« El amor de mi bella está sobre la otra orilla / Un brazo del río nos separa. Quiero ir hacia ella / Mas el cocodrilo se tiende sobre el banco de arena / Me lanzo al agua, atravieso la corriente. Mi corazón es poderoso sobre las olas / El agua es tan firme como el suelo a mis pies / Es su amor el que me vuelve así de fuerte / para conjurar los peligros del río»
(Egipto. Poema de amor del Imperio Nuevo)
Como podemos comprobar por el poema egipcio que antecede, la estupidez amorosa es genérica y, sospechamos, universal. Pero para desesperación del espíritu romántico, es tan pasajera como universal y genérica. Por ello ya en Egipto «desde temprano quedaron señalados los deberes maritales. Las tumbas se poblaron de efigies de cónyuges. El amor de los esposos apareció repetidas veces materializado en tiernas escenas. "Si eres hombre de bien, fúndate un hogar", consignó el príncipe Hordjedef (Dinastía IV), y estos hogares se basaban en el respeto mutuo. El consejo del príncipe era el deseo de todo egipcio y podía dar pie a que un tercero realizara una buena acción: "He dado esposa al que no tenía mujer" (Anjtyfy, Primer Período Intermedio)». (Marcelo de León: El amor y la sensualidad en el antiguo Egipto).
Pero gracias a Dios también en este campo, aunque por la vía de la exploración cerebral y la psicología, ha habido avances decisivos; un estudio de la revista Psychology de febrero de 2005 ―Frank Tallis, El amor como enfermedad mental― definía el sentimiento del amor como «una enfermedad mental»; y de acuerdo con estas premisas, Liz Dawson, una psicóloga británica especializada en terapia artística, ha estado asesorando a los actores de la Compañía Teatral de Shakespeare de Londres acerca de la química del amor, a fin de que puedan imitarlo en escena del modo más realista posible:
«Miramos a los ojos de nuestra alma gemela en la obra, escuchamos su voz y seguimos atentamente sus movimientos ―comenta la coreógrafa de la compañía teatral―. En el amor real esto es muy importante, ya que un 70% de lo que nos importa de nuestra pareja es el cuerpo, un 20% la voz, y tan sólo un 10% lo que ella dice».
Liz Dawson también enseñó a sus alumnos actores ―y a nosotros, de paso― que:
«existen tres tipos de amor: a primera vista, obsesivo y romántico. Los tres son igualmente importantes, y en los tres se desata el mismo mecanismo en nuestro sistema nervioso: nuestro cuerpo aumenta la producción de adrenalina, el corazón late hasta 130 pulsaciones por minuto, sube la presión arterial máxima y producimos más glóbulos rojos que oxigenan la sangre... ». (G. González: La ciencia al servicio del teatro: El Mundo, 3-3-2005).
En efecto. Son los síntomas de una peligrosa enfermedad... como el propio nombre de su versión más celebrada (y soñada y perseguida) avisa: pasión deriva del verbo latino 'patior', padecer, sufrir, de donde surgieron también patetismo y apatía, factores directamente relacionados con la cuestión entre otros varios de parecida índole.
«Estar enamorado es una de las enfermedades más terribles y disparatadas que existen. Sus síntomas son muy parecidos a los de algunos trastornos obsesivo-compulsivos estudiados por la psiquiatría, como lavarse las manos continuamente o comprobar sin parar que una puerta esté bien cerrada. Pensar todo el día en una persona viene a ser lo mismo. Mucho se ha hablado, escrito o cantado al respecto.
Sin embargo, la prueba científicamente irrefutable de este desaguisado fue aportada por la psiquiatra italiana Donatella Marazzitti. En unos estudios realizados en 1990 demostró que los niveles de serotonina en las personas enamoradas es un 40% inferior al de las personas 'sanas', unos niveles similares a los de aquellos que padecen cuadros depresivos. La serotonina es un neurotransmisor que ejerce un efecto tranquilizante y optimista en nuestro cerebro, por lo que ya sabemos a qué se debe ese "no sé qué tengo, no sé qué me pasa" que trae consigo el amor.
Al cabo de un año, siguiendo con su experimento, la doctora Marazzitti en un nuevo análisis comprobó que los niveles de serotonina de los enamorados ya se habían normalizado. Vamos, que la fase del enamoramiento tiene, químicamente, una caducidad de un año». (Amor, sexo y química).
Menos mal: el alelamiento pasional tiene fecha de caducidad de un año a partir de su embotellado. Algo más que la leche de La Asturiana... Entonces, ¿por dónde anda el célebre ''amor platónico''?
Bueno, Platón suponía dos clases de amor, uno celeste y otro terrenal, este último es el amor común y aquel otro ''el que produce el conocimiento y lleva a él''. En cuanto al socorrido amor platónico, puede encerrarse en la siguiente descripción transcrita de Ferrater Mora, no recomendable para diabéticos:
«El cuerpo debe amar, por así decirlo, por amor del alma. El cuerpo puede ser de este modo aquello en que un alma bella y buena resplandece, transfigurándose a los ojos del amante, que así descubre en el amado nuevos valores acaso invisibles a los que no aman».(Diccionario de Filosofía).
Tremendo. Y trascripción de Ferrater Mora es también la siguiente reseña de esa pasión insatisfecha, de ese come-come denominado deseo, tan elemental como difícil de razonar, excepción hecha de Platón, claro está: «El amor es para Platón siempre amor a algo. El amante no posee este algo que ama, porque entonces no habría ya amor... Pero tampoco se halla desposeído completamente de él, pues entonces ni siquiera lo amaría».
Tremendo tremendo.
Los antiguos, y los no tan antiguos, para quienes el matrimonio era exclusivamente una transacción comercial entre familias, tuvieron muy mal concepto de la pasión; el deseo era considerado como una enfermedad capaz de dar al traste con buenos negocios ―por lo cual se dieron siempre grandes facilidades para el divorcio, que llamaban repudio―; en el latín vulgar ‘desidium’, deseo erótico, derivaba ya entonces del mucho más vetusto ‘desidia’, indolencia, pereza, y que venía a tener el sentido de libertinaje voluptuoso, conforme a la apreciación moral que culpa a la ociosidad de ser el principal incentivo de la lujuria.
No obstante, a la hora de la verdad y obligado a arremangarse la túnica y descender al barro de lo cotidiano, Platón era otro Platón y lo tenía muy claro: frecuentemente en sus escritos, con una lucidez no tan habitual como se le supone, el amor es comparado con ''una forma de caza'' ―no en vano 'bellus', lo bello, y 'bellum', lo bélico, Venus y Marte, están tan próximos tanto en el vocabulario como en el imaginario europeo―, comparación que aplica también al conocimiento, en un relámpago de clarividencia que nos tranquiliza y encaja maravillosamente en los planteamientos de nuestro texto. «He aquí que hace siete días que no veo a la bienamada/ La languidez se abate sobre mí./ Mi corazón se vuelve pesado/ hasta mi vida he olvidado./ Si los médicos se me acercan/ Sus remedios no me satisfacen/ Los magos no encuentran recurso/ Mi enfermedad no puede ser descubierta./ Pero si se me dice: 'Hela aquí', eso me devolverá la vida/ Es su nombre lo que me reconforta./ (...) La bienamada es para mí mejor que los remedios/ Para mí es más que un recetario/ Su venida es mi amuleto/ Si la veo, recobro la salud/ Cuando abre los ojos, mi cuerpo rejuvenece/ Cuando habla, me siento fuerte/ Cuando la tomo en mis brazos, aparta de mí la enfermedad...» (Egipto. Poema de amor del Imperio Nuevo)
«El control del comportamiento sexual de cada sexo no está en el cerebro, como se creía hasta ahora, sino que es una cuestión de narices: depende de cómo se reciben en el órgano olfativo las feromonas, esas sustancias químicas producidas por las glándulas sexuales de algunos animales para atraer a una posible pareja» (Rosa Mª. Tristan: El Mundo, 6-8-2007, El comportamiento sexual de machos y hembras, en la nariz)
Otros científicos de la Universidad Saint Andrews, del Reino Unido, autores de una investigación sobre la belleza, en la revista Proceeding of the Royal Society desvelaron otra de las explicaciones de la atracción sexual:
«La clave de la belleza femenina no está en los afeites, sino en los estrógenos, las hormonas responsables de las características sexuales de la mujer, como el desarrollo de las mamas o el ciclo menstrual. Y es en la juventud cuando la producción de estrógenos es más alta y, por tanto, los rasgos tienden a ser más femeninos. No obstante, añaden, las mujeres que de forma natural son menos atractivas pueden compensarlo mediante las máscaras de maquillaje con las que, según han comprobado también en su experimento, se pueden lograr buenos resultados frente al otro sexo».
Repetidas series de experimentos han verificado la autenticidad de estas indagaciones explorando la intervención esta vez del olfato de una manera indirecta: diferentes varones y hembras elegían el olor corporal más agradable absorbido por diferentes camisetas impregnadas por usuarios de ambos sexos: los elegidos y los correspondientes electores, según pudo comprobarse por su ADN, presentaban las mayores disparidades genéticas posibles entre sí, una circunstancia sumamente beneficiosa para la hipotética descendencia de ambos progenitores:
«Esa camiseta a la que se aferra el enamorado porque huele a la persona a la que quiere. Ese peluche con el que duerme el niño y que la madre se lleva instintivamente a la nariz porque tiene impregnado el olor de su pequeño o ese jersey que aparece olvidado en el armario y que sólo por la fragancia delata a quién lo dejó ahí. Son actitudes que identifican a un individuo sólo con la ayuda del olfato y que tienen una base científica. Investigadores estadounidenses han descubierto que el olor personal de cada uno permanece inalterable a pesar de las variaciones en el ambiente y la dieta». (Isabel F. Lantigua: La huella olorosa, 3-11-2008)
Y es que antes de que existiera el lenguaje, los antepasados de los humanos actuales utilizaban otros sistemas de comunicación, señales visuales, sonoras... y olfativas: hasta quinientas sustancias químicas distintas produce el cuerpo humano con un significado muy concreto que se percibe gracias al sentido del olfato. Se trata de las feromonas, gracias a las cuales podemos enviar mensajes seductores, detectar el momento idóneo para mantener relaciones sexuales, e incluso reconocer estados de ánimo. O eso contó en Madrid hace cuatro años el etólogo humano de la Universidad de Viena, Karl Grammer, dentro de la conferencia Feromonas humanas y comunicación. «Por el olfato podemos descubrir muchos detalles de nuestro interlocutor; si es feliz o no, si tiene miedo, si está angustiado... y naturalmente si es receptivo sexualmente o no», afirmó Grammer sin pestañear. (Gustavo Catalán Deus)
Otro interesante descubrimiento, esta vez de la ciencia sueca, puso en evidencia ya hace unos años que existe una sustancia derivada de la testosterona masculina, y presente en el sudor de los hombres, que activa de igual manera el cerebro de los hombres homosexuales y de las mujeres heterosexuales:
«Lo importante de este trabajo es que demuestra por primera vez que la respuesta del cerebro ante la atracción física depende de la orientación sexual y no del sexo fisiológico, por lo menos en hombres. El equipo que dirige Ivanka Savic en el Hospital de la Universidad Karolinska de Estocolmo comprobó también que ante el estímulo femenino, sólo los hombres heterosexuales mostraban reacción, y sin embargo todos los participantes, tanto homos como heteros, presentaban el mismo patrón de actividad cerebral. De igual manera, un estudio basado en la observación de escáneres cerebrales de 12 lesbianas ha comprobado que estas mujeres no registran ninguna actividad cerebral en aquella zona al oler la feromona masculina. No obstante, ante la presencia de la feromona producida por el cuerpo femenino, la región del hipotálamo sí se activó en su cerebro». (Miguel González Corral: elmundo.es/ ciencia, 11-5-2005).
Por mucho que hablásemos aquí de la influencia de la dichosa hormona en la relación de pareja sólo podríamos tocar una ínfima parte de la realidad, una realidad que sigue sin ser descifrada científicamente en su totalidad. Pero sí puede ayudarnos a vislumbrar tal influencia la simple reproducción de estos párrafos periodísticos:
«Desde hace más de una década, científicos de todo el mundo se han afanado en definir cuáles son las diferencias biológicas entre el cerebro de los hombres y las mujeres. Ahora, las últimas investigaciones señalan que en la raíz de estas diferencias está la hormona testosterona y su papel durante la gestación. Nancy Forger, de la Universidad de Massachusetts, acaba de demostrar en experimentos con ratones que cuando los mamíferos se están gestando en el útero, la testosterona y otras hormonas similares desencadenan la muerte celular en algunas regiones del cerebro masculino, mientras que fomentan el desarrollo de otras. De este modo, van modelando la materia gris, haciendo que sus características sean diferentes en función de los sexos. De hecho, Forger ha comprobado que si se elimina o se añade testosterona a los roedores después del nacimiento, sus cerebros se desarrollan en función de la presencia de esta hormona.
Según la neuropsiquiatra norteamericana Louann Brizendine, fundadora y directora de la Clínica Hormonal de las Mujeres, de la Universidad de San Francisco, todos empezamos como fetos con un cerebro femenino, pero a las ocho semanas los incipientes testículos lanzan una descarga de testosterona y las conexiones cambian. Ya no existe el cerebro unisex. Luego, entre los 9 y los 15 años, los chicos multiplican su testosterona por 25 y el resto de la vida viven esclavizados por ella... Las niñas tienen desde la más tierna infancia una mayor habilidad para detectar la expresión de las emociones, mantener y proteger sus relaciones y evitar los conflictos. Luego llega la adolescencia, con oleadas de estrógenos y progesterona, y surge el impulso sexual de atraer a los hombres. Pero cuando ella necesita gustar, él lo que busca a esa edad es ser respetado en la jerarquía masculina…».
(Rosa Mª. Tristan: La testosterona forja la sexualidad en el cerebro (11-11-2004), y Claves hormonales del cerebro femenino (26-2-2007): elmundo.es/ ciencia)
Pero la diferenciación cerebral femenina incide en campos insospechados. En la entrada anterior, sólo con hablar de estrabismos y ojos vagos de actrices célebres como Marilyn y Audrey Hepburn estábamos rozando de manera alegremente superficial y tosca el tema, infinitamente tratado en poesía, de la misteriosa e indefinible mirada femenina. Y en castigo por menospreciar a los poetas, intentando catalogar ese misterio con la horma de términos como estrabismo y vaguería ocular, se nos escapaba la verdadera pero igualmente etérea raíz científica del sutil encanto:
«Uno de los casos más interesantes entre los que conocemos de esas diferencias en las funciones mentales ha sido puesto de manifiesto por estudios relativos al movimiento conjugado-lateral del ojo. A partir de la observación de que las mujeres no son con tanta frecuencia como los hombres giradoras a la izquierda o giradoras a la derecha (es decir, que están más inclinadas que los hombres a mover sus ojos en ambas direcciones), se ha observado que hay menos diferencia en la producción de ondas-alfa entre las mujeres que mueven a la derecha y a la izquierda que entre los hombres de ambos tipos». (Amaury de Riencourt: La mujer y el poder en la Historia)
No podía ser por menos. Resulta que andan de por medio, centelleantes, las sublimes ondas-alfa, ésas entelequias neuronales que están relacionadas al tiempo con la ensoñación y con el chisporroteo creador... Así, cualquiera!
¿Ampliamos un poquito más el interesante asunto de las diferencias cerebrales?:
¿Ampliamos un poquito más el interesante asunto de las diferencias cerebrales?:
«Las dos estructuras cerebrales que hoy se conocen con caracteres propios de hombre o de mujer son el cuerpo calloso y el hipotálamo. El cuerpo calloso es el conjunto de fibras nerviosas que comunican los dos hemisferios cerebrales entre sí. El cerebro trabaja como una globalidad indisociable, los dos hemisferios se influyen constantemente, transmitiendo la información entre uno y otro para conseguir un conocimiento de conjunto.
Hay cierta especialización de cada uno de los hemisferios, así el hemisferio derecho tiene mayor capacidad para las emociones, la creatividad artística y musical, mientras que el hemisferio izquierdo tiene el protagonismo de la fluidez verbal y las capacidades analíticas. El cuerpo calloso interrelaciona las capacidades de cada hemisferio a fin de conseguir la más completa personalidad del individuo. Hay una cierta varabilidad entre mujeres y varones en lo que se refiere a las peculiaridades de los hemisferios cerebrales. Las mujeres, en general, tienen mayor facilidad y fluidez verbal, de forma que incluso se recuperan mejor cuando una lesión cerebral poco grave les afecta el lenguaje. La lateralización lingüística no es tan completa como en los varones, por ello tienen mayores recursos verbales, y son más eficaces en la mediación verbal frente a un conflicto o en la transmisión cultural a través del lenguaje. En cambio, los varones tienen mayor facilidad para la orientación y destreza visuoespacial. Probablemente estas afinidades contribuyeron, junto con otras, a que los varones desarrollaran actividades relacionadas con la exploración y la caza.
Estas variaciones entre hembras y varones se modifican cuando se perturban las influencias hormonales en el periodo embrionario. En caso de que la madre presente una alteración hormonal, puede provocar que el embrión desarrolle una estructura cerebral no acorde con su sexo genético. (José Enrique Campillo Álvarez: La cadera de Eva)
Los antiguos tenían sospechas de ese oscuro poder de las entrañas hormonales, valga la herejía. Más bien se olían que en los fluidos corporales, en los fluidos corporales femeninos específicamente, residía una fuerza a la que intentaron aproximarse muchas veces. Heródoto tiene un ''divertido'' relato, que Diodoro Sículo plagia inconsideradamente más de quinientos años después ''sin mencionar la fuente'', acerca de cierta peripecia ocurrida a uno de los faraones de nombre Sesostris (Sesoosis, según Diodoro), el cual:
« …se vio privado de la vista, bien a través del parecido genético con su padre, bien por su impiedad hacia el Nilo, contra el que , al ser víctima en cierta ocasión de una tormenta, arrojó una lanza sobre los lomos de su corriente; obligado por esta desgracia a refugiarse en la ayuda de los dioses, durante bastantes años intentó apaciguarlos con numerosos sacrificios sin obtener respuesta positiva; pero en el décimo año recibió el oráculo de honrar al dios en Heliópolis y lavarse la cara con orina de una mujer que no hubiera tenido relación con otro hombre que no fuera su marido. Aunque examinó a muchas mujeres, comenzando por la suya propia, a ninguna encontró sin culpa excepto la de cierto jardinero, a la cual desposó en cuanto estuvo sano. A las demás las quemó vivas en cierto pueblo, al que los egipcios han denominado por esta circunstancia ''tierra sagrada''» (Biblioteca Histórica)
2. La Belleza y el Éxito
« Labán tenía dos hijas: El nombre de la mayor era Lea, y el nombre de la menor, Raquel. Los ojos de Lea eran tiernos, pero Raquel tenía una bella figura y un hermoso semblante. Y Jacob, que se había enamorado de Raquel, dijo a Labán:
—Yo trabajaré para ti siete años por Raquel, tu hija menor» (Libro del Génesis, 29)
La fiebre de sábado noche, esta epidemia de culto al cuerpo, este tsunami de ansiosa búsqueda de la belleza en su aspecto más banal y menos espiritual que nos inunda, esta paranoia colectiva esconde una motivación más profundamente racional de lo que a simple vista parece: la constatación, avalada por las declaraciones de psicólogos y las encuestas de otros especialistas laborales, de que la gente guapa, sin distinción de sexos, consigue antes una colocación en el mundo, ya sea vía empresarial o ya sea vía afectiva, dos ámbitos equivalentes a decir de los cínicos. La gente guapa logra un lugar bajo el sol, bastante más fácilmente que la gente normalita y mucho más fácilmente que la gente feúcha, en igualdad, y usualmente en inferioridad, de las demás cualidades personales y profesionales.
Es decir, el innato interés en la belleza ―en la belleza juvenil, para más precisar― unido a la irrefrenable atracción sexual se ha convertido en una importante herramienta laboral, un factor de elección y supervivencia del más apto en la ''operación triunfo'' de la vida. La presencia estética, la apariencia en vez de la esencia, el envoltorio como contenido se ha convertido en un factor selectivo elemental, en todos los sentidos del término, en un universo mediático esclavo de la imagen.
La competencia justifica la imponente masacre que conlleva la cirugía estética con sus millones de pacientes, femeninas sobre todo, dispuestas a asumir alegremente los importantes riesgos y sacrificios físicos de implantes, mutilaciones y estiramientos, así como sus subsiguientes ''inversiones'' pecuniarias, semejantes a las de cualquier master post-grado.
«La Concejalía de la Mujer del Ayuntamiento de Pozuelo de Alarcón (PP) ha ofrecido un Curso de Automaquillaje a las mujeres del municipio para dotarlas de las técnicas básicas "para sacar el mejor partido a su físico". Ésta es una de las principales novedades de las actividades programadas por la citada concejalía para el mes de abril» (Servimedia, Madrid, 11-04-2010)
(a la derecha, posible policía municipal de Pozuelo tras aprovechar el cursillo)Afirma Rubert de Ventós en una de sus entrevistas que ''en esta sociedad no ser guapo o no resultar atractivo es todavía mucho más grave que en épocas anteriores''. Discrepamos abiertamente de tal afirmación por ser una versión del aforismo tan conocido como falso que se lamenta de que ''cualquier tiempo pasado fue mejor''. Por poner un ejemplo histórico: influidos por las imágenes de los monumentos y, sobre todo, por los documentales que recrean la época, todos tenemos la inconsciente apreciación de que en el antiguo Egipto las bellezas pululaban por doquier, en palacio, en el poblado y en la calle; no sólo reinas, cortesanas, aldeanas y esclavas eran guapas y elegantes, sino que, además reinaba un ambiente de abierta permisividad amoroso-sexual basada en la generalizada sacralización de la fertilidad.
Sin embargo, existe un pasaje del historiador griego Heródoto, estremecedor en su naturalidad, que supone una enmienda a la totalidad de tales apreciaciones (la belleza y la alimentación forman un binomio inseparable de la naturaleza --como hemos intentado poner de relieve en la entrada anterior al hablar de ricura y riqueza--, y la inmensa mayoría de la población de todas las épocas siempre ha estado sub-alimentada). Va describiendo Heródoto las diferentes modalidades de momificación de acuerdo a los niveles sociales, cuando de improviso irrumpe el siguiente pasaje:
«En cuanto a las matronas de los nobles del país y a las mujeres bien parecidas, se toma la precaución de no entregarlas a renglón seguido de muertas para embalsamar, sino que se difiere hasta el tercero o cuarto día después de su fallecimiento. El motivo de esta dilación no es otro que el de impedir que los embalsamadores abusen criminalmente de la belleza de las difuntas, como se experimentó, a lo que dicen, en uno de esos inhumanos que abusó de una de las recién muertas, según se supo por la delación de un compañero de oficio» (Los nueve libros de la Historia, II-89)
Tampoco las diferentes reseñas clásicas y bíblicas reproducidas en en estas entradas (en azul) acreditan la abundancia de belleza humana en la Antigüedad en general. Pero volvamos a la entrevista de Rubert de Ventós en la que (y es a lo que íbamos) cuenta la siguiente anécdota: «Cuando estudiaba en la Universidad de Berkeley conocí a un par de chicas muy simpáticas, una muy fea y una muy guapa, que se habían inventado un grupo reivindicativo contra lo que denominaban ''imaginismo''.
De cualquier modo, cada uno mostramos el trozo de nosotros mismos que sabemos más atractivo. Ahora enseño el muslo, ahora enseño mi percepción, ahora enseño mi cultura». (Muy Historia nº13)
(No sé, pero para mí que cuando Marx dijo aquello de ''Secretarias del mundo, uníos'' no imaginaba que le harían caso... con este Congreso)
No obstante, con ser todo ello muy cierto reconocido y constatable, tampoco debemos caer en acusaciones facilonas antes de liarnos a pedradas (''a cantazos'', como llamábamos los críos en Olmedo a nuestras batallas) contra el ''empresario feroz rapaz y salaz'', porque también por nuestra causa resulta que:
« Para modelar las diferencias fundamentadas en la apariencia personal en el mercado de trabajo, se asume que en algunas ocupaciones los trabajadores atractivos son más productivos que los no atractivos. Esta ventaja puede surgir de la discriminación del consumidor, pues los clientes prefieren tratar con individuos bien parecidos; o puede haber ocupaciones en las que el atractivo físico refuerza la habilidad de los trabajadores para interactuar productivamente con los compañeros.
Una evidencia que apoya este supuesto se proporciona en un estudio de empleadores (Harry Holtzer, 1993) a quienes se les preguntó sobre la importancia o insignificancia de la apariencia física cuando llenaban una vacante. El 11% respondió que la apariencia era muy importante, mientras el 39% creyó que era importante…» (Daniel S. Hamermesh, Jeff E. Biddle: La belleza y el mercado de trabajo)
(Diario ABC: Polémica en Milán, 30-3-1999)
Y si una vez que se ha obtenido el éxito laboral, se busca redondear tal lotería con el éxito socio-emocional dentro del curro (proceder alta e inútilmente desaconsejable)…, entonces hay que mirar muy bien el jabonoso terreno en el que uno se introduce (a propósito de introducir, ¿cómo era ese refrán acerca de una olla…? Pos no m'acuerdo):
«Los tratos personales en la empresa no son una anécdota morbosa. Se trata de una cuestión más común de lo que muchos se piensan, con aspectos clave no resueltos por las compañías.
La cuestión es que las relaciones personales entre empleados, que pueden ir desde el simple flirteo hasta la mismísima boda, son más comunes de lo que se piensa, y las compañías deben encontrar un equilibrio adecuado entre la protección de sus intereses económicos y el derecho de sus empleados a la vida privada.
Según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el 13% de los españoles ha conocido a su pareja en el trabajo, y algunas encuestas en Estados Unidos reflejan que la mitad de los americanos se ha visto envuelto alguna vez en un ''romance de oficina''.
Este mismo estudio especializado detecta que las reacciones de las compañías ante ''los affaires amorosos, los flirteos casuales, la situación de parejas estables, cohabitación o relaciones personales no específicas'' implican medidas básicas como ''la imposibilidad de trabajar en el mismo puesto, equipo, proyecto o lugar; la de una relación de subordinación o superioridad o ser cliente'' (un buen repertorio de estas precauciones se nos ofrece en la excelente serie televisiva dedicada a la vocacional soltería del doctor House, de espaldas aquí a la derecha).
Según un informe de IRS basado en la experiencia de 60 organizaciones de Reino Unido, las relaciones personales entre empleados terminan en matrimonio en un 40% de los casos; en divorcio, en un 20%; en quejas de favoritismo por parte de otros empleados en un 17%; en un 14%, provocan denuncias de marginación una vez que la relación ha cesado; y un 10% asegura que la productividad sufre un bajón importante; mientras que en un 9% de los casos la relación termina con demandas por acoso sexual». (Ana Colmenarejo/Tino Fernández: Relaciones laborales de alto riesgo: elmundo.es/ mercados, 18-11-2007)
«Deseo y arrepentimiento se suceden en nosotros alternativamente. Pues estamos totalmente pendientes de las opiniones ajenas, y nos parece mejor lo que tienen muchos pretendientes y admiradores, no lo que es digno de alabanza y deseo, y tampoco consideramos que un camino es bueno o malo por sí mismo, sino por el gran número de pisadas entre las cuales no hay ninguna de vuelta» (Séneca: Ventajas del ocio, 3)
3. El Matrimonio hormonal
« ¿Y alguien todavía admira las artes liberales, o concede valor a un tierno poema? El ingenio fue antaño más precioso que el oro. No tener nada es ahora gran barbarie. Aunque bien complacieron a mi dueña mis libros, permitido no me está entrar a mí donde a mis libros sí… ... ...A mí el guardián me impide que me acerque. Por mi culpa ella teme a su marido. Mas si yo previamente doy dinero, me entregarán los dos la casa entera» (Ovidio: Amores, III-8)
Claro que no siempre el éxito en la vida depende del mercado de trabajo… sobre todo si no se tiene trabajo. Pero aunque se tenga, estar emparejado es un criterio implícitamente aceptado como signo externo de éxito, por lo cual los solitarios, eventuales o empedernidos, somos observados con extrema cautela y maliciosa suspicacia.
No obstante, por mucho que nos duela a los solitarios vocacionales, no podemos culpar de nuestra situación al adocenamiento sociocultural. Por mucho que se haya escrito acerca de la soledad como conquista de la libertad y realización personales, y con independencia de que sea una conquista auténtica y dolorosa que hay que mantener y reivindicar, realmente nuestra actitud es claramente antinatura (y por ello más auténtica y dolorosa). Me explico:
Al final de la anterior entrada mencionábamos la existencia demostrada de una empatía congénita y consustancial con los individuos de nuestra misma tribu, la cual suponía una antipatía también congénita y consustancial ante los individuos foráneos (extraño, en el sentido de raro, es sinónimo de extranjero). Bien, pues otro tanto ocurre al hablar de la soledad del adulto (la soledad del niño o del adolescente debe ser seguida a distancia como síntoma de conflictividad interna o externa, tenga o no ésta fundamento y expresión).
Si, como vimos, los roedores ya demuestran antipatía ante los foráneos, otro tanto ocurre con los machos sin opción a hembra que sobrepasan la lactancia y llegan a la edad adulta en todas y cada una de las especies y razas y familias mamíferas (de ellas formamos parte), los cuales son expulsados sin consideración (sangrientamente si es preciso) de su núcleo natal. El mismo comportamiento social humano se seguía en la Antigüedad, en el Medioevo, el Renacimiento y la Edad Moderna (y en todas las tribus primitivas actuales). La soltería militante y reivindicativa es un fenómeno absolutamente moderno que aún no ha perdido su tufillo de extravagancia o de fracaso (alguien afirmaba que ''fracasar en esta sociedad supone un triunfo moral''). La Iglesia lo que hizo a lo largo de su historia fue exaltar el celibato, haciendo virtud de la necesidad, y recoger ese excedente social... siempre que el acogido en cuestión dispusiera de los medios con que corresponder a tal caridad, naturalmente:
«El mundo medieval quiere a cada uno en su lugar y no puede admitir deslices. Las mujeres tienen que ser esposas y madres, o monjas. Así, la palabra soltera, cuyo significado es "no casada", adopta unas connotacione peyorativas, cuales son suelta y "libre". Y si "libre" es una fórmula inconcebible en el imaginario de la época aplicada a una mujer, más lo es aún la de "suelta", que remite a la mujer fuera del control de sí y de los demás; libre de ejercer las inclinaciones nocivas de su naturaleza, esto es, la concupiscencia, la promiscuidad, el uso indebido de su cuerpo, lo que la sitúa en el plano de la prostituta» (Mª Teresa Arias Bautista: Barraganas y concubinas en la España medieval).
También, y a la inversa para el hombre: antes del s.XIII, soltero se empleaba para denominar al expresidiario, u hombre al que han suelto; después del s.XIII pasó a designar al hombre no casado; sobran comentarios.
«En estas regiones se ha introducido la costumbre detestable de que vayan a comer a casa de los prelados y Grandes las mujeres livianas, conocidas vulgarmente con el nombre de solteras y otras, que por su mala conversación y dichos deshonestos corrompen muchas veces las buenas costumbres y hacen espectáculo de sí mismas» (Concilio de Trento de 1324, cap. II: citado en el texto de la doctora Arias Bautista)
(Izquierda, arriba, ilustración de la entrada Clérigos, frailes y mancebas (del blog Final de página), que trata sobre "Quándo las mancebas de los Clérigos solteras han de estar presas, o no")
Prosigamos. Decíamos que el emparejamiento era la segunda señal de éxito social (si salud, dinero y amor son ''las tres gracias sociales'', la salud no interviene en el ranking por razones obvias). Sin embargo, tampoco vale cualquier pareja, no se vayan a creer; es un lugar común, aceptado como evidente, natural, y que además puntúa, el que en una pareja estable él sea unos años, pocos, mayor que ella. Sí, pero, ¿cuántos? ¿Y por qué? ¿… No habíamos quedado en que la atracción física, que se supone conduce al emparejamiento, era una cuestión hormonal y todo eso? Veamos qué dicen los trénicos:
«En las 37 culturas incluidas en un estudio internacional sobre la elección de pareja, las mujeres se inclinaron por hombres mayores que ellas. Si se establece una media de todas las culturas, prefieren hombres aproximadamente tres años y medio mayores, oscilando entre el mínimo de casi dos años de las canadienses francófonas y el máximo de cinco años de las mujeres iraníes.
Para comprenderlo, tenemos que examinar lo que cambia con la edad. Y uno de los cambios más constantes es el acceso a los recursos, a los ingresos, que suelen aumentar con la edad. En todas las culturas la edad los recursos y la posición social van unidos. En las sociedades tradicionales parte de esta relación puede explicarse por la fuerza física y la habilidad para cazar, así que es posible que la preferencia femenina por hombres mayores derive de nuestros antepasados cazadores-recolectores, cuya supervivencia dependía de los recursos procedentes de la caza.
Pero también puede ser que responda a razones distintas. Los hombres se vuelven algo más equilibrados desde el punto de vista emocional, más concienzudos y más fiables con la edad, y esto no ocurre hasta por lo menos los treinta años.
Las mujeres de veinte años de las 37 culturas del estudio suelen preferir casarse con un hombre sólo unos años mayor, no mucho más mayor, a pesar de que los recursos económicos masculinos no alcanzan su punto máximo hasta los cuarenta o cincuenta años. Una razón puede ser que los hombres mayores tienen más probabilidades de morir y dejarlas desamparadas. Otra razón es la incompatibilidad potencial de vivencias, fuente de divorcios y separaciones.
Así que es posible que las mujeres jóvenes se sientan más atraídas por hombres algo mayores que ellas pero con un futuro prometedor, que por hombres mayores con una posición más elevada pero con un futuro más inseguro…» (David M. Buss: La evolución del deseo)
Es decir, parece ser que todos los experimentos sensoriales alrededor de hormonas y feromonas y cucamonas se refieren a los ''amoríos sin fronteras'' pasionalmente incontrolados (amores patológicos, otro derivado de 'patior', padecer, que vimos arriba como raíz de pasión). Mas en el terreno mediático (ese que ''disfrutan'' nuestros jóvenes televidentes) todos los amores son amoríos pasionales morbosos despendolados y violentos por exigencias de captación de audiencia.
Y si habláramos de las consecuencias de la continua y desmesurada propaganda del éxito sexual como sinónimo de éxito afectivo y personal, o sea, como signo externo de éxito social (adoctrinamiento, al fin y al cabo, enfocado a la independencia emocional, es decir, consumista de los jóvenes y hasta de los niños), sólo necesitaríamos entresacar unos breves párrafos de la prensa diaria para entrever la gravedad de sus repercusiones:
«Chico conoce a chica y se van a la cama. Esto es más o menos lo que podrían estar aprendiendo los adolescentes que pasan varias horas al día frente a la 'caja tonta'. Según un estudio, los chicos de entre 12 y 17 años que pasan más tiempo viendo contenidos sexuales en la televisión son los que antes se inician en sus relaciones sexuales.
Son pocos los programas o series televisivas donde se muestran escenas de sexo desagradables o poco atractivas, donde se expliquen los riesgos que conllevan las relaciones sin protección. Según investigadores de la Universidad de California, la mayoría de las veces, los protagonistas de estas historias se mitifican y su 'éxito' está relacionado con el número de relaciones que establecen con el sexo opuesto.
Se observó que los adolescentes que vieron más contenidos sexuales al inicio del estudio tuvieron el doble de relaciones durante el siguiente año en comparación con aquellos jóvenes menos expuestos a esas imágenes. "Ésta es la evidencia más fuerte de que el contenido sexual de los programas televisivos anima a los adolescentes a iniciarse en relaciones sexuales y otras actividades relacionadas con el sexo", explica Rebecca Coollins, psicóloga de la Universidad de California y principal autora del estudio. "El impacto de la televisión es tan grande que incluso un moderado cambio en los contenidos sexuales que ven los adolescentes podría tener un sustancial efecto en sus conductas sexuales", añade esta experta.» (Ángeles López: Conductas de riesgo: El Mundo, 13-9-2004)
(A la izquierda, otra niña prodigio cuyo nombre es Portman, Natalie Portman, muy afectada ella por sus sesiones televisivas: el resultado de estas malas influencias se pueden contemplar algo más arriba, en la imagen en la que acompaña a Scarlett Johansson)
(A la izquierda, otra niña prodigio cuyo nombre es Portman, Natalie Portman, muy afectada ella por sus sesiones televisivas: el resultado de estas malas influencias se pueden contemplar algo más arriba, en la imagen en la que acompaña a Scarlett Johansson)
Un efecto que no sólo repercute en los adolescentes (y en la vida y en la economía de toda su familia):
«Los hijos de madres adolescentes arrojan peores resultados en las pruebas de inteligencia: es posible que sus madres no hayan acumulado suficientes ácidos grasos de omega-3. ''En comparación con las madres que dan a luz por primera vez en una edad más avanzada, el desarrollo cognitivo de sus hijos se reduce y su propio desarrollo intelectual se ve perjudicado'', aseguran investigadores de la Universidad de Pittsburgh» (R. Dobson / R. Waite: The Sunday Times, 12-11-2007)
'' ¿Te gustan mis domingas?'' es la premiosa pregunta que en este fotograma y en español amejicanado está formulando una conocida y agraciada jovencita a los presentadores del programa… o al menos, jovencita era hace quince años, cuando se realizó esta entrevista.
«Los surcos no devuelven siempre el préstamo con interés, y no siempre la brisa presta ayuda a las naves vacilantes. Placer escaso, más bien desengaños se llevan los amantes. Que preparen su ánimo para muchos sufrimientos… Te dirán que ella acaba de salir, cuando tú casualmente la estás viendo. Tú piensa que ha salido y que es tu vista la que te ha engañado» (Ovidio: Arte de amar, II-515)
4. Belleza y envoltorio
«Ya ahora acordaos de la vejez futura:
así ningún momento se os marchará vacío.
Mientras podéis y todavía ahora,
aparentáis los años que tenéis,
divertíos. Los años se van
igual que el agua cuando fluye…
…Esas canas que juras que tenías
cuando eras virgen aún, súbitamente
se esparcirán por toda tu cabeza.
Se desprenden a un tiempo las serpientes
de la vejez y de su fina piel,
y al caérseles los cuernos, no envejecen los ciervos.
Más nuestros dones huyen sin remedio.
Coged la flor, porque si no se coge,
por sí sola caerá, horriblemente»
(Ovidio: Arte de amar, III-60)
Y una última reflexión al respecto: Habremos de atender a una circunstancia esencial: es la tecnología, la alta tecnología informática, cibernética o como queramos llamarla, quien ha asumido el ''ser'', es decir, la inteligencia, la eficacia, la exactitud, la rigurosidad que requieren la inmensa mayoría de las operaciones que mueven la economía mundial; ella, la computerización, ha desplazado de la fábrica y el taller, y sustituido y reducido al humano común a un mero ''aparentar'' como presentador de la mercancía, y a quien únicamente se le pide una cierta habilidad para ''vender el producto'' ―un producto sin productor― y ''relacionarse'' con el cliente:
En la inmensa mayoría del mundo laboral actual la presencia es la esencia, y la inteligencia un inconveniente, un mal necesario que minimiza averías en las instalaciones y maximiza el ahorro de consumibles. Como bien saben los especialistas en selección de personal, la franja ideal es la media, y el trabajador ideal es gris… y bello.
Es la historia del progreso que empuja a la historia de la civilización hasta hacerla tambalear. Desde el paulatino progreso desde el hacha compuesto hasta la fábrica inteligente, desde el progreso de la esclavitud forzosa ―en la que, también, la belleza ya era símbolo de salud, es decir, de utilidad y placer― hasta la forzada eventualización itinerante y desarraigada del alfabetizado de usar y tirar, el hombre ha ido forjando métodos cada vez más eficientes para arrebatar parcelas de subsistencia a sus semejantes.
La historia del progreso es la historia de una especie que se devora a sí misma a la vez que al planeta sobre el que se asienta. Estamos a punto de morir de éxito.
«...Pero la caza por la persuasión se divide en dos géneros; la una es privada, la otra pública:
En la caza privada hay la que reclama un salario y la que hace presentes, como es la caza de los amantes, que tienen costumbre de hacer presentes a los que persiguen por amor; esta especie de caza privada será el arte de amar.
En cuanto a la caza privada que aspira a un salario, hay una especie en la que el cazador se atrae a las gentes por medio de caricias, o emplean el placer como cebo, sin exigir otro salario que el propio alimento; a esto lo llamaremos el arte de la adulación o el arte de producir placeres»
(Platón: Diálogos: El Sofista o Del Ser)
Sed buenos si podéis...
……………………….«...Porque no hay que burlarse ni irritarse, ni tampoco entristecerse; tan sólo intentemos comprender»
2 comentarios:
Hola Ángel,
sí es lo que yo decía de forma intuitiva....demostrado casi cientificamente ;-)
Hecho de menos referencias al Arte de Amar de Eric Fromm, La conquista de la Felicidad de Bertrand Russel.....y a mi místico y pornográfico poeta favorito: San Juan de la Cruz, jaja.
Eres un crack, un abrazo
David
You appear to be quite specialist inside the way you write.::’~*
deratizare si dezinsectie
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