblos.


Y es que en este campo los avances en genética y su rastreo del ADN también han propiciado descubrimientos acerca de la genealogía de las sociedades que hasta ahora solamente podían ser motivo de discusión teórica. Entre estos hallazgos está la comprobación de que la transmisión y contagio de la cultura se produce como fruto de las emigraciones en masa, y no por la vía de la imitación a cargo de algunos individuos. Así fue como, en un desarrollo paralelo al de las tribus ganaderas, las comunidades agrícolas fueron aglutinándose en grandes colectividades, a base de emigrar, absorbiendo expulsando o eliminando a sus vecinos ―operación maquillada y embellecida con el nombre de "imperio''―, y convirtiéndose por último en Estados agrícolas bajo la batuta de una todopoderosa casta sacerdotal.




Tanto 'sakros' como 'sacer, sacra, sacrum', santo, augusto, son palabras raíz de donde sale tanto el sacerdote, "el que hace sagrado algo" (de 'sacer', sagrado, y 'dhe', hacer, vocablo indoeuropeo), como sacramento, 'sacramentum', "depósito que los litigantes dejaban en garantía en manos del sacerdote y que satisfacía como multa el perdedor del pleito" (aparte de sacrificio y sacrificar-se, sacristán y sacristía y sacrilegio…). En este contexto es donde se da la reconversión laboral del antiguo cazador-recolector en el primer humano trabajador. Sin apenas darse cuenta, el orgulloso guerrero de la Edad de Piedra va perdiendo categoría individual a lo largo de más de tres milenios a causa de la desaparición de la caza, hasta acabar formando parte de una masa sumisa y parcelada en la cual todo el mundo hace de todo, de acuerdo a cada estación agrícola propiciada por los sacerdotes desde el Templo, o con cada campaña planeada por los reyes desde el Palacio, una vez que ambas funciones acabaron diferenciándose:
«No sabemos muy bien cómo sucedió, aunque el fenómeno de la guerra debió adquirir un papel importante en las relaciones entre pueblos. Lo que sí sabemos, es que durante los llamados períodos Protodinásticos II y III (2750-2350), la cultura política se fue desacralizando, y el palacio real del jefe de la guerra se fue alzando cada vez con más claridad respecto a los templos» (Genaro Chic García: El comercio y el Mediterráneo en la Antigüedad).

La sociedad antigua es una comunidad más o menos socializada por el temor a los dioses, y en donde no existe la esclavitud pero tampoco la libertad. Es una existencia sin más respiro que el necesario para sobrevivir. En los imperios agrícolas del valle del Indo, el Egipto faraónico y Mesopotamia, las masas oscilan, según las exigencias económicas, entre distintos los grados que van del "servilismo" a la "esclavitud". De nuevo, Chic García:
«El mundo era propiedad de los dioses, el verdadero Estado era el universo mismo y el hombre había sido creado para servir a los seres supremos [ver Las Creaciones del Hombre] y a sus representantes en las distintas unidades económicas que nutrían las ciudades-Estado, y los hombres, organizados de manera jerárquica,trabajaban para realizar las tareas que ellos les demandaban. El poder de los templos, sobre todo en las etapas históricas más antiguas, es perfectamente comprensible. La economía gravitaba sobre ellos y sólo poco a poco el poder de los palacios se fue alzando frente a ellos».


«De los pelasgos oí decir en Dodona que antiguamente invocaban en común a los dioses en todos sus sacrificios, sin dar a ninguno de ellos nombre o dictado particular, pues ignoraban todavía cómo se llamasen. A todos designaban con el nombre de ''Theoi'' (dioses), derivado de la palabra ''Thentes'' (en latín ''potentes''), significando que todo lo podían los dioses en el mundo, y todo lo colocaban en buen orden y distribución. Pero habiendo oído con el tiempo el nombre de los dioses venidos del Egipto, y consultado el oráculo de Dodona sobre si sería conveniente adoptar los nombres tomados de los bárbaros, desde aquella época los pelasgos (véase la entrada De las Creaciones del hombre) empezaron a usar en sus sacrificios de los nombres propios de los dioses, uso que posteriormente comunicaron a los griegos» (Herodoto: Los nueve libros de la Historia)



Y es que entre los cromosomas de nuestra cultura se hallan genes como el teatro, la teoría y la teología, ('théatron', 'theoría' y 'theología'), que en su multiplicación y evolución escogen distintas direcciones ―centrífugas o centrípetas unas y otras, según las circunstancias― y llegan a diferentes destinos, pero proceden del desarrollo del mismo núcleo: 'theos', la contemplación arrobada del misterio, la maravilla ante el milagro, la expectación ante lo inconmensurable: Lo Innombrable: Dios.



 2 Del Cultivo a la Cultura
«Ahora, notifíquese al rey Artajerjes, rey de los persas, que si esta ciudad de Jerusalén fuere reedificada, y reconstruidas sus murallas, no pagará tributo, ni impuestos, ni derechos de peaje, y el tesoro real se verá así menoscabado» (Esdras, 4,13)

Pero, a la vista de este contexto social, está claro que estas colectividades han necesitado "civilizarse'', es decir, construirse toda una serie de murallas exteriores y de infraestructuras interiores con las cuales proteger y encuadrar a la población en el buen funcionamiento del ''culto'' y el "cultivo", los cuales componen y conforman la cultura. Este término engloba la organización del complejo de templos, talleres y almacenes, toda una administración agrícola y artesanal que precisa de la previa invención de la geometría y la aritmética para medir-pesar calcular-valorar; y de la escritura para etiquetar, informar y consignar. Y todo ello como medio al servicio de un fin: el culto de adoración a los dioses dispensadores de todas las materias primas y el medio ambiente: cultural no es más que una deformación de cultual.

Tanto cultura, "conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico", como culto, "conjunto de ritos y ceremonias litúrgicas con que se tributa homenaje a una divinidad", son términos derivados de cultivo.

Redondeo dedicado a los forofos etimolófilos sin fronteras: Colono, viene del latín 'colonus', labrador que arrienda una heredad, habitante de una colonia. Deriva de 'colo' (verbo que se declina 'colo/colere/colui/cultum'… y no de Cristóbal Colón, como dicen por ahí), habitar, residir, morar pero en el sentido que le da su raíz indoeuropea, la voz 'kwel', ir alrededor, circular, rodar, y que ya en época temprana se utilizó en el sentido de ocuparse en algo y, de manera más concreta, ocuparse en cultivar o habitar: para un pueblo de pastores, cultivar, habitar y rodar son actos simultáneos.
'Kwel' es origen, a su vez, del sánscrito 'cárati', circular; y también del griego homérico 'pélomai', moverse; de donde sale el griego 'pólos', y de él, el latín 'colus' que, para un pueblo sedentarizado tendrá los dos sentidos de habitar y cultivar. De ahí derivarán las voces 'incola, (in-cola)', habitante ―y su derivado 'inquilinus', inquilino―, y 'agricola, (agri-cola)', agricultor.
Una idea de la consideración social que merecía, que merece, el colono nos la suministra el vocablo inglés clown (tanto rústico, como payaso), el cual deriva directamente de 'colonus'.


El universo de la Antigüedad gira alrededor de un planeta doble el formado por el Palacio y el Templo. Los historiadores optimistas biempensados y biempensantes siempre nos han contado que las primitivas burocracias estatales se formaron y organizaron para poder realizar las grandes obras de canalización de los enormes regadíos de Egipto y Oriente Medio. Esta explicación se apoyaba en el hecho indudable de que los imperios y los sistemas de escritura más antiguos conocidos nacieron en los valles del Tigris y Éufrates, en el Creciente Fértil y en el valle del Nilo.

Y sin embargo, estudios arqueológicos pormenorizados han revelado que los sistemas de regadío complejos no acompañaron el nacimiento de las burocracias centralizadas, sino que  siguieron a éstas después de un lapso considerable. Pero en este lapso resulta que ya se habían construido palacios murallas y otras obras que igualmente exigen un elevado grado de "colaboración ciudadana" pero que también permiten chapuzas, pues lo importante es la barrera de materiales mejor o peor dispuestos.
Es decir, la centralización política, conocida como Estado, surgió primero por otras razones (en las que más vale no hurgar, que luego las manos van al pan), pero sólo mucho después esta centralización permitió la construcción de sistemas de regadío complejos, los cuales sí que exigían una notable precisión y cultura. No hay mal que por bien no venga. (Jared Diamond: Armas, gérmenes y acero)


«La antropología nos enseña claramente que el hombre vivía siendo uno con la naturaleza hasta que, al principio de la agricultura, empezó a perturbar el ecosistema y expansionar su población. No encontramos indicios de matanzas y guerras hasta que surgen las ciudades con templos (hacia el a.5000). Este es un acontecimiento demasiado reciente… El hombre no está programado para matar, ni siquiera para cazar: su habilidad para hacerlo la adquiere de sus mayores y sus iguales cuando su sociedad lo exige» (Bernard Campbell: Ecología humana)


Los sacerdotes, antiguos y modernos, formaban en conjunto, desde luego, una jerarquía que les otorgaban un estatuto social superior a partir de su conocimiento técnico y sobre todo de la escritura como acceso a él. Ésta era la frontera social por excelencia. El Egipto ramésida conservó la preeminencia que se concedía al hombre letrado por encima del resto de la población iletrada.
Integraban este colectivo artesanos altamente especializados, los oficiales que gestionaban la intendencia real o de los templos, los miembros de las capas bajas y medias de los cleros y, sobre todo, un auténtico ejército de escribas y burócratas, encargados de sustentar la organización administrativa real y de los templos:
«Los progresos en la explotación agrícola y ganadera, y la consiguiente racionalización del espacio y el tiempo (años de 12 lunaciones que impulsaban el desarrollo de un sistema métrico sexagesimal, que combinaban con otro decimal), supusieron un gran avance en la vida de los sumerios y semitas que habitaban la Baja Mesopotamia. Las raciones de comida y artículos básicos entregados por el Templo como parte de la redistribución del fruto del trabajo colectivo, con el aumento de la población fueron exigiendo una paralela evolución de los sistemas de escritura y de numeración así como de sus operaciones de cálculo» (Genaro Chic García: El comercio y el Mediterráneo en la Antigüedad).

El oficio como dedicación profesional dentro del templo, lo mismo como oficial de la administración que tasa una cosecha que encabeza una tropa, o que oficia un rito. Y que oficializa un grabado en piedra o una rotulación en papiro o pergamino haciendo oficial su contenido. Este es, en clave etimológica el salto de la Cultura a la Civilización.




«Y Jehová envió un ángel, el cual mató a cuanto valiente y esforzado había en el ejército del rey de Asiria, y a sus jefes y capitanes. Y Senaquerib volvióse con afrenta a su tierra, y entrando en el templo de su dios, hijos suyos allí lo mataron, a cuchillo los que habían salido de sus entrañas. Así salvó Jehová a Ezequías y a los moradores de Jerusalén de las manos de Senaquerib rey de Asiria, y de las manos de todos; y les dio la paz con todos sus reinos» (Paralipómenos, 32-21)



 3 De la Cultura a la Civilización
«Entonces el sacerdote Joyada intervino en la alianza que con Jehová hicieron el rey y el pueblo, de ser el pueblo de Jehová. Y todo el pueblo de la tierra entró en el templo de Baal, y lo demolió, destruyendo enteramente sus altares y sus imágenes; y mataron á Mathán sacerdote de Baal delante de los altares (Reyes, 11-17)

La palabra civilización significa algo así como ciudificación, palabro inexistente que deriva del término latino 'civitas': «Civitas, o ciudad-Estado. La ciudad-Estado en la Antigüedad estaba formada por un recinto amurallado, templos de ritos mágicos y religiosos, centro de gobierno y lugar de protección y defensa contra los ataques de los enemigos. A su alrededor se extendían los campos de pastoreo y de cultivos donde se encuentran las aldeas abiertas y las casa de labranza» (García Garrido: Derecho romano privado).

Realmente el término latino es 'ciuitas', de donde viene el romance ciudad. Los sistemas defensivos amurallados y fortificados aparecieron casi desde el comienzo de la sedentarización agrícola, pero estas edificaciones no transforman un asentamiento en ciudad, sino que: «La ciudad es una unidad política no reducible a una aglomeración urbana; es la organización política y social unitaria de un territorio limitado. Este territorio puede comprender una o varias ciudades, así como la extensión de campo que ellas subordinan. En cualquier caso, es independiente de las razones históricas que hicieron prevalecer esta forma social» (Jean Touchard: Historia de las ideas políticas).

L. S. Lowry
Hasta aquí la definición técnica estructural de la ciudad como núcleo de la civilización. Recurriremos ahora a una conocida autoridad en la materia para que nos describa esta misma civilización atendiendo a la filosofía de sus obras (porque obras son amores, y no buenas razones):
«Se usa a menudo la palabra "civilización" con respeto admirativo y elogioso, oponiéndola a lo que suele denominarse "barbarie" o "salvajismo" y como si con ese término se abarcara la ley, el orden, la justicia, la urbanidad, los valores cívicos y la racionalidad; también se la propone corrientemente como panacea para promover las artes y las ciencias y para mejorar la condición humana...
Tim Noble & Sue Webster
...Pero yo utilizaré aquí el término "civilización" entre comillas y con un significado mucho más restringido: sólo para denotar el grupo de instituciones que tomó forma por primera vez bajo la monarquía. Sus rasgos generales, que han permanecido constantes en diversos grados a lo largo de la historia, son: la centralización del poder político, la separación de clases, la misma división del trabajo para toda la vida de cada individuo, la mecanización de la producción, la magnificación del poderío militar, la explotación económica de los débiles y la introducción universal de la esclavitud y de los trabajos forzados tanto para promover la industria  como para cumplir fines militares.
Tales instituciones habrían quedado completamente desacreditadas si todo ello no se hubiese visto acompañado y servido por la invención y mantenimiento de registros escritos, el gran desarrollo de las artes, el ensanchamiento de las comunicaciones y del intercambio económico  hasta desbordar todas las comunidades locales y, finalmente, la participación de todos los hombres en los descubrimientos, invenciones y creaciones, valores y finalidades que hasta entonces manejaba un solo grupo» (Lewis Mumford: El mito de la Máquina).


Prosigamos. Hasta que la gente empezó a asentarse en poblados más o menos dispersos, había estado bajo la dirección de un "padre" elegido entre los más competentes de la tribu, en función de la campaña a realizar o la faena a emprender. Una vez se hizo definitivo el asentamiento agrícola, de grado o por fuerza una única familia acabó monopolizando el mando (inventando así la parafernalia conocida con el nombre de Estado para garantizar su continuidad), y lo hizo a perpetuidad , por transmisión hereditaria, mediante un proceso que consumió un par de milenios. Es lo que en Egipto se conoce como Etapa o Era Predinástica, y es lo que debió suceder en el resto de los pueblos, en cada uno según su estilo.

Es por ello que durante gran parte de su historia, para el pueblo egipcio la palabra faraón ni siquiera respondió a una personificación precisa, pues faraón significa "La Casa Grande'', algo así como la democrática Casa Blanca, o la más o menos parlamentaria Casa Real. Aunque más bien, la Casa Grande empezó a ser llamada así por constituir la única casa-casa que el pueblo egipcio conocía, una enorme edificación levantada en piedra, rasgo excepcional que la distinguía de absolutamente todas las otras casas, chamizos de cañas y/o adobe. También se sabía que en ella moraba un dios terrestre bajo cuyas órdenes estaban el dios Sol y el dios del Nilo. Sólo alguien así hubiera podido permitirse ese chalet (galicismo derivado del latín 'casa', choza, cabaña, a distinción de 'domus', la mansión, la señora casa de donde deriva 'dominus', señor de la casa o del dominio, o sea, dominante y dominador).

Una vez que ya transformó su guardia pretoriana personal en omnipresentes policía y ejército, ese dios, el inquilino triunfante en la Gran Casa, se decidió a salir de su pétreo armario; y entonces fue cuando se autoproclamó rey divino o dios terrenal o algo inapelablemente análogo. Pero faraón como título personal no se atrevió a usarlo nadie hasta el -1500, y ése osado tuvo que ser un extranjero, Ahmés de Tebas, el último soberano de los invasores hicsos.

Ramsés II, que a casi a finales del milenio -II (murió hacia el -1220) fue el primer soberano que se dignó a confeccionar un listado de dinastías situó el "km 0" faraónico, el arranque de la I Dinastía, dos mil años atrás, en el tercer milenio. Ramsés estableció que el primer rey ―ése que se animó a salir del armario del poder― se llamaba Menes o Narmer, y asentó su trono en la unificación por las malas de los territorios independientes del Alto y Bajo Egipto, creando así el Egipto definitivo:

«Ciertamente, tras los primeros dioses, dicen que el primero que reinó en Egipto fue Menes, que enseñó a las gentes a honrar a los dioses y a ofrecer sacrificios y, además, a hacerse servir de mesas y lechos, a usar de costosas camas y, en una palabra, introdujo uno modo de vida muelle y lujoso» (Diodoro Sículo: Biblioteca Histórica)

Así pues, faraón tenía en principio el sentido de lo que hoy entendemos por palacio, si bien este término no se acuño hasta el s.I, a finales del reinado de Augusto; y se acuñó como plural, 'pallatia', como referencia a las residencias oficiales ―mitad templo, mitad administración central― de Octavio Augusto y de Livia, su señora esposa, situadas en la en la colina Palatina, el barrio romano de la creme de la creme, algo así como una mezcla de la Zarzuela, la Moncloa y la Moraleja del Imperio romano (Dossiers d'Archéologie, nº 336). Y esta colina se llamaba así porque en sus suaves estribaciones se asentaba el templo de Atenea Palas o Palas Atenea, guardiana del o de la 'Palla', o Paladio, imagen sagrada llevada a Roma desde Troya por el troyano Eneas.


En el caso egipcio, que hemos de suponer prototípico aunque acentuado en su aislamiento geográfico, el Palacio fue emanación del Templo. El Palacio poco a poco fue creciendo y adquiriendo vida propia según los gobernantes iban teniendo más necesidad de las armas que de la magia a fin de traer de fuera todo aquello que no se producía dentro por el medio más prestigioso y barato posible: la razzia y él saqueo. Y para financiar esos objetivos, el Templo disponía del capital cedido en usufructo por Madre-Tierra, es decir, los recursos agropecuarios del campo a su disposición, que era todo, y contaba para su explotación con el activo humano a su alcance, todos los súbditos:
«La comunidad del templo tenía el control de la tierra, que se dividía en tres partes. En el caso (generalizable) de la ciudad-Estado de Lagash, en las tablillas del templo de la diosa Bau encontramos: por un lado la tierra kur, que comprendía pequeñas parcelas adjudicadas para sustento de los artesanos. Luego estaban las denominadas nigenna, tierras del templo (en una ciudad solía haber varios, además del de la divinidad tutelar), de explotación y trabajo colectivos, de las que se deducían las parcelas especiales para los jefes; en ellas los artesanos tenían que aportar sus especializaciones. Y finalmente la urula, tierra del templo arrendada a particulares (generalmente extranjeros comerciantes): 1/8 de la cosecha de renta, lo que los latinos llamarían el ager octonarius...
Pero los templos no sólo se encargaban de la organización general de las tareas agrícolas, sino de verdaderas factorías transformadoras, como es el caso de la potente industria lanera, aparte de ser centros de comercio bastante activos» (Genaro García Chic: El comercio y el Mediterráneo en la Antigüedad).

En cuanto a la burocracia, veamos una pequeña muestra de la labor de redacción seguimiento y archivo llevada a cabo en el templo:
- asuntos de política exterior, como tratados con otros pueblos o cartas de embajadores y enviados…
- de política interna, como edictos, anales, crónicas, donaciones reales...
- textos administrativos, como censos, planos y medidas de terrenos y parcelas, protocolos o instrucciones…
- textos técnicos, sobre cría de animales, metalurgia, cerámica y vidrio, pesos y medidas, edificación...
- textos legales dictámenes y procesos…
- textos religiosos, himnos y plegarias, mitología y leyendas, fiestas y rituales…
- textos mágicos, signos astrales, presagios, comportamiento de animales, estudios de vísceras o tratamiento de exvotos... (Alessandro Roccati: El hombre egipcio)


«Cortado así Egipto por los canales de irrigación, el mismo Sesostris, a lo que decían, hizo la repartición de los campos dando a cada egipcio su suerte cuadrada y medida igual de terreno; providencia sabia por cuyo medio, imponiendo a los campos cierta contribución, logró fijar y arreglar las rentas de la corona. Con este orden de cosas si ocurría que el río destruyese parte de alguna de dichas suertes, debía su dueño dar cuenta de lo sucedido al rey, el cual reconocía de nuevo por medio de sus peritos, y medía la propiedad para que contribuyese menos al Erario en adelante, en proporción del terreno que le restaba.
Nacida de tales principios en Egipto la geometría, creo pasaría después a Grecia, conjetura que no es extraña, pues que los griegos aprendieron de los babilonios el reloj, el gnomon y el repartimiento civil de las doce horas del día» (Herodoto: Los nueve libros de la Historia)




Para controlar las crecidas, los egipcios crearon un sistema de pozos en los que se medía, con una escala vertical de marcas sucesivas, los niveles de inundación del río: una red de nilómetros. Al lado de cada marca se indicaba la superficie total afectada... y por tanto la superficie imponible fiscalmente al conjunto de pequeños arrendatarios de la zona de influencia de cada nilómetro; su cosecha total tenía siempre que cuadrar con la diabólica marca graduada de ese año.
(A la derecha, cegado aún, el recientemente descubierto nilómetro de Luxor)




No podemos olvidar que toda la población trabajaba para el Templo, al cual entregaba todo el fruto de su labor, por lo cual, el Templo tenía que alimentar y vestir y pertrechar a toda la población, y almacenar los excedentes (aunque más bien las cosas sucedieran en orden inverso, lo primero es lo primero, y donde comen dos millones comen tres):
«Se retribuían las jornadas de trabajo (los jornales) atendiendo a estándares tales como el sexo, la edad o el estatus. Las raciones atendían sobre todo a cubrir las necesidades básicas, especialmente en cereales, aunque también se entregaban periódicamente otros artículos de consumo, como el aceite (mensual) o la lana (anual). Los otros suministros estarían más en función de la labor realizada, como herramientas, sobre todo de cobre, para los artesanos y otras materias que hoy llamaríamos de importación. Así es como se desarrollaba, en su inmensa mayoría, el comercio interior» (Genaro Chic García)

Y eso por no entrar en la astronomía ni alargarnos con el Ministerio de Sanidad, o sea la Casa de la Vida... aunque no seamos capaces de continuar sin echar mano de nuevo del infatigable Herodoto, quien nos aporta un botón de muestra sanitario:

«Reparten en tantas ramas la medicina, que cada enfermedad tiene su médico aparte, y nunca basta uno sólo para diversas dolencias. Hierve en médicos Egipto: médicos hay para los ojos, médicos para la cabeza, para las muelas, para el vientre; médicos, en fin, para los achaques ocultos»





(Operación de fimosis según imagen extraída del recomendable blog Historias de la Historia)




Pero no se piensen ustedes que esta ebullición curativa era lo habitual en todo el civilizado Cercano Oriente, pues en aquellos mismos días, en la muy culta Babilonia, se admira nuestro Herodoto:

«Otra ley tienen que me parece muy discreta. Cuando uno está enfermo le sacan a la plaza, donde consultan sobre su enfermedad con todos los concurrentes, porque entre ellos no hay médicos. Si alguno de los presentes padeció la misma dolencia o sabe que otro la haya padecido, manifiesta al enfermo los remedios que se emplean en la curación y le exhorta a ponerlos en práctica. No se permite a nadie que pase de largo sin preguntar al enfermo por el mal que le aflige».


Y bien, díganme ahora. ¿Quiénes eran más sabios: los egipcios con sus sesudas Facultades..., o los babilonios con esa fusión de Google callejero y Cruz Roja popular ambulatoria? Como suele decir mi amigo Rafa, ''francamente, yo no lo tengo nada claro''.

Incluso desarrollaron los egipcios en su especialización una ciencia de oniromancia que permitiera desentrañar las imágenes de los sueños para buscar su significado latente. Precursores del psicoanálisis, ya percibían que los sueños no tienen un valor literal, sino que disfrazan o distorsionan realidades ocultas. El israelita José, el del lío con la mujer de Putifar, aprovechó ese filón para labrarse un buen puesto de funcionario a costa de las oportunas pesadillas con vacas gordas y flacas del faraón (un faraón históricamente desconocido, puesto que sólo la Biblia, pero ningún documento egipcio, avala el paso de los israelitas por Egipto).


No hay ni que decirlo: también, como hoy, todas estas actividades eran secreto de Estado. Todas las técnicas que desarrollaban lo que hoy llamaríamos "artes y oficios" o "profesiones" eran secretos celosamente guardados en los templos por los sacerdotes bajo pena de muerte. De ahí el nombre de Jefes de los Secretos que ostentaban los subordinados principales y directos del faraón. Hábito que sigue tan vivo hoy, que casi todos los Gobiernos del mundo al llamar Secretarios a sus ministros. En España la costumbre no se conservó para los ministerios, quizá para evitar confusiones entre Secretarías y secretarias, y entre Secretarios y secretarios, pero sí quedó en el siguiente peldaño del escalafón, que siguen llamándose Subsecretarios: de Hermes deriva hermetismo, el desarrollo de un culto nacido en Egipto (a partir de Thoth pero con cosas de Anubis) e introducido en Grecia por los pelasgos y que encerraba los misterios de una profesión y una actividad en las que el secreto es primordial.
Sin querer pecar de tendenciosos debemos tener en cuenta que secta y secreto vienen de 'secta' y 'secretus', dos latines con el mismo origen y el mismo fin, el verbo 'secernere', segregar, apartar, que se compone a partir del agrario y sugestivo 'cerno, cernere', ('se-cerno, se-cernere'), cribar, cerner, tamizar… y que a su vez emana del fascinante griego 'kríno', decidir, separar, juzgar, origen, por ejemplo, de crisis, 'krisis', que significa decisión, y también de crítico, 'kritikós', el que juzga, o criterio, 'kriterion', juicio.



«Ya desde el IV milenio se recaudaban impuestos a pequeña escala dentro de los reinos predinásticos del Alto Egipto, como Abydos, Nagada y Hieracómpolis. Con la aparición de un Estado unificado en todo Egipto, en torno al 3100, los faraones crearon un sistema recaudatorio que cubría el conjunto del país y que se apoyaba en una burocracia especializada y eficiente.
Al principio era el propio rey el encargado de realizar la recaudación o de propiciarla con su presencia. Embarcado junto a su corte en una flotilla, recorría el valle del Nilo para trasladar su residencia desde Abydos, en el sur, a Menfis en el norte, y viceversa; era lo que se conoce como "el seguimiento de Horus". Las dificultades del viaje se reflejan en el hecho de que al principio se hacía sólo cada dos años.
Los encargados de llenar las arcas del Tesoro -un departamento que existía al menos desde la Dinastía I- organizaban en cada localidad ceremonias de recaudación denominadas "recuento de ganado" (izquierda, según maqueta en la tumba del visir Meketre, necrópolis de Tebas). Su relevancia era tal, que servían de referencia cronológica. Pero durante el Imperio Antiguo (del 2700 al 2200) la corte se sedentarizó y la recaudación fue tomando carácter anual» (José Miguel Parra: El pago de los impuestos en el antiguo Egipto: Nat. Geographic Historia nº114)


 Como ejemplo, será suficiente señalar que bajo el Imperio Antiguo se conocen once Jefes de los secretos cuyo título común se acompaña de un determinativo cada vez diferente. Así, un verdadero mundo jerarquizado según matices que muchas veces se nos escapan, vive y se mueve en la Gran Casa. Además de innumerables oficinas, comprendía talleres, almacenes y tesoros cuyo servicio requería una multitud de empleados, de contables, de guardianes y de esclavos; estos últimos en general prisioneros de guerra o de las expediciones de castigo. Esta superintendencia podía imponer prestaciones de toda clase para el cuidado de los canales, de los diques, de los caminos, para los transportes o las construcciones útiles a los dioses y recaudaba los impuestos que eran múltiples... Sabemos que existía una capitación sobre los seres humanos y sobre las cabezas de ganado, un porcentaje convenido o proporcional sobre la cosecha de cada campo y la producción de cada árbol frutal, una tasa sobre el ejercicio de cada profesión... (Sergio Donadoni: El hombre egipcio)



«Pórtate bien cuando cobres los impuestos y no emplees medidas falsas al pesar el trigo; así podrás dormir en paz y sentirte feliz al día siguiente. Tampoco te dejes engañar por el campesino, ni manejar a capricho la lista de impuestos cuando quiera trampear su contribución» (Libro sapiencial del escriba real del trigo Amenemope, s.-XX)


4 Y del Parlamento al Lamento
«Llamando entonces el rey Joás al pontífice Joyada y a los otros sacerdotes, díjoles: ¿Por qué no habéis reparado lo que había que reparar en el templo? En adelante, no seréis vosotros los que dispongáis del dinero del pueblo, sino que lo entregaréis para reparar las roturas del templo» (Reyes, 12-8)

La razón de existir del Templo, pues, era doble: hacia el exterior era la morada de los dioses y su conexión terrena; internamente se entregaba al desarrollo y mantenimiento de la burocracia ministerial… pero también al suministro material y espiritual de templo y palacio… y al desarrollo de las técnicas y saberes precisos para ello: artes y ciencias (la Cultura) nacieron de este modo y manera.


Todo eso y más era el Templo, pero de ninguna manera el "lugar de reunión de los fieles", función que sólo comenzaría a cumplir cuando el cristianismo triunfante adoptase la basílica romana como centro de asambleas de los feligreses, en sustitución de las húmedas catacumbas de los malos tiempos; unas asambleas que rápidamente se reconvirtieron en misas, y los oradores en orantes, que es lo mismo pero no es igual.
Al fin y al cabo 'templum' simplemente significa "espacio circunscrito, delimitado", recinto, sin más, en el mismo sentido que tiene templete, su diminutivo modesto casi despectivo, el cual ha conservado la primitiva acepción (a la izquierda, "templete" de Vesta en Roma).
Con respecto a basílica, digamos que, parecidamente a la función del templo, significa "edificio real o estatal", del griego 'basilikós', que a su ver deriva de 'basileus', rey, igual que Basilio (Basilea, sinónimo de Ciudad Real, es el nombre que adquirió la capital suiza cuando en el s.IV pasó a ser residencia del emperador Valentiniano). Y Basilisco, "animal fabuloso capaz de matar con la vista o el aliento", todos nos hemos tropezado con alguno alguna vez, significa reyezuelo, por ser 'basilískos' un diminutivo de basileus.


Realmente una denominación típica y generalizada para el mandamás de los mandamases fue bastante tardía, pues cada territorio daba un título diferente a sus gobernantes. Estos títulos locales o regionales primitivos pasarían posteriormente a caracterizar a los diferentes dioses del Olimpo (es por eso, que decíamos antes que primero fueron los sacerdotes que los dioses, aunque suene extraño); tal es el caso de "Zeus", por ejemplo, que hasta la invasión aquea había sido un título ostentado por reyezuelos eolios y que quedó reservado en adelante para el Padre del Cielo únicamente; o el de "Minos", título de una dinastía helena de Cnosos que tenía por emblema un toro celeste y que gobernó Creta a comienzos del segundo milenio, hasta ser conocido por la posteridad como el Minotauro finiquitado por Teseo, otro título de reyezuelo micénico (Robert Graves: Los mitos griegos).

Dinastía deriva del griego 'dýnamis', fuerza, potencia, como dinamita, dinamo o dinámica. El sustantivo 'rex, regis', rey, sale de la misma cepa que el verbo 'rego, -ere, -rexi, rectum', "dirigir en linea recta", verbo del que derivan regente y también rector, regimiento y región.



Es de suponer asimismo que esos títulos reales primitivos habían sido respaldados por el nombre de un pionero individuo real, de carne y hueso queremos decir, con ese nombre propio personal, de forma similar al caso de Julio César, fundador del título de César como emperador romano, y del que derivarían Zar como emperador ruso y Káiser como emperador austro-alemán.
También Melkart significa "rey de la ciudad". En particular, Melicertes (Melkardi, "guardián de la ciudad") había sido el título fenicio del rey de Corinto. A continuación de las invasiones aqueas se transformó en una deidad del campo y de la vegetación. Con el tiempo adquiriría el carácter de Dios marino y de la vegetación, del comercio y de los traficantes. Y en su contacto con las culturas occidentales pasaría a ser Herakles-Hércules (a la izquierda una de sus innumerables imágenes arcaicas), denominación con la que aparece en el siglo -VI.


Las vidas de personajes como Heracles, Dédalo, Tiresias y Fineo abarcan varias generaciones, porque son títulos más bien que nombres de determinados héroes (Robert Graves: Los mitos griegos). Y el caso antes citado de Menes o Narmer, primer rey egipcio, tiene el problema añadido de que las vocales gráficas no fueron una inventadas por los griegos y añadidas al alfabeto fenicio hasta el s.-VIII. Con lo cual sólo tenemos claro que el nombre este rey estaba formado por los equivalentes de la 'm', la 'n' y de algo entre 'r' y 's', sin vocales porque en cada lengua todo el mundo pronunciaba las consonantes de parecida forma y no hacían falta, ya se sabía (como ocurre hoy: era un sistema similar al que empleamos en los sms para ahorrarnos unos eurillos, creyendo que hemos inventado algo, cuando realmente avanzamos… hacia el analfabetismo gráfico o el grafismo analfabeto, como peor les suene).
Es muy verosímil que tal nombre esté originado en el título de nomarca ostentado por los jefes de los nomos, que es como se llamaban los pueblos o circunscripciones egipcios… y que no hay que confundir con monarca, "gobernante en solitario", derivado de 'monárkhes', formado por 'mónos' uno y 'árkho', mandar.



 «El legendario rey de Elis, Salmoneo, como parte de un encantamiento para la lluvia, fingía el tronar arrastrando tras de su carro vasijas de bronce, y mientras tanto arrojaba antorchas encendidas a imitación de los relámpagos. Era su deseo impío imitar al carro tronante de Zeus cuando rodaba por la bóveda celeste; verdad es que el rey decía ser el verdadero Zeus y obligaba a que le ofrecieran sacrificios como tal deidad» (James G. Fraser: La rama dorada)




 5 Del Templo al Palacio
«Y diéronle setenta siclos de plata del templo de Baalberith, con los cuales Abimelec alquiló hombres vagos y pervertidos, que le siguieron» (Jueces, 9.4)

Nosotros entendemos por iglesia, con minúscula, al "edificio religioso o sagrado" del cual la basílica es sólo uno de sus tipos arquitectónicos. Pero ésa es una de tantas transformaciones, paralelas a las de la basílica, que llevó a cabo el cristianismo constantiniano. El griego 'ekklesia' significaba "asamblea, comunidad, congregación de gentes" (es lo que dicen que significa Iglesia con mayúscula), con referencia a la asamblea popular que en las oligarquías reunía a los ciudadanos con poder y en las democracias a todos los ciudadanos. Era pues simultáneamente la Asamblea y el Parlamento con mayúsculas: los gobernantes de la Polis reunían en ekklesia a la ciudadanía a deliberación.
De modo similar, 'conventus', aparte de convención, en el sentido de congreso, asamblea o junta que hoy conserva, designaba las “comunidades provinciales de ciudadanos romanos’’, éso eran los conventos y ése carácter tenían de administración colonial… que el cristianismo tan sufridamente suplió tras el relax imperial.

 Con Constantino la Ecclesia se transformó en Iglesia. Y los ciudadanos que se reunían a parlamentar derivaron en fieles que se juntaban a rezar. No en vano oración designa igualmente y sin cambiar un acento "unión de palabras que representan un sentido completo" que "elevación del corazón a Dios para pedirle mercedes", como decíamos en el catecismo aguantando la risa floja porque nos acordábamos del chiste de las marcas de coches. Y si parlamento es, junto con palabra, uno de los derivados del latín 'parabola', comparación, símil, los cristianos pasaron de ejercer la palabra a ras de parlamento a recibir la parábola desde las alturas del púlpito.
De una tacada y en una jugada maestra Constantino se había afianzado en el doble papel de Emperador y Papa (el primer pontífice a tener en cuenta, Gregorio II, no aparece hasta el a.715) en línea con sus antecesores emperadores-dioses, pero con mucho más poder al orientalizar a sus agradecidos súbditos… excepción hecha de los numerosos residentes en las villas esparcidas por el campo, 'pagus' en latín (pagos, en plural, se sigue usando en iberoamérica), que resistieron fieles a las antiguas religiones hasta tal punto que pagano, etimológicamente "residente en el campo", pasó a ser sinónimo de adorador sacrílego a ojos cristianos.
Realmente hasta la Edad Media no empezará la lenta e irreversible separación de Iglesia y Estado después de cuatro milenios de marcha más que hermanada, formando parte de un tronco común en la Historia y en la mente de los hombres.

El primer impulso hacia esa escisión se lo propinaron al sacerdocio real los fenicios de Tiro, última ciudad en ejercer la primacía fenicia antes de ser engullida definitivamente por los persas a finales del s.-IV (a.-314). Ellos reivindicaron como propia una advocación particular de Baal, y tras unos retoques aquí y allá lo transformaron en Melkart, dios de los marinos, de la guerra y de la primavera. Su símbolo más visible, el caduceo ―"vara de olivo con guirnaldas", es una vara flanqueada por dos serpientes que hoy podemos contemplar en las farmacias como su pervivencia, debido a que la heredó Esculapio, el protomédico― coronaba las naves tirias, dueñas y señoras durante casi medio siglo del Mediterráneo. 
El pluriempleo de Melkart daría mucho juego al ser éste desdoblado por los griegos en Hércules y en Hermes, que fue quien se quedó con el caduceo, para traspasarlo, por la fuerza de los acontecimientos, a su homólogo el romano Mercurio.

Concretemos, por fin, su actual y omnipresente huella etimológica: De Melkart y de Mercurio ―el enviado de Júpiter y el dios más próximo a él y, por tanto, el planeta más cercano al Sol― y de los templos alrededor de los cuales se organizaba el trueque y el cambalache, deriva la palabra mercado, y también marketing, y mercedes y Mercedes.
Y con los artesanos ejerciendo dentro del templo y los comerciantes a su alrededor tenemos ya todos los mimbres que conforman nuestra civilización y cultura, urdimbre y trama del tejido social de Occidente.

«La gente más culta de Persia y mejor instruida en la historia, pretende que los fenicios fueron los autores primitivos de todas las discordias que se suscitaron entre los griegos y las demás naciones. Habiendo aquellos venido del mar Erithreo (el Mar Rojo) al nuestro, se establecieron en la misma región que hoy ocupan, y se dieron desde luego al comercio en sus largas navegaciones» (Heródoto: Los nueve libros de la Historia)


 6 Y del Misterio al Ministerio
«He aquí que un hijo te nacerá, el cual será hombre de paz, porque yo le daré paz librándole de todos sus enemigos en derredor. Su nombre será Salomón, y yo daré paz y reposo sobre Israel durante su vida. Él edificará una casa á mi nombre. Será para mí un hijo, y yo seré para él un padre; y afirmaré para siempre el trono de su reino en Israel» (Paralipómenos, 22-9)

La sociedad egipcia, como la medieval, la casi totalidad de de la renacentista y la generalidad de la moderna, era fundamentalmente analfabeta. De ahí la enorme importancia del religioso, no sólo en la vertiente sagrada que hemos mencionado, sino en la administrativa.
He ahí el secreto de la perdurabilidad y de la ubicuidad de la Iglesia Católica. Su existencia era imprescindible para el sostenimiento administrativo de cualquier tipo de Estado ―eran los únicos formados en la lectura, la escritura y en "hacer cuentas"― hasta que, muy lentamente, los funcionarios civiles fueron sustituyendo, en el Estado centralizado, a los eclesiásticos.

Los actuales sacerdotes siguen conservando el título de ministros del Señor; los titulares de los distintos Departamentos estatales siguen ostentando el título de ministros del Gobierno. Esta coincidencia no lo es tanto si tenemos en cuenta que, antes de su diversificación por los tecnócratas del Barroco, durante el resto de los milenios Política y Religión fueron una misma cosa, una ad-ministración indiferenciada llevada a efecto por los mismos individuos (los romanos y todos sus sucesores tenían una diferenciación sólo teórica, pues las grandes familias copaban ambos campos y sus vástagos saltaban de uno a otro según la oportunidad), individuos llamados en latín 'ministre', palabra que en sus dilatados orígenes tenía el significado de, pese a quien pese, siervo, servidor, sirviente, criado, doméstico… Y su ocupación, su ministerio (de 'ministerio'), significa función de servidor, servicio.

Clero, "conjunto de los sacerdotes", deriva del griego 'kléros', que significa "herencia", "lo que toca a uno en suerte". Nuestros eruditos biempensados y biempensantes nos indicarán enseguida que estos conceptos son una manera de referirse a la vocación sacerdotal o algo similarmente sibilino relacionado con el Espíritu Santo. Y nosotros nos lo creeríamos si no fuera por las malas influencias de los historiadores griegos y latinos empeñados en encizañar el ambiente (¡...mira que nos advirtieron en el cole que con el diablo no se discute!).
Porque en su origen 'kléros' designaba "el objeto que se usa para echar algo a suertes", no sé, unos dados, una moneda a caras o cruces, unos chinos, algo así pero en antiguo era lo que era el kléros. Debido a que las suertes del kléros también se utilizaban para repartir las tierras conquistadas entre los aspirantes a colonos que suspiraban por ellas, kléros pronto equivalió a "lote de tierra adjudicado a un colono"… y como resultaba que desde siempre los sacerdotes que aspiraban a colonos o a cualquier otra cosa han tenido muchísima suerte, pues kléros acabó siendo sinónimo de "lote que se entrega a la Iglesia o a un prelado". De ahí pasó a llamarse clero, por antonomasia, a los beneficiarios de los lotes, primero en la iglesia ortodoxa griega y luego en la ortodoxa iglesia romana.



El Ática era el país o región bajo influencia de Atenas y, por tanto, símbolo occidental del clasicismo estético y cuyo cenáculo más selecto es el Ateneo (denominación griega del templo dedicado a Atenea/Minerva).
En el s.XVII se pusieron de moda en Europa las construcciones llamadas "neoclásicas'' por imitar las líneas de los templos griegos y adoptar sus elementos constructivos característicos, como las columnas o los frontones triangulares rematando cubiertas y tejados. En particular, los edificios residenciales de este estilo fueron conocidos como áticos, sobre todo por los mencionados frontones. Posteriormente, tal palabra, ático, vino a distinguir el último piso de las viviendas, por ser el que "marcaba estilo" más llamativamente.
Con la industrialización de la construcción, ''ático'' pasó a señalar genéricamente a los últimos pisos provistos de azotea, (del árabe 'suteih', diminutivo de 'sath', planicie, llanura) y/o terraza, derivado de 'terra', tierra, territorio, que también aparece dentro del ámbito urbanístico en el mismo siglo, aunque terrazo, o suelo de tierra apisonada, es del s.XIV.


Sed buenos, si podéis
 .…………….«. . . porque el pensar y el ser son una y la misma cosa» (Parménides)

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Esta aventura es una exploración de las venas vivas que parten del pasado y siguen regando para bien y para mal el cuerpo presente de esta sociedad occidental... además de una actividad de egoísmo constructivo: la mejor manera de aprender es enseñar... porque aprender vigoriza el cerebro... y porque ambas cosas ayudan a mantenerse en pie y recto. Todo es interesante. La vida, además de una tómbola, es una red que todo lo conecta. Cualquier nudo de la malla ayuda a comprender todo el conjunto. Desde luego, no pretende ser un archivo exhaustivo de cada tema, sólo de aquellos de sus aspectos más relevantes por su influencia en que seamos como somos y no de otra manera entre las infinitas posibles. (En un comentario al blog "Mujeres de Roma" expresé la satisfacción de encontrar, casi por azar, un rincón donde se respiraba el oxígeno del interés por nuestros antecedentes. Dedico este blog a todos sus participantes en general y a Isabel Barceló en particular).