«Los contextos de las palabras van almacenando la historia de todas las épocas, y sus significados impregnan nuestro pensamiento y se interiorizan. Y así las palabras consiguen perpetuarse, sumando lentamente las connotaciones de cuantas culturas las hayan utilizado» (Alex Grijelmo: La seducción de las palabras)

«Las sociedades humanas, como los linajes animales y vegetales, tienen su historia;
su pasado pesa sobre su presente y condiciona su futuro» (Pierre P. Grassé: El hombre, ese dios en miniatura)

3 jun 2011

Los orígenes históricos del Dinero: (V): El rey Midas y los electrones mágicos


«Midas, hijo de la Gran Diosa del Ida y de un sátiro cuyo nombre no se recuerda, era un rey amante de los placeres de Bromio, en la Macedonia, donde gobernaba a los brigios (llamados también mosquios) y tenía célebres jardines de rosas. En su infancia se observó una procesión de hormigas que transportaban granos de trigo por el costado de su cuna y los ponían entre sus labios mientras dormía, prodigio que los adivinos interpretaron como un presagio de la gran riqueza que acumularía…» (Robert Graves: concierto de versiones clásicas romanas acerca del rey Midas)


La leyenda transformada en cuento del rey Midas lleva casi tres mil años intentando aleccionar a la humanidad acerca de las miserias ocasionadas por la obsesiva adquisición de riqueza (… y cosechando en el intento el mayor fracaso conocido en este género de apuestas). Aclaremos para mayor comprensión del párrafo de cabecera que con "los placeres de Bromio" los clásicos se referían a la bebida, al vino en concreto, por cuanto Bromio (atronador, o el que brama) es uno de los epítetos o apodos con que sus adeptos obsequiaban al Dionisos griego en su advocación piripi (era el Baco romano, para entendernos; izquierda, su imagen como máscara veneciana). A este dios también se le equipara con Líber, según se le referencia en la cita de Ovidio algo más abajo: El Libre, dios de la fertilidad y el crecimiento, festejado en las Liberalia durante marzo.

Como es bien sabido, mejor dicho, como es mal sabido, a nuestro rey Midas un buen día el dios Dionisos/Baco, en recompensa por haber recogido y cuidado durante unos días a su ayo (el sátiro Sileno, dios menor de la embriaguez), le concedió el don, elegido libremente por el agraciado, de convertir en oro todo cuanto su cuerpo tocase (el relato viene bien y livianamente contado en la página de la Revista ANAQUEL). Ovidio lo explica muy galanamente en lo que a nuestro tema concierne:

«"Haz que cualquier cosa que toque con mi cuerpo se convierta en amarillento oro". Asintió Líber a sus deseos y le otorgó el don que le iba a perjudicar y se lamentó de que no hubiese pedido nada mejor. Se marcha contento nuestro héroe y se alegra con su mal y prueba la fiabilidad de lo prometido tocando cada cosa y, fiándose apenas de sí mismo, arrancó de una encina de poca altura una rama de verde follaje: la rama se hizo de oro; levanta de la tierra una piedra: también la tierra palideció de oro; tocó también un terrón: el terrón, por el poderoso contacto, se convirtió en un lingote; arrancó secas espigas de Ceres: la mies era de oro; sostiene una manzana cogida de un árbol: pensarías que se las habían regalado las Hespérides; si coloca sus dedos en los altos postigos, los postigos parecen lanzar rayos… También resplandeció de oro la vestimenta sobre sus hombros» (Ovidio: Metamorfosis).

Aquí Ovidio hace hincapié en un aspecto de la realidad económica que todavía en su época maravillaba a la gente: el dinero en metálico, en oro particularmente: todo se volvía oro en tus manos si tenías suficiente poder, las encinas, la fruta, el trigo... la mismísima tierra, hasta entonces sagrada como Madre Nutricia primero y como Solar Patrio después. Y no sólo la tierra, también la dignidad que te viste y protege, y hasta el sacrosanto hogar: suprema finura la de Ovidio al referirse, en este párrafo, a la colocación de los dedos de Midas sobre "los altos postigos" (derecha, foto de Ruth Bernhard), insinuando así la contaminación áurea de los sagrados accesos a su casa, a su intimidad, a su familia, puesto que «el umbral de bronce en Grecia es un sinónimo arcaico del límite exterior del dominio espiritual» (Clay Trumbull: El pacto del umbral). Pero no sólo es eso ahí:
«También puede ocurrir que el carácter sagrado no se localice únicamente en el umbral, sino que sean asimismo sagrados los dinteles y el arquitrabe. Toda la armadura de la puerta forma un conjunto, y si los ritos especiales difieren es por motivos técnicos inmediatos: se rocía el umbral con sangre, con agua lustral; se embadurnan los montantes con sangre, con perfumes; se cuelgan o se clavan sacra en ellos, al igual que el arquitrabe... » (Arnold van Gennep: Los ritos de paso).


Un poder del oro al que se hacía alusión en el capítulo anterior: «Así que lentamente las gentes, a través de esa influyente minoría en cuyas manos veían los trozos del reluciente metal, empezaron a comprender que ese trozo de metal en forma de buey (izquierda aes signatm romano= 1 libra (unos 300 g)= 1/100 talentum= 1/100 buey (valor orientativo)) no sólo era intercambiable por un buey real, sino que lo era en cualquier sitio y para cualquier persona que tuviera un buey». También en el capítulo anterior se afirmaba que esta situación no era asimilable con el capitalismo, sobre todo en los primeros tiempos del comercio. Puede ayudar a comprender aquella situación el siguiente comentario relativo a Asiria pero extrapolable a las potencias coetáneas en este aspecto:

«La ausencia de determinados recursos y materias primas, como maderas, piedra y metales, había originado un comercio con países de la periferia que estaba restringido fundamentalmente a este tipo de productos y organizado a nivel oficial por funcionarios dependientes de la administración real. Aunque el mercader ―tamkarum― era frecuentemente un particular, no solía actuar por cuenta propia. Sus ingresos derivaban de la venta de bienes estatales, sobre los que percibía una comisión y no de las diferencias de precios en las transacciones (fuente de beneficios del capitalismo). Precios que tomaban la forma de equivalencias establecidas por la costumbre o la autoridad.
El mercado como instrumento regulador de los precios mediante la oferta y la demanda no tenía lugar en este tipo de comercio disposicional, convenido o administrativo… Se trataba, en realidad, de un comercio libre en gran medida de riesgos económicos, pues nadie podía arruinarse a causa de las fluctuaciones de los precios, dada la ausencia de mercados creadores de éstos». (Carlos G. Wagner, Prof. titular. Dpto. de Historia Antigua UCM: La égida de Shamash).

Para una mejor comprensión de lo que el profesor Wagner quiere decir con que "los precios tomaban la forma de equivalencias establecidas por la costumbre o la autoridad", veamos cómo ello se articula en las Leyes de Manú, código hindú de antigüedad indefinida (Manú, o Manu, es el Noé hindú y, por tanto, padre de la Humanidad, al que se atribuye la institución de los sacrificios y el descubrimiento del soma o elixir de los dioses, de composición desconocida), que data de al menos tres mil años atrás, aunque fuese redactado hacia el s.-IV (con las frases en negrita se busca ejemplificar todo lo dicho atrás al referirse al enorme interés puesto por los Estados en monetizar la vida económica):

398. « Que los hombres que conozcan bien en qué casos se pueden imponer derechos y que son expertos en toda clase de mercancías evalúen el precio de las mercaderías. Y que el rey guarde para sí la vigésima parte del beneficio.

402. « Cada quince días, según que el precio de los objetos sea más o menos variable, el rey de reglamentar el precio de las mercaderías en presencia de estos expertos más arriba mencionados.

403. « Que determinen exactamente el valor de los metales preciosos, así como los pesos y medidas, y que todos los meses los examine de nuevo.

39. «El rey tiene derecho a la mitad de los antiguos tesoros y de los metales preciosos que encierra la tierra en calidad de protector y porque es el señor de la tierra.

157. « Cuando hombres perfectamente al corriente de las travesías marítimas y de los viajes por tierra, y que saben proporcionar el beneficio a las distancias de los lugares y el tiempo, fijan un interés por el transporte de determinados objetos, esta decisión tiene fuerza de ley con relación al objeto determinado.
(Leyes del Código de Manú)


 «Si eres sabio, guarda tu casa, ama a tu mujer sin restricción. Llena su estómago, viste su espalda. Esos son los cuidados que hay que proporcionar a su cuerpo, acaríciala, satisface sus deseos durante todo el tiempo de su existencia, se trata de un bien que honra al señor de su casa» (Las máximas de Ptahhotep: Egipto, hacia el año 2350)

1 La locura del Dinero
« Suele suceder que la realidad es demasiado compleja para la transmisión oral. La leyenda la recrea bajo tal forma que le permite recorrer el mundo»

Volvamos a nuestro aurífero rey porque no hemos terminado con él ni muchísimo menos; de momento, por ejemplo, otra deducción histórica que podemos extraer de la parte inicial de su leyenda (el cuidado durante unos días del sátiro Sileno, origen del agradecimiento del cielo) es que el empeño que "hizo de oro" a Midas fue el comercio vitivinícola, como insistiremos luego. Y es que con la política económica y la economía política ocurre lo que señala la reflexión que encabeza este punto, la misma que da comienzo a Alphaville ("Yo estoy muy bien, gracias, por favor", como dicen en el film, rompiendo silencios, las encantadoras seductoras de nivel 3, auténtico desiderátum de la lógica masculina), esta reflexión sobre la compleja realidad de cualquier tema humano, decíamos, sirve para explicar la irrupción del fabuloso Midas en un relato tan prosaico como el que nos ocupa.

El recorrido de su leyenda es tan dilatado y tan profundo como para haberse repetido en el arte y en la historia con unos tintes trágicos que superan la ficción, cosa que sin darse importancia suele permitirse la vida de continuo: nos estamos refiriendo a Ciudadano Kane en el cine (A Janus Film Release), y a su modelo, el muchimillonario William Randolph Hearst en la vida real.


(Izquierda, arriba, fotograma de Ciudadano Kane donde se muestra cómo el oro transforma en espejismo infinito la intimidad del protagonista: el símbolo del postigo mencionado arriba, elevado a obra de arte; derecha, el dichoso Rosebud sale a flote)


Porque ocurre que en su vida, Hearst-Kane es incapaz de desligarse de su enfermizo poder, por más que añore Rosebud, sea esto lo que fuere, y aporte una moraleja a la que nadie está dispuesto a hacer mucho caso, «Si no hubiera sido tan rico, hubiera llegado a ser un buen hombre», porque la verdad verdadera es la contraria: si hubiera sido un buen hombre no habría llegado a ser tan rico. Claro que, como de costumbre, la culpa no es suya, faltaba más, sino de una carencia social. Hearst-Kane tenía un problema de "falta de Rosebud".


«—CRÉMILO. La desgracia esa que tienes encima, ¿cómo te pasó? Cuéntamelo.
—PLUTO. Zeus fue el causante, por envidia a los seres humanos. Pues cuando yo era un chaval lo amenacé con acercarme sólo a las buenas personas, a los sabios y a los honrados, y él me dejó ciego para que no pudiera reconocer a ninguno de ésos. ¡Tanta envidia les tiene a los hombres cabales!
—CRÉMILO. Sin embargo, los que lo honran son justamente los cabales y los honrados.
—PLUTO. De acuerdo»
(Aristófanes: Pluto o la riqueza)


En esta comedia de Aristófanes, Pluto o la riqueza, el tal Crémilo es un buen sujeto que tras diversas peripecias en las que no podemos enfangarnos, acaba dando hospedaje en su casa a un harapiento mendigo ciego (izquierda, imagen alegórica) el cual, para pasmo de todos, resulta ser el mismísimo espíritu dispensador de la Riqueza, el dios Pluto. Resulta curioso cómo aquí Aristófanes, a pesar de toda su reconocida malicia, peca de una notable ingenuidad, ya que entre los defectos o las desgracias que pudieran afectar a Pluto, el dios Dinero ('ploutos' significa riqueza, de donde plutocracia o gobierno de los ricos), desde luego no figura la ceguera, por más que la mitología griega así lo pintase, y agarrado a una cornucopia. Los romanos hubieron de solucionar esta falta de fineza creando la "inconstante diosa Fortuna", que se mueve en un negociado bastante diferente al del Poderoso Caballero.

En cuestiones de buscarse la vida dicen que «Suerte es lo que ocurre cuando la Preparación y la Oportunidad se encuentran». Esto al menos, o algo parecido, es lo que asegura un célebre aforismo que, como gran parte de los aforismos célebres, tiene trampa. El truco, que le relativiza bastante y le convierte en serpiente que se muerde la cola, es que tanto la Preparación como la Oportunidad dependen en enorme medida de la Cuna ―o del catre― en que se nace. Porque el lustre de este angelical mueble es un detalle que tiene absolutamente todo que ver con la Suerte, es decir, con la Fortuna.
Parece que los romanos tenían claro que su Fortuna en el fondo estaba más que relacionada con la Fuerza, ya que fuerza y fortuna tienen la misma raíz ('fors', del sánscrito 'bhrtih', soportar). Y la diosa titular de tal negociado, la muy popular diosa Fortuna, aunque heredada de los griegos, como el resto del Panteón, tenía mucha más categoría que su abuela griega (era una de las deidades más adoradas del Olimpo oficial romano y tenía diversos templos erigidos bajo sus diversas advocaciones).
En Grecia era conocida como Tique, una cría caprichosa y voluble totalmente irresponsable en sus gracias y concesiones, saltando brusca e inesperadamente de una parte a otra y haciendo juegos de manos con una pelota, para ejemplificar lo inseguro e ilusorio de nuestra suerte. Relativamente, claro. Porque hay un pequeño detalle a tener en cuenta: por antojadiza y coqueta que fuese, Tique era una niña bien, una hija de Zeus, el gran jefe, por lo que siempre ha sido muy cuidadosa con irritar demasiado a papá en lo tocante al orden por él establecido. De ahí la sabiduría del pensamiento-epitafio de Marcel Duchamp:
«He tenido suerte, una suerte estupenda. Nunca he pasado un día sin comer y tampoco he sido rico. Así que todo ha salido muy bien»

En cambio, dicha, es decir, suerte, felicidad, significó primitivamente "porvenir, futuro, destino, sino": proviene del plural latino 'dicta', cosas dichas, en referencia a la creencia de que la suerte individual se debía a determinadas palabras que, justo en el momento de nacer cada criatura, pronunciaban los dioses, o las Parcas (izquierda), tres neuróticas y desavenidas hermanas que urdían enredaban y cortaban, respectivamente, el hilo de las vidas humanas.


Pero Pluto, como la misma moneda, esconde otra cara ya que se trata también de Plutón, dios de las profundidades (para los greco-romanos el inframundo carecía de los terrores de infierno con que lo amuebló el cristianismo. El inframundo romano, heredero del Hades griego, era un lugar profundamente gris y triste, eso sí ―algo parecido a padecer una depresión eterna, que no es poco castigo―, donde el fuego no existía, ni para bien ni para mal).

Así pues, si bien en su función de Pluto el dios otorgaba el poder y el bienestar a quien lo acogiera en su casa, en su advocación plutónica podía sumirlo en la desdicha. Y ambas situaciones podían ser concurrentes y paralelas. Como las caras de una misma moneda.
Y el ejemplo histórico más conocido de cómo se las gastan las dos caras de Pluto/Plutón cuando actúan al unísono, lo tenemos en un viejo conocido nuestro, Marco Licinio Craso, la mayor fortuna de su tiempo, que ya es decir (imagen izquierda). Según cuenta Plutarco «eran muchas las minas de plata que tenía, posesiones de gran precio en sí y por las muchas manos que las cultivaban; a pesar de eso, todo era nada en comparación del valor de sus esclavos: ¡tantos y tales eran los que tenía! Lectores, amanuenses, plateros, administradores y mayordomos…»

En el Gran Incendio de Nerón, concretamente, al repasar las circunstancias de la plaga endémica de incendios que padecía Roma, decíamos de ello: «La inmensa fortuna de Craso, gobernante de Roma durante una legislatura junto a César y Pompeyo, se levantó mediante un hábil negocio inmobiliario basado en su brigada contraincendios. Con ella acudía al lugar del accidente y pactaba el precio de sus servicios con el propietario del inmueble. Si éste accedía a sus leoninas pretensiones procedía a apagar el fuego. Y si no, se sentaba tranquilamente a esperar a que las llamas terminasen su trabajo, mientras sus bien armados muchachos acordonaban el lugar impidiendo el acceso al mismo. Después, adquiría el chamuscado inmueble a su valor "actualizado"». Una "industria" ésta, que tiene su continuidad forestal en las quemas que cada verano degradan nuestros montes y nuestra sociedad.
Plutarco no era tan brusco como nosotros, pero tampoco se mordía la lengua:

«Y si, aunque sea en oprobio suyo, hemos de decir la verdad, la mayor parte de su hacienda la adquirió del fuego y de la guerra, siendo para él las miserias públicas de grandísimo producto. Porque cuando Sila, después de haber tomado la ciudad, puso en venta las haciendas de los que había proscrito, reputándolas y llamándolas sus despojos, y quiso que la nota de esta rapacidad se extendiese a los más que fuese posible y a los más poderosos, no se vio que Craso rehusase ninguna donación ni ninguna subasta.
Además de esto, teniéndose por continuas y connaturales pestes de Roma los incendios y hundimientos por el peso y el apiñamiento de los edificios, compró esclavos arquitectos y maestros de obras, y luego que los tuvo, habiendo llegado a ser hasta quinientos, procuró hacerse con los edificios quemados y los contiguos a ellos, dándoselos los dueños, por el miedo y la incertidumbre de las cosas, en muy poco dinero, por cuyo medio la mayor parte de Roma vino a ser suya» (Plutarco: Vidas paralelas: Marco Craso)

Bueno, pues, a veces ocurre que la vida se complace en lucirse con un poco de justicia, aunque sea a costa de ajusticiar a uno solo a cambio de la muerte absurda de miles de seres humanos. Demuestra así, que si no se prodiga más es por pereza:
No debía tener nuestro amigo Craso muy buena conciencia de sus riquezas (acabamos de afirmar que eso de la Fortuna tenía truco) puesto que llegó un momento en que se empeñó en demostrar que también podía ser tan buen general como sus compañeros de triunvirato César y Pompeyo... y ya, de paso a la autoestima, echarse al coleto tantas riquezas como ellos dos en el campo de batalla (inmensas riquezas). Claro que, acostumbrado de toda la vida a las trampas en el juego, eligió un enemigo engañosamente fácil por lo desconocido en sí que era entonces y por las pistas falsas que, interesadamente, de él daban los pueblos vecinos: el pueblo parto, una rama del pueblo escita, nada menos (izquierda, un peine hallado en un ajuar funerario escita), con unas técnicas de combate y un armamento, su famoso arco de doble curvatura, capaz de atravesar escudos y armaduras, y el cual eran capaces de manejar cabalgando a galope tendido y mirando hacia atrás, mientras eran "perseguidos".

En fin, ¿que por qué se fue tan lejos de Roma (hasta el actual Irán) a buscar un oponente tan complicado? Pues fue tras la leyenda de los arimaspos, pueblo fantástico que habitaba más allá de la tierra de los isedones, en el remoto Noreste. Tenían un solo ojo y mantenían un continuo enfrenamiento con los Grifos (a la derecha, ambos dos, grifos y arimaspos en un vaso griego), una subespecie de los dragones que, por consiguiente (y como vimos en la anterior entrega), llevaban en la sangre el ser celosos guardianes de tesoros, en este caso, del oro que veteaba los montes de aquella región.
Y ahora es cuando llega el final de justicia poética para Marco Licinio Craso: la batalla de Carras, en la que los partos «lograban, gracias a la habilidad de los arqueros, hundir la formación en "tortuga" de los romanos segando las piernas de los soldados y las patas de los caballos, y lanzarse por encima del muro formado por los escudos. Resistieron largo tiempo pero, cuando hacia el mediodía los partos desplegaron bruscamente sus estandartes centelleantes, el deslumbramiento fue tal que, sumado al agotamiento, a la sed, al pavor, acabó con el valor de las legiones romanas… y con la cabeza de Craso enviada al rey de los partos, Orodes I, a la sazón en Armenia» (Luce Boulnois: La Ruta de la Seda).

La magnífica ironía de tal derrota es que los estandartes bordados en oro y de vivos colores que cegaron a los legionarios de Craso fueron las primeras sedas que veían los romanos, pues no fue hasta el año 70, tras su implantación en Siria, 120 años más tarde de la batalla de Carras, cuando entraron en contacto con el límite extremo del Oriente, un mundo desconocido hasta entonces (si bien, a partir de las noticias de los supervivientes de Carras la sætaserica y las especulaciones sobre su procedencia y naturaleza empezaron a pulular por Roma): Craso era tan afortunado que, yendo en busca de oro, fue el primer romano en descubrir la seda, tejido que entonces y hasta el descubrimiento del secreto de su elaboración, valía mucho más que el oro: hasta su final conservó el favor de Pluto y el don de Midas... Pero murió sin saberlo y a causa, precisamente, de haberlo encontrado: el contradón, la maldición de Plutón actuando simultáneamente en paralelo. Como muy bien escribe Plutarco en su biografía:

«Ejemplo, para los más, de las mudanzas de fortuna, pero para los hombres prudentes, de temeridad y ambición: no estaba contento con ser el primero y el mayor entre tantos millones de hombres, sino que le parecía que todo le faltaba porque tenía el último lugar respecto de solos dos»






(Imagen izquierda, otro Midas contemporáneo, víctima de su misma maldición: Michael Jackson, que incluso imitó el tipo de residencia ―Neverland― y la cantidad de objetos que atesoraba en ella (vaciando departamentos enteros de lujosos almacenes), de la vivienda ―Xanadú― y el interiorismo del ciudadano Kane)


La disyuntiva entre poder y bonhomía sí que es superada, sin embargo, felizmente en la leyenda original por nuestro rey Midas (no por nada es una leyenda). Y la salva porque, moralejas aparte, la auténtica finalidad de la fábula es contar a la infantil humanidad el nacimiento de la Moneda saliendo de las aguas de un río —el Pactolo—, lo mismo que nos contó el nacimiento de Venus saliendo de la espuma de Neptuno:

Y es que, al comprobar desolado Midas que no podía comer, porque a su contacto los alimentos también quedaban transformados en oro, ni acariciar a nadie (por más que tal capricho resulte generalmente prescindible para la gente que manda), pidió al dios que le liberara de su don.
Como los dioses antiguos estaban hechos de otra pasta (jovial deriva de Júpiter, 'Jovis' en latín), Dionisos, tan compadecido como divertido (imagen derecha), le desveló que para ello tenía que bañarse en las aguas del Pactolo, que corría por tierras de Lidia, región que correspondía más o menos con el ala oeste de la actual Turquía, un río que hoy se llama Sart Çayı.
A consecuencia de esta inmersión, el río desde entonces contiene arenas auríferas (aunque es posible que en algo ayudaría el que su corriente descendiera del monte Tmolo, el cual casualmente contenía yacimientos de lo mismo)... o, mejor dicho, contuvo arenas auríferas hasta la época en que Alejandro Magno, unos tres siglos más tarde, tras cortar de un tajo el indesligable Nudo Gordiano, paso a pertrecharse allí (que a eso venía) para su gira asiática, momento en el que se acabó lo que se daba.

Pero, desengáñense, todos desearíamos acoger a Pluto en casa y disfrutar del poder de Midas para luego poder lamentarnos de la humana imposibilidad de librarnos de él. Como Gandalf señaló a Frodo:

«Frodo sacó de nuevo el Anillo y lo miró. Parecía liso y suave, sin ninguna marca visible. El oro era brillante y puro, y Frodo admiró la hermosura y vivacidad del color y la perfección de la forma. Era admirable, una verdadera joya. Cuando lo sacó del bolsillo había pensado en arrojarlo lejos, a la parte más caliente del fuego. Comprobó que no podía, que tenía que vencer una enorme resistencia. Sopesó el Anillo en la mano, titubeando y tratando de recordar lo que Gandalf le había dicho, y entonces, recurriendo a toda su voluntad, hizo un movimiento para arrojarlo a las llamas, y en seguida advirtió que había vuelto a guardarlo en el bolsillo.
Gandalf rió torvamente.
― ¿Ves, Frodo? Tampoco tú puedes deshacerte de él ni dañarlo. Y yo no podría obligarte, sino por la fuerza, en cuyo caso te arruinaría la mente. Para acabar con el Anillo, de nada sirve la fuerza…» (J. R. R. Tolkien: El Señor de los Anillos)

 (Izquierda, un polémico cartel publicitario que ha sido denunciado por las autoridades religiosas ¿Tiene algún aspecto positivo como síntoma del declive del "Señor de los anillos" marital? La verdad, no sé qué decirles,... aparte del repaso a los antecedentes culturales dados en Bodas y Enlaces y en Historias del Beso)

El irresistible sueño de Midas extendió su áurea marea incluso hasta turbar la seráfica y vegetariana filosofía pitagórica. Una pérfida influencia demostrada por caminos, cómo diríamos, freudianos:

«Pitágoras demostraba a los hombres que él había nacido de simientes mejores que las de la naturaleza mortal. Pues según se dice, en el mismo día y a la misma hora se le vio tanto en Metaponto como en Crotona. En Olimpia mostró que tenía uno de sus muslos de oro. Hizo recordar a Milias de Crotona que él había sido Midas de Frigia, el hijo de Gordio…» (Claudio Eliano: Historia varia)




«Se considera uno siempre con bastante virtud, por poca que tenga; pero tratándose de riqueza, fortuna, poder, reputación y todos los demás bienes de este género, no encontramos límites que ponerles, cualquiera que sea la cantidad en que los poseamos» (Aristóteles: Política, Libro I)


«Una nueva investigación, realizada en el Centro para la Salud y el Bienestar de la Universidad de Princeton ha analizado una encuesta Gallup en la que residentes en EEUU mostraban su nivel de satisfacción con su vida y señalaban las experiencias agradables o tristes que habían tenido el día anterior. A partir de estos datos, los científicos han diferenciado entre dos conceptos: el bienestar emocional, que da cuenta de las sensaciones felices que suceden en el día a día, y la evaluación de la vida, que se refiere al concepto que los participantes tenían de su propio nivel de satisfacción. Para medir el primero, se tuvieron en cuenta sensaciones positivas, como risas y sonrisas frecuentes. Para el segundo, los voluntarios calificaban su vida con una nota del cero al 10.
Como muestra de que el dinero contribuye a la felicidad, los resultados reflejan que ambos términos crecen a medida que los ingresos del hogar aumentan, y ambos son dramáticamente bajos cuando se sufre escasez económica.
Sin embargo, a partir de cierto punto, tener más dinero sólo mejora la evaluación de la vida, pero no incrementa las experiencias positivas que se viven a lo largo del día. Es decir, los encuestados valoraban mejor su felicidad, pero lo cierto es que no reían más, ni pasaban más ratos de disfrute o alegría…» (Ángel Díaz, Diario El Mundo, 7-sept-2010: El dinero nos deja satisfechos, pero no felices)


«EGOÍSTA.- adj. Pérsona de pésimo gusto, más interesada en sí misma que en mí. (antecedente literario del aforismo popular de moda estos días: "Todo el mundo va a lo suyo menos yo, que voy a lo mío").
ORO.- s. Metal amarillo extraordinariamente apreciado por lo bien que se presta a las diversas especies de robo conocidas como "comercio".
COMERCIO.- s. Especie de transacción, en la cual A roba a B los bienes de C, mientras en compensación B saca del bolsillo de D el dinero perteneciente a E.
ECONOMÍA.- s. Comprar el barril de whisky que no se necesita por el precio de una vaca que no se puede pagar» (Ambrose Bierce: El Diccionario del Diablo)


 2 Talentos y Talantes
«El dinero es una conveniencia muy antigua, pero la idea de que es un objeto digno de confianza y que puede aceptarse sin examinarlo o ponerlo en tela de juicio es, en todos los aspectos, una cosa muy ocasional y muy reciente, principalmente una circunstancia del siglo XIX.
Durante unos cuatro mil años hubo el acuerdo de utilizar para los intercambios uno o más metales, entre tres que eran la plata el cobre y el oro, si bien la plata y el oro se emplearon también durante un tiempo como aleación natural llamada electrum.
Durante la mayor parte de aquellos largos años, la plata representó el papel predominante y durante períodos más breves, como el micénico o en la Constantinopla tras el Cisma del Imperio, el oro ocupó el primer lugar» (John Kenneth Galbraith: El dinero)

Antes de que nadie se eche las manos a la cabeza a causa de esta frescura de relacionar a Midas con el invento del dinero, hemos de justificar tal libertad en el hecho de que en el siglo –VII había por fin cuajado en todo el mundo civilizado la estandarización monetaria en un sistema de unidades bastante influido por el sistema babilónico:
Desde muy antiguo existió en Babilonia un sistema de pesos con base sexagesimal. La unidad inferior era el šequel (siclo), de 8,34 g; 60 de ellos componían un māneh (mina) o lot, de 502 g, y 60 de éstos un biltu (talento), de 30,2 kg. Como hemos intentado explicar atrás, durante la Edad del Bronce estas medidas ponderales sirvieron de unidades monetarias, bien como referencia de precio, o bien utilizándolas mediante los lingotes correspondientes: aunque en una transacción las partes contratantes no dispusieran de circulante, el saber que un buey "en el mercado" valía 1 talento, y una oveja 12 minas, agilizaba bastante los trueques "a pelo"… y nadie olvidaba que transacción deriva de transigir.

El talento metálico ―en ambos sentidos de la expresión― vino a sustituir a otros elementos como unidad de cambio (eso que los técnicos económicos llaman el "tertium comparationis" o tercero para comparar): Anteriormente al metal, la gente se las arreglaba con sacos de trigo, comúnmente, en las equivalencias o comparaciones (¿hemos dicho que comprar deriva de comparar?): si un buey valía 100 sacos y una oveja 20, podían calcular la equivalencia a la hora de trocar bueyes y ovejas, por ejemplo. Así es como se las apañaba la gente antes del segundo milenio y, sobre todo, cómo se las apañaba la gente del común, que sólo veía relucir el metal en los apuñalamientos.

Internacionalizado, como decimos, a partir de Babilonia, el talento tenía la forma de la piel de vacuno (sin extremidades) y medía 60x35 cm, con peso de 25 a 30 kg según los países; el lingote de oro, también con valor de un buey, adoptaba la forma almendroide y su peso era de 8,3 a 8,5 g. Ejemplares de ambas especies se han encontrado desde Cerdeña hasta Asia Menor. Su nombre era entre los pueblos griegos, tálanton. Hecha la presentación, se puede decir seria y técnicamente que los tesoros tenían una unidad de medida específica, se llamaba… talento. Voluntaria o no, qué soberbia ironía.



(Izquierda, arriba, Mercado egipcio La Fuentica, de Peleas de Arriba, Zamora; derecha, mercado babilonio; izquierda, aes signatum romano (su valor era de una centésima de talentum, o sea, 300 g, o sea..., 1 libra) marcado con un trípode de la antigua Grecia, pieza de menaje de cocina que antaño (antaño para los romanos) sujetaba un caldero bajo el que se encendía el fuego: ambas piezas, primero en categoría el trípode y luego el caldero, eran de los más preciados trofeos olímpicos de la Antigüedad clásica y formaban parte del sistema de intercambios que los economistas llaman "economía de prestigio".
De ellos derivan nuestras copas-trofeo deportivas (llamadas también "ensaladeras" por algún tipo de continuidad subliminal): véase la gráfica cita extraída de la Iliada al respecto en el capítulo anterior, punto 2 junto la penúltima figura, al igual que la siguiente...)


«Empezó exponiendo los premios destinados a los veloces aurigas: el que primero llegara se llevaría una mujer diestra en primorosas labores y un trípode con asas, de veintidós medidas; para el segundo ofreció una yegua de seis años, indómita, que llevaba en su vientre un feto de mulo; para el tercero, una hermosa caldera no puesta al fuego y luciente aún, cuya capacidad era de cuatro medidas; para el cuarto, dos talentos de oro; y para el quinto, un vaso con dos asas no puesto al fuego todavía» (Homero: Iliada)



Ocurre que el único talento que contaba en la Antigüedad era el 'tálanton' griego; heredado de los babilonios y antecesor del 'talentum' romano, es un término que primitivamente significaba “balanza”, mejor dicho, "pesa" (como simplificación de "pesa de balanza", o contrapeso calibrado de la balanza, ya que en el otro platillo se colocaba el material a ponderar), luego significó "cierto peso de oro o plata" y más tarde una moneda.


Por cierto, tampoco durante la Edad Media, ni hasta bien avanzado el año 1500 en nuestro cristiano mundo, había otros talentos conocidos que los de aquella parábola en la que, en plan  curiosamente especulativo, Jesucristo aconseja a sus seguidores mover productivamente la pasta. De hecho, el actual sentido de "capacidad, dotes naturales", del talento, deriva de las metáforas inspiradas en la mencionada parábola, y no se empieza a utilizar corrientemente hasta el s. XVI.
A la vez, apareció otro sublimado, más que derivado, del talentum: el talante (el dichoso talante, ¡por dios y la pata del buey!, que, dicho sea de paso y como vemos, no es un adjetivo; cuando "se tiene talante" o se aprecia una "falta de talante" habría que especificar si ese talante es bueno o malo, angelical o demoníaco, amorfo o el calificativo que corresponda. Porfa).


Como la mayoría de las unidades (palmo, pie, codo, braza, pulgada, paso…) el talento se dimensiona en función del cuerpo humano, y viene a ser una medida de su fuerza: el “talento” era el peso "en metálico" que podía cargar un hombre normal (era en función de esta masa como se diseñaban las ánforas ―por algo derivan del griego 'phéro', llevar―, cualquiera que fuera su forma y material); por eso era variable en cada territorio, oscilando entre nuestros 25 y 30 kilogramos. Lo dicho: Toda una imagen filosófica. Casi una alegoría.


«Los hombres poseedores de dinero, como los antaño favorecidos por una noble cuna y un título importante, se imaginan indefectiblemente que el respeto y la admiración que inspira su dinero son realmente debidos a su talento o personalidad» (John Kenneth Galbraith: El dinero)


He aquí una honda reflexión acerca de la relación entre talentos, talantes y autoestimas:

«El hombre rico se congratula de sus riquezas porque siente que ellas naturalmente le atraen la atención del mundo y que los demás están dispuestos a acompañarlo en todas esas emociones agradables que las ventajas de su situación le inspiran con tanta facilidad. Al pensarlo, su corazón se hincha y dilata en su pecho, y aprecia más sus riquezas por tal razón que por todas las demás ventajas que le procuran.
El hombre pobre, por el contrario, está avergonzado de su pobreza. Siente que o bien lo excluye de la atención de la gente, o bien, si le prestan alguna atención, tienen escasa conmiseración ante la miseria y el infortunio que padece» (Adam Smith: La teoría de los sentimientos morales)


3 La electricidad del Dinero
«Yo grabé el impuesto del Alto Retenu, consistente en plata, oro, lapislázuli y toda clase de piedras preciosas, incontables carros y caballos, numeroso ganado mayor y menor. Hice que los jefes de Retenu supieran cuál era su contribución anual. Grabé el impuesto de los jefes de Nubia, consistente en electro en bruto, oro, marfil, ébano y numerosas embarcaciones de madera de palma; siendo el impuesto de cada año como el de los siervos de su palacio.
Su majestad me lo confió a mí. En cuanto a esas tierras extranjeras que he mencionado, mi señor se las trajo con sus victorias, con su arco, con su flecha y con su hacha. Lo he conocido y lo he contabilizado, habiendo sido puesto bajo la contabilidad del Tesoro» (Autobiografía de Minmose: Egipto, hacia el año -1400)

Y al final de esa época comenzada por Midas, vivió quien es generalmente relacionado por los historiadores con la invención de la moneda, otro soberano de aquellas mismas tierras, el rey Creso, quien vivió solamente 150 años después del modelo en carne y hueso de Midas, (el rey Mita, reinante entre el -740 y -696):
«Midas es identificado razonablemente con Mita, rey de los mosquios ("hombres terneros") o mushki, pueblo de origen póntico que a mediados del segundo milenio a. de C. ocupó la parte occidental de Tracia más tarde llamada Macedonia; cruzaron el Helesponto alrededor del año 1200 a. de C., destruyeron el poderío de los hititas en el Asia Menor y tomaron Pteria, su capital.
"Mosquios" se refiere quizás a un culto totémico del ternero como el espíritu sagrado... La fábula del toque que convertía todo en oro ha sido inventada para explicar las riquezas de la dinastía de Mita y la presencia de oro en el río Pactolo» (Robert Graves: Los mitos griegos).

Desarrollando la última frase del maestro Graves: la fábula no sólo explica la existencia del oro del Pactolo, sino el origen de la riqueza de la familia Midas/Mita, que debió ser la explotación vitivinícola y su posterior diversificación comercial, pues, como antes comentamos, fue la hospitalidad brindada al dios de las cogorzas Sileno, durante una temporada, el motivo de los dones celestiales; por tales cuidados, tanto él como el valle del Pactolo "se hicieron de oro". Y es que, según Graves cuenta en otras partes de su obra, "el triunfo de Baco", (representado desde los mosaicos romanos --imagen derecha, en el museo arqueológico de Sevilla-- hasta Velázquez), consistió en que el vino sustituyó en todas partes a las otras bebidas alcohólicas y sobre todo, sobre todo, a la cerveza (el coctel o copazo de los dioses había consistido hasta entonces en cerveza de abeto mezclada con hiedra y endulzada con hidromiel):

«El vino no fue inventado por los griegos: parece haber sido importado por primera vez en cántaros de Creta, puesto que 'oinos', vino, es una palabra cretense. Y Faros o Pharos, islita egipcia frente al delta del Nilo [y que dio nombre al faro en sí], contaba con el mayor puerto de la Edad del Bronce. Era el almacén de los mercaderes provenientes de Creta, Asia Menor, las islas del Egeo, Grecia y Palestina. El culto del vino debió extenderse desde allí en todas direcciones.
La guía principal de la fábula mística de Dioniso es la difusión del culto de la viña por Europa, Asia y el norte de África; y Jane Ellen Harrison fue la primera en señalar que Dioniso, el dios del Vino, es una superposición posterior sobre Dioniso, el dios de la Cerveza, llamado también Sabacio».






Junto con el mitificado Midas, Creso es otro personaje cuyo nombre ha devenido en arquetipo, en paradigma o en título social, midas y creso ambos dos en cada uno de lo suyo (como adjetivos arquetípicos de cada uno lo suyo son, reales o ficticios, Mecenas, Anfitrión, Casanova, Cándido y su tutor Pangloss o el mismo César, don Julio: como contraste, existen pocos arquetipos femeninos, y la mayoría son símbolos de degradación en comparación con los admirados casanovas o donjuanes-tenorios; véanse sino a FrinéMesalina, Salomé, Lucrecia Borgia, Helena de Troya o la condicional Magdalena; o bien como féminas excepcionales: la olvidada Safo, o la irreductible Cornelia: así, la mujer sólo es recordada a través de sus utensilisios característicos: el Lienzo de Penélope, la Rueca de Onfalia, el Hilo de Ariadna, el Ceñidor de Afrodita, la Manzana de Eva, la Sonrisa de la Gioconda, la Mirada de la Gorgona, la Cabellera de Berenice... o, a contrastar con los dones de su cuñado Prometeo, otro sufrido arquetipo masculino, la Caja de Pandora, entre otros adminículos propios del débil sexo (y al que, cuando se le escucha, todo queda en la Maldición de Casandra, nombre que en griego significa "La-que-enreda-a-los-hombres"): izquierda, ¡Retrato ideal de una mujer!, que así tituló su óleo sin ironías Bartolomé Veneto, y en el cual representó a Lucrecia Borgia, la mujer ideal, sin duda alguna; las admiraciones son nuestras, claro).





Si por un midas se entiende hoy a quien revaloriza al máximo aquello en que se mezcla (al futbolista Beckham, por ejemplo, se le califica repetidamente así), con el término creso se adjetiva al poseedor de una riqueza irracional, es decir, a aquellos semidioses que encabezan las listas de la terrible revista Forbes, ésta sí publicación escandalosa, y no la angelical PlayBoy.
Además, Creso, rey de Lidia a mediados del s.-VI, es reputado como el emisor de los electros, las primeras monedas de oro con una pureza garantizada y normalizada y una circulación relativamente general, como veremos luego.


El pobre rico rey Creso parece ser que murió de una manera bastante trágica y con unos gestos de nostalgia tardía similares a las del ciudadano Kane. Dicen que entre sus últimas palabras figuró la siguiente frase:

«Solón es aquel que yo deseara tratasen todos los soberanos de la Tierra, más bien que poseer inmensos tesoros, pues Solón me había dicho que la fortuna del hombre es tan cambiante que sólo es posible conocer o medir su felicidad después de que ha muerto»

(Derecha, Solón ante Creso durante su visita a Sardes, por Gerrit van Honthorst; izquierda, muerte de Creso en la hogera; bajo él, la Saliera, salero de mesa modelado y fundido en oro para entretener los aliños de Francisco I de Francia; sobre estas líneas, óleo de Leonora Carrington de título intraducible)


Naturalmente, la máxima de Solón, legislador ateniense considerado uno de los Siete sabios de Grecia, como ocurre con todas las máximas, no es que le sirviera de mucho, pero qué más da: también fue inmensamente rico y aprovechó las hermosas pepitas del Pactolo para acuñar las primeras monedas propiamente dichas (de hecho, la tan alabada frase de Solón era contestación a la insistente pregunta de Creso acerca de si había conocido al hombre más feliz del mundo, con el mal disimulado propósito de que la respuesta fuera "tú, oh Creso", y pasar así a la posteridad, pues todo cuanto traslucían las meninges de estos sabios iba de boca en boca, era registrado escrupulosamente en academias y despachos y leido en ágoras y simposios).
El mismísimo Aristóteles aúna sus dos condiciones (la de noble desdeñoso para con la burguesía comercial y la de técnico cauteloso en la materia), para emitir una crítica que debería seguir estando presente en la "burbujeante" actualidad, 2400 años después:

«Porque si los que usan el dinero cambian las normas convencionales, no vale nada ni es útil para nada de lo necesario, y siendo rico en dinero, muchas veces se carece del alimento necesario. Ciertamente extraña es esta riqueza en cuya abundancia se muere de hambre, como cuentan en el mito de aquel Midas, quien, por su insaciable deseo, convertía en oro todo lo que tocaba» (Política, Libro I)


No mucho después de esa época, el oro había impregnado de tal forma las relaciones sociales que Aristófanes se atrevía a dirigirse al dios de la Riqueza, Pluto, de esta irreverente y franca manera:

« ¿Tú crees que el poder de Zeus y sus rayos valdrían ni tres óbolos si tú volvieras a ver, aunque fuera un ratito?... ¿Por medio de qué gobierna Zeus a los dioses?: Por la pasta, que tiene muchísima... Y ¿quién es el que se la proporciona?: ¡Tú!» (Pluto o la riqueza)


Pero en el seno de las relaciones sociales se encuentra, obviamente, el pensamiento de los hombres que componen cada tejido social, en el cual el comercio y sus cambalaches abrieron horizontes nuevos. Porque igualmente obvio es que el horizonte visible influye en el mental: Si ahora resulta que una vaca se podía transformar en pedazos de metal, como el circulante, tanto más pequeños cuanto más valiosos, hasta llegar al oro en polvo, y éstos podían recomponerse como cinco ovejas, 50 sacos de trigo o una novia fea, sólo era cuestión de tiempo que a algún observador ocioso e imaginativo de una lejana y castigada colonia tracia, como Abdera, necesitando afirmar la permanencia de lo visible y material dentro del marasmo cambiante que contemplaba a su alrededor, se le ocurriera un buen día aquello que se le ocurrió:

«La materia está compuesta por dos elementos: lo que es (representado por los átomos homogéneos e indivisibles), y lo que no es (el vacío); lo cual permite que los mismos átomos adquieran diferentes formas, tamaños, órdenes y posiciones, y constituyan así la totalidad de la physis» (Demócrito)

El que con mucha posterioridad se confirmase la denominación de átomo (tal como la bautizó Demócrito --derecha, en billete de 100 € atómicos--: 'a-témno': 'a-', partícula privativa, 'témno', cortar: sin corte posible) a la mínima porción de masa imaginable, y electrones a los satélites energéticos de cada átomo, hemos de agradecérselo a la cultura general, clásica y económica de los materialistas modernos, tanto como a su genio físico-químico; gracias a ellos, con la electricidad y la electrónica permanece la primera filosofía occidental en la memoria humana... aunque la humanidad lo ignore:

Fue en 1803 cuando el químico inglés John Dalton desempolvó el término acuñado por Demócrito. En 1891, el físico inglés J. J. Thompson, mientras estudiaba la naturaleza de los rayos catódicos observó que estaban formados por pequeñas partículas cargadas de electricidad negativa. Y ese mismo año el físico irlandés George Johnstone Stoney sugirió el nombre de electrón para la unidad fundamental de electricidad, fuese o no una partícula, en recuerdo del electro que formaba aquellas doradas pepitas del río Pactolo.
Electrón y átomo son los nombres que la física nuclear puso a las mínimas porciones de materia-energía de su momento inicial en honor de aquellos inspirados helenos.
Einstein vino a dar con la fórmula de equivalencia o trueque entre materia y energía, el tertium comparacionis e=mc2, de la misma forma que hace 2.500 años la masa del ganado se transformaba en la energía comercial que vitalizaba las civilizaciones mediante el tertium comparationis del electro.
Y si la descomposición y recomposición comercial de cualquier cosa en oro y del oro en cualquier cosa imaginable, propició el nacimiento de la teoría atómica, los intentos prácticos de conseguirlo directamente darían lugar a la alquimia que se prolongaría en la química en su momento adecuado.

Demócrito dijo muchas cosas que la gente se apresuró a fotocopiar, como dijimos antes, la mayoría de las cuales se han perdido. Entre los fragmentos conservados figuran pensamientos como los siguientes:

«El excesivo acopio de riquezas para los hijos es un pretexto para la codicia que pone en evidencia nuestro modo de ser»

«La esperanza en un lucro deshonroso es el principio del perjuicio»

«Que una mujer no se ejercite en el hablar, pues eso es terrible»

«Verse gobernado por una mujer sería para un hombre máxima afrenta»

Alevosamente, aquí se han mezclado dos pares de fragmentos de un reconocido sabio como Demócrito, como muestra de que la sabiduría y el sentido común suelen estar enemistados por culpa del prejuicio. Solamente bajo la terrible superstición de que la inteligencia es innata (y masculina), se puede pretender que las mujeres griegas tuvieran una mediana oratoria o un buen gobierno, cuando se daba la circunstancia de que ellas (con la única excepción de las espartanas) vivían recluidas en el apartado gineceo, excluidas de toda cultura y marginadas incluso dentro del hogar desde su nacimiento hasta su muerte…



Regresando a lo nuestro: Arriba decíamos que "el talento-oro, también con valor de un buey, adoptaba la forma almendroide y su peso era de 8,3 a 8,5 g". Está claro que un lingote almendroide de oro de tan sólo ocho gramos puede describirse gráficamente, mejor que como un "lingote", como una "pepita", una forma geométrica muy práctica de llevar y guardar, como todo lo que moldea la madre Naturaleza. Las primeras monedas (recogidas directamente del agua y que, por su pálido color y su forma redondeada, eran denominadas ámbar de río) tenían una forma pepitoide, es decir, forma de pepita (definirlas mejor es complicarse la vida tontamente). Las que las siguieron se fundirían imitando a aquellas y con un peso y composición semejante. Es por ello que las monedas, a partir del achatamiento y redondeado de las antiguas pepitas del Pactolo, son como son.

Por más que hoy su forma nos parezca la más natural y lógica, podrían haber sido cuadradas o rectangulares (a partir del aes romano reproducido en la introducción, por ejemplo), o a partir de los anillos abiertos de oro egipcios, o en punta de flecha (como las proto-monedas de la zona del mar Negro), o de cualquier otra manera (y qué hubiera sido entonces del pobre forro de nuestros bolsos y bolsillos…!): a la derecha vemos una moneda en forma de cuchillo procedente de China, país ajeno a las influencias de Creso gracias a su lejanía y a su legendario aislamiento geográfico y cultural.
Y es que, más bien ocurrió a la inversa, y la inspiración lidia vino del Extremo Oriente: parece seguro que mercaderes de las sendas que precedieron a la Ruta de la Seda mostraron en la corte lidia monedas con que los chinos llevaban ensayando el sistema ya casi un siglo. A partir de ahí, y con el material aurífero que tenía a mano, Creso se dijo "¡hombre, hombre…!". Lo demás es Historia:

«Las piezas lidias tienen una forma vagamente oval, como si fueran pepitas de oro (imagen debajo de estas líneas, anverso y reverso; éste muestra las hendiduras producidas para sujetar la pieza sobre un soporte durante su elaboración), pero se corresponden a un sistema regular de pesos, yendo desde un grupo de monedas más grandes (17,2 gramos, 16,1 gramos, 14,1 gramos) hasta piezas más pequeñas que pesan la dieciseisava parte de una de las piezas grandes» (Catherine Eagleton y Jonathan Williams: Historia del dinero)

Ya que estamos el ello: pepita no es un diminutivo, aunque lo parezca y además designe un objeto pequeño; deriva de la vulgarización legionaria y provinciana que transformó en pippita el latín 'pituita', "moco, humor pituitario" (Joan Corominas). Nada que ver con pepino, diminutivo del griego 'pépon', maduro. Ni, por descontado, con el hispanísimo nombre Pepita, este sí diminutivo, femenino y familiar de Pepe, que a su vez deriva de la coletilla con que los santorales acotaban el terreno a san José: "San José, P. P. de Jesús", o sea, Padre Putativo de Jesús (Putativo: Reputado o tenido por padre, hermano, etc., no siéndolo).


Electro.- (del gr. 'ẻlektron', ambar) Aleación de oro y plata de color amarillo pálido a blanco de plata según las proporciones en las que se encuentren dichos elementos, que se presenta de forma natural en los yacimientos de oro nativo; por ejemplo, al oeste de Estados Unidos, en los montes Urales, en Kazajstán, etc. Al principio fue considerado como un metal propiamente dicho. El electrón apareció en el s. -VII en las ciudades griegas del Asia Menor (Lidia) para la producción de joyería y en la primera moneda utilizada, el electrón. El nombre griego fue aplicado por motivos inciertos, quizá por semejanza con el ámbar amarillo.

Parece ser que la región del monte Tmolo y el río Pactolo venía a ser algo así como el Eldorado de la Antigüedad (también Nubia, abundante igualmente en electro, pero estaba bajo el férreo imperio de Egipto, inconquistable hasta que se plantó allí Alejandro Magno a sumar este botín al lidio), y su ubicación era, lógicamente, un secreto bien guardado del que todo el mundo hablaba procurando dar pistas falsas.
Las malas lenguas dicen que los fenicios eran los más enterados y los más liantes de todo el mentidero, y a base de mezclar certezas con equívocos dejaban las almas cándidas, como es el caso del historiador Herodoto, convertidas en un mar de confusiones. Así, hicieron creer a éste que el electro provenía del río Ródano (que él llama Erídano), por más que el pobre estuviera un poco mosca, según confiesa ingenua y abiertamente:

« … De la parte extrema que en la Europa cae hacia Poniente, confieso no tener bastantes luces para decir algo de positivo. No puedo asentir a lo que se dice de cierto río llamado por los bárbaros Erídano, que desemboca en el mar hacia el viento Bóreas, y del cual se dice que nos viene el electro, ni menos saldrá fiador de que haya ciertas islas llamadas Casitérides de donde proceda el estaño; pues en lo primero el nombre mismo de Erídano, siendo griego y nada bárbaro, clama por sí que ha sido hallado y acomodado por alguno de los poetas; y en lo segundo, por más que procuré averiguar el punto con mucho empeño, nunca pude dar con un testigo de vista que me informase de cómo el mar se difunde y dilata más allá de la Europa, de suerte que a mi juicio el estaño y el electro nos vienen de algún rincón muy retirado de la Europa, pero no de fuera de su recinto» (Herodoto: Historia)



(Sobre estas líneas, derecha, corona de oro perteneciente a una princesa tracia del s.-IV; fue hallada durante las excavaciones arqueológicas del túmulo de Mogilanska, en la provincia búlgara de Vratsa (los pendientes, del mismo tocado, a la izquierda). Es la misma corona que emocionada y orgullosamente muestra la arqueóloga que levantó la pieza, según vemos en la imagen reproducida aquí en el punto 1 cuarto lugar (arqueóloga que, aprovechando las embadurnadas manitas, específicas del trabajo de excavación, hemos transfigurado en la diosa Fortuna en un arranque perverso irresistible). También pertenecen al mismo tesoro funerario el jarro y la vajilla que aparecen en la introducción (la máscara corresponde a un Baco veneciano))





4 Dinero, Civilización y Enanos
« ¿Qué vamos a aprender de la crisis financiera y del ultraje que despertaron las bonificaciones a personas que asumieron grandes riesgos y que luego sus errores tuvimos que pagarlos entre todos? Esperaba que la crisis financiera despertase una reflexión profunda y un debate público respecto a las remuneraciones justas, a las diferencias salariales y a la necesidad de regular los mercados, en particular los financieros. Pero no está claro que hayamos aprendido bien esas lecciones» (Michael J. Sandel, autor de Justicia: entrevista en diario El Mundo, 23-mayo-2011)

Desde luego, los militares-piratas-mercaderes griegos estaban bastante mejor enterados que Herodoto de la realidad del emplazamiento aurífero lidio. Naturalmente, no se lo iban a contar a él para que luego el bocazas del historiador fuera por ahí, pregonándolo a todos los vientos como hacía con todo lo que le llegaba.
En vista de lo cual, del mismo modo que antes se les había ocurrido lo del secuestro de Helena a fin de desmantelar Troya, esta vez se inventaron la movida del Vellocino de Oro, bastante atropelladamente por cierto, para volver a invadir más o menos la misma zona en busca de las fuentes del electro (tan atropelladamente la inventaron, que de la leyenda del Vellocino de Oro se conocen al menos cuatro versiones diferentes, dos de ellas tan enrevesadas y las otras tan endebles que renunciamos a su descripción, aunque sí les remitimos a los puntos 5 y 6 de Urdimbres y Tramas para más información y su relación con la Orden del Toisón de Oro):

«Se ha sugerido varias veces que la historia del vellocino de oro significaba la llegada de la ganadería a Grecia desde el este, o que aludía al trigo dorado o al sol. Otra interpretación se apoya en las referencias de algunas versiones a la tela púrpura o teñida de púrpura. La relación del oro con el púrpura es por tanto natural y ocurre frecuentemente en la literatura.
Una interpretación más extendida relaciona el vellocino de oro con un método para extraer oro de los ríos que está bien avalada (pero sólo desde cerca del siglo V a. C.) en la región de Georgia al este del mar Negro. Zaleas de oveja, a veces extendidas sobre marcos de madera, se sumergían en la corriente de agua y las pepitas de oro que bajaban desde placeres río arriba se recogían en ellos. Los vellocinos se colgaban entonces en los árboles para secarlos antes de sacudirles o peinarles el oro». (Peter L. Bernstein: El oro, historia de una obsesión).


(Derecha, el vellocino que remata el Toisón; cerrando página, Filipinas. Entre los restos, de Francis R. Malasig)


El cuerpo serrano nos impide terminar este capítulo, dedicado al oro y su circunstancia, sin dar un merecido repaso a un famoso cuento con que los hermanos Grimm quisieron enseñar a los niños el mundo en que estaban inmersos (y, de paso, también a los mayores que se los leían). En España se llamaba La hilandera o El enano saltarín, por los países del norte era el enano Rumpelkiskisklás o Rumpelstiltskin o Rumpelstilzchen, y que no se sabe muy bien por qué milagro (quizá el argumento no tenga vuelta hoja) ha permanecido a salvo del pernicioso almíbar destilado por la factoría Disney.

Se trata del último repunte literario clásico del mito de Midas, una especie de Midas al que el cierre del Olimpo ha obligado a usar la tecnología industrial textil para convertir la paja en oro. Y trata de un enano, ya no un gran rey, un personaje elegido no por cruel insensibilidad o por racismo sino como el penúltimo representante de aquellos duendes medievales que guardaban las vetas subterráneas. Un enano sin nombre o con un nombre impronunciable, transformado en símbolo del proletariado urbano que en tiempos de los Grimm padecía la Revolución Industrial (desmitifiquemos sus resonancias revolucionarias: proletario deriva del latín 'proles', descendencia, y marca a fuego a aquel que no posee otra cosa que sus hijos: obviamente, por muchas agitaciones sociales que se produzcan, nunca habrá una proletariocracia).
Todo el desarrollo del cuento es una amargura tras otra: un padre estafador y desaprensivo que sale premiado del asunto, entroncando con la familia real; un gobernante ambicioso y amoral sin más moraleja; una hija, tan estafadora y mentirosa como su padre, que no duda en utilizar a su propio hijo (fruto en cuyo logro cualquier tipo de afecto brilla por su ausencia) igual que su padre la había utilizado a ella; un enano corto de miras, que no valora su habilidad como debiera y que acaba no sólo estafado sino "partido por la mitad"… Y un final tan amargo y descorazonador como que, con excepción del verdadero productor de la riqueza (dividido y enfrentado entre sí), todos fueron felices y comieron perdices. Fin. 

Ni siquiera tenemos el consuelo de ver cómo todo el oro producido por el enano inunda el mercado de valores, produciendo un encarecimiento general que arruina y destruye el reino (como ocurrió en la España de los Austrias con el río de oro y la plata americano) en castigo a la amoralidad social.
Parecida contrariedad produce otro cuento, también de los hermanos Grimm, llamado Las tres hilanderas, de mayor calado y acierto que el del enano. No parece que nuestros autores se esforzasen demasiado por embellecer el mundo que les rodeaba. Pero les dio lo mismo, para eso estaba esperándoles Disney, para traicionarlos.




«Como devorador de carne viva, el zombi es el epítome perfecto del capitalismo, una máquina destinada a masticar cuanto de humano hay en los hombres, transformados a su vez en zombis, es decir, en consumidores eternamente insatisfechos. Una vez mordida, la víctima no tiene remedio: resucitará en un mezquino horizonte caníbal, un planeta reconvertido en un supermercado de carne humana donde los demás zombis ya marchan empujando el carrito.
Con el zombi, George A. Romero creó no sólo el horror definitivo sino la metáfora esencial de nuestra época. Todas las bellas promesas del más allá trucadas en una atroz bacanal de antropofagia. Nada de sexo, amor, humanidad: sólo ansia y hambre, o sea, política. Podríamos transigir con ser vampiros, bestias a tiempo parcial en noches de luna llena e incluso fantasmas rencorosos pero hay que tener mucho estómago para aceptar ser muerto en vida» (David Torres: Con Z de zombi, Diario El Mundo, 27/05/2011)





Sed buenos si podéis...
……………………. Pero seremos mejores si no olvidamos que «La ignorancia es el infierno» (Amalric de Bène)


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Esta aventura es una exploración de las venas vivas que parten del pasado y siguen regando para bien y para mal el cuerpo presente de esta sociedad occidental... además de una actividad de egoísmo constructivo: la mejor manera de aprender es enseñar... porque aprender vigoriza el cerebro... y porque ambas cosas ayudan a mantenerse en pie y recto. Todo es interesante. La vida, además de una tómbola, es una red que todo lo conecta. Cualquier nudo de la malla ayuda a comprender todo el conjunto. Desde luego, no pretende ser un archivo exhaustivo de cada tema, sólo de aquellos de sus aspectos más relevantes por su influencia en que seamos como somos y no de otra manera entre las infinitas posibles. (En un comentario al blog "Mujeres de Roma" expresé la satisfacción de encontrar, casi por azar, un rincón donde se respiraba el oxígeno del interés por nuestros antecedentes. Dedico este blog a todos sus participantes en general y a Isabel Barceló en particular).