«Los contextos de las palabras van almacenando la historia de todas las épocas, y sus significados impregnan nuestro pensamiento y se interiorizan. Y así las palabras consiguen perpetuarse, sumando lentamente las connotaciones de cuantas culturas las hayan utilizado» (Alex Grijelmo: La seducción de las palabras)

«Las sociedades humanas, como los linajes animales y vegetales, tienen su historia;
su pasado pesa sobre su presente y condiciona su futuro» (Pierre P. Grassé: El hombre, ese dios en miniatura)

23 feb 2010

(I) De Escuelas y Colegios. La Educación hasta Grecia




«Ellos no han alzado pirámides de bronce
con estelas de hierro
ni han planeado tener como herederos
a los hijos de su carne que llevasen su nombre
sino que se han dado como herederos
a los libros y a los saberes que han aprendido.
Un libro es mejor que una casa edificada,
mejor que las tumbas en el Oeste .
Es más bello que una fortaleza,
más bello que en una estela en el templo»
(La consciencia del escriba egipcio y el orgullo por su misión, Traducción, Prof. Dr. G. Fatás, Univ. de Zaragoza: Días de escuela. Evocación de la infancia del escriba en Mesopotamia)


En la última entrada, prólogo de la presente, intentamos ofrecer una panorámica de los orígenes de los religiosos, más que de las religiones (a lo que llamábamos el Templo), y de los poderosos, más que del poder (a lo que llamábamos Palacio). Puntualizábamos que aunque el Templo era anterior al Palacio, y la sacerdotisa era la antecesora del sacerdote, ya hacia el cuarto milenio todos estos factores se aglutinaban en un conglomerado indiferenciado e indiferenciable bajo el patronazgo absoluto de un rey sacerdotal o sacerdote real.

Ahora interesa realizar en primer lugar (y por motivos que en el siguiente párrafo veremos) una distinción semejante y paralela entre Civilización y Cultura, dos términos que hoy aparecen tan amalgamados que resultan sinónimos, por más que en textos y discursos suelan aparecer juntos y revueltos sin que exista ninguna palabra que los abarque y comprenda. Y es que, al igual que en el caso de la religión, también hubo una predecesora única, y ésta fue la Cultura. Porque hubo Culturas que sólo sobrevivieron transformándose en Civilizaciones, y las hubo que desaparecieron por invasión y eliminación a manos del "progreso civilizador". Pero aclaremos términos.


Atendiendo a la etimología, adn de la Historia, civilización deriva de 'civitas', ''recinto amurallado o fortificado''; sólo se consideraba a una ciudad como tal si disponía de murallas (también ciudad deriva de civitas, o más bien de ciuitas, porque los romanos carecían de la 'U', que desdobló y complementó a la 'V' a lo largo de la Edad Media). Y cultura deriva de cultivo, al igual que culto, como ya hemos reiterado a la menor ocasión. Si el altar, dijimos, precedió al templo como modo de conservar y preservar el fuego del cielo, la muralla (empalizada y/o foso y/o terraplén) ''muro corrido'' derivada de 'murus', precedió a la ciudad como modo de preservar la vida comunal (horda tribu o clan) surgida a partir del fuego y el altar.


Podría parecer, según lo expuesto, que la diferencia entre cultura y civilización depende de la existencia o no de la agricultura, de la agri-cultura, o de la muralla, pero no está ahí el meollo de la cuestión, puesto que ambas, en cualquiera de sus formas, resultan imprescindibles para una supervivencia. La diferencia entre un poblamiento amurallado y un poblamiento "civilizado" o "ciudad" es que, como ya dijimos con más extensión al definir la civilización en Palacios y Templos:
«La ciudad es una unidad política no reducible a una aglomeración urbana; es la organización política y social unitaria de un territorio limitado. Este territorio puede comprender una o varias ciudades, así como la extensión de campo que ellas subordinan. Y en cualquier caso, ello es independiente de las razones históricas que hicieron prevalecer esta forma social» (Jean Touchard: Historia de las ideas políticas).

Sintetizando aún más: «La invención de formas como el registro escrito, la biblioteca, el archivo, la escuela y (en el caso de la Edad Media) la universidad, es uno de los primeros y más característicos logros de la ciudad» (Lewis Mumford: La ciudad en la historia).
Es decir, la diferencia entre las incipientes Culturas y las Civilizaciones ha radicado en la existencia o no de la única institución capaz de transformar las primeras en las segundas: la escuela.


Incluso respecto a la cultura greco-latina, cuando tratamos de cada uno de sus componentes geográficos por separado siempre hablamos de la cultura griega, de la que heredamos conceptos como escuela, academia, liceo o ateneo (que tocan en la siguiente entrega), y de la civilización romana, un concepto que engloba calzadas, acueductos, arquitectura civil y militar o legislación, un entramado, en fin, que no es más que la expansión agresiva de la muralla defensiva según la alabada idea de que ''no hay mejor defensa que el ataque'', o bien ''si quieres la paz prepara la guerra'' o de otras milongas similares.



1. Valles de cultura y cimas de civilización

Lo que sí es cierto y evidente es que no existe vida de ningún tipo, tampoco social, sin el acceso al agua. El agua para vivir y la muralla para sobre-vivir conforman cultura y civilización: rival deriva de 'rivus', río, y designa simplemente a los ''vecinos de un mismo río'' siempre a la greña por definición, por lo que se ve. La excepción egipcia (en cuanto a la inexistencia de murallas) no lo es tal si consideramos que disfrutaban de las defensas naturales brindadas por el desierto al Oeste, las insalvables cataratas del Nilo al Sur y sendos mares al Norte y al Este.
Caldeos, acadios, sumerios y babilonios, por orden de aparición en el escenario histórico, tuvieron las ganas y el valor de asentarse en la enfangada desangelada y expuesta cuenca del Tigris y el Éufrates, bautizada por los griegos como Mesopotamia ―'mésos-potamós', ''entre-ríos'', hoy Irak―, siempre a merced de los pueblos que eligieron civilizarse enrocándose como águilas y buitres en las alturas y desiertos circundantes (los actuales Irán y Turquía al Norte, Arabia al Sur, Siria y Jordania al Oeste, Kuwait al Este… Tela marinera). No parece que la situación del Oriente Medio haya cambiado demasiado en seis milenios... ayer por el agua, hoy por el petróleo.

Y como el tema de hoy trata de las escuelas de la Antigüedad temprana, es decir hasta Grecia, no vamos a enredarnos con otras culturas fluviales que también dejaron huella, tales como Tartessos en la cuenca media del Guadalquivir, Stonehenge en la cuenca del Avon, o Los Millares (recreación, imagen izquierda) y El Argar en las de los ríos almerienses Andarax y Antas. En ninguno de estos casos existieron escuelas sino más bien colegios artesanales, cerrados a cal y canto, de magos capaces de transformar las piedras en cobre o en oro mediante conjuros, y que constituyen el más remoto antecedente de las logias masónicas.

También decíamos ayer que era un ''hecho indudable que los imperios y los sistemas de escritura más antiguos conocidos nacieron en los valles del Tigris y Éufrates, en el Creciente Fértil, zona que comprende los antiguos territorios de Sumeria y Babilonia y en el valle del Nilo''. Este hecho indudable es sólo una media verdad introducida a sabiendas con el propósito de aclararlo desarrollándolo más tarde. Por ejemplo, ahora.
Para ser algo más exactos deberíamos haber añadido la cuenca del Indo-Ganges en la India, y la del conjunto de ríos con nombres de diferentes colores en China. En el primer caso las excavaciones arqueológicas realizadas en Mohenjo Daro muestran la existencia de una vieja civilización con un alto nivel cultural incluso en la época en que se construyeron las grandes pirámides egipcias (en torno al año 2500); pero es tan difícil su exploración, debido a la continuidad en el tiempo de sus poblamientos superpuestos a los núcleos de origen, que todo queda en extrapolaciones especulativas.

Tampoco consideraremos aquí los hábitats de las cuencas del Huang-Ho y ríos próximos en China por tener ésta en sí misma una influencia tangencial para nuestro desarrollo cultural… salvo si contemplamos el hecho nada secundario de las valiosísimas mercancías producidas por los extremo-orientales, las cuales han excitado el apetito y la imaginación de los occidentales ―de la Ruta de la Seda a la infamante Guerra del Opio, pasando por el Descubrimiento de las Américas, las cuales no fueron otra cosa que un obstáculo imprevisto por Colón en su ruta hacia Cipango (Japón): Cristóbal Colón murió creyendo que se había tropezado con Papúa Nueva Guinea o Taiwán o las Filipinas (el aspecto achinado de los sudamericanos lo despistó para siempre: le pasó lo mismo que a los peruanos con Fujimori), y así consumió su último viaje intentando salvar esa barrera de tierra que le separaba de la para él cercana China. Es por ello que América, en vez de llamarse Colombia (por más que aquellos ''indios'' se sigan llamando indios), le debe el nombre a Américo Vespucio, un cartógrafo que sí sabía en dónde se estaba gastando los cuartos.

En cualquier caso también resulta una media verdad que ''los sistemas de escritura más antiguos conocidos'' nacieran en Mesopotamia y Egipto. Los arqueólogos han desenterrado en las riberas y proximidades del curso medio del Danubio (la llamada ''cultura de Vinča'', léase Vincha), y también en la isla de Creta (y en su colonia de Micenas), conjuntos de signos grabados en diferentes soportes con una antigüedad entre mil y dos mil años anterior a la aparición de la escritura sumeria. El problema que presentan tales escrituras es que no han podido ser descifradas al no haberse encontrada en ellas una lógica que lo permita, y sin sistemática no hay ''sistema de escritura''.
No obstante parece que, de siempre, los estudiosos se han mostrado muy sorprendidos por la complejidad que la escritura sumeria ya mostraba desde sus mismos comienzos. Y coligen que es muy probable que los sacerdotes mesopotámicos no partieran de cero sino del conocimiento de estos precedentes ya milenarios hace cinco mil años.

El Disco de Festos, o Phaistos, (arriba, izquierda), descubierto en la excavación de un palacio minoico cerca de Hagia Triada, en el sur de Creta, y el Disco de Gradesnica, del área de Vinča (arriba, derecha), son dos famosos ejemplos gráficos indescifrados de las Edades del Bronce y del Cobre respectivamente.

En definitiva, aunque en los manuales de ciencia de la escritura es habitual leer que los primeros testimonios egipcios escritos datan de finales del IV milenio, coincidiendo con la época en que empieza el llamado Período Dinástico (cuando Narmer, el primer rey, salió del armario, que decíamos en la última entrega: figura inferior), forzosamente no pueden ser anteriores a la correspondiente época sumeria de la cuna de la escritura. Si hacemos caso por esta vez de la convención que enlaza historia y escritura, como dice Kramer, la Historia comenzó en Sumeria.
No obstante hay indicios de que mucho antes los sacerdotes egipcios experimentaron por su cuenta con la escritura y con diversos soportes gráficos «Lo que se puede reconocer claramente es que la escritura sobre papiro ha sido el resultado de largos ensayos técnicos. Gracias a viejos rituales sabemos que antes se escribió en hojas de árbol, pero duraban tan poco tiempo que había que sustituirlas» (Harald Haarman: Historia universal de la escritura). El papiro más antiguo conservado data de la I Dinastía… aunque quizá, más bien, fuese ese papiro el determinante del Km.0 dinástico.



 Paleta de Narmer, el del armario, como acabamos de bromear, placa de pizarra tallada descubierta en el templo de Horus de Hieracómpolis (Nejen). Según Alan Gardiner las escenas representadas simbolizan la unificación del Antiguo Egipto.







Y aquí precisamente es donde radica la diferencia entre la civilización vinča y la cultura sumeria o la egipcia. Al igual que en los casos mencionados antes de Stonehenge Tartessos o Los Millares, la primera se basaba sobre todo en una metalurgia transmitida en la más estricta intimidad mediante signos herméticos a los escasos iniciados (cuanto menos, mejor) integrantes de los cerrados talleres. También con connotaciones sagradas, al estilo druida o al de los cíclopes caucásicos, sus conocimientos desaparecieron sin dejar rastro cultural en el conjunto social al no existir sacerdotes-funcionarios ni escuelas sacerdotales, por más que sí existieran templos según se deduce de algún que otro grabado:
«Es por ello que el Polifemo de un solo ojo, que a veces tiene una madre bruja, aparece en los cuentos populares de toda Europa y su origen puede remontarse hasta el Cáucaso [Vinča y aledaños]. Y como el escenario pastoral del cuento caucásico se conservó en la Odisea, se lo pudo confundir con uno de los cíclopes pre-helenos, descendientes de Brontes (trueno), Estéropes (relámpago) y Arges (rayo), y famosos forjadores de metal cuya cultura se había extendido a Sicilia y que quizá tenían un ojo tatuado en el centro de la frente como una marca de clan; y también en el sentido de que los herreros se cubren con frecuencia un ojo con un parche para evitar las voladoras chispas». (Robert Graves: Los mitos griegos)


Arriba, recreación de un taller metalúrgico, cueva de los misterios mágicos europeos. «Plinio aseguraba que el término druida derivaba del griego 'durs', encina, árbol en el que los sacerdotes celtas creían depositarse todos los beneficios enviados por las divinidades que moraban en la bóveda celeste. La información que aporta Julio César en sus Comentarios sobre la guerra de las Galias permite relacionar su etimología con la palabra céltica 'dru-uid-es', ''los muy sabios''. Pero con independencia del significado de su nombre es innegable que su papel entre las comunidades prerromanas fue determinante para la cohesión social de las tribus celtas.
César indica que no realizaban servicio de armas ni participaban en el pago de impuestos o de cualquier otra carga, y eran muchos los jóvenes de la nobleza gala que acudían a recibir las enseñanzas que les permitían alcanzar ese rango. Su sabiduría se transmitía oralmente, y el aprendizaje de los novicios duraba veinte años…
Su principal templo era el bosque de la tribu de los carnutes –que se dice situado bajo la catedral de Chartresya que los árboles simbolizaban al mismo tiempo el ritual regenerativo de la vida, por sus hojas, y la conexión con el mundo infernal, a través de sus raíces» (Francesc Gracia, Univ. de Barcelona)




2. Fertilidad natural y cultural
«El sabio instruido está repleto gracias a su saber. ¡Qué feliz es su vida comparada con la del campesino! Mirad y ved lo que sucede al que tiene que vivir de la tierra: el gorgojo destruye la mitad de la cosecha, y el hipopótamo la otra mitad. Los campos están llenos de ratones, las langostas invaden la tierra, los gorriones se comen el grano. ¡Pobre campesino! Y luego llega el escriba a cobrar el impuesto. Sus acompañantes van provistos de palos. ''Dadnos el grano'', dicen. Y si no hay grano apalean al campesino y le meten en prisión. Su mujer y sus hijos también son encarcelados en su presencia» (Sátira de los Oficios)

En la entrada anterior tratábamos acerca de la organización del complejo de talleres y almacenes que encerraba el Templo como administración del Palacio, es decir, del Estado. Mencionamos la ingente supervisión agrícola y artesanal que precisó de la previa invención de la geometría y la aritmética para medir-pesar calcular-valorar; y de la escritura para etiquetar, informar y consignar. Decíamos, en síntesis, que hace entre cinco y seis mil años la organización y control de las grandes concentraciones de labrantíos y rebaños hizo ya imprescindible de alguien que supiera "llevar las cuentas"; eso en primer lugar, y más tarde, que esos contables se buscasen ayudantes. Naturalmente esos ayudantes serán sólo aprendices, totalmente ignorantes en cualquier materia, a los que no quedará más remedio que enseñarles el oficio.
Como consecuencia de esta necesidad administrativa nació la Escuela, sólo un anexo secundario del Templo aunque estuviera situado dentro de su recinto.

Con el tiempo el oficio se va complicando insensiblemente. Las cuentas del templo serán resultado no sólo de computar cabezas de ganado y humanas, sino también de anotar las mediciones de campos y parcelas, los pesajes de granos minerales y vegetales, los cubicajes de líquidos y sólidos... Unas mediciones que para más inri hacen necesario algún sistema de signos que aclaren a qué objetos hacen referencia los números.

Pero además no todo consiste en números signos y cuentas, también es preciso plasmar de alguna forma un sistema de órdenes, a fin de hacerlas memorizar trasmitir y ejecutar por los funcionarios con la menor desviación posible, así como para organizar archivos de los "listados de Hacienda" subsiguientes. Por ejemplo, Dominique Valvelle y Alssandro Roccati nos cuentan cómo «los archivos dan cuenta con desigual exactitud del origen geográfico y social de los obreros, su cualificación, su empleo; enumeran las tareas encomendadas a unos y a otros; detallan los salarios según el cargo, los beneficios y las recompensas; mencionan los castigos en vigor…
Por desgracia estos archivos apenas se conservaban más de diez años. Después, los papiros se lavaban para volver a ser utilizados o, si estaban ya deteriorados, se empleaban para encender fuego, como atestiguan los abundantes sellos que se encuentran entre las cenizas de los hornos… por más que también se conozca la existencia de colecciones de libros reunidas por particulares, la biblioteca, del templo o del palacio tenía, como hasta nuestra Edad Media, la función de conservar el saber, y no de difundirlo». (El hombre egipcio)


Y tanto en Sumeria a costa del Tigris y el Éufrates, pero sobre todo en Egipto a costa del Nilo, sacerdotes escribas y aprendices tenían que dominar las letras, pero tanto o más las ciencias. El Nilo era un grato a la vez que espinoso asunto que estaba relacionado con la geometría y la aritmética, enseñadas y ejercidas desde el Templo, y que ataba de pies y manos la voluntad de los dóciles egipcios: luego de cada inundación del Nilo (pero también en los desbordamientos incontrolados índicos y mesopotámicos) se perdían los mojones que individualizaban las distintas propiedades, por lo que debía existir un servicio de agrimensura ―los escribas geómetras, equivalentes a los actuales topógrafos― que los restituyera cuando el río recuperaba su cauce normal.
Con cada inundación la tierra tenía que ser amojonada nuevamente. Y cuando el río arrebataba a alguien una porción de su terreno el dios competente enviaba un inspector que de nuevo tenía que medir la extensión de la parcela a efectos de un reajuste de los impuestos. La geometría ―de 'gêos', tierras, terreno y 'métron', medida― surgió de las exigencias de partición y medida de las tierras. (Derecha, escriba mesopotámico)

Sabemos por el Papiro Wilbour (fechado en el año 4 de Ramsés IV, o sea el año −1162), que «los agentes del Estado procedían, en primer lugar, a realizar mensuraciones precisas», ya que «convenía que la superficie de tierras cultivables, por el hecho de pertenecer a diversos propietarios, fuera conocida con precisión». Posteriormente se confeccionaba el listado de esas tierras que se habían medido, indicándose a quienes correspondían. ¡Ay de los indisciplinados en la lista negra de las manías del funcionario!

Escriba tenía que ser el que redactase los mensajes (redactar, del latín 'redigere/redactum', derivado del compuesto 're-agere', reconducir, llevar a un estado diferente, en este caso, del dicho al hecho gráfico) y dejara constancia de las órdenes entre los distintos departamentos administrativos, el que calculase los suministros necesarios en la corte y los registrase.
Escriba también había de ser el que llevase todo tipo de contabilidad, incluyendo la tarea de recaudar tributos, medir los campos y hacer los cálculos de su productividad, calcular las necesidades en hombres y material para cualquiera de los proyectos arquitectónicos en curso. El escriba ―el personal del templo― ha sido en general el funcionario imprescindible en todo tipo de tarea administrativa hasta la Edad Moderna. Hasta en el Otro Mundo era necesario un escriba. Según cuenta Christian Jacq (El enigma de la piedra), «los antiguos sabios describían a Thot [precedente de Hermes] como el ''corazón de la luz'', la ''lengua del creador'', el escriba erudito capaza de redactar los anales de los dioses. Cualquier escriba, antes de escribir, debía dirigirle una oración; éste es un fragmento de la misma:

«¡Oh, Thot, presérvame de las palabras vanas! Ponte detrás de mí por la mañana. Ven, tú que eres la palabra divina. Eres una dulce fuente para el viajero sediento del desierto. Fuente cegada para el hablador, que mana para el que sabe callar» (Papiro Sallier)


Es cierto que en Mesopotamia existían escribas privados y comerciantes particulares, pero la creación de riqueza privada estaba netamente subordinada al fin superior de salvaguardar y acrecentar las propiedades del templo. Por eso la burocracia de Sumer lo abarcaba todo. «La administración del templo tenía que inspeccionar el cultivo de los campos y el mantenimiento ―de importancia vital― de las obras hidráulicas; debía dar cuenta de los copiosos rebaños, del almacenamiento de alimentos y de las provisiones de bienes de toda clase; debía dar instrucciones a los artesanos y supervisar a las nutridas cuadrillas que estaban ocupadas en la construcción de edificios públicos; finalmente, la administración tenía que regular también el abastecimiento de alimentos y vestido para trabajadores y funcionarios» (Burkhart Kienast).

El ejercicio profesional de escribas privados y comerciantes particulares sería más bien poco liberal y muy semipúblico; realmente era un tentáculo más de la Administración sacerdotal en su relación con el comercio exterior. Por ejemplo, «cerca del golfo arábigo-pérsico, aproximadamente hacia el 3500 antes de J.C., dos regiones vecinas situadas respectivamente en Irán y en Irak (los países de Sumer y de Elam, o más apropiadamente, los pueblos sumerio y elamita) son civilizaciones semejantes pero rivales, avanzadas y ya muy urbanizadas. Los intercambios económicos son cada día más numerosos, y cada vez se experimenta una mayor necesidad de conservar de forma duradera las cuentas, inventarios, transacciones y repartos que se llevan a cabo diariamente…» (Georges Ifrah: Las cifras, Historia de una gran invención)

Un pueblo que basó su expansionismo tanto en el brazo militar como en el religioso-comercial fue el hitita, forjador a lo largo del segundo milenio del imperio más importante de Oriente Medio junto a Babilonia y Egipto. Radicado en la cuenca del río más caudaloso de Turquía, el Kizil Irmak o Río Rojo, llamado Halys por los griegos, fue un pueblo famoso por su habilidad diplomática, dicen los textos.
El secreto de tan celebrada delicadeza consistía en enviar a los sacerdotes como avanzadilla al territorio a invadir; los sacerdotes enseguida montaban sus santuarios en los lugares convenientes, santuarios que eran mitad templo, mitad supermercado, mitad banco –ustedes ya me entienden–, como todos los santuarios en la Antigüedad; desde allí ofrecían la protección de sus dioses a los lugareños (su religión era conocida como ''la religión de los mil dioses'', así que tenían protecciones para todos los presupuestos), y ya de paso se enteraban de sus cosillas.
Y mientras ponte quítate y estate quieta, trasmitían la información estratégica pertinente a sus jefes del templo, los cuales la hacían llegar a su superior, o sea al rey; y el rey, que solía ser un señor muy curioso y atento, no tardaba en acercarse a hacer una visita de cortesía, siempre acompañado de sus tropas, más que nada por la gente, porque no digan dónde va ése con lo puesto.

Es evidente que los hititas tenían que poseer una elevada cultura para ser tan listos, como así se ha demostrado por la importantísima biblioteca excavada en Hattusa, su capital de entonces, hoy Bogazköy, sita en el montañoso corazón de la Anatolia turca (hay que decir que esta técnica era muy similar a la empleada también por los fenicios –siempre muy detestados a cuenta de esta sinuosa pero implacable pericia–, aunque de forma más discreta, a lo largo de sus periplos marítimos).


« ¡Ve y dile al dios de la Tempestad de Hatti, mi señor, y a todos los dioses, mis señores: ¿Qué es lo que habéis hecho? Habéis dejado entrar una plaga en el país. El país de Hatti se ve cruelmente afligido por una plaga. Desde hace veinte años han ido muriendo hombres en la vida de mi padre, en los días de mi hermano y en los míos desde que llegué a ser sacerdote de los dioses… Yo he confesado ahora el pecado de mi padre, lo he hecho. Si mi padre tenía que hacer restitución, parece claro que con todos los dones que he concedido ya a causa de esta plaga… él ha hecho su restitución veinte veces» (Plegaria del rey hitita Mursili II)




3. No siempre hubo Escuelas, pero siempre ha habido Clases
«La escuela sumeria surgió directamente de la invención y desenvolvimiento del sistema de escritura cuneiforme, la mayor contribución de los sumerios a la civilización. Los primeros documentos escritos fueron encontrados en la ciudad sumeria de Uruk. Consisten en más de mil tablillas de arcilla inscritas con caracteres pictográficos conteniendo memorandos datos económicos y administrativos. Pero entre ellos constan tablillas conteniendo listas de palabras cuyo objetivo parece ser el estudio y la práctica.
O sea, hace cerca de 5.000 años, algunos escribas ya estaban pensando en términos de enseñar y aprender. El progreso se dio de forma lenta en los siglos que siguientes; en la mitad del tercer milenio tuvo que haber existido una serie de escuelas en toda Sumeria donde la escritura era formalmente enseñada. En la antigua ciudad de Shurupk, la ciudad del Noé sumerio (Utnapistim), fueron excavados en 1902-1903 un volumen considerable de "libros de texto" datados cerca del 2500. Así nace una civilización de los cimientos de una cultura.
Una gran mayoría de las tablillas es de carácter administrativo, cubriendo cada aspecto de la economía sumeria. En ellas podemos comprobar que el número de escribas creció hasta casi dos millares con el correr de los años. Había escribas junior y escribas sénior, escribas reales y escribas de los templos, escribas especializados en alguna determinada categoría de actividades administrativas, y escribas que se convirtieron en funcionarios gubernamentales destacados. Podemos, por tanto, suponer que un importante número de grandes escuelas de escribas florecieron en toda Sumeria». (Samuel Noah Kramer: La Historia comenzó en Summer)

La tecnología del manejo de la escritura estaba bajo el completo control de la administración del templo; igualmente, los escribas sumerios recibían su formación del personal del templo. Y la formación de los escribas y el control de la contabilidad se encontraban entre las tareas de mayor responsabilidad de los sacerdotes: profesar y profesor y profesión son derivados de un mismo participio ('professus') del mismo verbo 'profiteri', ''declarar abiertamente''. En este caldo de cultivo religioso-técnico-docente se cocieron los colegas (compañeros de magistratura) que montarían de forma espontánea los primeros colegios, derivados ambos, como colectivo, o como colegiata, del verbo 'collegere', reunir, coleccionar. Su vocación corporativa clasista queda implícito tanto en magistratura como en magisterio o maestría (y en amaestrar), que son derivados de 'magister', mayor en el sentido de superior, con su raíz en 'magis', más, y con magistral como lo más de lo más.

El templo, lugar en el que los sacerdotes negocian con los dioses las concesiones de rebaños y cosechas a cambio de sacrificios, es el reservado lugar en el que se llevan a cabo todas las operaciones citadas, y el templo es el que tendrá que organizar la formación de los funcionarios, es decir, de los encargados de que la hacienda, en la máxima extensión de este término, funcione. El templo es la primera escuela de la Humanidad, y lo será hasta el s.-VI griego; y no lo volverá a ser hasta la eclosión del Cristianismo, permaneciendo casi intacto hasta la Edad Contemporánea. Escuela taller y hogar de gente del pueblo como el adolescente que en algún lugar de Mesopotamia escribía como ejercicio de "deberes" de redacción:

«Me levanté, temprano, por la mañana.
Dirigiéndome a mi madre le dije:
Dame mi desayuno, que tengo que ir a la escuela.
Mi madre me dio dos hogazas y yo salí.
Mi madre me dio dos hogazas y me fui a la escuela.
En la escuela, el vigilante de la puntualidad me dijo: ¿Por qué llegas tarde?
Yo estaba muerto de miedo y mi corazón batía con fuerza.
Pasé ante el maestro y le hice la reverencia.
Mi tutor estaba leyendo mi tablilla y decía: Aquí falta tal cosa.
Y me pegaba con el palo.
El vigilante del silencio decía: ¿Por qué hablabas sin permiso?
Y me pegaba con el palo.
El vigilante de la conducta decía: ¿Por qué te levantas sin permiso?
Y me pegaba con el palo.
El vigilante de la puerta decía: ¿Por qué has salido sin permiso? Y me pegaba con el palo.
El vigilante del almacén decía: ¿Por qué has cogido eso sin permiso?
Y me pegaba con el palo.
El profesor de sumerio me decía: ¿Por qué no lo has dicho en sumerio?
Y me pegaba con el palo.
Mi maestro decía: No tienes buena mano (para escribir).
Y me pegaba con el palo»
(Prof. Dr. G. Fatás, Días de escuela…)

Es de suponer que no todos los niños recibirían idéntico tratamiento pedagógico, pues es sabido que los niños ricos son mucho más listos más altos y más guapos que los niños pobres y no necesitan del jarabe de palo para aprender, sólo un respetuoso tirón de orejas alguna vez (dicho con ironía pero también sin ella: la alimentación y la higiene obran milagros. No extraña mucho que de siempre los más pobres, por apariencia y constitución, parecieran de inferior raza: la falta de nutrientes también afecta al cerebro).
Pero la enorme dimensión adquirida por las administraciones centralizadas sumerio-babilónicas y egipcias necesitarían en sus comienzos echar mano de todos los arrapiezos listos que florecieran en los barrizales populares ―a los mayores se les cierran pronto las ventanas de aprendizaje―, los cuales apenas habían visto en su vida algo más que palotes garrapateados en la encalada pared de algún rincón de la casa y los deslumbrantes dibujos de las fachadas del templo. Y eso con mucha suerte.
Está claro que los chiquillos entraban en régimen de internado, que decimos ahora, como indica la etimología de la palabra alumno, creada a partir de un antiguo participio del verbo 'alere', alimentar, criar.

Como ocurrió siempre, andando el tiempo y engrasada la organización, la mayoría de las plazas escolares serían copadas por los vástagos de las clases superiores. Forma parte de la dinámica empresarial. Así vemos cómo ya en el segundo milenio, época de decadencia sumeria y de irrupción del Primer Imperio babilónico, de entre los millares de tablillas administrativas que se encontraron en 1946 se hallaban las relativas a «cerca de 500 personas que escribieron sus nombres como escribas y dieron indicaciones sobre la ocupación de sus padres y de ellos mismos. Se descubrió que los padres de estos escribas, o sea, los padres de los estudiantes graduados (entre los que, por cierto, también había mujeres), eran gobernadores, embajadores, administradores de templos, militares de alta graduación, cobradores de impuestos, gerentes, escribas, arquitectos... En suma, los padres de estos jóvenes estaban entre los más ricos ciudadanos de las comunidades urbanas». (Samuel Noah Kramer: La Historia comenzó en Summer)

Hasta ahora hemos mencionado las escuelas primarias, en todos los sentidos del término, donde se supone se hacinaban los humildes chicos listos y enchufados que tenían la oportunidad de escapar de la servidumbre campesina; ¿qué ocurría con los niños-bien que poco a poco se iban incorporando al desasnamiento? ¿También estudiaban en la escuela del templo, codo a codo con los legañosos aldeanos? ¿En clases separadas, quizá? Pues ni en sueños, oyes. Como en todas partes en todas las épocas, «en el ambiente de los cortesanos y altos funcionarios el niño podía recibir la educación inicial en casa, si bien prácticamente no existen testimonios de educación en el hogar. Sólo puedo remitirme a la estela de la XII Dinastía conservada en Viena, donde junto a la familia real está inmortalizado el "servidor doméstico maestro de escritura". Al menos desde la IV Dinastía es segura la instrucción en la "Casa de los Descendientes de la realeza". Se trata de una escuela de Palacio (sólo para niños, por supuesto) en la que los hijos de los palaciegos podían educarse junto a los hijos de los reyes. En la escuela de la corte los colegiales aprendían a escribir, "cantaban" a coro los Libros Sagrados y, aparte, aprendían a nadar». (Oleg Verlev: El hombre egipcio)

Está claro que esta escuela no sólo garantizaba un respetable nivel de formación: los reyes visitaban esta Casa de vez en cuando y se fijaban en los alumnos con quien sus dorados vástagos compartían pupitre y nocilla. No vaya a ser qué. En una ocasión el resultado de la escolarización fue la boda de la hija de un rey de la IV Dinastía. Claro que el muchachito estaba por nacimiento a continuación de uno de los dos sumos sacerdotes de Ptah, dios de las artes y principal dios de la capital.
La educación junto al heredero podía abrirles a los compañeros de estudios increíbles posibilidades e incluso salvarles la vida. El rey Ajtoy aconseja a su hijo... ''no matar a aquellos con quienes había cantado las Escrituras". Pues eso. Como en todas partes.

Es bastante difícil que en estas aulas se escribiese el siguiente ejercicio escolar:

«Cuando yo era pequeño como tú, escolar como tú, tenía que estar con las manos atadas durante tres meses; eso me disciplinó los miembros. Cuando me quitaron las ligaduras lo hice todo mucho mejor que antes. Llegué a ser el primero de mis compañeros, el mejor en la lectura y en la escritura».

En cambio, es probable que algún maestro haya dictado allí la siguiente amonestación a unos alumnos que «huyen de la escuela como potros salvajes»: «Van de un lugar a otro atraídos por el olor de la bebida, y trabajan en su propia ruina». «Frecuentan las tabernas y allí se quedan a jugar y a cantar en vez de estudiar los sublimes poemas históricos y religiosos de sus antepasados».

Es muy interesante también la información ambientada suministrada por novelaciones históricas, sobre todo cuando vienen de la mano de auténticos eruditos egiptólogos, como es el caso de la canadiense Pauline Gedge, de la que ofrecemos unos párrafos ambientados en la época de la expulsión de los hicsos, es decir, a mediados del siglo -XVI:
«-El príncipe aún no ha cumplido cinco años... Sugiero un rato de lecciones por la mañana y por la tarde los seis primeros meses, durante los cuales le enseñaré los elementos de la escritura hierática más simple, antes de empezar con los jeroglíficos más explícitos. Hace setecientos años se compiló la obra llamada Kemyt con ese propósito. Me atrevo a decir que su Majestad también comenzó con este antiguo texto antes de pasar a las Instrucciones de Osiris Amenemhat Primero y al Himno del Nilo, escrito por Khety, hijo de Duauf.
-Lo recuerdo -dijo Ahmose sombrío-. Cada palabra iba acompañada de una amenaza de golpes. Mi tutor era severo.
-Majestad, quisiera que consideres la posibilidad de darme una habitación junto a la del príncipe... Tiene que verme como un amigo y guardián, además de su maestro.
-Es una petición fuera de lo corriente -dudó Ahmose-...» (Pauline Gedge: El Camino de Horus).


En Mesopotamia, donde la enseñanza sí se impartía en el Templo, a partir del segundo milenio la posibilidad formativa estaba directamente vedada a los pobres. Según el profesor Lara Peinado, en Babilonia (emplazada a 75km al S.E. de la actual Bagdad), cuyo Primer Imperio se forjó por esa época, «las clases ricas enviaban a sus hijos a la 'bit tupi', ''Casa de la tablilla'', denominación de las escuelas de los templos, a aprender a escribir y leer los caracteres cuneiformes de su lengua, a hacer cálculos y a ejercitarse en algún idioma extranjero (hitita, egipcio, arameo, griego, según la época). Hubo también escuelas llevadas por profesores libres, conviviendo en este caso los alumnos con ellos como miembros de la familia.
Tras largos años de estudios, el joven podía hacerse escriba e incorporarse al funcionariado imperial, o bien especializarse en alguna profesión. La educación de las jóvenes, o bien estaba orientada exclusivamente orientada al matrimonio, y era guiada por su madre en el hogar, o bien hacia la vida religiosa, ingresando entonces en los templos correspondientes y alcanzando diferentes rangos clericales». (Así vivían en Babilonia)


«Se ha dicho alguna vez que los dos Felipes (el Heredero y el diseñador) eran amigos de la infancia, pero no es verdad. Se conocían porque estudiaron en el mismo colegio, Santa María de los Rosales, donde la extensa familia Varela -son ocho hermanos, muy conocidos en el colegio, entre otras cosas, por sus nombres bíblicos- salpicó cada curso con alguno de sus miembros» (Cote Villar: Felipe Varela, El mago modisto que 'realza' a Letizia, Diario El Mundo, 26-jun-2010)


4. Escuela y Cultura
« ¡Deja a tu superior que te golpee y guarda tu mano en tus rodillas; déjale insultarte sin responder una sola palabra! Cuando al día siguiente aparezcas ante él te dará pan con mano generosa… ¡Sé, pues, humilde! El que dobla el espinazo no se rompe los riñones» (Libro sapiencial del escriba real del trigo Amenemope, s-XX)

En lo que atañe al currículo de la escuela sumeria, hay muchos datos disponibles de los propios centros escolares. Podemos ver que el curso escolar estaba compuesto por dos grupos principales, el primero puede ser considerado como básico o elemental, y el segundo como literario y creativo.

El grupo elemental se desenvolvía a partir de la meta fundamental de la escuela, que era enseñar a escribir el idioma sumerio. A tal fin los profesores inventaron un sistema de instrucción que constituía fundamentalmente en la clasificación lingüística, según grupos de palabras y frases relacionadas entre sí, los cuales eran copiados memorizados y recitados por los estudiantes, además de largas listas de substantivos compuestos y formas verbales que suponen una gramática altamente compleja. Entre ellos, encontramos relaciones de nombres de árboles y plantas, de todo tipo de animales, países, ciudades y pueblos, piedras y minerales...

En lo que respecta a los aspectos literarios y creativos, éstos consistían principalmente en el estudio copia e imitación de los mitos y cantos épicos conmemorativos relativos a sus dioses y héroes, lamentaciones referentes a las destrucciones de ciudades sumerias o composiciones sapienciales, incluyendo proverbios, fábulas y ensayos varios.
También prepararon tablas matemáticas, y problemas juntamente con sus soluciones. Y como resultado de la conquista gradual de los sumerios por los semitas acadios en la última parte del tercero milenio, los profesores de sumerio prepararon los más antiguos diccionarios conocidos. (Samuel N. Kramer)


Y es que gracias a los "deberes" de los estudiantes de escriba conocemos lo que conocemos de la remota literatura oral del Cercano Oriente y Egipto. Fue en los ejercicios de redacción y caligrafía de alguno de esos improvisados y anónimos memorizadores que aspiraban a funcionarios sacerdotales donde se conservaron adornaron y fantasearon (y difundieron entre el pueblo) los cuentos, fábulas, canciones y leyendas cultas. Y eran repetidas a la salida de la escuela ante sus embobados familiares y vecinos apiñados alrededor de la lumbre del hogar; las mismas historias que habían aprendido en el colegio, pero también escuchado muchas de ellas cientos de veces a sus padres y abuelos en aquel mismo sitio.

(Lo de "la lumbre del hogar" se nos ha colado aquí de rondón por ser la expresión tópica típica. Sin embargo, suponemos que los corrillos se formarían al fresquito o al solecito en la puerta, pues el "olor de hogar" no debía ser muy confortable, por más habituados que estuvieran.
Los críos de las aldeas egipcias recogían todos los días, todavía recientes, los excrementos de asnos bueyes ovejas y vacas. Los desechos humanos y el estiércol recolectado se mezclaban y se batían hasta formar una pasta, la cual a su vez se moldeaba a mano en tortas que se ponían a secar al sol, c onstituyendo, una vez secas, el combustible del campesino… como hoy se sigue haciendo en la India (A. Caminos, El hombre egipcio).
Hasta el 2800 no se emplean en las casas señoriales de Egipto lámparas de aceite planas con mecha flotante para iluminar las estancias interiores. La forma más antigua de esta iluminación era el fuego abierto del hogar, sustituido más tarde por las teas, haces de fibras vegetales impregnadas de pez, asfalto o resina, que producían mucho humo. (Crónica de la Técnica, Ed. Plaza & Janés))

Porque en cada país había alguna leyenda conocida por todos y aprendida y transmitida por algunos. Dicen los expertos que así es como se creó la poesía, a base de rimas y estribillos de cuando en cuando como muletilla memorística, y con el relato distribuido en frases de igual tamaño y, a ser posible, con una terminación que sonara como otras anteriores. Todo ello como un conjunto de trucos nemotécnicos para poder recitar de corrido "romances" que se iban alargando depurando y fijando con el tiempo y los recitadores (ponemos romances muy entre comillas, pues romance tenía primitivamente el significado de "lenguaje hablado por las naciones romanizadas o neolatinas", o sea por nosotros los colonizados… Y romántico es otra derivación tardía de romance, ya ves tú, con lo raciales que eran los romanos).

En Sumeria era la Epopeya de Gilgamesh, en Egipto, las aventuras de Sinuhé, en Grecia serían las hazañas alrededor de Troya y las posteriores andanzas de Ulises, en Israel las de Moisés, los romanos disfrutaron sobre todo con las fechorías de Hércules y con todas las traducciones que iban conociendo por boca de sus esclavos acerca de los dioses griegos. En Babilonia incluso existían ''vendedores de canciones'' ambulantes, más parecidos a los ciegos medievales que entonaban por caridad sus canciones de ídem que a los trovadores y juglares de la misma época; eran composiciones de tipo religioso o profano algunos de cuyos títulos («Ven al jardín del rey», o « ¡Ah, qué hermosa es!») han llegado hasta nosotros (F. Lara Peinado).
En romances canciones y cantares se guardó la memoria mítica de los antepasados personificados en dioses, titanes y héroes... con la excepción de Fenicia. De sus ciudades no ha quedado más memoria cultural que la que guardan de ellos sus antiguos vecinos, es decir sus antiguos rivales.


Tenemos que insistir. La función de la escuela anterior a Grecia no era la de divulgar la cultura sino la de aleccionar o amaestrar a los aprendices en los conocimientos imprescindibles para el buen funcionamiento del sistema (divulgar, difundir entre el vulgo, vulgar, propio del vulgo, del 'vulgus', la muchedumbre).
Freud aseguraba que ''la represión es cultura''. Aunque fuera de contexto no podamos estar seguros de a qué demonios se refería, lo que sí resulta cierto es que ''la cultura es represión'': Enseñar deriva del latín 'in-signare', marcar, ''dejar o poner una marca o señal'' ('signum'). Esa es la función de cada asignatura en su campo. Y esa tarea sólo se consigue a fuerza de disciplina, palabra que significa al menos tres cosas: tanto orden, como materia de estudio, como represión (''azote de penitente'' o disciplina llama el diccionario al latiguillo de cáñamo de varios ramales).

El aleccionamiento se impartía a los discípulos dentro de un régimen disciplinario en el que eran educados de acuerdo a las tres acepciones citadas de la palabra disciplina (un derivado del verbo 'disco, -ere, didici', enseñar, de donde proceden los anteriores vocablos y también didáctica, relativo a la enseñanza).
Es evidente que hay personas que han sido educadas pero no tienen educación, y personas que no han recibido educación y son educadísimas: los binomios 'ser y estar', 'ser y tener', aportan aquí a este término (familiar carnal de 'ducere', conducir) unas connotaciones en las que es tan fácil entrar como perderse; así pues, dejémoslo estar y mejor mostremos un ejemplo (el que encabeza este punto tampoco está mal):

«Cuando seas invitado a comer a casa de un hombre que es tu superior, toma lo que te ofrece. No fijes la mirada en los platos que tu anfitrión tiene ante sí; ocúpate de lo que hay ante ti. No levantes la vista del suelo hasta que tu anfitrión se digne saludarte y no hables más que cuando te dirija la palabra. Ríe cuando él ría; eso agradará a su corazón y apreciará tu comportamiento» (Libro sapiencial de Tahotep, un ministro de la V Dinastía egipcia –hacia el 2500)


Desde siempre el saber ha sido un tesoro que confiere poder, un bien que jamás se regala y difícilmente se vende a no ser que los competidores lo pongan en el mercado. Los colegios de los elegidos detentadores del conocimiento siempre se han movido en claustros ('claustrum', cerradura, cerrojo, cierre), ocultos a las miradas del mundo; y el fruto de sus pesquisas siempre a permanecido hermético bajo la vigilancia de los dioses que, similares a Hermes (dios de mensajeros, comerciantes y ladrones), se ocupaban de castigar las violaciones de la propiedad intelectual.
El alfabeto fenicio, sin abandonar el tema, fue para sus primeros contemporáneos un enigma en clave; un código exclusivamente para uso de sacerdotes y comerciantes vinculados al templo y creado en el de Biblos (Biblia significa ''Hecho en Biblos''). Y funcionó estupendamente en un mundo intelectual en el cual no existían abecedarios sino silabarios consonánticos, sin reglas de pronunciación y sin tan siquiera separación entre palabras (hasta que no se pronunciaban en voz alta, las ristras de consonantes carecían de significado incluso para sus destinatarios).


5. Cultura y Bienestar

La formación de un escriba estaba, y siempre lo ha estado, condicionada socialmente dado que era necesario disponer de muchos años en la vida del candidato, años que entre los campesinos debía dedicarse al trabajo. De hecho, muchos escribas firman sus escritos autentificándolos con referencias a sus antecesores que también fueron escribas. Regla, por otra parte, que rige en cualquier profesión productiva, este oficio se llevaba a cabo normalmente dentro de un mismo círculo familiar.
Todo ello justificaba la inclusión del muchacho en una ''Casa de la Vida'', recinto a cargo de los sacerdotes del templo que se encargaba de asegurar su formación y su eventual inclusión posterior en el sacerdocio o bien al servicio de la corte. Esta formación era larga, puesto que era necesario aprender toda la escritura jeroglífica formada por cientos y cientos de símbolos distintos, así como la realización de cuentas y otros procedimientos matemáticos, entre otros saberes. La cultura siempre ha sido contemplada como una posibilidad de ascenso social.

En un papiro egipcio de finales del segundo milenio un padre recomienda a su hijo: «Pon la escritura en tu corazón a fin de protegerte del duro trabajo de cualquier tipo, convirtiéndote en un magistrado de elevada reputación...»

Veamos un fragmento:
«...El hombre de Silé llamado Dwa-Jeti, el cual hizo para su hijo Pepy las siguientes recomendaciones mientras navegaba en dirección del sur hacia la Residencia, a fin de ponerlo en la escuela de escritura entre los hijos de los dignatarios, la escuela más famosa de la Residencia. Le habló así:
He visto a los que reciben golpes. ¡Tú debes dedicarte a la escritura! He observado a los que han conducido al trabajo forzado. Mira: nada sobrepasa a la escritura: ¡es un barco sobre el agua!

Lee, pues, al final del libro de Kemyet, esta afirmación: ''El escriba, sea cual fuere su oficio en la Residencia, no carecerá de nada''. El cumple los deseos de otro que hasta entonces nunca se había marchado satisfecho. Yo no veo otra profesión que pueda compararse con ésa y verificar esta máxima. Voy a hacerte amar los libros más que a tu madre y a desplegar ante ti su excelencia. Es la mayor de las profesiones. Nada en la tierra es comparable con ella. Apenas el escriba empieza a ser experto, ya se le saluda, aunque sea aún niño, y lo envían a ejecutar una tarea; ¡no volverá ya a ponerse un delantal!

Nunca vi a un picapedrero hacer una carrera, ni a un orfebre encargado de una misión; pero he visto a un calderero a la puerta de su horno. Sus dedos se parecían a las garras del cocodrilo y olía peor que el pescado podrido...»
(Sátira de los Oficios, en un papiro egipcio en torno al año -1100)

Máscara de cartonaje
del gobernador Heqaib III (a. -1800),
Cristina Lechuga
La investigación arqueológica confirma a cada paso tan lúgubres apreciaciones:

«Aquí (yacimiento arqueológico de Qubbet el-Hawa, en Asuán) estudiamos la causa de la muerte y las patologías que sufrían. Hemos visto una gran cantidad de enfermedades infecciosas, sobre todo de niños. El Nilo era una maravilla y permitía que la población sobreviviera, pero al mismo tiempo tenía una contaminación tremenda y causaba muchas infecciones. En los adultos hay pocas fracturas y traumatismos, y muchas enfermedades degenerativas por trabajos duros o procesos infecciosos y malnutrición. Su dieta era poco variada. También sufrían malaria.
Tenemos este hueso de cadera en el que se aprecia claramente el proceso infeccioso. Era de un hombre de unos 20 o 21 años. Probablemente murió de una anemia producida por parásitos o por el agua, que fue minando su salud. La vida que uno lleva deja huellas en los huesos, y en esta zona (fronteriza con Nubia) había canteras de las que se extraía el granito rosa o la sienita para construir los templos egipcios...
El mito de que la civilización egipcia era rica y opulenta y vivía bien en todos los estratos sociales no es cierto. Excepto aquellos que gobernaban, la gente en general vivía en el límite de la supervivencia...» (Egipto, mucho más que faraones).

Amasado de la malta
Y aquí entra en escena esa maravilla de la técnica bacteriológica que es la cerveza. Porque la moneda del salario común consistía en panes (de cebada, claro está) y raciones de cerveza. Y no precisamente para que el alcohol embruteciera a la gente o anestesiara su sufrimiento:

«Tan pronto como se formaron los primeros asentamientos humanos, enfermedades de transmisión hídrica como la disentería se convirtieron en un importante obstáculo para la población. Durante gran parte de la historia de la humanidad la solución no consistía en depurar el agua, sino en beber alcohol, que era lo más parecido a un fluido "puro". Cualesquiera que fueran los riesgos que planteara para la salud la cerveza (y más tarde el vino... [ver al respecto de la competencia entre ambos nuestras Historias del Beso]) en los primeros días de los asentamientos agrícolas, las propiedades antibacterianas del alcohol servían para contrarrestarlos. Era mejor morir de cirrosis de hígado a los cuarenta años que de disentería a los veinte...
...La mayoría de la población del mundo actual desciende de aquellos primeros bebedores de cerveza, y hemos heredado en gran medida su tolerancia genética al alcohol: muchos de los primeros agricultores carecían de ese rasgo, por lo que eran genéticamente incapaces de "retener su alcohol". En consecuencia, muchos morían a una edad temprana sin haber tenido hijos, ya fuera por el abuso del alcohol o por las enfermedades transmitidas a través del agua.
Los descendientes de los cazadores recolectores (igual que muchos indios americanos y aborígenes australianos) nunca se vieron forzados a superar este obstáculo genético, razón por la cual hoy en día muestran desproporcionados índices de alcoholismo...» (Steven Johnson: El mapa fantasma. La historia real de la epidemia más terrorífica vivida en Londres).



Y los escribas mesopotámicos, si bien no son tan conocidos entre nosotros por su esmero en el dibujo jeroglífico, tienen en cambio mucho que enseñar a los egipcios en cuanto a pericia técnica, como se trasluce del siguiente orgulloso "curriculum" de un escriba babilónico:

« ¿Acaso sabes hablar y entender las lenguas especiales?
¿La lengua del artesano de la plata?
¿La lengua del grabador de sellos?
¿Acaso sabes hablar y entender la lengua del charlatán,
que se mezcla con el viento,
la lengua del labrador,
la lengua del navegante?»

También en la Biblia, en el Libro del Eclesiástico (38-25), se hace una filosófica y realista comparación entre el escriba y el artesano:

«La sabiduría del escriba se acrecienta con el bienestar, pues el que no tiene otros quehaceres puede llegar a ser sabio. ¿Cómo puede ser sabio el que está atado al arado y pone su gloria en saber aguijonear a los bueyes y ocuparse de sus trabajos, no siendo su trato sino con los hijos de los toros?
Pondrá todo su empeño en trazar surcos derechos, y su desvelo en procurar forraje para los novillos. Lo mismo digamos del carpintero o del albañil que trabaja día y noche; de los que graban los sellos y se aplican a inventar variadas figuras, y ponen toda su atención en reproducir el dibujo, y se desvelan por ejecutarlo fielmente.
Lo mismo del herrero, que junto al yunque está atento al hierro bruto, a quien el calor del fuego tuesta las carnes, y que resiste perseverante el ardor de la fragua. El ruido del martillo ensordece sus oídos, y sus ojos están puestos en la obra... Lo mismo también del alfarero que, sentado a su tarea, dando vueltas al torno con los pies, tiene siempre la preocupación de su obra y de cumplir la tarea fijada...

Todos éstos tienen su vida fiada a sus manos, y cada uno es sabio en su arte. Sin ellos no podrá edificarse una ciudad; pero ni viajan por países extraños, ni se pasean por las plazas, ni se levantan en las asambleas sobre los otros; ni se sientan en la silla del juez, porque no entienden las ordenanzas de las leyes; ni son capaces de interpretar la justicia y el derecho, ni se cuentan entre los que inventan parábolas.
Son, sí, expertos en sus labores materiales, y su pensamiento mira a las obras de su arte.

Muy de otro modo es el que aplica su espíritu a meditar en la Ley del Altísimo; este investiga la sabiduría de todos los antiguos y dedica sus ocios a la lectura de los profetas; guarda en la mente las historias de los hombres famosos; penetra en lo intrincado de las parábolas; investiga el sentido recóndito de los enigmas y se ocupa en descifrar las sentencias obscuras; sirve en medio de los grandes, y se presenta ante el príncipe...»



 6. Epílogo feminoideo
«Alalcomeneo (''guardián'') es un personaje ficticio, una forma masculina de Alalcomenia, título de Atenea (Ilíada, iv.8) como guardiana de Beocia. Sirve al dogma patriarcal de que ninguna mujer, ni siquiera una diosa, puede ser sabia sin instrucción masculina, y de que la diosa Luna y la Luna misma fueron creaciones posteriores de Zeus» (Robert Graves: Los mitos griegos)

Aquí se habló bastante de los escribas y casi nada de las escribas puesto que en ningún escrito pintura o dibujo se refleja la existencia de tal puesto femenino; no obstante es sabido que las sacerdotisas sumerias de Ishtar (diosa del amor y la fertilidad en Babilonia y Asiria) eran una chicas listas inteligentes e instruidas, y las Vestales romanas, por no detenernos en civilizaciones intermedias (como las magas sacerdotisas de los belicosos hititas, y hasta en Grecia, cúspide de la misoginia, donde tenemos a las sibilinas pitonisas), ejercían de notarias y registradoras y custodias testamentarias.
Pero la funcionaria escriba está tan ausente de los templos egipcios como de los monasterios cristianos… aunque ya hace tiempo que las buenas monjitas han entrado en el mercado laboral aceptando trabajos de mecanografía informática. No obstante parece claro que tal exclusión fue fruto, una vez más, de la irrupción de la civilización machisto-varonil en el seno de las sociedades matrilineales, pues es significativo que en gran parte de las culturas antiguas se atribuyese la invención de la escritura a divinidades femeninas cuando estaban inmersas en "el mundo de la Diosa".

Precisamente en Mesopotamia se atribuyó la invención de las tablillas de arcilla y del arte de escribir, de la escritura y las ciencias a la diosa sumeria Nisaba, la Patrona de los Escribas, que enseñaba los decretos. Y a la diosa babilónica Tasmetu se la consideraba Inventora de la Escritura Cuneiforme. Algunas mujeres incluso desempeñaron en esa ciudad-estado un importante papel económico (ya mencionamos antes la presencia de niñas-bien en los listados ''académicos'' del templo); es el caso de las sacerdotisas naditu que, al margen de su función religiosa actuaron por libre como prósperas empresarias (seguro que trabajando un cincuenta por ciento más y ganando un treinta por ciento menos que la competencia masculina; son cosas del sexo implícitas en el género; los primates somos así).

No obstante, parece que en el Creciente Fértil la ''paridad'' debía ser bastante menos insólita de lo que se ha querido reconocer..., y mucho más normal de lo que el gusto de los visitantes griegos podía soportar. Mil años antes de que Mahoma impusiera su peculiar visión del papel femenino en esta vida y en la otra, un estupefacto Herodoto escribía lo siguiente:

«Tanto por razón de su clima, tan diferente de los demás, como por su río, cuyas propiedades tanto le distinguen de cualquier otro, distan los egipcios enteramente de los demás pueblos en usos leyes y costumbres. Allí son las mujeres las que venden, compran y negocian públicamente, y los hombres hilan, cosen y tejen; allí los hombres llevan la carga sobre la cabeza y las mujeres sobre los hombros. Las mujeres orinan de pie y los hombres se sientan para ello... Ninguna mujer se consagra allí por sacerdotisa a dios o diosa alguna: los hombres son allí los únicos sacerdotes. Los varones no pueden ser obligados a alimentar a sus padres contra su voluntad; tan sólo las hijas están forzosamente sujetas a esta obligación». (Los nueve libros de la Historia).

Resulta coherente que quien se ocupe de los negocios (supuestamente la mujer, parece) alimente a sus ancianos progenitores; así pues, Herodoto habla un poco a la ligera al generalizar tanto, pues sabemos de buena tinta que artesanos y agricultores varones sí que estaban obligados a hacerse cargo de sus padres... siempre que éstos, a su vez, se hubieran ocupado antes de ellos, algo normal si tenemos en cuenta que los trabajos y las penurias eran hereditarias (por lo mismo, no sabemos si al hablar acerca de la idiosincrasia cultural del pis también lo hacía de oídas..., lo cual cordialmente le deseamos, dicho sea de paso). 
De acuerdo a lo recién citado, no es de extrañar que fuera la diosa Isis quien, según la más antigua leyenda, diera a los pueblos del Nilo la escritura y la medicina, además de inventar el embalsamamiento y la alquimia. Pero la historia, ya se sabe, la escriben los vencedores, y en esta frase el sentido de "escribir" abarca todas sus acepciones posibles:
«Durante toda la era pre-agrícola el control de la producción de alimentos y las instituciones sociales básicas, salvo la defensa, estuvo en manos de las mujeres, a las que debemos la gran mayoría de los adelantos psicosociales y técnicos que nos condujeron hasta la civilización, y esos colectivos matricéntricos fueron regidos por la idea de la Gran Diosa. Pero, al adentrarse en la era agrícola, cuando las sociedades se hicieron sedentarias y dependientes de sus cultivos, por una serie de circunstancias imposibles de resumir en este espacio, el varón se vio obligado a implicarse en la producción alimentaria y comenzó un proceso de transformación que desposeyó a la mujer de su ancestral poder y lo depositó en manos del varón». (Pepe Rodríguez: Dios nació mujer).


«En Uruk, importante ciudad sumeria, en el año 2850 antes de J.C. se está realizando una petición de matrimonio, y el padre de la joven acaba de ponerse de acuerdo con el padre del futuro esposo sobre el precio de la novia. Tras la ceremonia el primero recibirá del segundo 15 sacos de cebada, 30 de trigo, 60 de judías, 40 de lentejas y 15 aves. Pero como la memoria humana a veces falla, y para evitar ulteriores reclamaciones, los dos hombres acuden a una de las autoridades de la ciudad para que tome nota del contrato como es debido y legalizar el compromiso…» (Georges Ifrah: Las cifras, Historia de una gran invención)



Sed buenos si podéis...
……………………….«...Porque no hay que irritarse ni tampoco entristecerse, tan sólo intentar comprender»


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Una entrada muy interesante, la mar de copleta y muy documentada.

Enhorabuena por el blog.

Un saludo!

Angel Molledo Caviedes dijo...

Me resulta muy agradable y estimulante tu comentario, el cual te agradezco sinceramente. Espero que la continuación (que se me ha empantanado un poco por motivos que te serán evidentes cuando la leas) no te defraude. Gracias también por tu seguimiento.

Un cordial saludo.

Nati dijo...

Hola mi nombre es Nati,he pasado por tu blog sin saber que me iba a encontrar dentro y ¡uff! que sorpresa es muy interesante y lleno de personalidad, tus manos y tu cabeza lo hacen especial, te Felicito es estupendo.
Me hago segidora, tengo que entrar para empaparme de tu sabiduria y riquiza en lo bien hecho.
Yo tengo un blog que me gustaria que visitaras se llama:"LOS CUENTOS DE NATI". Si te gusta y crees que merece la pena estás invitad@ a quedarte, seria un honor para mí y con el tiempo podemos llegar a ser buen@s amig@s.
Hasta pronto besos Nati.

Unknown dijo...

Guau, señor sabio, la academia de Platón se queda en parvulos.
Mi mas sincera enhorabuena.

Por otro lado y haciendo referencia al e-mail anterior, sigo creyendo que el humor es un arma de la inteligencia que deberíamos pontenciar más. Ríete y no le busques tres pies al gato.

Mis amables compañías:

Presentación

Mi foto
Esta aventura es una exploración de las venas vivas que parten del pasado y siguen regando para bien y para mal el cuerpo presente de esta sociedad occidental... además de una actividad de egoísmo constructivo: la mejor manera de aprender es enseñar... porque aprender vigoriza el cerebro... y porque ambas cosas ayudan a mantenerse en pie y recto. Todo es interesante. La vida, además de una tómbola, es una red que todo lo conecta. Cualquier nudo de la malla ayuda a comprender todo el conjunto. Desde luego, no pretende ser un archivo exhaustivo de cada tema, sólo de aquellos de sus aspectos más relevantes por su influencia en que seamos como somos y no de otra manera entre las infinitas posibles. (En un comentario al blog "Mujeres de Roma" expresé la satisfacción de encontrar, casi por azar, un rincón donde se respiraba el oxígeno del interés por nuestros antecedentes. Dedico este blog a todos sus participantes en general y a Isabel Barceló en particular).