«Los contextos de las palabras van almacenando la historia de todas las épocas, y sus significados impregnan nuestro pensamiento y se interiorizan. Y así las palabras consiguen perpetuarse, sumando lentamente las connotaciones de cuantas culturas las hayan utilizado» (Alex Grijelmo: La seducción de las palabras)

«Las sociedades humanas, como los linajes animales y vegetales, tienen su historia;
su pasado pesa sobre su presente y condiciona su futuro» (Pierre P. Grassé: El hombre, ese dios en miniatura)

2 sept 2009

Sobre Historias del Beso

[Quiero empezar esta primera entrada de mi primer blog dedicándolo al espacio Mujeres de Roma, cuyo grato ambiente me animó a zambullirme en esta absorbente aventura. En particular, fue su entrada BESOS PARA ALEJAR LA SOSPECHA la que dio el último empujón al inspirar los presentes párrafos]




 La primera vez que, brujuleando por internet, uno se tropieza con cabeceras que informan sobre la “Historia del Beso”, espontáneamente esboza una media mueca divertida. Al fin y al cabo, si a algo se le puede aplicar el conocido aforismo “es más simple que el mecanismo de un chupete” es a este inmemorial invento. Pero si a pesar de todo entramos en el “sitio”, al leer que “el beso en la boca lo inventaron los romanos para detectar si sus mujeres habían bebido vino”, nuestra ironía se trueca en admiración ante tanta investigación dilapidada. Otros se remontan en busca del beso perdido hasta la primigenia succión de algún ávido mamoncete lactante del Cromañón y el efecto placentero causado en su mamá (no obstante, un recorrido interesante se nos ofrece en el blogcindario El origen de los besos). Pero vayamos por partes, que nuestra ruta y meta son otras.







ÍNDICE:

1. Del Beso, a secas (un vistazo sobre su fisiología y su psicológica y extraña profundidad)
2. Del beso político (el beso como instrumento legal y social)
3. Del beso mágico (o el sorprendente poder de las ranas)
4. Del beso social (el beso como fórmula de cortesía)
5. Del beso con vino (Roma: del beso como acoso policial a la mujer)
6. La Mujer, una especie hostil (acerca de la naturaleza histérica femenina)
7. Conclusiones (De la violación de la voluntad)





1. Del Beso, a secas
«Pero, ¿por qué nos besamos?: Una teoría es que el acto de fruncir los labios nos recuerda la tranquilidad, la comodidad y el apego de los cuidados de la infancia, una idea freudiana que, en realidad, podría tener cierta validez. Otra teoría en la misma línea relata que el beso nos recuerda una vieja costumbre de "premasticación", en la que una madre mastica la comida y alimenta a su bebé a través de la boca.
Pero, en realidad, la razón más importante y obvia de por qué nos besamos es que facilita la reproducción. Las mujeres, que de acuerdo a los estudios ponen más énfasis en la importancia de un beso, utilizan el momento del boca a boca como una manera de juzgar el sabor de la lengua, los labios y la saliva para ver si el compañero es el adecuado» (El primer beso, mejor que perder la virginidad: elmundo.es, 11-enero-2011)


No hace falta recurrir a Darwin, para entender que a cualquier individuo de cualquier especie del reino animal, le chifla interconectar sus zonas sensibles equivalentes y paralelas sin preocuparse por el género del partenaire. Quiero decir con ello, que el descubrimiento del beso no puede tan siquiera compararse a la domesticación del fuego; el besuqueo, el morreo y el achuchón están en nuestra naturaleza, como las ganas de picar del escorpión de la fábula. Para explicar el “beso primigenio” no hay ninguna necesidad de remontarse a alguna madre cromañona que un buen día se percatara del cosquilleo íntimo que le invadía al regurgitar la comida en la boca de su bebé.

Su importancia, si lo pensamos más detenidamente, reside en que detrás del natural, social y primario beso se esconde la supervivencia y primacía del ser humano (ver Del Amor y la Caza). Porque es cierto que todas las especies se besan a su manera, pero eso sí: el beso humano es el mejor de todos los besos de la naturaleza. Y aunque con los implantes de silicona y demás artificios ande la pobre selección natural hecha un lío, ocurre que en toda esta historia, la peculiar fisonomía humana ―que permite un acoplamiento bucal y visual lúbrico, profundo y flexible, único en el mundo animal― hace que el beso tenga tanta importancia en la ligazón amorosa, carnal o no.
Tan inmerso está en nuestra médula como el llanto o la risa, así no es de extrañar que, según se dice, «en ninguna de las lenguas célticas existe la palabra “beso”. Homero prácticamente la desconoce y los poetas griegos raramente hacen mención de ello».

Y es tan extrañamente especial, que muchas personas dan un significado más íntimo, más profundo o más elevado, según se mire, al beso que al coito.


Digamos, sin pretender trascender la anécdota y el divertimento, que para demostrarlo bastaría simplemente con atender a las inefables enseñanzas de Hollywood:
Es mucho mas difícil fingir un beso de amor (como pudo comprobar Kim Basinger en Mi novia es una extraterrestre con el infeliz de Dan Aykroyd, según el fotograma de la izquierda) que simular un orgasmo (como se encargó de demostrar Meg Ryan al atónito Billy Crystal en aquel restaurante de Cuando Harry encontró a Sally, ocasionando con ello incluso que una vecina de mesa pidiera "el mismo postre que la señorita", a la que vemos pretendidamente traspuesta en su famosa exhibición aquí a la derecha).

Parece que Sally tiene toda la razón del mundo. Y también parece que todo es por una buena causa:
«En el Reino Unido se ha publicado un estudio que demuestra que los ruidos y gemidos de la mayoría de las mujeres cuando practican el sexo son intencionados. "Los resultados demuestran que el momento del orgasmo y los jadeos están disociados, lo que indica se realizan en parte bajo el control consciente y se utilizan para manipular el comportamiento masculino en beneficio de las mujeres". De hecho, "ellas reconocen que lo que buscan, entre otras cosas, con sus gemidos es acelerar el clímax de su pareja y aumentar su autoestima", insiste el experto...» (Patricia Matey: La táctica de los gemidos femeninos)

A lo cual, el poeta científico romano Lucrecio responde desde las cenizas del s.I:
«No siempre la mujer con amor falso suspira: cuando el cuerpo de su amante contra su seno aprieta entre sus brazos, cuando sus labios húmedos imprimen besos que fluyen el deleite, entonces su amor es verdadero, y deseosa de gozar el placer común a entrambos, le incita a que concluya la carrera del amor...» (Lucrecio: De rerum natura, libro IV, Reciprocidad del amor)


Este estudio acerca de tan candente tema, así como otro muchos al respecto, son absolutamente recientes. Hasta ahora los sesudos varones de la ciencia fisiológica no habían caído en la cuenta de su desconocimiento acerca de los mecanismos del placer femenino. Y así, hasta el pasado 2011 no se tropezaron por primera vez con la piedra filosofal de la cosa:
«Hemos demostrado, por primera vez, que la estimulación de la vagina, el cuello del útero y el clítoris activa tres sitios distintos y separados en la corteza sensorial. Las tres representaciones se agrupan en la misma región de la corteza sensorial, al igual que la estimulación de los genitales de los hombres activa zonas de esta área. Para nosotros lo que sí fue una sorpresa es que la autoestimulación del pezón activa no sólo la región de la corteza sensorial que esperábamos, sino que también activa las mismas zonas que la región genital, lo que explicaría por qué algunas mujeres pueden tener orgasmos a través del tocamiento del área mamaria...
...Es curioso que, como en muchos otros campos de la Medicina, los estudios clásicamente se han hecho esencialmente por y para varones, dejando bastante de lado las peculiaridades de la anatomía y fisiología femenina» (Patricia Matey: Primer mapa del placer cerebral femenino).


«...Las lenguas a todo esto se superponen y hacen caricias, su contacto es como un beso dentro de otro beso... Y cuando la mujer alcanza el fin de los actos de Afrodita jadea instintivamente con un placer ardiente, y sus jadeos suben con rapidez a los labios con el aliento del amor, y ahí se encuentran con un beso perdido...» (Aquiles Tacio: Leucipe y Clitofonte)


 «Compartió alcoba y secretos con uno de los hombres más poderosos del mundo hace medio siglo. Le llamaba "Mr. President", jamás por su nombre de pila...
Fue un amante que en el sexo era "variado y divertido", comenta. Incluso compartieron bañera con patitos de plástico a los que el presidente ponía nombres de su familia e inventaba historias...
Añade la autora de estas polémicas revelaciones que siempre hubo distancias insalvables. "Nunca nos besamos. El abismo que había entre ambos, en edad, poder y experiencia, garantizaba que nuestro affaire nunca se convertiría en algo más serio"...» (elmundo. es, 6-febrero-2012: La becaria que perdió su virginidad con Kennedy... Debajo, Magritte: Los amantes)



«"Un buen beso funciona como una droga", asegura Sheril Kirshenbaum, investigadora de la Universidad de Texas y autora de 'The Science of Kissing', el libro que disecciona con rigor científico todo lo que pasa en nuestros cerebros y en nuestros cuerpos en el momento en que se produce el "boca a boca".
"Un beso puede provocar efectivamete una auténtica descarga de neurotramisores y hormonas", certifica la bióloga. "El resultado es un 'subidón' natural en las dos personas, estimulando los centros de placer del cerebro"...
“Curiosamente, en un estudio rubricado por el psicólogo John Bohannon, el 90% de los encuestados afirmó recordar los detalles de su primer beso romántico. El primer beso, sostiene Bohannon, deja una huella más indeleble que la primera vez que se hace el amor”...

El olor o el sabor son dos factores que suelen pesar más en las mujeres que en los hombres (peores “receptores sensoriales”). Las glándulas sebáceas y las feromonas son suficientes para iniciar o romper una relación, y el momento crítico es muchas veces el contacto labial. Aquí entramos ya de lleno en el “bache” entre géneros, un cliché que la bióloga intentó esquivar, hasta que su propia investigación informal con un grupo de 42 mujeres y 38 hombres le hizo constatar que, efectivamente, hay notables “diferencias” entre besarse en Marte o hacerlo en Venus:

“Los hombres son más proclives a interpretar un beso como un medio para conseguir un fin, que normalmente tiene que ver con la esperanza de una relación sexual”, admite Kishenbaum. “Las mujeres tienden a poner más énfasis en el acto de besar como una manera de calibrar la compatibilidad con su pareja y las posibilidades de una relación... La buena noticia es que hombres y mujeres disfrutan besándose”» (Carlos Fresneda: Un buen beso es como una droga, el mundo.es, 13-febrero-2011)

(IzquierdaEl beso más famoso de la pintura, el de Gustav Klimt)


Y si el beso funciona como una droga es porque forma parte del entontecimiento amoroso, donde todo funciona locamente. Ya lo decía el antecitado poeta y machista (como toda la misógina cultura judeo-greco-latina) Lucrecio en la misma obra:
«Ciega la pasión por lo común a los amantes, y les muestra perfecciones etéreas; porque vemos que las feas aprisionan a los hombres de mil modos y hacen grande obsequio a las viciosas: si es negra su querida, para ellos es una morenita muy graciosa; si sucia y asquerosa, es descuidada; si es de ojos pardos, a Atenea se asemeja [a los raciales romanos les desagradaban los ojos verdes, grises o azules (característicos de los bárbaros célticos), y Atenea/Minerva, "la de los ojos glaucos" según Homero, era la única diosa con tal particularidad]; si seca y descarnada, es una corza de Ménalo; si enana y pequeñita, es una de las saladísimas gracias; si alta y agigantada, es majestuosa; tartamudea, es un tropiezo gracioso; taciturna, es vergonzosa; colérica, envidiosa, sabihonda, es un fuego vivaz que no reposa; cuando de puro tísica se muere, es un temperamento delicado; y si gorda y tetuda, es una Ceres, la querida de Baco; si chatilla, es silla de placer. ¡Nadie podría enumerar tan ciegas ilusiones!» (De rerum natura, De la naturaleza de las cosas)


Pero si al enamorarse se provocan reacciones químicas adictivas, como con las drogas, también el desamor produce síndrome de abstinencia:
«Para empezar, en contra de lo que se pensaba, las mujeres emiten feromonas al ovular, como otras hembras de animales. Son hormonas inodoras pero que perciben los hombres: Un estudio publicado en la revista Evolución and Human Behavior detectó que las 'strippers' ganan el doble cuando están ovulando que cuando tienen la menstruación, lo que sugiere que los hombres responden a esos estímulos olfativos. También se comprobó que los maridos son más celosos y más atentos sexualmente con sus esposas durante el periodo de ovulación.

Una vez encontrada la persona más atractiva, el sistema nervioso se pone en marcha y se produce una descarga de feniletilamina, un compuesto de la familia de las anfetaminas que desata la pasión. Ella, la feniletilamina, es la responsable de producir la excitación, la que hace que se produzca la dopamina, que es el neurotransmisor relacionado con el placer y la recompensa...
No hay duda de que en el futuro se fabricarán sustancias que favorezcan los enamoramientos con unas gotas de oxitocina (la hormona de la confianza y el apego), serotonina (que genera bienestar), dopamina y noradrenalina (que dilata las pupilas y acelera la tensión).

Además, el enamoramiento inhibe el córtex frontal, donde reside la racionalidad y el sentido crítico respecto a la pareja (uno de cuyos infinitos desvaríos literarios ilustramos bajo estas líneas). Son las locuras del amor. Así que, una vez pasada la pasión, que dura algunos meses, otras áreas comienzan a funcionar, las vitales en las relaciones duraderas. Por ello, una relación estable puede verse sorprendida por una aventura imprevista. En otros casos no se llega a la segunda fase, y con la pasión desaparece toda la atracción» (Rosa M. Tristán: El flechazo amoroso).


«... Si mis grandes tristezas, trabajos y desventuras por otra Isea fueren oídas, yo soy cierta que serán no menos lloradas que con razón sentidas ... Esta mi obra, que solamente para mí escribo, es toda triste, como yo lo soy; es toda de llanto y de grandes tristezas, porque así sea conforme con todas mis cosas y tenga el hábito que yo tengo ... De quien leyere esta obra que escribo, no pido remedio, sino piedad, si para mí hay alguna ...» (Núñez de Reinoso: Historia de los amores de Clareo y Florisea)




Después de todo lo visto acerca de la biología de besos y orgasmos, parece, a tenor de cierto mito bíblico (el de Lilith, que desarrollamos en El eterno retorno de Lilith), que nuestro primer padre Adán tenía un pequeño defecto de fábrica: era poco besucón (el pobre hacía lo que veía, claro), lo cual causaba serios problemas de insatisfacción en nuestra primera madrastra; y así nos fue a nosotros:




«Durante su cautiverio en Babilonia, los hebreos adaptaron y adoptaron muchos de los mitos, creencias, tradiciones y leyendas sumerios, acadios y babilónicos entre ellos el de Lilit, a quien erigieron como personificación de la maldad femenina.

Según el mito hebreo, Dios creó a Lilit del mismo polvo que a Adán, aunque utilizó además sedimento [estiércol, por decirlo un poco menos finamente]. "Adán y Lilit nunca hallaron armonía juntos, pues cuando él deseaba yacer con ella, Lilit se sentía ofendida por la postura reclinada que él exigía [a la izquierda, una figurilla prehistórica muestra pedagógicamente cómo se hacen las cosas bien hechas]. '¿Por qué he de yacer debajo de ti? ―preguntaba― Yo también fui hecha con polvo y, por tanto, soy tu igual'. Como Adán trató de obligarla a obedecer, pronunció el nombre mágico de Dios, se elevó por los aires y lo abandonó"» (RosaMendoza Valencia: Lilith: el arriba y el abajo)
 

«El amor y los celos pueden llevar a una persona a cometer todo tipo de locuras. Incluso a los 92 años, como demostró el pasado lunes Helen Staudinger, una anciana residente de Fort McCoy (Florida), que disparó cuatro veces contra la casa de su vecino por haberse negado a darle un beso. Staudinger se encuentra bajo arresto, y el juez le ha impuesto una fianza de 15.000 dólares, además de una orden de alejamiento de su vecino.
Según explicó el vecino, Dwight Bettner, de 53 años de edad y que salió ileso del ataque, la libidinosa anciana se presentó en su casa y le dijo que no pensaba moverse de allí hasta que no le diera un beso. Bettner, que le recordó que tenía una compañera sentimental, se negó a hacerlo. Entonces, Staudinger fue a su casa a buscar una pistola semiautomática, y realizó una ráfaga de cuatro disparos» (Ricard González: SUCESOS: Una anciana de 92 años de Florida casi mata a su vecino por negarle un beso, el mundo.es, 23-marzo-2011)




2. Del beso político
«... Después de un tiempo uno aprende la sutil diferencia /  entre sostener una mano y encadenar un alma
Y aprende que el amor / no sólo significa acostarse con alguien / y que una compañía no significa seguridad
Y así uno comienza a aprender / que los besos no son contratos / y los regalos no son promesas
Y uno empieza a aceptar sus derrotas con la cabeza en alto / y los ojos abiertos
Y aprende a construir todos sus caminos en el hoy / porque el terreno de mañana es demasiado inseguro / y el futuro tiene forma de caerse en la mitad
Después de un tiempo uno también aprende / que si es demasiado, hasta el calor del sol quema
Y así uno planta su propio jardín y decora su propia alma
en lugar de esperar a que alguien le traiga flores...» ( Anónimo, atribuido a Jorge Luís Borges (?): Aprendiendo)

De la misma manera que la búsqueda del primer beso resulta una tarea gratuita, la clasificación del beso resulta tan insustancial como la clasificación de las nubes –útil sólo en meteorología— o la codificación de las patadas en el culo. No obstante, hasta hay taxidermistas de besos, gracias a los cuales es posible leer que «los romanos distinguían 3 tipos de besos: El 'osculum', que se da en la mejilla entre amigos; el 'basium', en los labios; y el 'suavem', que se dan los amantes» (derecha, fragmento de un Dalí de 1942).

Parece que fue el poeta latino Catulo quien se bajó del etrusco el término 'bacium', que él dulcificó en 'basium', y del que deriva beso. Les remitimos a su más famoso poema, o cantar, o cármina, el V (...Dame besos mil seguidos de otros ciento...), magistralmente traducido en Vacio, y en el cual se puede vislumbrar lo que Roma entendía por basium y por basiare; y continuemos hablando del ósculo.

Porque, lo que les ocurría a los romanos, como les había ocurrido antes a todos los pueblos de la Antigüedad y seguiría ocurriendo hasta casi nuestros días, es que existía un tipo especial de beso; era una forma de besar, más que de besarse, empleada como código insustituible en una sociedad que desconocía el papel y la burocracia civil aunque no la estatal: era el "beso de honor", que ―como la española cuando besa― no se le daba a cualquiera: El ósculo (‘osculum’), beso ritual, reconocimiento público o ante testigos, documento oral, gesto contractual, ceremonial con efectos jurídicos, rúbrica de alianzas y contratos. El ósculo era una “firma” que sólo el superior imprimía en la mejilla del inferior beneficiado por él (imagen izquierda: César osculea a Pompeyoen la excelente serie televisiva Roma), y era también el "sello" que mutuamente se estampaban en la mejilla los compañeros como demostración ostensible de compromiso social ―ése era su sentido original en las bodas―, más que de afecto.


Al ser observado bajo esta óptica ritual cobra sentido el beso más famoso de la historia de la humanidad: el Beso de Judas. Sería esta hipótesis la respuesta más apropiada a la inconfesada extrañeza universal ante tal gesto (¿por qué un beso, precisamente?). El evangelista Juan no lo menciona, y en los otros tres sinópticos evangelios tal beso («Al que yo besare, ese es; prendedlo», según lo relata Mateo) es como un chirrido fuera de contexto teniendo en cuenta la trascendencia del beso público que hemos mencionado, así como la inexistencia de algún vínculo familiar entre Judas y Jesús que lo justificase.
De hecho, está contemplado escépticamente por la mayoría de los eruditos, por ejemplo: «La imagen descriptiva de la traición, el beso con que Judas entrega a su Maestro, es un magnífico hallazgo expresivo del primer evangelista, aunque no sea descartable que se confundiera con un beso el acercamiento para decir algo al oído, quizás como aviso...» (González Alcantud y Buxó Rey: El fuego. Mitos, ritos y realidades).


(Izquierda, el Beso de Judas, de Emilio Mata; encima, el Beso en un paso de la cofradía de la Pasión de Cristo; debajo, derecha, el de Caravaggio)


«Al haber sido el testigo ocular de aquella historia no me sería difícil deshacer la versión a tenor de la cual gracias a un beso entregué a Jesús en mano de los guardias...
Jesus es adorado y reconocido por la multitud de los peregrinos como el Mesías, y luego provoca un tumulto bastante considerable en el templo al expulsar de él a los mercaderes y a los banqueros... Es sabido que incluso los rumores y las habladurías más triviales son anotados en los registros de las autoridades policiales... Y, en definitiva, ¿sería desconocido hasta el extremo de tenerle que indicar con un beso? Y ¿por qué un beso y no sencillamente el dedo?» (ver pág. 147 de Henryk Panas: El Evangelio según Judas (apócrifo))


La figura del Judas traidor ha sido cuestionada modernamente (véase el apartado correspondiente a Judas reivindicado, en Wikipedia, entre otros). Los evangelistas le reconocen, muy a su pesar, un papel importante en la "secta" de Jesús ya que era quien controlaba el dinero..., y eso a pesar de la presencia  entre ellos de un publicano, un recaudador de impuestos: el evangelista Mateo, precisamente patrón hoy de los aduaneros. Y tratan a Judas como si fuese su cajero o su contable: «...Y teniendo la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella», le zahería Juan con efecto retroactivo.

Y en esta revisión ha tenido mucho que ver la aparición de un papiro del s.II al que se ha denominado como Evangelio de Judas y que parece escapó de la censura canonística. En él, el antiguo traidor adquiere un papel relevante que no pueden desmentir los evangelistas aunque se empeñen en ello, pues quien controla el dinero controla la sociedad, como muy bien saben nuestras costillas contribuyentes.
También existen respetables enfoques de la cuestión, como el de Marvin Harris, basado en una perspectiva que explicitamos en el párrafo que cierra esta ya larga digresión. Según esta perspectiva Judas sería la cabeza militar de la secta de Jesús, con un papel dentro de la organización por encima incluso del Maestro en las cuestiones estratégicas del Movimiento...
...Todo lo cual justificaría el famoso beso como sello de un pacto. Un pacto rubricado por el beso del superior al inferior, como explicamos antes, según el cual Jesús sería sacrificado por el bien de la Causa. Una estrategia pactada por ambos en secreto, en la lógica de que sería incomprendida (por demasiado sutil, como el supuesto beso) y rechazada por el resto de la directiva apostólica. 

«El entorno práctico en el que se escribieron los Evangelios, que describen un mesías puramente pacífico y universal, era la consecuencia de la infructuosa guerra judía contra Roma. Un mesías puramente pacífico era una necesidad práctica cuando los generales que acababan de derrotar a los revolucionarios mesiánicos judíos (Vespasiano y Tito) llegaron a ser los gobernantes del Imperio romano... Es probable que la ruptura decisiva con la tradición mesiánica judía se produjera sólo después de la caída de Jerusalén y como respuesta adaptativa a la victoria romana» (Marvin Harris: Vacas, cerdos, guerras y brujas: El secreto del Príncipe de la Paz)


«Contrariamente a lo que ahora suelen escribir, entre nosotros imperaba una igualdad absoluta; todos éramos, tanto los hombres como las mujeres, unos apóstoles, es decir, unos agitadores o propagandistas. Éramos la única congregación que reconocía la igualdad de la mujer.
Solamente al final, cuando se pasó a la acción armada y nos convertimos en una tropa, algunos de nosotros conseguimos la antigüedad en relación con los demás...» (ver pág. 143 de Henryk Panas: El Evangelio según Judas (apócrifo))



Volviendo al beso romano como sello oficial de compromiso social, e
n el caso particular del matrimonio Constantino (Cth. 3.5.6) establece que cuando los esponsales son celebrados ‘osculo interviniente’, si muere uno de los prometidos el superviviente tiene derecho a la mitad de las donaciones que le hizo el otro desposado y, además, a conservar la dote. Aquí Constantino se limita a consagrar una ley inmemorial: osculo interviniente’, es decir, después de haberse besado (los prometidos ante testigos), con lo que el solo beso ante testigos sería suficiente garantía ante la ley. Pero desde luego el beso en la mejilla y no en los labios, por motivos que enseguida veremos; y únicamente el novio besa a la novia, como superior que otorga estatus al inferior (ver entrada 10: De Bodas y Enlaces). (Encima, beso ritual en la segunda boda de Pompeyo, perteneciente a la serie televisiva Roma

En la transición entre Roma y la Europa feudal las cosas cambian en este aspecto:
«Aunque no hay noticias acerca de cómo se celebraban los esponsales en el reino visigodo, hay que imaginar que la ceremonia fuese similar a la de otros pueblos germánicos de su tiempo... finalizando la ceremonia con un beso en la boca de los futuros esposos, símbolo de la unión de los cuerpos» (María Jesús Fuente: Reinas medievales en los reinos hispánicos)

En la España medieval de Alfonso X y Alfonso XI, al tiempo que negocian con Roma la intervención de la Iglesia en lo que hasta entonces era un contrato privado, las Partidas decretadas por ellos sancionan jurídicamente «dos tipos de esponsales: "de presente", también denominado "ósculo interviniente", y "de futuro", sin ósculo (Partida IV,I,II). Existían diferencias entre ellos que afectaban a la mayor fuerza de obligación de uno y otro...
El contrato de esponsales era de tal magnitud (sobre todo el de presente, ósculo interviniente) que, por él, quedaban obligados los prometidos a contraer nupcias y su incumplimiento era penado con graves sanciones económicas. El de futuro, sin ósculo, tenía menos dificultades para disolverse» (Mª Teresa Arias Bautista: Barraganas y concubinas en la España medieval).



Obsérvese cómo la princesa Victoria de Suecia concentra en este sorprendente gesto nupcial toda la esencia de la tradición jurídica romana acerca del ósculo (ella, como miembro superior de la pareja, es quien otorga el beso al inferior), así como la medieval del besamanos (por la que, en función del tipo de beso, la mujer se subordina al marido como su dueño y señor).
(Emotiva y feministamente frustrante foto tomada del portal de Amistad europea universitaria)



«Todavía hoy se conserva tímidamente la tradición romana de prometerse en matrimonio en un acontecimiento familiar y festivo, donde se acuerdan los detalles de las futuras bodas. En el emotivo acto, normalmente en casa de los padres de la novia, los novios se besan para sellar así su compromiso (es el osculo interviniente de los esponsales romanos), e intercambian regalos que, ahora ya simbólicamente, funcionan como prendas que garantizan el cumplimiento de sus promesas» (Antonio Ortega Carrillo de Albornoz: Terminología, definiciones y ritos de las nupcias romanas).





Estando ya en el s.XVII, el primer diccionario de la lengua española (Covarrubias, año 1611) en la entrada “besar” dice todavía:

«El beso es señal de paz, y assí vale en este sentido una mesma cosa besarse, o darse paz, y quando esta paz o beso es fingido, tiénese por trayción … Es también el beso señal de confederación, y assí en la ley final, tít.12, part. 7, se manda que los que hizieren amistades por rencillas pasadas se perdonen e se besen (sobre esta líneas, san Vicente Ferrer apacigua a los Vilaragut y los Centelles).
En la ley vieja una de las solenidades que el padre usava para dar la primogenitura a uno de sus hijos, era besarle. … En el dar de los grados a los doctores se usa la solenidad del beso, y en las Iglesias Catedrales, en la recepción de los canónigos, y en muchas provincias se usa dar beso de paz y bienvenido al huésped…»


 

Un inciso especial: El Beso en España
 
«El beso, el beso, el beso en España / lo lleva la hembra muy dentro del alma / Le puede dar usted un beso en la mano / o puede darle un beso de hermano / Así la besará cuando quiera / Pero un beso de amor / no se lo dan a cualquiera» (El beso: canción de Ortega y Moraleda)
 
 
Al hilo de esta delicada coyntura que relaciona beso y honor, parece que desde nuestros remotos antepasados estos temas han tenido notables altibajos, a juzagar  por esta imagen de la izquierda. Es el llamado Beso de Osuna de una pareja, que vivió en lo que sería la futura Andalucía, hace unos 2.300 años. Un relieve funerario perteneciente al Museo Arquológico Nacional de Madrid.
 
Así pues sería pertinente intercalar un fragmento del artículo de Antonio Lucas publicado en el diario El Mundo, 3-abril-2012, acerca de la biografía del gran poeta español Miguel Hernández. Las consideraciones de su viuda, Josefina Manresa, expuestas en un epistolario que ahora se publica, ya en 1971, reflejan la mentalidad bastante generalizada en aquella católica sociedad española del franquismo terminal acerca de todo este asunto de los besos:

«Josefina Manresa era una costurera que manejaba unos códigos de dignidad movidos en gran parte por sus creencias católicas. Así lo deja ver a la hora de exigir a su biógrafo que replantee algunas interpretaciones, como la que hace el hispanista de uno de los más conocido sonetos de Miguel Hernández: «Te me mueres de casta y de sencilla: / Estoy convicto, amor, estoy confeso / De qué, raptor, intrépido de un beso, / Yo te libé la flor de la mejilla».
Según Josefina Manresa explica en carta del 10 de octubre de 1971: "Eso nunca existió, nunca le di pie para ofenderme de esa manera. Vd. piense la importancia que le da en El rayo que no cesa a un beso que le dio al aire [...] Para mí un beso del novio era perder el honor y en esa actitud siempre fui dura, además yo lo quería demasiado y procuré tenerlo siempre con la misma ilusión, para nuestra felicidad..."».
 
 
Otra anécdota de un español universal que también ha merecido salir en la prensa cotidiana es casi estremecedora para nuestra actual sensibilidad. Esta vez de la pluma de Manuel Ansede en El País, 30-mayo-2016, y bajo el título de Franco contra Ramón y Cajal:

«... Santiago Ramón y Cajal se lanzó a intentar su primer beso a una mujer en 1876, a la edad de 24 años. Acababa de regresar de Cuba, adonde acudió como joven médico militar a combatir la insurrección contra la colonización española. Volvía del Caribe con el rostro pálido y los ojos hundidos tras meses de malaria y disentería, pero con ganas de besar a su prometida. "Cierto día, pues, tras coloquio lánguido y anodino, llegó el trágico momento. Al despedirme reuní todo mi valor; me acerqué a mi siempre severa novia y estampé bruscamente en su faz el ósculo proyectado", relató décadas después en sus memorias, Recuerdos de una vida (1917).

La chica retiró rápidamente la cara. Le hizo una cobra a Ramón y Cajal. Y exclamó con gesto de asco: "Jamás creí que me ofendiera usted de este modo. Mi educación y mis creencias me impiden tolerar tan pecaminosas audacias". El joven aceptó racionalmente el rechazo. Era un médico enfermo y sin clientes, un fracasado. "Convengamos en que la perspectiva de viudez prematura en plena pobreza tiene poco de agradable", reconoció ...».
 

 
 
(Derecha, arriba, ilustración del artículo referido en la que Miguel dicta a su mujer en una terraza de Orihuela durante los primeros años 30. Izquierda, Ramón y Cajal al embarcar para Cuba. Bajo estas líneas, fotograma de El discreto encanto de la burguesía, film de 1972 de Buñuel)


«Acuérdome que un día deshonré en mi tierra a un oficial y quise poner en él las manos, porque cada vez que le topaba me decía:
--Mantenga Dios a Su Merced
--Vos, don Villano ruin, le dije yo, ¿por qué no sois biencriado? ¿"Manténgaos Dios", me habéis de decir, como si fuese un cualquiera?
   A los hombres de poca monta les dicen eso. Mas a los más altos, como yo, no se les ha de hablar menos de: "Beso las manos de Su Merced", o por lo menos "Besoos, señor, las manos", si el que me habla es un caballero»
(El lazarillo de Tormes)



3. Del beso mágico


Yéndonos a algo más clásico aún acerca de los tremendos efectos del beso, no podemos olvidar aquí la leyenda que cuenta cómo Afrodita ordena a Pigmalión besar a la estatua (izquierda, óleo de Jean Leon Gerome), y que tras el beso se convierte en real… (ver Sobre el rey Pigmalión...) Por no hablar del beso como afamado sistema empleado para convertir batracios en príncipes, y viceversa, durante la oscura Edad Media nórdica, o para despertar princesitas en estado de coma. O para librarlas de un hechizo casamentero, en cuyo especial caso un solo beso no basta, como ocurre con este mito gallego del Castro de Samoedo (Sada, La Coruña):

«Hay en este castro una doncella encantada, hija de unos gigantes o mouros. Al que la despose darán muchas riquezas. Le ataron una cuerda al cuello transformándola en serpiente y le dijeron: el que te desencante nueve besos te ha de dar»


Y es que resulta de universal y soterrada extrañeza la relevancia de la irrelevante rana y sus besos en el mundo de las leyendas (un sarcástico dicho popular reza que "el ideal de belleza de la rana es el sapo"), hasta el punto de alcanzar a figurar en las tallas de las catedrales góticas en compañía de faunos, sátiros, quimeras y dragones (derecha, detalle fachada de la Universidad de Salamanca, en el que la rana simboliza la promesa de resurrección de la carne de la calavera sobre la que se posa). "Cura, sana, culito de rana, si no te curas hoy te curarás mañana", dice cantando este sortilegio que encanta a los niños con pupita.

Como suele pasar, la cosa empezó con los egipcios, quienes personificaron a este poco heroico batracio en toda una diosa, y no cualquier diosa sino una de las principales de la familia: prestará su cabeza al genio femenino que preside los nacimientos, como garante del ingreso en la vida futura, llegando a ilustrar en los templos la venida al mundo del mismísimo hijo del faraón: es la diosa Heket, a quien Seti I dedicó toda una capilla en su templo (en sendos dibujos a la izquierda), y que está presente, entre otros, en el nacimiento de la reina Hatshepsut.

Es como símbolo indiscutido de un renacimiento a una vida superior, que el acto mágico del beso a una rana simboliza una sublime vuelta al mundo (y también la decepción que sentimos cuando ~a la inversa del cuento~ el príncipe, tras arrancarnos el beso, "nos ha salido rana"), pero es un simbolismo ya perdido para nosotros dentro de las "cosas de disneylandia", y que algunos ilusos nos empeñamos en rescatar. Sin embargo, nada en mitología y religión es por nada, nada es gratuito (tomado este adjetivo en su más amplio sentido):

Ocurre que cuando el Nilo se desecaba y desaparecía el agua de charcas y canales, las ranas se refugiaban, como lo siguen haciendo por doquier, en el fondo del fango, entrando en estado latente o de estivación, desapareciendo de la vista de los egipcios que las suponían muertas. Protegen así, con la humedad del limo y ralentizando al máximo sus constantes vitales, su delicada piel a la espera de tiempos mejores.
Con la crecida del Nilo las ranas salían de su letargo y volvían a aparecer entre largos saltos ante los alborozados ojos de los egipcios (fotograma de la derecha), que consideraban que aquellos mágicos seres habían resucitado... como hace el húmedo beso con la sedienta y principesca ranita, o con la aletargada princesita en estivación... el cual beso, por húmedo que sea (y húmedo tiene que ser, porque si no no funciona), no deja de ser un beso político pues devuelve la savia a una rama de una dinastía.
Moraleja: todo es política. Lo que hacemos o lo que dejamos de hacer altera el reparto de las cosas y el tamaño de cada una de las porciones de la tarta. Hasta el más romántico acto de la vida.



«Los hombres dicen que hay ciertos hechizos amorosos. También la rana macho emite a la hembra un grito, como canta una serenata el enamorado que ronda a su amada, cita convenida para la unión amorosa y que se llama croar.
Cuando la rana macho tiene junto a sí a la hembra, la pareja espera a la noche, pues en el agua no pueden aparearse y en tierra no se atreven a amartelarse durante el día» (Heliano: Historia de los animales, IX,13)



Con esta cita de Claudio Heliano, autor romano nacido en el s.II y que reitera la idea de Aristóteles acerca de la rana, cerramos la exposición del motivo de la veneración de la Antigüedad clásica por este animalito de Dios y de su recuperación por el Romanticismo decimonónico.
También la explicación antecitada de la rana de Salamanca se atiene a esta idea un tanto heréticamente (responde más bien al espíritu consolador que muchos no creyentes echamos de menos en esta religión dominante hoy). Exégetas más pesimistas sostienen que rana y calavera salmantinas simbolizan la lujuria castigada eternamente, basándose por ejemplo en el Apocalipsis y su iconografía románica, como la de la portada de la iglesia francesa de Foussais, donde unos exorcizados arrojan ranas por su boca como figuración del espíritu inmundo que los poseía; o en el tímpano de la catedral gala de Autun (imagen derecha), donde en el platillo del mal hay una rana que individualiza la lujuria.

Al fin y al cabo, si el judeo-cristianismo se opuso fieramente a todos aquellos aspectos de la sexualidad que no fuesen estrictamente reproductivos, no iba a dejar de fustigar hasta la condenación a nuestro tímido batracio. Así pues, para no inducir al error, diremos que frente a la tradición clásica está la bíblica, para la cual es un ser maldito:

«...Y vi que de la boca del dragón [personificación de Satanás, ver Historias de Dragones], y de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta salían tres espíritus inmundos, como ranas, que son los espíritus de los demonios...» (Apocalipsis, 16,13)

A pesar de ello, un dominico belga del s.XIII, Tomás de Cantimpré, constatando con su pragmatismo nórdico que "la jodienda no tiene enmienda", sacará la cara por nuestro anfibio en su bestiario:

«El coito en las ranas se produce por más la noche que en el día, y en esto denota el pudor del coito contra aquellos que indiferente e impúdicamente copulan tanto de día como de noche» (Codex Granatensis)

Y ya metidos en charcas, señalaremos que la romántica textura llamada reineta ~que no es un tono del verde~ no tiene nada que ver con realezas principescas ajaditas, pues deriva del francés antiguo 'raine', rana, a través del diminutivo 'reinette'; hace referencia a la piel rugosa de estas manzanas de modo similar al griego 'bátrakhos', ranabatracio, antigua denominación de la clase de los anfibios que los antiguos podemos seguir utilizando.

También de esta singular maniobra biológica de las inocentes ránulas, reinterpretada a partir de Egipto por las principales culturas occidentales a su modo, procede la creencia de que el hombre se formó "del barro de la tierra", según dogmatizaron los filósofos y profetas en Grecia y en Israel, con Prometeo y Jehová respectivamente en el papel de Creadores de la Humanidad; raro y por ello elocuente: precisamente se trata de dos territorios áridos en los que el fértil barro era lo más escaso y deseable: y las ranas egipcias no salían del barro, sino que eran creadas del barro, según podía dar fe quien quisiera agacharse a contemplar el milagro.
Y, colorín colorado, este cuento se ha acabado.







«Hay, en Agrigento, un templo de Hércules, no lejos de la plaza principal, muy santo y venerado entre ellos. Se encuentra allí una imagen en bronce del propio Hércules, de la que no podría decir fácilmente que haya visto algo más bello; santo hasta el punto que su boca y barbilla están bastante más desgastadas, porque en las plegarias y acciones de gracias no sólo suelen adorarla sino besarla...» (Cicerón: Discurso IV de las Verrinas


(Derecha, el Hércules de los Museos Capitolinos romanos. Izquierda, la Venus Calipigia del Museo Real de Nápoles)


«La Venus Calipigia es una estatuilla encantadora ubicada en un salón reservado, donde los curiosos sólo entran bajo la supervisión de un guardián; pero ni siquiera esta precaución ha evitado que las formas redondeadas que le ganaron a la diosa el sobrenombre de Calipigia (del griego 'kalos', bello, y 'piges', nalgas) sean cubiertas con un tinte oscuro, que traiciona los besos profanos que los admiradores fanáticos imprimen allí cada día» (César Famín, 1836: El "gabinete secreto" del Museo Real de Nápoles)





4. Del beso social
«~En aquel triclinio están tus compañeros de esclavitud, entra y salúdalos.
Entonces, Esopo se acercó y vio a unos muchachos guapísimos y todos ellos revoltosos, como Apolos y Dionisos. Los besó, diciendo:
~¡Salud, compañeros!
~Lo mismo ~le respondieron todos»
(Anónimo, siglo I: Vida de Esopo)

Tanto en Oriente antiguo en general como en Grecia en particular, el beso era la forma normal de saludo sin excepción, como vemos por representativo ejemplo en la cita que antecede. Aunque el libro del cual procede fuera escrito en el s.I, oralmente el pueblo llano griego y después el latino venía disfrutando con Esopo desde siglos atrás como autor de fábulas, burlas y chascarrillos con los que dejaba en ridículo a sus amos; un esclavo, el tal Esopo, al que se supone deambulando por la Grecia del siglo -VI (en España tenemos un caso similar con Quevedo, Don Francisco, al cual el común le ha venido inventando lances supuestamente ingeniosos hasta que el sufrido caballero logró ser sustituido por el célebre Jaimito).


 Sin embargo en Roma, como pueblo-milicia que era, junto con el beso y según los ambientes y el tipo de relaciones, se estilaba también saludar estrechándose fuertemente las muñecas, con el sentido oculto de precaverse contra los ataques de daga a traición ―ése es el mensaje envenenado del aparentemente insulso epigrama de Marcial:


«Besas a unos, Póstumo, y a otros les das la mano. Me preguntas: "¿Qué prefieres? Escoge." Prefiero la mano» (Marcial: Epigrama II-20)


 
Con la desaparición de Roma la violencia social se impuso al pacto social, y el beso como saludo quedó reducido al ámbito estrictamente familiar hasta nuestros días, puede decirse. Hay que puntualizar que el romano estrechamiento de muñecas, antecedente del apretón de manos, tiene a su vez como antecedente inmemorial (y comercial) al choque de manos. Constituía el cierre de trato en los trueques más arcaicos, al más puro estilo "colegui" actual (ver El Origen del Dinero I). Un choque de manos que era tan importante como para representar al trueque en sí (imagen superior derecha, ceremonia de un pacto sellado en el año -730 entre Salmanasar III de Assur y Marduk de Babilonia, el de la derecha).



También el estrechamiento de manos cumple una importante función en la ceremonia de las bodas romanas. Aparte de que oficialmente fuera suficiente el osculo interviniente para legalizar una unión, según acabamos de ver, resultaba a efectos sociales más representativa la ceremonia de unir o enlazar, más que estrechar, las manos derechas de ambos cónyuges, por lo que tal rito ha sido un motivo de decoración recurrente en los hogares de todo el Imperio romano; las escenas estaban protagonizadas por parejas mitológicas, vinieran a cuento o no, como ocurre con las bodas de Helena de Troya con Paris, suceso que nunca nadie narró en ningún sitio.

Según Luz Neira, de uno de cuyos libros hemos extraído las imágenes contiguas, cada vez se descubren más mosaicos en las provincias romanas reflejando el rito del 'dextrarum iunctio' o unión de las derechas, con perdón de los políticos. Dado que estos mosaicos sólo podían permitírselos los ricos en sus villas, es de suponer que en general también las paredes más modestas lucieran frescos alusivos mucho más asequibles.
También sabemos por estos mosaicos que no había una manera estereotipada de juntar las diestras, como podemos observar en la imagen de la izquierda (Museo de Damasco), donde Pélope e Hipodamia enlazan sus antebrazos; lo más frecuente, a juzgar por la abundante iconografía existente, era estrecharse blandamente las manos, como hacen en la imagen de la derecha Helena y Paris (Mosaico de Noheda, Cuenca, foto José Latova) en su nunca celebrada boda (imágenes extraídas de Representaciones de Mujeres en los mosaicos romanos, editado y coordinado por Luz Neira).



Trocar no significó en sus orígenes cambiar, que es su sentido actual: trocar es palabra onomatopéyica de origen incierto (troc-troc), como corresponde a su ancestralidad, que significa golpear, chocar, y responde al choque de las palmas de las manos que cerraban el trato (hoy ese choque suena más bien como clap-clap, o como plas-plas ¡aquellos sí que eran tratantes de manos rudas!).
A tener en cuenta a este respecto, es que un derivado de trocar, surgido casi de inmediato, es... truco, trucar: mejor dicho, la palabra raíz es "truecar", la cual se dividió enseguida, empujada por la experiencia, que es la madre de la ciencia, en dos conceptos, trocar y trucar. Ambos derivados, trueque y truco, han condicionado siempre cualquier intercambio (y no sólo los de tipo económico) ante la gran duda: ¿...truco o trato?).

A partir de la Edad Media el ósculo quedó reservado a las más altas instancias ―aquellas que siempre están bien protegidas por su escolta―, mientras que un “apretón de manos” sustituyó al ósculo y al aventurado abrazo entre los caballeros: para saludarse, como demostración de reconocimiento, se ofrecían la mano contraria al lugar donde se llevaba la espada, normalmente el costado izquierdo; así, al sujetar la mano al contrincante, y no dejarse inmovilizar por la muñeca como antaño, se aseguraban de que el otro no sacaría la espada de repente.

La pervivencia medieval es demostrable por el hecho de que, aun hoy, el apretón de manos no se estila con las féminas ni entre féminas.
 

«Cuando se encuentran dos persas en la calle, se conoce enseguida si son o no de una misma clase, porque si lo son, en lugar de saludarse de palabra, se dan un beso en la boca; si uno de ellos fuese de condición algo inferior, se besan en la mejilla; pero si la diferencia de posición resultase excesiva, postrándose, reverencia al otro. Dan el primer lugar en su aprecio a los que habitan más cerca, el segundo lugar a los que siguen a éstos, y así sucesivamente, lisonjeándose de ser los persas los hombres más excelentes del mundo» (Herodoto: Los nueve libros de la Historia, Libro I)



5. Del beso con vino
«Quienes han escrito acerca de la vida y la cultura del pueblo romano, dicen que en Roma y en el Lacio las mujeres pasaban sus días abstemias, esto es, que siempre se abstenían del vino, el cual era llamado temetum en la lengua antigua, y que, para sorprenderlas se había establecido que dieran un beso a sus consanguíneos, de modo que el olor proporcionara indicio de si habían bebido. Pero relatan que solían ellas beber aguapié, vino de pasas, vino mirrado y cosas de ese género, de sabor dulce» (Aulo Gelio: Noches áticas, X-23)

La cultura del vino, como norma general, ha estado vedada para la mujer ―exceptuando, por supuesto, la vendimia y sus penalidades― hasta casi nuestros días. La única fémina que participaba en los banquetes griegos era la flautista, antecesora de los trovadores medievales o los conjuntos "de cámara" del Renacimiento, creados ex-profeso para alegrar las comilonas nobles y potentadas. Los romanos introdujeron la costumbre de permitir a sus matronas únicamente el consumo de moscatel ―nombre que le viene a través del persa 'misk', nuez moscada, por el parecido de su color―, una costumbre que los que vamos para viejos en este 2009 recordamos de nuestra infancia, muy agradablemente, por cierto.



Y todo ello aun opinando, como expone Plutarco en su Moralia:
«Conviene que los hombres que se acerquen a las mujeres para engendrar hijos hagan la unión o totalmente templados o habiendo bebido moderadamente… En contraste… las mujeres se emborrachan muchísimo menos que los hombres; la constitución húmeda que tienen les proporciona la delicadeza de su carne, lustre, suavidad y menstruaciones. Por tanto, cuando el vino cae en tanta humedad, pierde su temple y se hace completamente inconsistente y aguado. Y aunque beban de un trago –generalmente lo hacen así–, al tener el cuerpo poroso por el incesante trasiego de flujos, el vino se esparce rápidamente y no se detiene en las partes principales por cuya perturbación sobreviene el emborracharse».



Aquí Plutarco incluso sigue la autoridad estelar de Aristóteles, el cual, aunque, naturalmente, sin mencionar a la mujer, ignorándola absolutamente, sí se refiere al niño, el cual tiene, según él, una “constitución” similar:
«¿Por qué a los niños, que son calientes, no les gusta el vino, y en cambio a los escitas y a los hombres valientes, que son calientes, sí les gusta? ¿Es porque éstos son calientes y secos (pues así es la constitución del varón), y sin embargo, los niños son húmedos y calientes, y el gusto por la bebida es un deseo de algo húmedo? Pues bien, la humedad impide que los niños estén sedientos, ya que el deseo es una cierta carencia». (Problemata, III- 7)

Y atención al delicioso problema 24:
«¿Por qué los borrachos son más llorones? ¿Es porque se vuelven calientes y húmedos? De hecho son incapaces de dominarse, hasta el punto de alterarse por pequeñas cosas».



(Livia Drusila, esposa de Augusto, vendimiando. Los adolescentes que nos culturizamos con el Yo Claudio de Robert Graves en la tele, aprendimos que mientras Livia se vendimiaba, en pro de su hijo Tiberio, a la descendencia de su Augusto esposo, éste estuvo todo el rato a por uvas)




Entonces, ¿a cuento de qué las barreras entre la mujer y el vino? Sobre todo si se trata de algo más que barreras: «Si sorprendes a tu mujer bebiendo vino, mátala», se dice por ahí que aconsejaba el comprensivo Catón, famoso ya en su época por ese talante bonachón y dicharachero que le inundaba de paz el semblante (imagen de la derecha, el interfecto retratado en uno de los realistas bustos romanos). Pero no seamos injustos con él, no saquemos sus frases de quicio ni contexto, y transcribámoslas en todo su esplendor:

«Cuando el marido se divorcia, es, para su esposa, juez como un censor, tiene el poder que le parece: si la esposa ha hecho algo perverso o vergonzoso, la castiga; si ha bebido vino, si con quien no es su marido ha hecho algo oprobioso, sea condenada...
Si sorprendes a tu mujer en adulterio, sin juicio podrás impunemente matarla; si tú cometes adulterio o lo cometen contigo, que ella no ose tocarte un dedo: no es derecho suyo» (Marco Catón: Acerca de la dote)


                              Por escudar nuestra inquina contra el personaje (al tiempo que la relativizamos considerándola en su entorno), recurriremos a una autoridad en la materia:
«Catón era un auténtico hijo de puta, pero la práctica era lo bastante común como para que el emperador Claudio tuviera que actuar para intentar impedir que la gente en general abandonara a sus esclavos enfermos o inservibles en la isla Tiberina en Roma» (Jerry Toner: Sesenta millones de romanos).
                              En este caso en particular el asunto giraba alrededor del "reciclaje" de los esclavos viejos, accidentados o enfermos, para los cuales, en su Sobre Agricultura, recomendaba Catón lo siguiente: «Vende a tus esclavos viejos, a tus esclavos enfermos y a cualquier otro que sea superfluo» (ver pp. 108-109).

«Convencido de que los esclavos cometían la mayor parte de las maldades como consecuencia de la frustración sexual, Catón permitía a sus siervos ayuntarse con las esclavas... a cambio de cierta cantidad de dinero, que él cobraba» (Plutarco: Vida de Marco Catón)


Y tras el desahogo prosigamos con el penoso tema de la relación entre el vino y las romanas. Ocurría que la embriaguez se consideraba una posesión por parte de un espíritu, y por muy divino que fuera éste, una mujer que bebía era, en consecuencia, una mujer adúltera. La práctica social y pública del beso en la boca fue impuesta en el s.−VII por Numa Pompilio, segundo rey de Roma... como medio de indagar por el aliento si la casta esposa había puesto los cuernos al honrado marido con el alegre Baco. Nunca agradeceremos suficientemente la labor civilizadora de Roma.


Bromas aparte, recalcaremos lo de la “práctica social del beso” --la tortura también es una práctica social--, porque eso fue lo que ocurrió: el Estado romano decretó la oficialización de otro beso, distinto del administrativo ósculo (que, irónicamente, tiene el tierno significado de “boquita”, al ser diminutivo de ‘os, -oris’, “boca, orificio en general”) y distante del íntimo morreo ―también en la boca, faltaría más― llámese en latín como se llame. En definitiva, no se hizo otra cosa que sacar el beso del armario, no “inventar” el beso en la boca. El hispano-romano del s.I, Marco Valerio Marcial no necesita aclarar de qué está hablando cuando asevera:
«¿Por qué no te beso, Filenis? Eres calva. ¿Por qué sigo sin besarte, Filenis? Eres pelirroja. ¿Por qué, Filenis, todavía no te beso? Eres tuerta. Quien besa todo esto, Filenis, es contrario a la naturaleza». (Epigramas, II-31)



Y en sentido opuesto al de Marcial y mucho tiempo antes, el mismísimo rey Salomón se explayaba a gusto en el Cantar de los Cantares:
«Miel virgen destilan tus labios, esposa mía;
leche y miel bañan tu lengua,
y es el olor de tus vestidos el perfume del incienso…»
(4, 11)


«Tu boca es vino generoso,
que se entra suavemente en mi paladar
y suavemente se desliza entre labios y dientes».
(7, 10)



Por si alguien tacha de privadas exageraciones enfermizas las citadas palabras de Catón, aunque también lo sean, añadiremos el testimonio del libro VI de las Historias de Polibio:
«Entre los romanos se prohíbe a las mujeres beber vino; ellas beben el llamado 'passos', elaborado con pasas, parecido al vino dulce que se bebe en Megara y al vino de Creta; por eso cuando la sed las abrasa toman este sucedáneo. Y es imposible que pase desapercibida la mujer que ha tomado vino: en primer lugar nunca disponen de él y, además, debe besar a sus padres, a sus suegros y aún a sus sobrinos, y esto cada día, en el mismo instante que los ve por primera vez. Asimismo, al no saber con quién conversará, con quiénes se encontrará, toma sus precauciones, porque la cosa, sólo con que haya probado un poco de vino, no necesita acusación ante el juez»



Sobre todo y ante todo, lo que de verdad sucedía era que «las causas de divorcio tenían, como las del matrimonio, un carácter patrimonial: el adulterio, el ingerir un abortivo, el beber vino o el sustraer las llaves de la bodega para beber vino son actos deshonrosos en los que la mujer, al someterse a influencias extrañas y exteriores acepta hechos de posesión y, como tales, comete infracciones a la fidelidad conyugal.» (García Garrido: Derecho Romano Privado, 206.)

También el Diccionario de Covarrubias recoge esta tradición romana, en la misma entrada “besar”:
«...Usóse en Italia en tiempos atrás, y dizen que los parientes tenían esta licencia para certificarse que las mujeres no bevian vino, argumento de que eran castas. Plinio, lib. 14, cap. 31: ‘Cato ideo propinquos faeminus osculum dare iussit, ut scirent an tementum clerent’. … Y assí por sólo el beso dado al extraño pierde la mujer casada el dote…».

Del mismo modo, pero únicamente con vistas a la protección de la línea hereditaria y de los vástagos de las nobles familias, se le prohibía el vino a las nodrizas (las mujeres pobres daba igual que bebieran que no, pues no había patrimonio que asegurar de por medio) con estos curiosos argumentos que, debemos reconocer, no estaban del todo desencaminados:

«Un ama de cría no debería beber, pues el daño psicológico y físico que le hace el vino le estropea la leche; puede marearse y despreocuparse del niño o caer encima de él; las características del vino pasan a la leche, y por eso el niño puede volverse lento y quedarse amodorrado, a veces incluso mostrarse irritable, como les sucede a los lechones, que se vuelven lentos y torpes cuando la cerda ha comido plantas con cualidades narcóticas» (Sorano de Éfeso: Ginecología)



Naturalmente, las féminas afectadas recurrían a los correspondientes ardides para ocultar su debilidad, tal y como nos ilustra Marcial ―cuyos textos apoyan las escenografías con que Pasolini vivifica los relatos de Petronio―, en más de uno de sus Epigramas; por ejemplo el 4 del Libro V:

«Mirtale huele ordinariamente a vino de modo exagerado; pero para engañarnos come hojas de laurel y mezcla astutamente en su vino, no agua, sino dichas hojas. Cuantas veces la veas, Paulo, con la tez encarnada y las venas hinchadas, puedes decir: "Mirtale ha bebido laurel"».

O, el epigrama 88 del Libro III:
«Para que no huelas, Fascenia, por el mucho vino que tragaste ayer, tomas sin moderación pastillas de Cosmos (nombre del más afamado perfumista romano de la época). Tales drogas blanquean tus dientes pero no tienen eficacia cuando un eructo sube desde tu interior. Pero, ¿qué digo? Entonces, ¿no es peor y huele también peor esta mezcolanza de perfume y malos olores, doble olor que proyecta tu aliento?
Renuncia, pues, a engaños conocidos de todos y a subterfugios que han sido descubiertos. Sé ebria abiertamente».




En cuanto a la relación mitológica del perverso Dionisos/Baco con el vino (imagen izquierda, según un vaso griego), y su traducción en acontecimientos históricos, tenemos la inapreciable información de Robert Graves:

« Jane Ellen Harrison fue la primera en señalar que Dioniso, el dios del Vino, es una superposición posterior sobre Dioniso, el dios de la Cerveza, llamado también Sabacio. La guía principal de la fábula mística de Dioniso es la difusión del culto de la viña por Europa, Asia y el norte de África.

El vino no fue inventado por los griegos: parece haber sido importado por primera vez en cántaros de Creta ('oinos', vino, es una palabra cretense).
Se daban uvas silvestres en la costa meridional del Mar Negro, desde donde su cultivo se extendió al monte Nisa en Libia, por Palestina, y así hasta Creta; a la India por Persia; y a la Bretaña de la Edad de Bronce por la Ruta del Ámbar. Faros, pequeña isla frente al delta del Nilo [y que dio nombre al faro en sí], contaba con el mayor puerto de la Edad de Bronce. Era el almacén de los mercaderes provenientes de Creta, Asia Menor, las islas del Egeo, Grecia y Palestina. El culto del vino debió de extenderse desde allí en todas direcciones.


Las orgías de vino del Asia Menor y la Palestina —la Fiesta de los Tabernáculos cananea era originalmente una bacanal— se caracterizaban por casi los mismos éxtasis que las orgías de cerveza de Tracia y Frigia.
El reconocimiento oficial en Delfos, Corinto, Esparta y Atenas del culto extático del vino correspondiente a Dioniso, hecho muchos siglos después, tenía por finalidad desalentar todos los ritos anteriores más primitivos; y parece haber puesto fin al canibalismo y al asesinato ritual, excepto en las partes más salvajes de Grecia.

El triunfo de Baco, [representado desde los mosaicos romanos (bajo estas líneas, en el museo arqueológico sevillano) hasta Velázquez], consistió en que el vino sustituyó en todas partes a las otras bebidas alcohólicas.

Que las Ménades (derecha, copia romana en el Museo del Prado) utilizaran como tirsos ramas de abeto rodeadas de hiedra recuerda una forma de bebida alcohólica anterior: cerveza de abeto mezclada con hiedra y endulzada con hidromiel. El hidromiel era el «néctar» elaborado con miel fermentada que los dioses seguían bebiendo en el Olimpo homérico» (Robert Graves: Los mitos griegos).



«Los persas son muy aficionados al vino. Tienen por mala crianza vomitar y orinar delante de otro. Después de bien bebidos, suelen deliberar acerca de los negocios de mayor importancia. Lo que entonces resuelven, lo propone otra vez el amo de la casa en que deliberaron, un día después; y si lo acordado les parece bien en ayunas, lo ponen en ejecución, y si no, lo revocan. También suelen volver a examinar cuando han bebido bien aquello mismo sobre lo cual han deliberado en estado de sobriedad» (Herodoto: Los nueve libros de la Historia, Libro I)


6. La Mujer, una especie hostil
«Mantén fidelidad a tu mujer para que no sienta el deseo de probar la experiencia de otro hombre; porque este linaje de las mujeres es liviano y cuando se ve poco adulado, piensa en hacer lo que no debe...
Guárdate de tu mujer y no le des a conocer nada que no deba, porque al ser una especie hostil para la convivencia, sentada todo el día prepara sus armas, maquinando cómo adueñarse de ti» (Vida de Esopo: Anónimo, siglo I)

Desde Homero, al menos, hasta nuestros días, los varones hemos sospechado que la inconstancia femenina (esa injustificada falta de adaptación que tienen ellas ante el cambio, siempre justificado y racional, de nuestros criterios) tenía que ser debida a alguna particularidad anómala de su fisiología; es por ello, y no por otra cosa, que las mujeres no pueden ser dejadas actuar a su antojo, como bien dogmatizaba una de las mentes mejor amuebladas de la Roma de cualquier época: «Fue decisión de nuestros antepasados que todas las mujeres, por la inseguridad de sus decisiones, estuvieran bajo la potestad de unos tutores» (Cicerón: En defensa de Murena).
Y desde siempre, se le ha dado a esa proverbial falta de ecuanimidad femenina un nombre que está recogido en la ciencia psicológica: se trata de la histeria: todas las mujeres son unas histéricas: Un experto como Jardiel Poncela dividía a las mujeres en "histéricas rubias e histéricas morenas, dependiendo del histérico tinte que usen"… no recuerdo la fuente, pero se me quedó grabada porque siempre me admiraron tales paranoias en un hombre tan sumamente inteligente y divertido. Pero sí tengo a mano esta otra, también suya, de ¡Espérame en Siberia, vida mía!: «De pronto, la tristeza se le diluyó en una especie de melancolía literaria, en una histeria suave —muy común en las mujeres— y que consiste en hallar voluptuosidad en el papel de víctima...».
  
La temible falta de autocontrol femenina radica en la parte más femenina de la mujer, el útero, la matriz, que los griegos llamaban 'hystera', por lo que histeria vendría a significar algo así como problemas o cosas del útero (sofocación del útero, creo haber leído por ahí). Hasta aquí nada de particular. Pero resulta que antiguamente se dotaba al útero de una peculiaridad bastante excéntrica. El texto anteriormente citado, Sesenta millones de romanos, nos cuenta (ver pp. 127 y 181):
«Se pensaba que la histeria era una dolencia femenina causada por la tendencia del útero a vagar dentro del cuerpo. Afectaba principalmente a las vírgenes y a las viudas, y entre los síntomas estaban la falta de aliento, los dolores en el pecho, las piernas o la ingle, y los ataques. El tratamiento consistía en la aplicación de olores fuertes para intentar devolver el útero a su lugar apropiado… Así, mientras que una fumigación fétida en la nariz repelía al útero en su ascenso, una aromática aplicada en la vagina lo atraía hacia abajo… Aunque también podía recurrirse a la magia: «Yo te conjuro, oh, útero, no roas el corazón como los perros y vuelve a tu lugar previsto y apropiado». Resulta difícil no ver el útero como metáfora de la mujer en la sociedad romana…»

(Bajo estas líneas, un Kirchner de 1920, Mujer ante el espejo; encima, izquierda, la inefable Heidi Klum en plena sesión fotográfica)




«Una nodriza del campo amenazaba al niño cuando lloraba: "Cállate, si no, te tiro al lobo". Un lobo que lo oyó creyó que la nodriza hablaba en serio y se quedó esperando, hasta que el niño se durmió al atardecer y él, hambriento y con la boca abierta como un buen lobo, se marchó después de haber esperado en vano. La loba que vivía con él le preguntó: "¿Cómo vienes sin traer nada, como hacías antes?". Y él le dijo: "¿Cómo iba a traerlo, si confié en una mujer?"» (El lobo y la nodriza, fábula 16 de Babrio, autor romano del siglo II)



7. Conclusiones
«¿Por qué las mujeres saludan a sus parientes con un beso?
¿Acaso, como la mayoría de la gente cree, se debe a que las mujeres tenían prohibido beber vino y, para que no pudieran ocultarlo, sino para descubrirlas, se estableció la costumbre de besar sus familiares al reunirse con ellos?...
¿O quizá se otorgó semejante privilegio a las mujeres tratando de conferirles a un tiempo honor e influencia al permitirles mostrar que poseen numerosos y excelentes familiares y allegados?
¿O el motivo fue que, estando prohibido por las leyes que las mujeres se casaran con parientes suyos, se permitió no obstante llegar hasta el beso en manifestación de afecto, y esto quedó como única señal indicadora del parentesco...?» (Plutarco de Queronea: Cuestiones romanas)

En cualquier caso lo que el beso indagatorio pone en evidencia, y lo que sin embargo no es resaltado por los “historiadores del beso”, es el estado de profunda sumisión al varón ―no en vano la palabra virtud deriva del latín ‘vir’, varón, y significa “característica varonil”― en el que vivía la mujer romana. Así vemos cómo las ilustraciones de Marcial, a la vez que testimonian la despreciable costumbre, también la admiten y asumen con toda naturalidad, al tiempo que transparentan el desprecio misógino general.


Es tremenda la imagen de humillación que supone ese beso inquisitorial a todo hombre que le venga en gana ―aunque obligatoriamente sea de su familia― y en cualquier momento y lugar. Y equivale a una violación legal, pues todo beso en la boca, como contacto íntimo que es, reglamentario o no, debe de ser, y tiene que ser, plenamente consentido. Pero si «la percepción moderna considera la cuestión del consentimiento como central a la hora de suponer o no la existencia de una agresión sexual, esta es una cuestión que tiene tan escasa relevancia en el mundo romano que ni tan siquiera tiene un término con el que designar genéricamente las escenas de violencia sexual», según comenta la doctora Mañas Romero en su estudio sobre Acoso, rebeldía y sumisión en el mosaico romano (ver pp. 62-63):

«Existen sólo una serie de lexemas relacionados con las actividades sexuales y que denotan una culpa de carácter legal, principalmente adulterium, o bien stuprum cuando los que intervienen en la relación sexual no están unidos en legítimo matrimonio. Pero no existen términos que designen en latín la relación sexual sin mediar consentimiento, que es lo que podríamos asimilar a nuestro concepto de "agresión"...

... Los autores contemporáneos hemos utilizado eufemismos que esconden la brutalidad de las escenas e invisibilizan la existencia de la agresión, utilizando para denominarlas las palabras "seducciones", "amores" o incluso "matrimonios", término este último especialmente llamativo pues ni tan siquiera se utilizó en el mundo antiguo para designar estas relaciones... con lo cual, estas imágenes son percibidas como una casi neutra representación de aventuras llamadas genéricamente "amorosas" o "idílicas"... invisibilizándose, en muchos casos de manera involuntaria, la violencia sexual contenida en las escenas» (Irene Mañas Romero: Representaciones culturales de la violencia de género, capítulo cuarto de Representaciones de mujeres en los mosaicos romanos, y su impacto en el imaginario de estereotipos femeninos, texto coordinado y editado por la profesora Luz Neira, de la U. Carlos III de Madrid; derecha, una de las ilustraciones del texto: Sátiro agrediendo a una ninfa, Museo de El Djem, la antigua Thysdrus, en Túnez).


Hacia el final de su exposición, la profesora Mañas Romero nos recuerda esas terribles palabras de Ovidio, escritas a comienzos de esta Era, y que tan hondamente se hallan instaladas en la mente masculina como para tener, hoy, ahora, en este mismo momento, que seguir reivindicando que "NO es NO, y significa NO":

«... Aunque diga que la has poseído con violencia, no te importe; esta violencia gusta a las mujeres: quieren que se les arranque por la fuerza lo que desean conceder. La que se ve atropellada por la ceguedad de un pretendiente, se regocija de ello y estima su brutal acción como un rico presente, y la que pudiendo caer vencida sale intacta de la contienda, simula en el aspecto la alegría, mas en su corazón reina la tristeza» (Ovidio: Amores I, 673-680).


Y lo más siniestro del caso es que, a pesar de ello, la mujer romana fue mucho más independiente y más libre que todas las anteriores y posteriores a ella hasta no llegar al pleno siglo XX (si exceptuamos al Antiguo Egipto, civilización en la que la mujer disfrutó de una notable consideración social, no sólo dentro de la realeza y la nobleza, sino a nivel general). De hecho, la llegada del cristianismo no hizo sino reforzar la sumisión femenina, blindándola con su patrística hasta casi nuestros días y eliminando incluso aquellas escasas garantías legales que habían protegido a la mujer de los abusos de su marido durante el paganismo.
Al fin y al cabo, y con todas sus dramáticas carencias según nuestra mentalidad social actual, el paganismo romano conservaba entre sus devociones a arquetipos femeninos tan consistentes como Minerva, Diana, Vesta o Juno (por no contar a la popularísima e importada Isis egipcia) sin posible contrapartida cristiana, y a colegios sacerdotales como el de las vestales, que eran algo mucho más que congregaciones de "siervas y esposas del Señor":
«[san] Agustín escribe en sus Confesiones que "muchas mujeres lucían en sus rostros desfigurados las cicatrices de las palizas" a las que las habían sometido sus maridos; y cuando ellas se quejan a la madre de Agustín, ella les dice que deben pensar en sus tablillas matrimoniales "como los instrumentos a través de los cuales se han convertido en esclavas [...] y no ser insolentes con sus amos".
De forma similar, Agustín relata que su madre "servía a su marido como si fuera su amo [...] Incluso soportaba sus infidelidades sexuales con tanta paciencia que nunca llegó siquiera a reñirle por este motivo". Esto reflejaba el peso del trabajo emocional que la sociedad romana imponía a sus mujeres, como una extensión en apariencia natural de la división tradicional del trabajo» (pp. 103-104, Jerry Toner: Sesenta millones de romanos). 





«Ella llegó sigilosamente a casa, no encendió la luz. Él se despertó justo cuando ella se estaba acostando. Preguntó que hora era. Las dos, contestó ella. Él preguntó qué tal había estado. Bueno, contestó ella, no ha estado mal. Él necesitaba ir al baño, se había bebido tres cervezas antes de acostarse, sobre las doce. Miró su reloj. Eran las tres. Son las tres, dijo al volver al dormitorio. Ah, bueno, contestó ella, dispuesta a acurrucarse junto a él. Él se apartó y dijo: Cierran a las dos. Me acompañaron hasta casa, dijo ella, el tipo se parecía a Stalin, bueno, no exactamente hasta casa. No quiero seguir, dijo él. No me acosté con él, dijo ella. No quiero seguir, repitió él. No es fácil venirse directamente a casa, dijo ella. Claro que no, contestó él. Había un tipo que quería acostarse conmigo, pero le dije que estaba casada y entonces se marchó. ¿De verdad se lo dijiste? Qué valiente por tu parte. No me quieres nada, dijo ella. Ahora quiero dormir, dijo él. Todo lo que hago está mal, dijo ella. Él no contestó. No he hecho nada malo. No, qué va, dijo él. El tipo sólo intentaba mostrarse amable, dijo ella. Claro que sí, contestó él, durante una hora. Lo que pasa es que estás celoso, dijo ella. ¿Sólo eso?, preguntó él. Ni siquiera te atreves a preguntarme si me besó, dijo ella. Así es, dijo él, o si tú le besaste a él. No significó nada, dijo ella. Claro que no, dijo él, esas cosas nunca significan nada, ¿qué pueden significar? Claro que no significan nada, lo único que significa algo es... ¿Qué?, preguntó ella. Nada, nada, contestó él» (Kjell Askildsen)





Vale.



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Esta aventura es una exploración de las venas vivas que parten del pasado y siguen regando para bien y para mal el cuerpo presente de esta sociedad occidental... además de una actividad de egoísmo constructivo: la mejor manera de aprender es enseñar... porque aprender vigoriza el cerebro... y porque ambas cosas ayudan a mantenerse en pie y recto. Todo es interesante. La vida, además de una tómbola, es una red que todo lo conecta. Cualquier nudo de la malla ayuda a comprender todo el conjunto. Desde luego, no pretende ser un archivo exhaustivo de cada tema, sólo de aquellos de sus aspectos más relevantes por su influencia en que seamos como somos y no de otra manera entre las infinitas posibles. (En un comentario al blog "Mujeres de Roma" expresé la satisfacción de encontrar, casi por azar, un rincón donde se respiraba el oxígeno del interés por nuestros antecedentes. Dedico este blog a todos sus participantes en general y a Isabel Barceló en particular).