Ernesto Blanco: Sísifo |
«... "Dado que Belet-ili, la Matriz, está aquí, / ¡Ella
será quien dé a luz y produzca / al hombre para realizar el trabajo de los
dioses!" / Interpelando entonces a la diosa, ellos preguntaron / a la
sabia mujer de los dioses, a la experta Mammi: / "¿Serás tú la matriz que
produzca a los hombres? / ¡Pues bien! ¡Fabrica el prototipo humano: / Que él
cargue con nuestro yugo! / ¡Que él cargue con nuestro yugo impuesto por Enlil!
/ ¡Que el hombre asuma el trabajo asignado a los dioses!"» (Atrahasis, Poema acadio de la
Creación, siglo -XVII)
Yann Minh: detalle de Tripalium |
Trabajar: latín 'tripaliare', atormentar mediante tripalium
Esta media docena de palabras me provocó un respingo hace ya
mucho tiempo, cuando leí que la palabra trabajo deriva de 'tripalium',
"tres palos", artefacto en forma de trípode que servía para
inmovilizar a los condenados a tormento. Todo lo que viene a continuación es
consecuencia de shock subsiguiente al tropezón con una etimología tan humillante
y tan persistente: a quien tenga interés en una etimología tan aceptada como
polémica le prometemos satisfacer su curiosidad dentro de un par de capítulos,
de acuerdo con el desarrollo de la serie.
Los griegos decían, es decir, Aristóteles dijo, en su Política (I-2-2), que «el que es capaz de prever con la mente es un jefe por naturaleza y un señor natural, y el que puede con su cuerpo realizar estas cosas es súbdito y esclavo por naturaleza».
Olga Colado / EL MUNDO |
En ningún caso como en éste es acertada la máxima de Alex Grijelmo
que sirve de portada a nuestro blog: el sonido de las palabras evoca su sentido
original (por más que la sociedad haya ido transformando ambos con el tiempo y las costumbres).
Los griegos decían, es decir, Aristóteles dijo, en su Política (I-2-2), que «el que es capaz de prever con la mente es un jefe por naturaleza y un señor natural, y el que puede con su cuerpo realizar estas cosas es súbdito y esclavo por naturaleza».
Es esta perspectiva clásica, aristocrática por excelencia, la
que vamos a tener presente en esta serie de entradas en la cual trataremos
centralmente de la vida y milagros de aquel que únicamente "puede con su cuerpo realizar estas
cosas", o sea del "súbdito y el esclavo". No hablaremos del
trabajo como técnica ni de su concepto mecánico, ni como conjunto de
actividades físicas y mentales que todos desarrollamos de forma habitual con
más o menos ganas; aquí lo que
intentaremos será ofrecer un relato acerca de teorías y prácticas acerca de las
formas que han tenido unos de ganarse la vida (y otros de robarla) a través del
tiempo… aunque, como ya se enseñaba hace
casi cuatro mil años en Mesopotamia, el asunto no pinte demasiado optimista:
según la cita que encabeza esta entrada, «… ¡Que el hombre asuma el trabajo
asignado a los dioses!»: Tiempo atrás, en Las Creaciones del Hombre, ya efectuamos un recorrido a través de las principales religiones antiguas para comprobar cómo, cada una a su manera, todas ellas estaban sospechosamente de acuerdo en este aspecto.
«La ciencia del amo es la que enseña a servirse de los
esclavos. Esta ciencia no tiene nada de grande ni de venerable: el amo debe
sólo saber mandar lo que el esclavo debe saber hacer. Por eso todos los que
tienen la posibilidad de evitar personalmente sufrir malos ratos confían este
cargo a un administrador, y ellos se dedican a la política y la filosofía»
(Aristóteles: Política, I-7-4)
1 Trabajar es sobrevivir
«El arte de la guerra es en cierto modo un arte adquisitivo
por naturaleza, y debe utilizarse contra los animales salvajes y contra
aquellos hombres que, habiendo nacido para obedecer, se niegan a ello, en la
idea de que esa clase de guerra es justa
por naturaleza» (Aristóteles: Política, I-1256b-12)
El 90% de la Humanidad subsiste como puede: trabajando para
vivir, o viviendo para trabajar, según pinten bastos copas o espadas, al formar
parte de aquellos hombres y mujeres que, como dice la cita que antecede, han
"nacido para obedecer", se nieguen o no a ello. Y aunque nadie lo
confiese ni a sí mismo, todos estamos de acuerdo con Aristóteles: «La vida es
acción, no producción, y por ello el esclavo es un subordinado para la acción».
No obstante, el 100% de la población animal y humana, actores y productores,
necesita reponer la energía corporal y mental que va disipando inevitable y
constantemente desde su nacimiento, y da igual que trabaje o que parasite: No
somos otra cosa que una forma energética más del universo (y también el agujero
negro del planeta Tierra).
En última instancia todo lo que llamamos trabajar consiste en competir por una fuente de recarga para las baterías corporales a fin de reponer la energía consumida por el simple hecho de existir. Y resulta que tales baterías, millones y millones de baterías, consisten en un tipo de células llamadas mitocondrias, las cuales transforman todo lo que pescan en glucosa y fósforo… y las cuales heredamos de nuestra madre, única y exclusivamente. Son nimiedades como ésta las que desdeña la humana cultura patriarcal.
Pero hay otros importantes asuntos que ignoramos a este respecto, porque también desdeñamos el hecho de que la civilización (cuna del trabajo degradante como recurso energético, según veremos más adelante) constituye sólo una mínima fracción de la existencia humana, por ejemplo:
«... Estamos en una sociedad que siempre tiene alimentos disponibles, y nunca fue así, por eso el mecanismo de supervivencia de la especie humana ha sido almacenar grasa en el tejido adiposo para cuando hubiera períodos de hambre. Pero en nuestra sociedad resulta perjudicial porque el azúcar se conserva en forma de grasa, y cuando ésta se acumula donde no debe genera la resistencia a la insulina. [Ya vimos la no siempre, ¡ni mucho menos!, conflictiva relación entre grasa y belleza cuando tratamos De Tetas, Barrigas y Culos]
Ese es el mayor problema de un consumo alto en azúcares [productos desconocidos hasta hace un par de siglos, cuando sustituyeron al único edulcorante "de toda la vida": la miel]. El exceso de azúcares no es un problema de azúcar, sino de grasa, porque al principio se acumula como azúcar, el glucógeno, pero cuando es excesivo se transforma en grasa. Es decir, el azúcar puro y duro se conserva como una masa de grasa...
El tejido que más glucosa consume en el organismo es el músculo, y al final el número de calorías es lo más importante, independientemente de los alimentos consumidos. Si no se queman esas calorías a base de ejercicio, se genera una acumulación de lípidos, cuya mala oxidación produce diabetes... No obstante, los datos sostienen que es mejor comer menos y no hacer tanto ejercicio, porque si estás sometiendo al cuerpo a un funcionamiento elevado, al final el desgaste de la maquinaria es mucho mayor» (Pere Puigserver, prof. adjunto de Biología Celular, U. de Harvard: El exceso de azúcares no es un problema de azúcares sino de grasa)
Un ejemplo emblemático por diversas razones es el de las mencionadas mitocondrias. Y como su etimología es bastante anodina (significa "gránulo filamentoso"), digamos para entender mejor lo que sigue a continuación, que cada célula animal contiene su propia mitocondria la cual abriga su propio ADN, independiente del de la célula. Su función es la de convertir los nutrientes que recibe la célula en los principales productos químicos utilizados por los sistemas vivientes para almacenar energía (la glucosa y el fósforo) mediante un ingenioso bricolaje molecular. Los que saben de estas cosas lo llaman ATP (adenosín trifosfato) para desmoralizar al personal:
La glucosa ("vino dulce" en griego) lo mismo sirve para crear estructuras resistentes, como la celulosa, que moléculas de almacenamiento energético, como el almidón; el fósforo ("portaluz" en griego) regula la actividad de las proteínas intracelulares… aparte de de ser básico en la composición de unos bichejos maratonianos llamados espermatozoides (irritantemente traviesos y rebeldes en su versión humana, por cierto).
«Desde luego, el que no se parece a su padre es ya en cierto
modo un monstruo, pues en estos casos la naturaleza se ha desviado de alguna
manera del género. El primer comienzo de esta desviación es que se origine una
hembra y no un macho (y es que las hembras son más débiles por naturaleza y hay
que considerar al sexo femenino como una malformación natural: 775a-15). Pero
ella es necesaria por naturaleza: hay que preservar el género de los animales
divididos en hembra y macho. Y como algunas veces el macho no puede prevalecer
por su juventud, vejez o alguna causa similar, es forzoso que se produzcan
hembras entre los animales» (Aristóteles: Reproducción de los animales, Libro IV, 767b-7)
Y también de esta manera, adhiriendo lo indigerible, se
dotaron de cilios y flagelos, pelillos más o menos largos y más o menos
flexibles que supusieron toda una revolución en el transporte y la movilidad
celular:
(Simbiosis faraón-pueblo en un ostracón procedente del barrio obrero egipcio de Deir-el-Medina en la región de Tebas; es uno de los muchos dibujos sobre cascote cerámico realizados por los obreros de las tumbas reales en sus jornadas de descanso)
3 Trabajo y Energía
Los recientes descubrimientos sobre física cuántica y biología estelar han descubierto, por fin el secreto de esta vida: consiste en la tendencia irrefrenable de las cosas de cualquier índole y naturaleza a complicarse. Es algo que ya ha podido sospechar cualquiera que se haya puesto a clavar un clavo, a desenredar un nudo, freír un huevo, enamorarse o pedir un crédito, pero que se halla inscrita en la esencia misma del Universo:
«Cada vez que comemos, transformamos moléculas "inertes" en tejidos vivos, y esa transformación está acompañada de sensaciones, percepciones, sentimientos, emociones, sueños, respuestas corporales, fines y actividades autónomas, es decir, otras tantas pletóricas manifestaciones de vida.
Pues entre las propiedades básicas de la "materia", tal como ahora la conocemos, hay una que los físicos ignoraron durante muchos siglos: la propensión a formar átomos más complejos partiendo del átomo primordial del hidrógeno, y moléculas más complejas partiendo de dichos átomos, hasta que, finalmente, surge el protoplasma organizado, capaz de crecer, reproducirse, tener memoria y comportarse de modo teleológico; es decir: un organismo vivo» (Lewis Mumford: El Mito de la Máquina)
Aquel artefacto excéntrico, producto aleatorio de la energía sin propósito alguno, fue la primera célula viva. Hoy se la conoce con el injustamente ominoso nombre de bacteria y goza de una inmerecida mala fama a causa de nuestra culpable ignorancia (que intentamos remediar al final de esta entrada). El mar se pobló de ellas, cada vez menos esféricas a medida que engordaban, y cada vez más hábiles y complejas al ir asociando orgánulos de por ahí, hasta adquirir la forma de butifarra que las caracteriza (el griego bacteria significa "bastón", forma similar aunque menos descriptiva; a nosotros nos gusta más butifarra).
Sólo eran energía al fin y al cabo, pero energía enamorada,
que diría el poeta. Se ganaban la vida, es decir, retrasaban su propia
degradación energética, con la absorción, mejor dicho, con la adsorción y
ósmosis a través de su famosa membrana circundante (la madre de todas las
placentas) de la materia orgánica suelta que les pillaba a mano… Pero también,
y aquí empezó todo, retrasaban su disipación según acabamos de mencionar, con
la incautación de la energía almacenada en otras células vivas con las que se
tropezaban: en fin, que, como siempre ocurrió en todas partes, la célula grande
se aprovecha de la chica: o se la come, o la incorpora a su sistema si no puede
digerirla.
Así explotó la vida y su afán en este planeta, sin más elementos que carbono, hidrógeno, nitrógeno, oxígeno, fósforo y azufre (la glucosa que fabrica la artesana mitocondria no es más que un mañoso combinado de carbono, hidrógeno y oxígeno). Mediante una energía que se adquiere a base del trabajo de capturar alimento, y que va abriendo la espiral que posibilita la vida: > trabajo > energía > trabajo > energía > trabajo > energía >.
«… Todas las células de todos los organismos poseen una batería eléctrica en su membrana celular. Los animales tenemos una batería eléctrica en la membrana celular con un voltaje promedio de 70 milivoltios, que parece pequeño si lo comparamos por ejemplo con una pila AAA, cuyo voltaje es de 1,5 voltios; sin embargo, si consideramos el espesor de la membrana celular, que es extremadamente pequeño, y calculamos el gradiente de voltaje, este gradiente es de 200.000 voltios por centímetro: las líneas de alta tensión tienen un gradiente de voltaje de 200.000 voltios por kilómetro, es decir, cien mil veces inferior al de la membrana celular…» (Silvia Chifflet, Facultad de Ciencias UdelaR Uruguay: Los fenómenos eléctricos de las membranas celulares) Aconsejamos vivamente su visualización en YouTube.
VIK MUNIZ |
En última instancia todo lo que llamamos trabajar consiste en competir por una fuente de recarga para las baterías corporales a fin de reponer la energía consumida por el simple hecho de existir. Y resulta que tales baterías, millones y millones de baterías, consisten en un tipo de células llamadas mitocondrias, las cuales transforman todo lo que pescan en glucosa y fósforo… y las cuales heredamos de nuestra madre, única y exclusivamente. Son nimiedades como ésta las que desdeña la humana cultura patriarcal.
Pero hay otros importantes asuntos que ignoramos a este respecto, porque también desdeñamos el hecho de que la civilización (cuna del trabajo degradante como recurso energético, según veremos más adelante) constituye sólo una mínima fracción de la existencia humana, por ejemplo:
World Press Photo 2011- Guillem Valle |
Ese es el mayor problema de un consumo alto en azúcares [productos desconocidos hasta hace un par de siglos, cuando sustituyeron al único edulcorante "de toda la vida": la miel]. El exceso de azúcares no es un problema de azúcar, sino de grasa, porque al principio se acumula como azúcar, el glucógeno, pero cuando es excesivo se transforma en grasa. Es decir, el azúcar puro y duro se conserva como una masa de grasa...
El tejido que más glucosa consume en el organismo es el músculo, y al final el número de calorías es lo más importante, independientemente de los alimentos consumidos. Si no se queman esas calorías a base de ejercicio, se genera una acumulación de lípidos, cuya mala oxidación produce diabetes... No obstante, los datos sostienen que es mejor comer menos y no hacer tanto ejercicio, porque si estás sometiendo al cuerpo a un funcionamiento elevado, al final el desgaste de la maquinaria es mucho mayor» (Pere Puigserver, prof. adjunto de Biología Celular, U. de Harvard: El exceso de azúcares no es un problema de azúcares sino de grasa)
Algo que por desgracia hemos olvidado completamente es que sobrevivir
no tiene que consistir forzosamente en una individualista competición. De
hecho, si siempre y solamente hubiera sido así, la naturaleza animada nunca
hubiera superado el estado bacteriano. Seguiríamos siendo simples ampollitas
repletas de un revoltijo de nutrientes, proteínas y demás componentes
esenciales del citoplasma celular, brujuleando por el salado caldo oceánico, en
el que las más afortunadas crecerían y se desdoblarían continuamente hasta la
saturación o la desaparición: el origen de los seres pluricelulares, es decir,
de todos los animales y plantas (es decir, de lo que llamamos Vida), está en la
cooperación y no en la contienda. Tan rotunda afirmación no es una arenga
retórica a favor del cooperativismo, sino pura y constatada historia biológica.
Un ejemplo emblemático por diversas razones es el de las mencionadas mitocondrias. Y como su etimología es bastante anodina (significa "gránulo filamentoso"), digamos para entender mejor lo que sigue a continuación, que cada célula animal contiene su propia mitocondria la cual abriga su propio ADN, independiente del de la célula. Su función es la de convertir los nutrientes que recibe la célula en los principales productos químicos utilizados por los sistemas vivientes para almacenar energía (la glucosa y el fósforo) mediante un ingenioso bricolaje molecular. Los que saben de estas cosas lo llaman ATP (adenosín trifosfato) para desmoralizar al personal:
La glucosa ("vino dulce" en griego) lo mismo sirve para crear estructuras resistentes, como la celulosa, que moléculas de almacenamiento energético, como el almidón; el fósforo ("portaluz" en griego) regula la actividad de las proteínas intracelulares… aparte de de ser básico en la composición de unos bichejos maratonianos llamados espermatozoides (irritantemente traviesos y rebeldes en su versión humana, por cierto).
Que la energía de los renacuajos masculinos por excelencia
dependan de un gránulo suministrado exclusivamente vía femenina no deja de ser
una burla que la naturaleza hace del ego varonil, tal y como decíamos antes.
Ag. France-Presse, AFP |
2 Vivir es cooperar
«No sé si llegaré a darle la razón a Orwell cuando alega que
en ningún sitio se vive como en la tripa "acogedora y hogareña" de
una ballena, pero han bastado unas semanas para que ya le encuentre ventajas a
mi nueva situación. La principal es esa sensación paradójica que legó a la
posteridad Madame Roland cuando en el apogeo de su naufragio escribió que sólo
en la cárcel se sentía libre porque sólo allí podía amar al diputado Buzot sin
traicionar a su marido» (Pedro J. Ramírez: Vieja y nueva política: elmundo
2-marzo-2014)
Veamos entonces la forma en que las células se dotaron de
mitocondrias. Parece ser que hace entre 1500 a 700 millones de años, una célula
primitiva y grande (pero ya dotada de cierta complejidad estructural) que iba
en busca de alimento, atrapó a una pequeña bacteria, nada nuevo, excepto que la
víctima resultó ser una experta artesana del ATP. Y ocurrió que a la hora de
fagocitar, la grande debió de ser incapaz de digerir a la chica, pero también
de expulsarla.
El caso es que ambas células tuvieron que acabar estableciendo
una especie de simbiosis: ambos individuos continuaron haciendo lo que sabían hacer,
la captora capturar, y la presa trabajar en lo suyo.
El organismo devorador disfrutó del extra de ATP que su imprevisto huésped seguía fabricando, mientras compartía con él, perdón, con ella (era una bacteria) la digestión de sus capturas, liberándola de esa preocupación y pérdida de tiempo, además de proporcionarle un involuntario medio ambiente protector y estable (nada que no busquemos cualquiera de nosotros: al fin y al cabo, el latín célula significa celda). A la vista está que la pareja disfrutó de cierto éxito.
Imagen derecha, temible macrocélula bancaria fagocitando microcélulas vivas e indefensas; izquierda, detalle del interior de la célula que muestra diversas mitocondrias en plena actividad...
Aunque también es posible que estos gérmenes no sean células sino virus (agentes infecciosos no celulares que sólo pueden multiplicarse dentro de las células de otros organismos) si nos atenemos al pensamiento crítico de Thomas Jefferson, o al predatorio del viejo banquero M.A. Rothschild. Dice el primero:
«Ambos hemos reprobado por igual el sistema bancario que tenemos. Yo lo contemplo como un borrón en todas nuestras constituciones, que, si no se corrige, terminará con su destrucción, al estar ya afectada por los corruptos, y que al extenderse arrasa la fortuna y la moral de nuestros ciudadanos...
Yo creo sinceramente, con usted, que los establecimientos bancarios son más peligrosos que los ejércitos permanentes, y que el principio de gastar dinero para ser pagado por la posteridad, bajo el nombre de financiación, solamente es una estafa futura a gran escala» (Carta a John Taylor, según reseña y traducción libre del blog Incorrecto)
Y su coetáneo, el viejo R., aseveraba, respaldando al presidente: «Dadme el control sobre la moneda de una nación, y no tendré por qué preocuparme de aquellos que hacen sus leyes» (M.A. Rothschild, 1743-1812)
El organismo devorador disfrutó del extra de ATP que su imprevisto huésped seguía fabricando, mientras compartía con él, perdón, con ella (era una bacteria) la digestión de sus capturas, liberándola de esa preocupación y pérdida de tiempo, además de proporcionarle un involuntario medio ambiente protector y estable (nada que no busquemos cualquiera de nosotros: al fin y al cabo, el latín célula significa celda). A la vista está que la pareja disfrutó de cierto éxito.
Imagen derecha, temible macrocélula bancaria fagocitando microcélulas vivas e indefensas; izquierda, detalle del interior de la célula que muestra diversas mitocondrias en plena actividad...
Aunque también es posible que estos gérmenes no sean células sino virus (agentes infecciosos no celulares que sólo pueden multiplicarse dentro de las células de otros organismos) si nos atenemos al pensamiento crítico de Thomas Jefferson, o al predatorio del viejo banquero M.A. Rothschild. Dice el primero:
«Ambos hemos reprobado por igual el sistema bancario que tenemos. Yo lo contemplo como un borrón en todas nuestras constituciones, que, si no se corrige, terminará con su destrucción, al estar ya afectada por los corruptos, y que al extenderse arrasa la fortuna y la moral de nuestros ciudadanos...
Yo creo sinceramente, con usted, que los establecimientos bancarios son más peligrosos que los ejércitos permanentes, y que el principio de gastar dinero para ser pagado por la posteridad, bajo el nombre de financiación, solamente es una estafa futura a gran escala» (Carta a John Taylor, según reseña y traducción libre del blog Incorrecto)
Y su coetáneo, el viejo R., aseveraba, respaldando al presidente: «Dadme el control sobre la moneda de una nación, y no tendré por qué preocuparme de aquellos que hacen sus leyes» (M.A. Rothschild, 1743-1812)
También parece que por medio del mismo sistema forzadamente
colaborador aparecieron las células de categoría superior a las bacterianas,
dotándose así de ampollas internas que organizan el contenido intracelular: un
sitio para cosa y cada cosa en su sitio, preludio de cualquier estructura animal
o vegetal. Las células bacterianas carecen, como hemos dicho, de una mínima
organización de su contenido, por lo que son denominadas como procariotas (en
griego, "anterior a la nuez"), mientras que las otras son
técnicamente llamadas eucariotas (en griego "nuez buena").
Buen y mal gbierno. S. Agustín, De civitate Dei |
«Es esclavo por naturaleza el que puede ser de otro (por eso
precisamente es de otro) y el que participa de la razón tanto como para
percibirla, pero no para poseerla» (Aristóteles: Política, I-5-9)
Son abundantes los paralelismos filosóficos entre los
organismos naturales y las organizaciones humanas (la cabeza el rey o el dios,
los brazos el ejército, las piernas el pueblo, el estómago el Estado, por
ejemplo). Parece como si sólo existieran unas pocas formas de asociación (o de
asimilación, o de interacción, hablando más genéricamente), unas destructivas
como la fagocitosis, y otras constructivas, como la simbiosis en sus variantes
de comensalismo, mutualismo y parasitismo. Y el humano las fue descubriendo por
ensayo y error, quedando eliminado quien no fue capaz de intentar o aceptar el
contacto ajeno.
Pero este paralelismo que ofrecemos aquí, de la mitocondria y
su "patrona" celular, es sin lugar a dudas, el más elemental y
representativo del mundo del trabajo que aquí abordamos. Ya lo dijo
Aristóteles:
«Es necesario que se emparejen los que no pueden existir uno
sin el otro, como la hembra y el macho con vistas a la generación, y el que
manda por naturaleza y el súbdito para
su seguridad» (Política, I-2-2)
(Simbiosis faraón-pueblo en un ostracón procedente del barrio obrero egipcio de Deir-el-Medina en la región de Tebas; es uno de los muchos dibujos sobre cascote cerámico realizados por los obreros de las tumbas reales en sus jornadas de descanso)
3 Trabajo y Energía
«Doble es la historia que voy a contarte. Pues una vez creció
para ser uno, de múltiple que era; otra, por el contrario, de uno que era, se
disoció para ser múltiple. Doble es el nacimiento de los seres mortales, doble
su destrucción; pues el primero lo genera y lo destruye la concurrencia de las
cosas todas, y el otro, al disociarse éstas de nuevo, , echa a volar una vez
criado. Y estas transformaciones incesantes jamás llegan a su fin, unas veces
por Amistad concurriendo en uno todos ellos; otras, por el contrario, separados
cada uno por un lado por la inquina de Odio» (Empédocles: Acerca de la Naturaleza, 8(17))
La estructura corporal de los organismos superiores (según explica Lewis Mumford) suele hacer amplias provisiones para el futuro, como se ve en la acumulación de grasa y azúcar para proporcionar la energía necesaria para futuras situaciones de urgencia, así como en la progresiva maduración de los órganos sexuales mucho antes de que sean necesarios para la maduración. Y específicamente: «El florecimiento neuronal, como la floración que se da en el reino de la botánica, es típica de muchos procesos orgánicos, pues el crecimiento se basa en la capacidad del organismo para producir un excedente de energía y reserva orgánica que superan en mucho lo necesario para la mera supervivencia» (El Mito de la Máquina)
Y pese que todo ello parece sugerir un sistema vital de tipo individual e individualizado, merece la pena observar, aunque sea muy a la ligera, el proceso creador, a fin de comprobar cómo casi siempre ha sido la simbiosis colaboradora la gran protagonista en este teatro de la evolución. Muy esquemáticamente:
Y pese que todo ello parece sugerir un sistema vital de tipo individual e individualizado, merece la pena observar, aunque sea muy a la ligera, el proceso creador, a fin de comprobar cómo casi siempre ha sido la simbiosis colaboradora la gran protagonista en este teatro de la evolución. Muy esquemáticamente:
Primer acto: Hace unos 4.000 millones de años surgió una
extravagante forma de energía dentro del tumulto de las potencias que detonaban
por el universo desde que se organizó el lechoso remolino de nuestra galaxia,
500 millones atrás. No se sabe muy bien cómo, ni de dónde, ni por qué, ni para
qué.
Tal ente energético parecía a simple vista una de tantas
burbujas que un gas forma en cualquier líquido, pero en vez de moverse al albur
de las corrientes y remolinos marinos, aquel extraño esferoide se desplazaba
más bien bajo el influjo de la luz, aunque a su propio aire, de aquí para allá, unas veces buscándola y otras rehuyéndola (de la trascendencia vital de este influjo para la esencia misma de la naturaleza terrestre algo tratamos en Tesoros y Duendes). La nuestra, era
una burbuja con personalidad y estilo.
Unos cuantos miles de millones de años después aquél fenómeno
insólito fue etiquetado por alguien (griego, naturalmente) como 'bíos', vida, y
lo describió algo así como la capacidad de adaptar los propios recursos
internos (¡o no!) a las características de su ambiente.
Los recientes descubrimientos sobre física cuántica y biología estelar han descubierto, por fin el secreto de esta vida: consiste en la tendencia irrefrenable de las cosas de cualquier índole y naturaleza a complicarse. Es algo que ya ha podido sospechar cualquiera que se haya puesto a clavar un clavo, a desenredar un nudo, freír un huevo, enamorarse o pedir un crédito, pero que se halla inscrita en la esencia misma del Universo:
«Cada vez que comemos, transformamos moléculas "inertes" en tejidos vivos, y esa transformación está acompañada de sensaciones, percepciones, sentimientos, emociones, sueños, respuestas corporales, fines y actividades autónomas, es decir, otras tantas pletóricas manifestaciones de vida.
Pues entre las propiedades básicas de la "materia", tal como ahora la conocemos, hay una que los físicos ignoraron durante muchos siglos: la propensión a formar átomos más complejos partiendo del átomo primordial del hidrógeno, y moléculas más complejas partiendo de dichos átomos, hasta que, finalmente, surge el protoplasma organizado, capaz de crecer, reproducirse, tener memoria y comportarse de modo teleológico; es decir: un organismo vivo» (Lewis Mumford: El Mito de la Máquina)
Y es que la materia, por el simple hecho de existir, tiende a
atraer a otra materia más modesta y a ser atraída por otra masa de mayor
importancia. Un fenómeno que los físicos llaman “fuerza gravitatoria" (sin
saber en qué consiste) y los sociólogos denominan "poder"
(sabiéndolo).
David McNew |
«Fulgor de la noche en torno de la tierra, errante luz ajena. Siempre con la vista fija en los rayos del sol. Arraigada en el agua está la tierra. Y según como sea en cada caso la mezcla de sus miembros errabundos, será el entendimiento de que a los hombres se dotó. Pues lo mismo es lo que piensa la naturaleza de los miembros en los hombres en todos y cada uno; porque lo que es, es entendimiento» (Parménides, Frg. 14)
«Fulgor de la noche en torno de la tierra, errante luz ajena. Siempre con la vista fija en los rayos del sol. Arraigada en el agua está la tierra. Y según como sea en cada caso la mezcla de sus miembros errabundos, será el entendimiento de que a los hombres se dotó. Pues lo mismo es lo que piensa la naturaleza de los miembros en los hombres en todos y cada uno; porque lo que es, es entendimiento» (Parménides, Frg. 14)
Aquel artefacto excéntrico, producto aleatorio de la energía sin propósito alguno, fue la primera célula viva. Hoy se la conoce con el injustamente ominoso nombre de bacteria y goza de una inmerecida mala fama a causa de nuestra culpable ignorancia (que intentamos remediar al final de esta entrada). El mar se pobló de ellas, cada vez menos esféricas a medida que engordaban, y cada vez más hábiles y complejas al ir asociando orgánulos de por ahí, hasta adquirir la forma de butifarra que las caracteriza (el griego bacteria significa "bastón", forma similar aunque menos descriptiva; a nosotros nos gusta más butifarra).
Así explotó la vida y su afán en este planeta, sin más elementos que carbono, hidrógeno, nitrógeno, oxígeno, fósforo y azufre (la glucosa que fabrica la artesana mitocondria no es más que un mañoso combinado de carbono, hidrógeno y oxígeno). Mediante una energía que se adquiere a base del trabajo de capturar alimento, y que va abriendo la espiral que posibilita la vida: > trabajo > energía > trabajo > energía > trabajo > energía >.
Un detalle que permite
hacerse una idea de en qué se va nuestra energía corporal por el simple hecho
de existir: parte de esta energía es tan pequeña como fundamental: es la
energía eléctrica de tipo estático que mantiene unidas las células de los
tejidos de la mayoría de nuestros órganos unas a otras, sin necesidad de
pegamento alguno. La Naturaleza es una proyectista genial:
«… Todas las células de todos los organismos poseen una batería eléctrica en su membrana celular. Los animales tenemos una batería eléctrica en la membrana celular con un voltaje promedio de 70 milivoltios, que parece pequeño si lo comparamos por ejemplo con una pila AAA, cuyo voltaje es de 1,5 voltios; sin embargo, si consideramos el espesor de la membrana celular, que es extremadamente pequeño, y calculamos el gradiente de voltaje, este gradiente es de 200.000 voltios por centímetro: las líneas de alta tensión tienen un gradiente de voltaje de 200.000 voltios por kilómetro, es decir, cien mil veces inferior al de la membrana celular…» (Silvia Chifflet, Facultad de Ciencias UdelaR Uruguay: Los fenómenos eléctricos de las membranas celulares) Aconsejamos vivamente su visualización en YouTube.
«Hay otros que consideran que este mundo y todos los mundos
son productos de la casualidad [Demócrito]; pues dicen que el Torbellino surgió
por casualidad, como también el movimiento que separó las partes y estableció
el actual orden del Todo. Y esto es lo que más nos sorprende; pues dicen, por
una parte, que los animales y las plantas no son ni se generan fortuitamente,
sino que la causa es la Naturaleza, o una Inteligencia, o alguna otra
semejante, y dicen, por otra parte, que el cielo y las cosas más divinas que
vemos se han generado por casualidad…» (Aristóteles: Física, II-196a-25)
Fin. Hemos decidido seguir el consejo de quienes piensan que
sería mejo dosificar racionalmente la extensión
de nuestras entradas, en beneficio de la paciencia del lector, la salud del
autor y una periodicidad más uniforme de edición. Así pues, terminaremos con
este primer acto el primer capítulo de esta serie, que se presenta como larga y
ancha (y que se quiere profunda). Y lo haremos con un homenaje reivindicativo al
mundo bacteriano, según prometimos arriba:
«La bacteria es un microorganismo unicelular que contiene
moléculas de ADN. Si bien las bacterias carecen de orgánulos y núcleos
celulares propios de las células eucariotas de las plantas y los animales, son
más complejas que los virus, que no son más que cadenas de código genético
desnudas, incapaces de sobrevivir y replicarse en ausencia de un órgano
portador al que infectar. En cifras absolutas, las bacterias son con diferencia
los organismos más eficaces del planeta. Un centímetro cuadrado de nuestra piel
puede llegar a contener cerca de 100.000 células bacterianas distintas. Algunos
expertos creen que a pesar e su diminuto tamaño, es probable que el reino de
las bacterias sea la forma más extendida de vida en términos de biomasa.
No obstante, existe un factor más sorprendente que el elevado
número de bacterias: su diversidad en cuanto a modos de vida. Todos los
organismos basados en la compleja célula eucariota (plantas, animales, hongos)
sobreviven gracias a una de estas dos estrategias metabólicas: la fotosíntesis
o la respiración aeróbica. La gran diversidad en el mundo de la vida
multicelular puede resultar asombrosa ―ballenas, viudas negras, secuoyas
gigantes― pero tras toda esa diversidad sólo hay dos opciones fundamentales
para continuar viviendo: respirar aire y captar luz solar. Sin embargo, las
bacterias cuentan con un amplio abanico de recursos para la supervivencia:
consumen directamente el nitrógeno del aire, extraen energía del azufre, son
capaces de vivir a temperaturas elevadísimas en el agua de los volcanes
submarinos y se concentran por millones en un simple colon humano.
(Imagen derecha, linda
presentación de la revista digital Avance y perspectiva para el artículo
Biorremediación de suelos con residuos agroindustriales)
Literalmente, sin las innovaciones metabólicas iniciadas por
las bacterias no tendríamos aire que respirar. A excepción de unos cuantos
compuestos inusuales (entre ellos el veneno de serpiente), las bacterias pueden
procesar todas las moléculas de la vida, cualidad que las convierte en una
fuente de energía imprescindible para el planeta y en su principal mecanismo de
reciclaje. Stephen Jay Gould en su obra La grandeza de la vida argumentaba que
hablar de la Era de los dinosaurios o de la Era humana resulta atractivo e
interesante para los museos, pero es la Era de las bacterias la que ha existido
en este planeta desde los tiempos primitivos. El resto de los seres vivos no
somos más que simples aditivos» (Steven Johnson: El mapa fantasma, la epidemia
de cólera de Londres de 1850)
BEAWIHARTA / Ag. Reuters |
Sed buenos... si podéis
Pero seremos mejores si no olvidamos que «La ignorancia es el infierno» (Amalric de Bene)
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