«Por lo demás, el oro, cobre y hierro, y la plata y el plomo, se encontraron cuando devoró el fuego vastas selvas en las montañas, bien cayendo rayos, o bien los hombres peleando en bosques fuego arrojasen contra el enemigo para atemorizarle; … pues se usaron primero en cacerías los hoyos y los fuegos que las redes para cercar un bosque, y las jaurías que levantan la caza.
Cualquier causa que haya dado principio a aquel incendio, cuando hubo viva llama devorado con un horrible estrépito las selvas hasta la raíz misma, y recocido la tierra con su fuego, arroyos de oro y de plata, además de cobre y plomo, después de haber corrido por las venas encendidas del globo, se juntaron en cavidades; … » (Lucrecio: De la Naturaleza de las Cosas. Libro V, Los primeros metales: oro, plata, bronce, plomo)
La literatura de Lucrecio es uno más de los ejemplos de la salud mental de los antiguos romanos. Hemos de decir en su honor que pasaron ampliamente de las especulaciones geofísicas de los griegos en particular, y de todas las demás filosofías en general. Les bastaba con suponer, como los sumerios, que el mundo era redondo, un 'orbis', un círculo, el orbe. A ellos de esta tierra lo único que les interesaba era su presente material: las cosechas, los pastos, los bosques y todo aquello que de la tierra se podía aprovechar. Redondo deriva de 'rotundus': rotundo-redondo. Una idea simple del mundo.
Cualquier causa que haya dado principio a aquel incendio, cuando hubo viva llama devorado con un horrible estrépito las selvas hasta la raíz misma, y recocido la tierra con su fuego, arroyos de oro y de plata, además de cobre y plomo, después de haber corrido por las venas encendidas del globo, se juntaron en cavidades; … » (Lucrecio: De la Naturaleza de las Cosas. Libro V, Los primeros metales: oro, plata, bronce, plomo)
La literatura de Lucrecio es uno más de los ejemplos de la salud mental de los antiguos romanos. Hemos de decir en su honor que pasaron ampliamente de las especulaciones geofísicas de los griegos en particular, y de todas las demás filosofías en general. Les bastaba con suponer, como los sumerios, que el mundo era redondo, un 'orbis', un círculo, el orbe. A ellos de esta tierra lo único que les interesaba era su presente material: las cosechas, los pastos, los bosques y todo aquello que de la tierra se podía aprovechar. Redondo deriva de 'rotundus': rotundo-redondo. Una idea simple del mundo.
Hace casi exactamente dos milenios el filósofo-poeta Tito Lucrecio Caro, al que hoy tenemos el honor de utilizar en la cabecera, suponía que los metales se habían formado a causa de los fuegos provocados “bien cayendo rayos, bien los hombres peleando en bosques”, al quemar “las selvas hasta la raíz misma y recocido la tierra”. Hace dos milenios los romanos en particular y casi todo el mundo en general, incluidos bárbaros, ya creaban maravillas metalúrgicas, y sabían que cociendo determinadas rocas mezcladas con madera como combustible en los ya bastante potentes hornos existentes, era como surgían las diversas clases de metales. Así que, a gran escala, este mismo fue el proceso que supuso Lucrecio que la Naturaleza emplearía en la creación metalúrgica.
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No hace falta darle muchas vueltas al hecho de que muchos de los minerales poseen llamativos colores o formas que despertarían necesariamente la curiosidad y el interés por su posesión en nuestra más antigua parentela. Al fin y al cabo tampoco es una característica humana como para caerse de culo de asombro y admiración, porque ahí tenemos a la urraca, pero no sólo a ella, con su afición a coleccionar cristales, piedras y chucherías de diversos colores, sobre todo azules.
Esta curiosidad hizo que no sólo se escarbara en los yacimientos de sílex, sino también en los de minerales como las malaquitas, de color verde, las azuritas, azul, hematites, rojo, limonitas, amarillo, o cinabrios, rojo-bermellón. Se da la circunstancia de que muchos de esos minerales metálicos, especialmente los que contienen cobre ―malaquita, azurita―, son de vivos colores y su utilización como pigmentos ya era habitual entre nuestros abuelos cromañones.
Aunque el color por excelencia ―como atestiguará entusiásticamente cualquier niño de hoy, al igual que los pintores de las cavernas― siempre ha sido el rojo, quizá por ser así nuestro fluido vital y el de las presas que hemos cazado y consumido hasta hace bien poquito. Es por eso que colorado, que no es más que un derivado del latín 'color' que significa "que tiene color", haya sido sobreentendido durante milenios como "que por naturaleza o arte tiene color más o menos rojo", color este último, el rojo, que deriva del latín 'rufus' y era aplicado básicamente a esa tonalidad de pelo que tantos disgustos ha causado intemporalmente a sus poseedores, hasta el punto de haberse acuñado el despectivo adjetivo rufián para el "hombre sin honor, perverso, despreciable" como derivado de 'rufus' por suponer que en el nacimiento de tales personas ha metido la cuchara el diablo, el cual, como todo el mundo sabe, es rojo rojo colorado aunque no se llame Rufo, es decir, rojo, u otros patronímicos que son astillas de tal palo.
Esta curiosidad hizo que no sólo se escarbara en los yacimientos de sílex, sino también en los de minerales como las malaquitas, de color verde, las azuritas, azul, hematites, rojo, limonitas, amarillo, o cinabrios, rojo-bermellón. Se da la circunstancia de que muchos de esos minerales metálicos, especialmente los que contienen cobre ―malaquita, azurita―, son de vivos colores y su utilización como pigmentos ya era habitual entre nuestros abuelos cromañones.
Aunque el color por excelencia ―como atestiguará entusiásticamente cualquier niño de hoy, al igual que los pintores de las cavernas― siempre ha sido el rojo, quizá por ser así nuestro fluido vital y el de las presas que hemos cazado y consumido hasta hace bien poquito. Es por eso que colorado, que no es más que un derivado del latín 'color' que significa "que tiene color", haya sido sobreentendido durante milenios como "que por naturaleza o arte tiene color más o menos rojo", color este último, el rojo, que deriva del latín 'rufus' y era aplicado básicamente a esa tonalidad de pelo que tantos disgustos ha causado intemporalmente a sus poseedores, hasta el punto de haberse acuñado el despectivo adjetivo rufián para el "hombre sin honor, perverso, despreciable" como derivado de 'rufus' por suponer que en el nacimiento de tales personas ha metido la cuchara el diablo, el cual, como todo el mundo sabe, es rojo rojo colorado aunque no se llame Rufo, es decir, rojo, u otros patronímicos que son astillas de tal palo.
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De Duendes y Dragones
La existencia en la naturaleza de oro, plata y cobre en estado nativo y en forma metálica apunta hacia esos elementos como los primeros metales usados. Su color, brillo y tonalidad harían que los relacionáramos con el sol ―como ocurría con el fuego― y la luna, es decir, con los dioses, sin que se desarrollaran teorías coherentes que explicaran los fenómenos observados ni falta que les hizo: Aurora, por ejemplo, era una diosa romana directamente relacionada con 'aurum', con el oro. Los datos que se poseen de las primeras técnicas químicas corresponden a la obtención de metales y vidriados en Egipto, Mesopotamia y China.
Junto con la herencia griega, meramente especulativa (es decir, limitada lo que a los sabios se les ocurría, sentaditos delante del espejo, y sin acercarse al taller a verificar sus ocurrencias), se desarrolló en Alejandría una escuela mecanicista que trabajaba en estrecha colaboración con los metalúrgicos prácticos. En esa ciudad se puede situar el inicio de la alquimia, una especie de ciencia mágica que estuvo en marcha franca hasta que la prohibición eclesiástica y civil cayó sobre los experimentos alquímicos durante los s.XIV y XV, y se recluyó en la clandestinidad de los sótanos de casi todos los potentados, que se negaron a prescindir de aquella I+D+i secreta.
En el s.IV, Nemesio, obispo de Emesa, uno de los representantes más destacados del sincretismo alejandrino, es decir, influido por el mundillo en ebullición que burbujeaba en Alejandría –hoy de primera actualidad por la cinta de Amenabar–, todavía intentaba desesperadamente salvar los muebles paganos del incendio cristiano, y procuraba combinar como dios le daba a entender las ideas cristianas con las platónicas y con las ensoñaciones mágicas extraídas de los antiguos y herméticos misterios:
«A fin de evitar la destrucción de los elementos, el Creador sabiamente ha ordenado que dichos elementos tengan la capacidad de transmutarse unos en otros o en sus partes componentes, y que las partes componentes se descompongan a su vez en sus elementos originales. Así, la perpetuidad de las cosas queda asegurada por la sucesión continua de estas generaciones recíprocas» (Naturaleza del hombre)
Así pues, la alquimia estaba servida en su propia salsa. De hecho, la química, en su larga fase como alquimia, ha seguido conectando hasta casi la Edad Contemporánea el color con la materia coloreada, intentando obtener oro y plata ―a la que llamaban "metal Luna" o "Diana"― a base de aditamentos de plomo, de mercurio, cobre e incluso azufre.
«El oro, verdadero hijo del sol por cuanto es el que más se parece al sol de entre todas las cosas» ―decía Leonardo da Vinci en sus apuntes― «Si lo que mueve a los alquimistas al erróneo intento de producir oro es una grosera avaricia, ¿por qué no van a las minas donde la naturaleza produce ese oro y se convierten en sus discípulos? Allí en la mina no hay mercurio, ninguna clase de azufre, no hay fuego ni ninguna otra clase de calor que el de la naturaleza. Ella le mostrará los filones de oro que se expanden a través del azul lapislázuli, a cuyo color no le afecta el poder del fuego»
Y casi rozando el s.XX, en 1891, Albert Poison, en un curioso trabajo titulado Teoría y símbolos de los alquimistas concluye su estudio sobre los “cuatro elementos” descolgándose con la siguiente tabla:
«A fin de evitar la destrucción de los elementos, el Creador sabiamente ha ordenado que dichos elementos tengan la capacidad de transmutarse unos en otros o en sus partes componentes, y que las partes componentes se descompongan a su vez en sus elementos originales. Así, la perpetuidad de las cosas queda asegurada por la sucesión continua de estas generaciones recíprocas» (Naturaleza del hombre)
Así pues, la alquimia estaba servida en su propia salsa. De hecho, la química, en su larga fase como alquimia, ha seguido conectando hasta casi la Edad Contemporánea el color con la materia coloreada, intentando obtener oro y plata ―a la que llamaban "metal Luna" o "Diana"― a base de aditamentos de plomo, de mercurio, cobre e incluso azufre.
«El oro, verdadero hijo del sol por cuanto es el que más se parece al sol de entre todas las cosas» ―decía Leonardo da Vinci en sus apuntes― «Si lo que mueve a los alquimistas al erróneo intento de producir oro es una grosera avaricia, ¿por qué no van a las minas donde la naturaleza produce ese oro y se convierten en sus discípulos? Allí en la mina no hay mercurio, ninguna clase de azufre, no hay fuego ni ninguna otra clase de calor que el de la naturaleza. Ella le mostrará los filones de oro que se expanden a través del azul lapislázuli, a cuyo color no le afecta el poder del fuego»
Y casi rozando el s.XX, en 1891, Albert Poison, en un curioso trabajo titulado Teoría y símbolos de los alquimistas concluye su estudio sobre los “cuatro elementos” descolgándose con la siguiente tabla:
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AZUFRE…………………………..Tierra (visible, estado sólido)
Principio fijo…………………….Fuego (oculto, estado sutil)
SAL…………………………………..Quintaesencia, estado comparable
…………………………………………al éter de los físicos
MERCURIO………………………Agua (visible estado líquido)
Principio volátil………….……Aire (oculto, estado gaseoso)
«Pan es el hijo de Mercurio; su cabeza y su cuerpo componen el jeroglífico del mercurio de los filósofos, solar y lunar a la vez. La estrella de la derecha es el símbolo de la sal armónica [no será, amónica? Claro que en estos ambientes puede ocurrir cualquier cosa], el tercer componente del Arte (que a menudo es llamado Arte de la Música)»
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:::Que estas cosas se publicaran casi un siglo después de la muerte de su paisano Lavoisier, uno de los padres fundadores de la química, da mucho que pensar acerca de la tozudez de las ensoñaciones humanas.
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También hay que decir, en descargo de buscadores y alquimistas, que la madre naturaleza se muestra a veces especialmente juguetona y se divierte suministrando pistas desorientadoras; por ejemplo, en esta relación entre colores y metales se da la circunstancia de que uno de los sistemas más antiguos de obtención de plata se lleva a cabo a partir del mineral de plomo, la galena, la cual ostenta un intenso brillo gris metálico, y además tiene la manía de ir naturalmente acompañada de algunos kilos de contenido argentífero por tonelada de mineral.
Esta coloración hacía que el plomo fuera confundido también con el estaño, hasta que los romanos, gracias a las investigaciones del viejo Plinio comenzaron a distinguirlos, llamando entonces al estaño 'plumbus album', plomo blanco, siendo 'plumbus nigrum' el auténtico plomo, que se dice vulgarmente.
En el suroeste y sureste de Hispania se localizaron las minas más importantes de plomo del Imperio Romano. Su explotación rudimentaria provocó tales nubes de plomo y tan contaminantes que, a finales de la década de 1990, los análisis isotópicos de los depósitos de polvo en los sedimentos de los hielos polares han determinado que el plomo en ellos depositado procedía de estas minas.
También el plateado mercurio ―llamado así por su peso, su líquida movilidad y su brillo, comparable al de Hermes/Mercurio, dios mensajero de Zeus/Júpiter, y celoso guardián de sus misivas― se halla amalgamado con el amarillento azufre en el rojizo mineral de cinabrio, de 'kinnábari', rojo vivo; también se creía que este mineral, utilizado como colorante, era formado por la sangre derramada sobre el suelo, lo que equivale a dar la sangre la categoría de combustible venoso, lo cual no es una tontería demasiado gorda, al fin y al cabo la sangre trajina con el muy inflamable oxígeno.
Claro que, el hecho de que se “supiera” que la combustión de la madera y la tierra había producido los metales, no significaba que éstos fueran a andar tirados por ahí, al alcance de cualquier piernas. Existían unos diminutos seres subterráneos que, patrullando incesantemente su red de cuevas y galerías, vigilaban para engañar a quien quisiera desentrañar las riquezas subterráneas. Así que todo el núcleo argumental de productos tales como El Señor de los Anillos y similares ni es original ni ha sido ideado ayer por la tarde.
Todavía en la Edad Media ―y en plena era cristiana, no lo olvidemos― se llamaba gnomo a una especie de duende enano, no siempre son sinónimos, que guardaba los tesoros naturales, especialmente los mineros.
Tal palabra ―al parecer acuñada por Paracelso― significa "el que vive bajo la tierra", y está formada por 'ge', tierra, y 'nemonai', habitar. Otro patronímico relacionado sería Gaspar, de 'ge/ga', tierra, y 'para', procedente de, y vendría a significar algo así como "procedente de alguna parte", con el sentido de mensajero o enviado, que por eso se le adjudicó a uno de los tres reyes magos, tan famosos y tan fantásticos como sus traviesos y encogidos familiares.
Relacionado con estos duendes, tan cinematográficos, se halla otro elemento que ha acarreado a los mineros sus buenos berrinches a causa de su aspecto: se trata del cobalto. Conocido prehistóricamente, y utilizado por todo el mundo antiguo para colorear de azul vidrio y cerámica, su color blanco brillante hizo trabajar mucho y en vano a los buscadores de plata centroeuropeos, que lo llamaron 'Kobolt', nombre de un nomo o duende subterráneo al que atribuían el robo de la plata que se veía perfectamente brillando en el suelo entre las rocas... justo hasta el momento en que ellos hincaban el pico. Aquella preciosa "plata", azulada además, se oscurecía de inmediato al contacto del aire y dejaba a los pobres buscadores con un palmo de narices.
Emparentado con Kobolt, pero con otra especialidad, estaba el duende 'Nikolaus', o, 'Nickel', como era familiarmente maldecido por los mineros que iban en busca de cobre y se encontraban, de idéntica frustrante manera, con el cambiazo amañado por este astuto diablillo, un niquel que hasta tiempos recientes sólo ha servido para rebajar la ley de las monedas y timar al contribuyente.
Duende significó antiguamente, hacia el s.XII, "dueño de una casa", y es contracción de "duen-de casa". No adquirió hasta 1500 el significado de "espíritu travieso que se aparece fugazmente", y más comunmente, "el espíritu que se cree habita en una casa", que es similar a la significación de trasgo, del antiguo verbo 'trasgreer', derivado del latino 'transgredi', excederse, cruzar, “pasarse”, que se dice ahora, transgredir.
Los metales ya extraídos y trabajados, en cambio, son guardados por los dragones los cuales, como todo el mundo sabe, matan con el aliento y con el fuego que exhalan por ojos narices y fauces. Parece ser que tras la defunción de Roma se dio el caso de ladinos ahorradores que, jugándose el pellejo, ocultaron sus pertenencias “en metálico” en el interior de cuevas de las que procedían emanaciones sulfurosas capaces de provocar de todo y de todos los colores, y de acabar con cualquier bicho viviente despistado que se aproximase. Y los pobres dragones cargaron con el mochuelo.
Tal palabra ―al parecer acuñada por Paracelso― significa "el que vive bajo la tierra", y está formada por 'ge', tierra, y 'nemonai', habitar. Otro patronímico relacionado sería Gaspar, de 'ge/ga', tierra, y 'para', procedente de, y vendría a significar algo así como "procedente de alguna parte", con el sentido de mensajero o enviado, que por eso se le adjudicó a uno de los tres reyes magos, tan famosos y tan fantásticos como sus traviesos y encogidos familiares.
Relacionado con estos duendes, tan cinematográficos, se halla otro elemento que ha acarreado a los mineros sus buenos berrinches a causa de su aspecto: se trata del cobalto. Conocido prehistóricamente, y utilizado por todo el mundo antiguo para colorear de azul vidrio y cerámica, su color blanco brillante hizo trabajar mucho y en vano a los buscadores de plata centroeuropeos, que lo llamaron 'Kobolt', nombre de un nomo o duende subterráneo al que atribuían el robo de la plata que se veía perfectamente brillando en el suelo entre las rocas... justo hasta el momento en que ellos hincaban el pico. Aquella preciosa "plata", azulada además, se oscurecía de inmediato al contacto del aire y dejaba a los pobres buscadores con un palmo de narices.
Emparentado con Kobolt, pero con otra especialidad, estaba el duende 'Nikolaus', o, 'Nickel', como era familiarmente maldecido por los mineros que iban en busca de cobre y se encontraban, de idéntica frustrante manera, con el cambiazo amañado por este astuto diablillo, un niquel que hasta tiempos recientes sólo ha servido para rebajar la ley de las monedas y timar al contribuyente.
Duende significó antiguamente, hacia el s.XII, "dueño de una casa", y es contracción de "duen-de casa". No adquirió hasta 1500 el significado de "espíritu travieso que se aparece fugazmente", y más comunmente, "el espíritu que se cree habita en una casa", que es similar a la significación de trasgo, del antiguo verbo 'trasgreer', derivado del latino 'transgredi', excederse, cruzar, “pasarse”, que se dice ahora, transgredir.
Los metales ya extraídos y trabajados, en cambio, son guardados por los dragones los cuales, como todo el mundo sabe, matan con el aliento y con el fuego que exhalan por ojos narices y fauces. Parece ser que tras la defunción de Roma se dio el caso de ladinos ahorradores que, jugándose el pellejo, ocultaron sus pertenencias “en metálico” en el interior de cuevas de las que procedían emanaciones sulfurosas capaces de provocar de todo y de todos los colores, y de acabar con cualquier bicho viviente despistado que se aproximase. Y los pobres dragones cargaron con el mochuelo.
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«Al presente diré qué cosas sean aquellos sitios y funestos lagos que se llaman avernos; este nombre al principio les dieron con motivo del efecto que causan, porque matan en general las aves; cuando vienen volando por encima de estos sitios directamente, de volar se olvidan y, perdiendo sus alas y resortes, torciendo la cabeza caen sin fuerzas precipitadas en la tierra, o agua, quizá conforme a la naturaleza de aquel averno que les da muerte…» (Lucrecio: De la Naturaleza de las Cosas. Libro VI, Los Avernos)
«Al presente diré qué cosas sean aquellos sitios y funestos lagos que se llaman avernos; este nombre al principio les dieron con motivo del efecto que causan, porque matan en general las aves; cuando vienen volando por encima de estos sitios directamente, de volar se olvidan y, perdiendo sus alas y resortes, torciendo la cabeza caen sin fuerzas precipitadas en la tierra, o agua, quizá conforme a la naturaleza de aquel averno que les da muerte…» (Lucrecio: De la Naturaleza de las Cosas. Libro VI, Los Avernos)
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Situado en las cercanías de Roma, el lago Averno ocupa un cráter volcánico de 1 kilómetro de diámetro; se le atribuía una profundidad insondable y se sabía de buena tinta que en él estaba la puerta de acceso utilizada por Ulises y Eneas cuando sus visitas a los infiernos. Abonada por la etimología popular del nombre (el ‘avernum’ latino, del ‘aornos’ griego, sin pájaros), esta sabiduría popular se mantuvo incluso después de que Agripa abriera un túnel entre el Averno y el Lucrino, una zona que se llenó de inmediato de villas de recreo (la especulación urbanística no la han inventado el señor Banús ni el señor Gil), con lo que la vía Apia se ponía imposible los fines de semana.
Situado en las cercanías de Roma, el lago Averno ocupa un cráter volcánico de 1 kilómetro de diámetro; se le atribuía una profundidad insondable y se sabía de buena tinta que en él estaba la puerta de acceso utilizada por Ulises y Eneas cuando sus visitas a los infiernos. Abonada por la etimología popular del nombre (el ‘avernum’ latino, del ‘aornos’ griego, sin pájaros), esta sabiduría popular se mantuvo incluso después de que Agripa abriera un túnel entre el Averno y el Lucrino, una zona que se llenó de inmediato de villas de recreo (la especulación urbanística no la han inventado el señor Banús ni el señor Gil), con lo que la vía Apia se ponía imposible los fines de semana.
Una vez que, con el rutilante triunfo del cristianismo, la entrada directa a los infiernos fue clausurada, se jubiló al Cancerbero, cerrándole la boca con un buen retiro en plan constelación celeste, y la jurisdicción de aquéllos pasó a depender del diablo y su basca. Los dragones pasaron entonces a ocuparse de las faenas de superficie. Que es a lo que íbamos.
Pero sigamos avanzando, aunque sea a costa de retroceder un poco, para tomar impulso y saltar al siguiente apartado.
«Conoció Caín a su mujer, que concibió y parió a Enoc. Púsose aquél a edificar una ciudad, a la que dio el nombre de Enoc, su hijo»
«A Enoc le nació Irad, Irad engendró a Maviael; Maviael a Matusael y Matusael a Lamec. Lamec tomó dos mujeres, una de nombre Ada, otra de nombre Sela. Ada parió a Jabel, que es el padre de los que habitan tiendas y pastorean. El nombre de su hermano fue Tubal, el padre de cuantos tocan la cítara y la flauta. También Sela tuvo un hijo, Tubalcain, forjador de instrumentos cortantes de bronce y de hierro»
Así presenta la Biblia a Caín, como el primer constructor de ciudades. Y de la estirpe de Caín nos viene la civilización militante en manos de la metalurgia, y la música que exalta los sentidos y envía el alma de patitas al infierno. También son sus hijos los pastores perversos, todas aquellas tribus ganaderas que rivalizarán con el Pueblo de Dios.
De hecho, Caín no tuvo otro remedio que darse de alta en el ramo de la construcción, modalidad autónomos, puesto que de acuerdo a las textuales palabras que le dedicó Jehová (Génesis 4:11):
«... Maldito serás de la tierra, que abrió su boca para recibir de mano tuya la sangre de tu hermano. Cuando la labres, te negará sus frutos, y andarás por ella fugitivo y errante»
Hay que reconocer que, tal como estaba la vida de achuchada por aquellos génesis, Caín no salió mal librado en el lance, pues fue obligado a adoptar una profesión de brillante porvenir (hasta la Crisis y sus burbujas); una profesión, por otra parte, cuyas características ambientales de movilidad geográfica dejó aquí descritas Jehová escueta pero elocuentemente. Damos fe.
Batiendo el cobre Hacia el año 3000, los sumerios habían alcanzado ya el culmen de la metalurgia de la Edad del Bronce. Sabían que el cobre se podía obtener tostando ciertos minerales, que se podía fundir y moldear, así como que se podía alear con estaño para producir el bronce, más duro y fusible. El equipamiento de los egipcios era similar, si bien no emplearon el bronce o los vehículos de ruedas hasta ser invadidos por los hicsos hacia el año -1750. Y el producto de estas artes técnicas era controlado y distribuido por una organización gobernada por los escribas sacerdotales.
Diríase que los escribas sacerdotales de Mesopotamia y Egipto registraban básicamente aquellas disciplinas que habían desarrollado ellos mismos en el ejercicio de sus obligaciones: las matemáticas a fin de llevar la contabilidad y realizar mediciones de los campos, la astronomía para la confección de calendarios y pronósticos astrológicos, la medicina para curar las enfermedades y expulsar espíritus malignos. Hasta épocas posteriores rara vez registraban algún conocimiento relativo a artes químicas, metalurgia o teñido, por ejemplo. Éstas pertenecían a otra tradición, la de los artesanos, que transmitían al oído y en voz baja sus experiencias a los aprendices a su cargo.
La brecha existente entre las tradiciones funcionarial y artesanal, la incomunicación entre sacerdotes y capataces de taller, ya era clara en aquella época, en la que los primeros miraban ya ―y seguirían haciéndolo por milenios hasta la aparición del fontanero, rey de la creación artesana― clara y despectivamente por encima del hombro a los segundos.
Pero los primeros tratamientos metalúrgicos sólo comienzan hacia el quinto milenio, y estarían relacionados con la obtención de armamento a base de ensayos con nuevos y exóticos pedruscos: De hecho cobre, 'kypros', significaba originariamente "piedra de Kypros", es decir, "piedra de Chipre". Por otro lado, el fuego era un sistema frecuente de manipulación y tratamiento tanto de la madera, como de la piedra, como en la disgregación de la roca matriz en cantera.
Así que, bien por este camino ―las primeras trincheras abiertas en busca de piedras adecuadas fueron abiertas por neandertales y cromañones hace 80.000 años―, o bien por la inclusión de trozos de mineral en la formación de los hogares donde se mantenía constantemente encendido el fuego comunal, de una u otra manera el oro, la plata y el cobre acabarían derritiéndose y brillando con luz propia ante los encantados ojos de nuestros remotos progenitores.
Pero los primeros tratamientos metalúrgicos sólo comienzan hacia el quinto milenio, y estarían relacionados con la obtención de armamento a base de ensayos con nuevos y exóticos pedruscos: De hecho cobre, 'kypros', significaba originariamente "piedra de Kypros", es decir, "piedra de Chipre". Por otro lado, el fuego era un sistema frecuente de manipulación y tratamiento tanto de la madera, como de la piedra, como en la disgregación de la roca matriz en cantera.
Así que, bien por este camino ―las primeras trincheras abiertas en busca de piedras adecuadas fueron abiertas por neandertales y cromañones hace 80.000 años―, o bien por la inclusión de trozos de mineral en la formación de los hogares donde se mantenía constantemente encendido el fuego comunal, de una u otra manera el oro, la plata y el cobre acabarían derritiéndose y brillando con luz propia ante los encantados ojos de nuestros remotos progenitores.
La palabra plata tiene el mismo sentido y raíz que plato, ambos derivan del griego 'plátos', a través del latín 'platus' plano, ancho, y hace referencia a la placa redonda, forma en que los habitantes de la península veían el 'argentum', que es como llamaban los romanos al preciado metal, quizá una forma primitiva del dinero argentífero, como el oro lo era en barras o en lingotes.
(Crisol para la fundición de bronce hallado en La Lora palentina. (Revista de Arqueología, enero-1988)
Parece que el primer metal obtenido por tratamiento metalúrgico fue el cobre. Sus afiladas formas hicieron las delicias de todos los guerreros de hace cinco o seis mil años y supusieron una verdadera revolución en todos los aspectos de la vida, dando nombre, incluso a esa época, el Calcolítico o Edad del Cobre.
En todo caso, el bronce ―que recibe su nombre de la ciudad de Brindisi, 'æs Brundusi', metal de Brindisi, sede de las más famosas fundiciones―, fruto de la fusión de cobre y estaño, y de obtención más fácil aún que la del cobre metálico, por fluir a temperatura aún más baja, agudizaría y aceleraría toda la conmoción social levantada por la aparición del cobre mil años atrás.
La introducción del estaño en el proceso del cobre surgiría de forma casual, a partir de algunos minerales que contienen cobre y estaño de forma natural, como la estannina. Aunque también pudo deberse a la introducción, también inintencionada, de trozos de casiterita, el principal mineral de estaño, entre el combustible del horno a causa de su color y textura: 'stagnum' significa pantano, tierra pantanosa, por lo que estancamiento y estanque son también derivados suyos.
En todo caso, el bronce ―que recibe su nombre de la ciudad de Brindisi, 'æs Brundusi', metal de Brindisi, sede de las más famosas fundiciones―, fruto de la fusión de cobre y estaño, y de obtención más fácil aún que la del cobre metálico, por fluir a temperatura aún más baja, agudizaría y aceleraría toda la conmoción social levantada por la aparición del cobre mil años atrás.
La introducción del estaño en el proceso del cobre surgiría de forma casual, a partir de algunos minerales que contienen cobre y estaño de forma natural, como la estannina. Aunque también pudo deberse a la introducción, también inintencionada, de trozos de casiterita, el principal mineral de estaño, entre el combustible del horno a causa de su color y textura: 'stagnum' significa pantano, tierra pantanosa, por lo que estancamiento y estanque son también derivados suyos.
(Horno ibérico de Alcalá del Júcar, Albacete. Aunque se trata de un horno cerámico, los requerimientos en cuanto a temperatura son bastante similares a los del bronce. (Revista de Arqueología, diciembre-1987)
Hammurabi, rey de Babilonia (-1728, -1686), se digna a describir en una carta el trabajo de los metales, lo cual indica la extraordinaria atención dedicada a la metalurgia. Y no trata de grandes operaciones militares para conquistar yacimientos, sino que entra en los pequeños detalles como, por ejemplo, que en las horneadas «hay que cortar 7.200 trozos de madera con un volumen de 1/3 a 1 litro y una longitud de 1 a 2 metros. No deberá cogerse madera seca sino verde. Además, hay que preocuparse de que los ‘qurqurru’ (obreros, palabra que vete a saber cómo se pronunciaba, pues las vocales gráficas fueron una invención bastante tardía) no estén ociosos»
Por el mismo motivo, causa cierta ternura ver a todo un rey asirio, que se dice pronto, a Samshi-Adad I, ocuparse personalmente de recordar desde Mari (Mesopotamia) en una carta enviada expresamente al efecto, "aquel pedido" de «10.000 clavos gruesos de 48 g de peso cada uno». Una carta que constituye la primera mención escrita de la existencia de clavos de metal (bronce o cobre), aunque se sepa de su uso desde mucho tiempo atrás.
Y es que, por primera vez armas, herramientas y utensilios no tenían que ser tallados en los trozos de los cortes buenamente utilizables de rocas, árboles o esqueletos, con un gran porcentaje de desperdicio. Ahora las piezas podían ser moldeadas a voluntad en forma y tamaño.
Pero, sobre todo y ante todo, ocasionó un trastorno que transformó la vida humana en mayor medida aún que la aparición de la agricultura: el metal podía ser guardado, sin deterioro ni putrefacción, en lingotes de tamaño bastante reducido, fácilmente apilables, totalmente aprovechables y reutilizables, operaciones inviables con el ganado o con los cereales. Y constituía, sobre todo, un cómodo y práctico objeto de trueque para la obtención de éstos, o de lo que fuera.
Todo ello dio paso a una situación que se suele omitir caballerosamente a la hora de elogiar y nunca acabar el progreso técnico y cultural: el metal podía ser atesorado, monopolizado y guardado celosamente por unos pocos, naturalmente, por los más fuertes. Nacían así las primeras civilizaciones y los primeros imperios:
"Erario" tiene una larga historia, la misma que la de los metales, pues ‘aerarium’ deriva de 'as', “unidad monetaria fundamental de los romanos”, que a su vez deriva de ‘æs, æris’, metal, propiamente cobre o bronce, y específicamente dinero (puesto que ‘metallum’, nuestro metal, era el nombre reservado por los latinos para la mina en bruto). Es el mismo as de nuestras barajas, que a su vez desciende del as de los prehistóricos dados. Como “Era”, “época larga”, también deriva de 'as'. Y es que, lo de que el tiempo es oro no es precisamente un descubrimiento del capitalismo.
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Este nuevo terremoto fue origen de gran parte de las desaforadas exploraciones en busca del escaso estaño, desde los peligrosos Balcanes hasta las remotas costas gallegas e inglesas, a partir de las fenicias. Tal seísmo recibiría el nombre de Edad del Bronce, siendo el señuelo de un enorme progreso en las técnicas de la navegación y en la popularización del alfabeto, así como de un importante avance en el “progreso” de la esclavitud, tanto para todas aquellas tribus que habían tenido la suerte de habitar en los lejanos territorios mineros, como para la forzosa mano de obra que, para custodiar tanta riqueza concentrada, levantaría todas aquellas urbes imperiales cuyas famosas ruinas hoy contemplamos maravillados.
Este nuevo terremoto fue origen de gran parte de las desaforadas exploraciones en busca del escaso estaño, desde los peligrosos Balcanes hasta las remotas costas gallegas e inglesas, a partir de las fenicias. Tal seísmo recibiría el nombre de Edad del Bronce, siendo el señuelo de un enorme progreso en las técnicas de la navegación y en la popularización del alfabeto, así como de un importante avance en el “progreso” de la esclavitud, tanto para todas aquellas tribus que habían tenido la suerte de habitar en los lejanos territorios mineros, como para la forzosa mano de obra que, para custodiar tanta riqueza concentrada, levantaría todas aquellas urbes imperiales cuyas famosas ruinas hoy contemplamos maravillados.
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No obstante, el apelativo "Edad del Bronce" no deja de ser más bien simbólico, algo así como cuando se habla de los “países ricos” refiriéndose a nosotros. En el muy civilizado y boyante Egipto, como ejemplo extrapolable, el uso del bronce fue introducido por mercenarios del Norte, y los faraones y los jefes militares egipcios protegieron su aristocrático torso en la guerra mediante cotas hechas con escamas de bronce o cobre. Sin embargo, los guerreros siempre lucharon casi desnudos. El cobre y el bronce eran tan caros y escasos que se dedicaban en exclusiva a la fabricación de armas y ornamentos. Y las herramientas de uso normal continuaron siendo de madera combinada con piedra hasta muchos siglos después del conocimiento del hierro.
La modernísima palabra siderurgia, sin ir más lejos, está formada por los términos griegos 'sideros' y 'ergon'; 'ergon' es significante de obra y origen de la ergonomía, ciencia, o así, que se preocupa de la relación entre la fisiología del trabajador y las herramientas que maneja, y que proporciona muy buenos ratos en las reuniones de los sindicatos con la patronal. En cuanto a 'sideros', se refirió durante muchos siglos al único hierro conocido, el meteorítico, que servía para producir joyas y armas a base de talla, más caras y preciadas que el oro mientras no se descubrieron las vetas del mineral terrestre.
Éste es tan distinto en apariencia a aquél, que no sabemos cuanto se hubiese retrasado la aparición de la metalurgia ferroso-férrica de no haber mediado la natural curiosidad que despertaban esas chocantes rocas tan similares a las existentes en la región de Magnesia, y cuyo toponímico dio origen a la palabra magnetismo y sus derivados. Por eso los latinos llamaban 'sidus, sideris' a las estrellas, patria de los meteoritos, y ese es el motivo del estrecho parentesco lingüístico entre el espacio sideral y la industria siderúrgica.
La palabra imán llegó al español en los tiempos del descubrimiento de América copiado del francés 'aimant', que significa diamante por deriva del latín 'adamantis' y por comparación con la dureza de las piedras magnéticas. Prueba de nuestra honda raíz agropecuaria, diamante significa propiamente indomable, pues 'adamantis' se copió a su vez del griego 'adámantos' que era un derivado negativo de 'damáo', domar, domesticar… adaptado, a su vez del sánscrito 'damayati'. En contra de las apariencias, el título musulmán de Imán de los Creyentes, el que dirige la oración entre los mahometanos, tiene una raíz totalmente ajena, pues deriva del árabe 'imâm', jefe.
Porque hierro deriva más propiamente de las herramientas que se fabrican a base del terrícola material. Hierros, en realidad se llamaban a las armas fabricadas con un determinado mineral y una determinada técnica muy secreta: no olvidemos la gran autoridad de los druidas, los herreros célticos, intérpretes del derecho divino y custodios de la sabiduría popular, además de augures y adivinos. Ni a los cíclopes pre-helenos, descendientes de Brontes (trueno), Estéropes (relámpago) y Arges (rayo), y famosos forjadores de metal cuya cultura se había extendido desde los Balcanes hasta la Sicilia prehelénica, y llamados así porque ostentaban un ojo tatuado en el centro de la frente como una marca de clan; y también en el sentido de que los herreros se cubren con frecuencia un ojo con un parche para evitar las voladoras chispas. (Robert Graves: Los mitos griegos)
Así pues, el "utensilio" dio el nombre a la materia originaria, y no a la inversa: hierros, para las armas, herramientas y herraduras, para los instrumentos complementarios. Aferrar o aferrarse, primeramente fue término náutico, procedente del castellano 'fierro', con el muy "marinero" significado de agarrar, sujetar con hierros o anclas en el abordaje.
También el acero, cuando la industria férrica se perfeccionó lo bastante para su obtención, recibió su designación de la propiedad fundamental para el uso al que se destinaba: 'acies', filo. El que griegos y romanos hubieran relacionado a los meteoritos con los dioses y no con los puntos de luz que veían brillar a lo lejos, hace que éstos recibieran otros nombres, de independiente significación: 'aster', según los griegos, y 'stella', por los romanos ―nuestros astro y estrella―, mientras que echaban mano del adjetivo sideral para relacionar el influjo de los astros-dioses con la vida humana. Claro que no todos los astros, por el mero hecho de serlo, tenían derecho a pertenecer al Olimpo de los Inmortales, la gran mayoría de ellos son denominados planetas, del griego 'planétes', vagabundo, errante.
El acero se diferencia del hierro convencional por contener aquél menos de un 1,5% de carbono, aspecto que le hace forjable, aunque es preciso que tenga como mínimo un 3% para poder darle temple. En los hornos estudiados de la Palestina del primer milenio se enterraban las barras de hierro en lechos de carbonilla durante una semana sometiendo al conjunto a temperaturas de unos 1000ºC. Se comprende que no abundaran precisamente las herramientas de acero. Su fabricación estaba pensada para el armamento, y el precio de éste tampoco estaba al alcance de cualquiera. Sargón II de Asiria (muerto en el -705) poseía lo que entonces era un famoso tesoro, el depósito de unas 175 toneladas de hierro en barras y cadenas. La soldadura no sería inventada hasta el -692 por el escultor griego Glauco, de Quíos.
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Como muestra de un poder del metal que hoy nos resulta inimaginable, se sabe que sobre el primer templo cristiano de "las Américas", en La Isabela, Colón hizo colocar, traída desde Castilla, una descomunal campana que hacía tocar con toda la frecuencia que le era posible. Esta campana y sus tañidos, que se extendían muchas leguas a la redonda hacia el interior de la jungla, provocaron la fascinada inmovilización, tan inesperada como sorprendente, de los indios rebeldes.
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Como muestra de un poder del metal que hoy nos resulta inimaginable, se sabe que sobre el primer templo cristiano de "las Américas", en La Isabela, Colón hizo colocar, traída desde Castilla, una descomunal campana que hacía tocar con toda la frecuencia que le era posible. Esta campana y sus tañidos, que se extendían muchas leguas a la redonda hacia el interior de la jungla, provocaron la fascinada inmovilización, tan inesperada como sorprendente, de los indios rebeldes.
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No obstante, el apelativo "Edad del Bronce" no deja de ser más bien simbólico, algo así como cuando se habla de los “países ricos” refiriéndose a nosotros. En el muy civilizado y boyante Egipto, como ejemplo extrapolable, el uso del bronce fue introducido por mercenarios del Norte, y los faraones y los jefes militares egipcios protegieron su aristocrático torso en la guerra mediante cotas hechas con escamas de bronce o cobre. Sin embargo, los guerreros siempre lucharon casi desnudos. El cobre y el bronce eran tan caros y escasos que se dedicaban en exclusiva a la fabricación de armas y ornamentos. Y las herramientas de uso normal continuaron siendo de madera combinada con piedra hasta muchos siglos después del conocimiento del hierro.
Tampoco se acuñó dinero hasta el s. −V, en la Dinastía XXVI, con la llegada de moneda griega, y ello fue debido a la exigencia por parte de las tropas mercenarias de esa procedencia, contratadas por los faraones, en recibir su paga en efectivo contante y sonante. De hecho en Egipto prácticamente nunca se acuñó más dinero que el necesario para efectuar esas liquidaciones.
Pero veamos la cara positiva del Bronce, que es la otra cara de la moneda del trabajo: la libertad, la siempre relativa, condicionada y acorralada libertad. Y en este aspecto, los forjadores prehistóricos del bronce son los primeros especialistas de que se tiene noticia en la historia de la humanidad. Al igual que más tarde los herreros, aunque con mucha menor categoría social que éstos, son especialistas de plena y exclusiva dedicación; son los primeros autónomos a tiempo completo; no cultivan ni recogen alimentos, sino que los obtienen a cambio de los productos de su propio trabajo.
Aunque anteriormente habían existido, y seguirían existiendo después, mineros del pedernal, probablemente combinaban la minería con la agricultura y el pastoreo; son especialistas pero no tienen una dedicación ni plena ni exclusiva.
Pero el empleo regular del cobre o del bronce sólo fue posible en la medida en que se organizó un comercio regular. Existen bastantes pruebas de la existencia de comercio, es decir, de intercambios o trueques entre un grupo y otro, en la Edad de la Piedra. Pero eran siempre artículos de lujo: si no únicamente conchas o "adornos" parecidos, al menos eran cosas sin las que los hombres podían pasar fácilmente. Una comunidad de la Edad de la Piedra solía ser autosuficiente: En cuanto una sociedad necesita del cobre o del bronce para las armas y las herramientas, ya ha sacrificado su autosuficiencia y se encuentra obligada a depender del comercio para sus necesidades. (Gordon Childe, La evolución social)
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La Edad de los Hierros
Hacia el año -800, en Europa central y septentrional el hierro empieza a sustituir al bronce. Estas regiones estaban habitadas por celtas y germanos, pueblos que se organizaban en tribus y familias, para estructurarse luego en estirpes. Durante el paleolítico superior los miembros de las diferentes familias poseían aún idénticos derechos, pero ahora empieza a generarse una clase aristocrática, cuyo liderazgo ejerce el caudillo. Son los frutos de los metales.
La Edad de los Hierros
Hacia el año -800, en Europa central y septentrional el hierro empieza a sustituir al bronce. Estas regiones estaban habitadas por celtas y germanos, pueblos que se organizaban en tribus y familias, para estructurarse luego en estirpes. Durante el paleolítico superior los miembros de las diferentes familias poseían aún idénticos derechos, pero ahora empieza a generarse una clase aristocrática, cuyo liderazgo ejerce el caudillo. Son los frutos de los metales.
Los celtas se asientan durante la primera edad de hierro en Alemania central y meridional, Baviera, Württemberg, Baden, Turingia y el Alto Palatinado. La cultura que desarrollan recibe posteriormente el nombre de La Tène. A ésta le había precedido la época de Hallstatt, en la alta Austria. El surgimiento de esta cultura giró en torno a la fabricación del hierro.
Otros mil años después, hacia el año −1000, entraríamos en una plena "Edad del Hierro" de la que básicamente aún no hemos salido. Conocido en estado meteorítico desde la más remota antigüedad, era considerado como un regalo de los dioses ―los egipcios lo llamaban "cobre del cielo"―, y si bien es cierto que los primeros objetos de hierro fundido, hallados en Anatolia, en la actual Turquía, están datados entre los años 2500-2300, su técnica fue un celoso secreto militar ―una de las características básicas de la tecnología y el progreso― durante otro largo milenio.
El hierro se emplea por primera vez en el Indostán, Mesopotamia y mesetas del Asia Menor en el s.–XXIII, en progresiva sustitución del cobre en la fabricación de aquellos utensilios en los que importa más la dureza que la forma, como en cuchillos y armas. Hasta el s.–XVI los hititas no descubren en Anatolia la fundición del hierro, y el poderío de este pueblo, una comunidad marginal en todas las demás actividades, estuvo fundado en él, utilizándolo en sus conquistas y vendiéndolo a peso de oro en mercados, mercadillos y grandes superficies.
Otros mil años después, hacia el año −1000, entraríamos en una plena "Edad del Hierro" de la que básicamente aún no hemos salido. Conocido en estado meteorítico desde la más remota antigüedad, era considerado como un regalo de los dioses ―los egipcios lo llamaban "cobre del cielo"―, y si bien es cierto que los primeros objetos de hierro fundido, hallados en Anatolia, en la actual Turquía, están datados entre los años 2500-2300, su técnica fue un celoso secreto militar ―una de las características básicas de la tecnología y el progreso― durante otro largo milenio.
El hierro se emplea por primera vez en el Indostán, Mesopotamia y mesetas del Asia Menor en el s.–XXIII, en progresiva sustitución del cobre en la fabricación de aquellos utensilios en los que importa más la dureza que la forma, como en cuchillos y armas. Hasta el s.–XVI los hititas no descubren en Anatolia la fundición del hierro, y el poderío de este pueblo, una comunidad marginal en todas las demás actividades, estuvo fundado en él, utilizándolo en sus conquistas y vendiéndolo a peso de oro en mercados, mercadillos y grandes superficies.
Pero decir "a peso de oro" es decir poco. Para hacernos una idea: los hititas poseían una unidad de peso para los minerales, llamada ‘mina’ ―y origen de la denominación de las minas o yacimientos minerales―, equivalente a 505 gramos; y en sus transacciones el valor atribuido a los metales era el siguiente: 1 mina de hierro = 5 minas de oro = 40 minas de plata = 2.400 minas de cobre.
La elevada temperatura que debe alcanzar el mineral de hematites antes de liberar el ansiado metal, así como el complejo proceso subsiguiente hasta llegar a la espada final, hizo que hasta el s.−XIII su técnica no empezara a difundirse. Su uso y producción siempre ha estado muy controlado por todos los poderes del mundo.
Los hebreos, por ejemplo, padecieron de muy mala gana tal control, que en su zona era ejercida por los hábiles y adelantados filisteos. Éstos dominaban Canaan a base de prohibir la tenencia de cualquier objeto de hierro en la zona. No es de extrañar, pues, que la Biblia atribuyese la invención de la metalurgia a la descendencia maldita de Adán. Ya hemos visto como Tubalcain, "forjador de instrumentos cortantes de bronce y de hierro" era uno de los séptimos tataranietos de Caín.
El del hierro y su forja era un mundo aparte, incluso entre los mismos metalúrgicos. Los meteoritos representaban una de las evidencias (aparte de los sueños o la locura) de que los seres celestes o dioses existían, y moraban allá arriba: eran otra demostración del mensaje o semilla divinos. La ciudad de Galación poseía un famoso aerolito o piedra negra del templo del Sol, sobre el que Heliogábalo había sidoproclamado emperador de Roma. Y la piedra negra de La Meca ―y estamos hablando ya del siglo VII, casi en la Edad Media― es un aerolito ovalado que está empotrado en el muro del santuario de la Kaaba, procede del Paraíso y fue un regalo del arcángel Gabriel a Adán; un recuerdo de algún viaje de visita a los recién desterrados.
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La elevada temperatura que debe alcanzar el mineral de hematites antes de liberar el ansiado metal, así como el complejo proceso subsiguiente hasta llegar a la espada final, hizo que hasta el s.−XIII su técnica no empezara a difundirse. Su uso y producción siempre ha estado muy controlado por todos los poderes del mundo.
Los hebreos, por ejemplo, padecieron de muy mala gana tal control, que en su zona era ejercida por los hábiles y adelantados filisteos. Éstos dominaban Canaan a base de prohibir la tenencia de cualquier objeto de hierro en la zona. No es de extrañar, pues, que la Biblia atribuyese la invención de la metalurgia a la descendencia maldita de Adán. Ya hemos visto como Tubalcain, "forjador de instrumentos cortantes de bronce y de hierro" era uno de los séptimos tataranietos de Caín.
El del hierro y su forja era un mundo aparte, incluso entre los mismos metalúrgicos. Los meteoritos representaban una de las evidencias (aparte de los sueños o la locura) de que los seres celestes o dioses existían, y moraban allá arriba: eran otra demostración del mensaje o semilla divinos. La ciudad de Galación poseía un famoso aerolito o piedra negra del templo del Sol, sobre el que Heliogábalo había sidoproclamado emperador de Roma. Y la piedra negra de La Meca ―y estamos hablando ya del siglo VII, casi en la Edad Media― es un aerolito ovalado que está empotrado en el muro del santuario de la Kaaba, procede del Paraíso y fue un regalo del arcángel Gabriel a Adán; un recuerdo de algún viaje de visita a los recién desterrados.
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La modernísima palabra siderurgia, sin ir más lejos, está formada por los términos griegos 'sideros' y 'ergon'; 'ergon' es significante de obra y origen de la ergonomía, ciencia, o así, que se preocupa de la relación entre la fisiología del trabajador y las herramientas que maneja, y que proporciona muy buenos ratos en las reuniones de los sindicatos con la patronal. En cuanto a 'sideros', se refirió durante muchos siglos al único hierro conocido, el meteorítico, que servía para producir joyas y armas a base de talla, más caras y preciadas que el oro mientras no se descubrieron las vetas del mineral terrestre.
Éste es tan distinto en apariencia a aquél, que no sabemos cuanto se hubiese retrasado la aparición de la metalurgia ferroso-férrica de no haber mediado la natural curiosidad que despertaban esas chocantes rocas tan similares a las existentes en la región de Magnesia, y cuyo toponímico dio origen a la palabra magnetismo y sus derivados. Por eso los latinos llamaban 'sidus, sideris' a las estrellas, patria de los meteoritos, y ese es el motivo del estrecho parentesco lingüístico entre el espacio sideral y la industria siderúrgica.
La palabra imán llegó al español en los tiempos del descubrimiento de América copiado del francés 'aimant', que significa diamante por deriva del latín 'adamantis' y por comparación con la dureza de las piedras magnéticas. Prueba de nuestra honda raíz agropecuaria, diamante significa propiamente indomable, pues 'adamantis' se copió a su vez del griego 'adámantos' que era un derivado negativo de 'damáo', domar, domesticar… adaptado, a su vez del sánscrito 'damayati'. En contra de las apariencias, el título musulmán de Imán de los Creyentes, el que dirige la oración entre los mahometanos, tiene una raíz totalmente ajena, pues deriva del árabe 'imâm', jefe.
Porque hierro deriva más propiamente de las herramientas que se fabrican a base del terrícola material. Hierros, en realidad se llamaban a las armas fabricadas con un determinado mineral y una determinada técnica muy secreta: no olvidemos la gran autoridad de los druidas, los herreros célticos, intérpretes del derecho divino y custodios de la sabiduría popular, además de augures y adivinos. Ni a los cíclopes pre-helenos, descendientes de Brontes (trueno), Estéropes (relámpago) y Arges (rayo), y famosos forjadores de metal cuya cultura se había extendido desde los Balcanes hasta la Sicilia prehelénica, y llamados así porque ostentaban un ojo tatuado en el centro de la frente como una marca de clan; y también en el sentido de que los herreros se cubren con frecuencia un ojo con un parche para evitar las voladoras chispas. (Robert Graves: Los mitos griegos)
Así pues, el "utensilio" dio el nombre a la materia originaria, y no a la inversa: hierros, para las armas, herramientas y herraduras, para los instrumentos complementarios. Aferrar o aferrarse, primeramente fue término náutico, procedente del castellano 'fierro', con el muy "marinero" significado de agarrar, sujetar con hierros o anclas en el abordaje.
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También el acero, cuando la industria férrica se perfeccionó lo bastante para su obtención, recibió su designación de la propiedad fundamental para el uso al que se destinaba: 'acies', filo. El que griegos y romanos hubieran relacionado a los meteoritos con los dioses y no con los puntos de luz que veían brillar a lo lejos, hace que éstos recibieran otros nombres, de independiente significación: 'aster', según los griegos, y 'stella', por los romanos ―nuestros astro y estrella―, mientras que echaban mano del adjetivo sideral para relacionar el influjo de los astros-dioses con la vida humana. Claro que no todos los astros, por el mero hecho de serlo, tenían derecho a pertenecer al Olimpo de los Inmortales, la gran mayoría de ellos son denominados planetas, del griego 'planétes', vagabundo, errante.
El acero se diferencia del hierro convencional por contener aquél menos de un 1,5% de carbono, aspecto que le hace forjable, aunque es preciso que tenga como mínimo un 3% para poder darle temple. En los hornos estudiados de la Palestina del primer milenio se enterraban las barras de hierro en lechos de carbonilla durante una semana sometiendo al conjunto a temperaturas de unos 1000ºC. Se comprende que no abundaran precisamente las herramientas de acero. Su fabricación estaba pensada para el armamento, y el precio de éste tampoco estaba al alcance de cualquiera. Sargón II de Asiria (muerto en el -705) poseía lo que entonces era un famoso tesoro, el depósito de unas 175 toneladas de hierro en barras y cadenas. La soldadura no sería inventada hasta el -692 por el escultor griego Glauco, de Quíos.
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Estos son mis poderes
«Nunca derraméis sangre en el templo. El líquido que se debe llevar a los dioses es el agua de mar, porque en el mar comenzó la existencia de todo lo vivo y lo inerte. También portad oro, por algo es el metal más hermoso y el patrón de medida del valor de todas las cosas» (Pitágoras: Discurso sagrado)Estos son mis poderes
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A pesar de su enorme antigüedad, la palabra tesoro, del griego ‘thesauros’, para desencanto de los cazadores de etimologías entre los cuales me cuento, no deriva de Teseo ni de Minotauro –aunque parezca un lúbrico cruce de ambos– ni de ningún otro personaje similar estupendo, sino que el imponente thesaurós resulta ser un griego sosito que significa, caudal, montón, pila, acumulación, colección, y cosas así de prosaicas, y cuya humilde raíz significaba algo así como poner, colocar.
Y es que desde el descubrimiento de los metales preciosos (todos lo son en un momento u otro: precioso, aparte de un piropo maternal, significa de mucho precio) hasta la acuñación de monedas, el atesoramiento pasó por una fase de "lingoteo". En Asia Menor y Egipto el metal circulaba bajo la forma de lingotes, de placas y de anillos, a todos los cuales se acabó poniendo una estampilla que garantizaba su pureza. Pero nunca se llegó a la acuñación de monedas, invención reservada a las civilizaciones más occidentales.
No obstante, la gente rica prefería dejar sus lingotes a buen recaudo en los templos. Los sacerdotes, como ocurre hoy con los bancos, no dejaban quieta la preciosa chatarra, y sus préstamos a los navieros y al Estado (estamos refiriéndonos a Grecia), que en Atenas sobre todo venían a ser la misma cosa, forjaron la magnificencia que sigue deslumbrándonos.
A pesar de su enorme antigüedad, la palabra tesoro, del griego ‘thesauros’, para desencanto de los cazadores de etimologías entre los cuales me cuento, no deriva de Teseo ni de Minotauro –aunque parezca un lúbrico cruce de ambos– ni de ningún otro personaje similar estupendo, sino que el imponente thesaurós resulta ser un griego sosito que significa, caudal, montón, pila, acumulación, colección, y cosas así de prosaicas, y cuya humilde raíz significaba algo así como poner, colocar.
Y es que desde el descubrimiento de los metales preciosos (todos lo son en un momento u otro: precioso, aparte de un piropo maternal, significa de mucho precio) hasta la acuñación de monedas, el atesoramiento pasó por una fase de "lingoteo". En Asia Menor y Egipto el metal circulaba bajo la forma de lingotes, de placas y de anillos, a todos los cuales se acabó poniendo una estampilla que garantizaba su pureza. Pero nunca se llegó a la acuñación de monedas, invención reservada a las civilizaciones más occidentales.
No obstante, la gente rica prefería dejar sus lingotes a buen recaudo en los templos. Los sacerdotes, como ocurre hoy con los bancos, no dejaban quieta la preciosa chatarra, y sus préstamos a los navieros y al Estado (estamos refiriéndonos a Grecia), que en Atenas sobre todo venían a ser la misma cosa, forjaron la magnificencia que sigue deslumbrándonos.
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El así llamado Tesoro de Delos (caja de ahorros y monte de piedad, en el pleno sentido del lema, de la muy marchosa Confederación ateniense) y la Bolsa de Wall Street conservan el aspecto familiar de quienes comparten casi todo su ADN. El que los griegos fundieran sus estatuas en oro, plata y marfil –las famosas crisoelefantinas– explica el desmedido amor por sus dioses, más que a la inversa: esas estatuas constituían el equivalente de las reservas de oro de los actuales bancos nacionales, y el templo su caja fuerte.
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El así llamado Tesoro de Delos (caja de ahorros y monte de piedad, en el pleno sentido del lema, de la muy marchosa Confederación ateniense) y la Bolsa de Wall Street conservan el aspecto familiar de quienes comparten casi todo su ADN. El que los griegos fundieran sus estatuas en oro, plata y marfil –las famosas crisoelefantinas– explica el desmedido amor por sus dioses, más que a la inversa: esas estatuas constituían el equivalente de las reservas de oro de los actuales bancos nacionales, y el templo su caja fuerte.
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«Todas las cosas se cambian en fuego y el fuego en todas las cosas, así como las mercancías por oro y el oro por mercancías»
(Fragmento de Heráclito, como botón de muestra de la influencia de la pedestre vida cotidiana en la aparentemente abstracta y divina inspiración filosófica)
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Hay que comprender que un robo a semejantes bancos no era un delito civil, era un sacrilegio que las Furias al servicio de los dioses no estaban dispuestas a dejar impune ni tras la muerte. Por otro lado no olvidemos que, desde el big-bang hasta el reinado de Napoleón, todas las funciones de los Gobiernos en relación con sus súbditos, siempre y cuando no estuvieran relacionadas con la guerra (educación, sanidad, orden… ), estaban a cargo de las iglesias y sus sacerdotes.
Moneda, o mejor dicho, en latín, 'Monēta', era uno de los sobrenombres que los romanos daban a la diosa Juno, Juno Moneta, anteriormente conocida como Hera, o Hestia, dueña y señora del sexto mes del calendario y esposa de Júpiter.
Bien, pues a pesar de lo dicho acerca de la actividad financiera de los templos y los dioses, resulta que esta buena matrona nunca tuvo en absoluto nada que ver con la pasta gansa del Capitolio, ni en su templo capitolino se acuñó ni guardó jamás de los jamases moneda alguna.
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La pobre diosa tuvo la mala suerte de que junto a su casa se instalase una fábrica de moneda, la primera de Roma, la que acuñó su más antiguo numerario. Pero como no se podía esperar hasta el año mil quinientos y pico, a que los hispano-árabes universalizaran la palabra ceca, o 'dâr as-sékka', como ellos se empeñaban en nombrar a la "casa de la moneda", el edificio acuñador romano hubo que conocerse como la casa donde la Moneta, un sistema bastante habitual en la toponomía. Y encima, los golpetazos de las prensas de acuñación tuvieron que representar una molestia de tres pares de sextercios, por decirlo finamente, para su divina divinidad que siempre se caracterizó por una mala uva bastante agria.
Moneta es como se conocía a la diosa en su advocación de "hacer pensar" ( 'moneo' es un verbo que tiene entre sus muchos derivados, vocablos tales como monitor, mostrar o amonestar). "Juno Monitora" era una deidad orientadora cuyo equivalente cristiano sería Nuestra Señora del Buen Consejo, quien no parece que ejerza sus competencias mucho más allá del barrio de Madrid donde reside, aunque allí tenga toda la calle en propiedad. ¿Habrá alguna relación entre las amonestaciones que la Iglesia exige realizar a la previa celebración de los esponsales, y el edificio colindante con la morada de la diosa Juno? No puede ser. Imposible.
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No obstante, los romanos nunca contabilizaron sus caudales con este término, moneta o monetario, y preferieron utilizar 'pecunia', derivada de 'pecus' (cabeza de ganado), demostrando etimológicamente que las reses sirvieron de circulante en el período anterior a la moneda metálica, y de donde deriva, evidentemente, nuestro pecuniario pecunio. En castellano no se empezó a usar hasta que las Cruzadas, allá por el 1200, hicieron fluir el vil metal por las arterias occidentales, que para eso se montaron.
'Pecunia' que no hay que confundir con 'peculium', nuestro peculio, término que, si bien es otro derivado de 'pecus', los romanos se tomaban el cuidado de distinguir muy claramente el uno del otro, cosa que nosotros no hacemos: peculium era la cantidad de dinero que se pagaba como salario, o regularmente, a una persona que no podía poseerlo legalmente; los pagos a un esclavo, por ejemplo, o el patrimonio de un niño que percibiese intereses o dividendos, suponía su disfrute pero no su propiedad.
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Giges, rey de Lidia (en la Grecia "turca"), o Ardis, su sucesor, pasan por ser los creadores de la moneda metálica acuñada, a principios del s.-VI, al ocurrírseles estampar figuras de cabezas de animales afrontadas en uno de los lados del circulante almendroide en uso, que aquí era de electro, una aleación variable de plata y oro, y origen del eléctrico término electrón. En -550 el rey Creso los emitió de oro puro, las creseidas; no le quedaba otro remedio, pues a este pobre monarca, inversamente a lo que vimos que ocurría con las faenas de los duendes, se le volvía oro todo cuanto caía en sus manos.
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Casi inmediatamente a continuación del invento lidio, se emprende la acuñación en la Grecia europea, siempre en moneda de plata y conservando al principio la forma almendroide. La unidad metálica primitiva de Grecia, anterior a la instauración de la moneda acuñada, era el 'obolós', el óbolo, término que, a causa de la íntima relación mencionada del oro con la religión, quedaría por siempre como aportación en metálico de los fieles al sostenimiento del culto. Una aportación pequeña, porque la inflación es una rémora insaciable que se adhirió a la moneda, sangrándola desde el mismo momento del nacimiento de ésta en forma dracma (6 óbolos).
Pequeño caudal residuo de pagos efectuados con monedas más respetables, las vueltas (la frase más repetida a un niño, y la más temida: "¡y no te olvides de las vueltas...!!!", pues el niño es un ente que, por definición, siempre tiene la cabeza en otro continente), las monedas pequeñas que se acumulan en vasos, o frascos o, como en el siglo XVII, en alguna sonora calderilla que acabaría siendo la denominación de cualquier perra chica, o perra gorda, como llamaba la guasa popular al borroso león que figuraba, poco, en las dos últimas monedillas de la fila. Calderilla que, siguiendo la tradición griega del óbolo, reservamos para el cepillo de la misa o el pobre de la esquina... aunque ahora los "pobres" ya no dicen que les des una limosna por amor de Dios, sino que les dejes un euro para el autobús.
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Una anécdota simpática: en farmacia se utiliza una unidad de peso denominada escrúpulo, diminutivo de 'scrupus', guijarro pequeño y puntiagudo, y que pesa dos óbolos. Las filosofías para luego, en el bar. Y si se acaba este tema, ahí va otro: Hasta Filipo de Macedonia, padre del Alejandrote, el oro y el electrón solamente se utilizaron para el pago de mercenarios.
La segunda etapa del florecimiento monetario corresponde a Roma, cuya moneda se fue extendiendo entre los s.-II y V. El primitivo circulante romano consistió en un lingote informe de bronce con peso de una libra, 237 gramos, de nombre 'æs rude', el "as" en bruto mencionado atrás. Hacia el año -450 ciertas multas todavía se consignaban en cabezas de ganado (de ahí la persistencia del pecunio y el peculio mencionados), y se sabe que un buey se evaluaba en 100 ases , o sea 27,3 kilos, o sea un 'talentum'; dicha equivalencia recibía el nombre de 'centupondium'..., y ahora a continuación pasaremos a regodearnos, aunque sea sólo un poco, con el tema. Que no es para menos.
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Y Talentos y Talantes
Duraba aún la Edad del Bronce, sería como hacia el s.-XVII, cuando en algún lugar del entorno de la impía Babilonia, como no podía ser por menos, a algún pecador irrecuperable se le ocurrió equiparar el valor de un buey a un peso determinado, bien de oro o bien de cobre. El ingenioso invento, en forma de circulante constituido por esos lingotes de cobre o bronce, adquirió en seguida un desarrollo insospechado entre los pueblos ganaderos. Tenía la forma de la piel de dicho rumiante sin las engorrosas extremidades (es el aspecto atribuido a la Península Ibérica, y ello puede que sea el motivo de su culo inquieto), y medía 60x35 cm, con peso de 25 a 30 kilos, según las regiones. El lingote de oro, también con el pecuniario valor de un buey, adoptaba la forma almendroide y su peso era de 8,3 a 8,5 gramos. Ejemplares de ambas especies se han encontrado desde Cerdeña hasta Asia Menor. Y su nombre era, entre los pueblos griegos, 'tálanton'.
Duraba aún la Edad del Bronce, sería como hacia el s.-XVII, cuando en algún lugar del entorno de la impía Babilonia, como no podía ser por menos, a algún pecador irrecuperable se le ocurrió equiparar el valor de un buey a un peso determinado, bien de oro o bien de cobre. El ingenioso invento, en forma de circulante constituido por esos lingotes de cobre o bronce, adquirió en seguida un desarrollo insospechado entre los pueblos ganaderos. Tenía la forma de la piel de dicho rumiante sin las engorrosas extremidades (es el aspecto atribuido a la Península Ibérica, y ello puede que sea el motivo de su culo inquieto), y medía 60x35 cm, con peso de 25 a 30 kilos, según las regiones. El lingote de oro, también con el pecuniario valor de un buey, adoptaba la forma almendroide y su peso era de 8,3 a 8,5 gramos. Ejemplares de ambas especies se han encontrado desde Cerdeña hasta Asia Menor. Y su nombre era, entre los pueblos griegos, 'tálanton'.
Hecha la presentación, se puede decir seria y técnicamente que los tesoros tenían una unidad de medida específica, se llamaba… talento. Voluntaria o no, qué soberbia ironía.
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«Los hombres poseedores de dinero, como los antaño favorecidos por una noble cuna y un título importante, se imaginan indefectiblemente que el respeto y la admiración que inspira su dinero son realmente debidos a su sabiduría o personalidad» (John Kenneth Galbraith, El dinero)
«Los hombres poseedores de dinero, como los antaño favorecidos por una noble cuna y un título importante, se imaginan indefectiblemente que el respeto y la admiración que inspira su dinero son realmente debidos a su sabiduría o personalidad» (John Kenneth Galbraith, El dinero)
Ocurre que el único talento que contaba en la antigüedad era el 'tálanton' griego; heredado de los babilonios y antecesor del 'talentum' romano, es un término que primitivamente significaba “balanza”, luego “cierto peso de oro o plata” y más tarde una moneda. Por cierto, tampoco durante la Edad Media, ni hasta bien avanzado el año 1500 en nuestro cristiano mundo, había otros talentos conocidos que los de aquella parábola en la que, en plan chocante y curiosamente especulativo, Jesucristo aconseja a sus seguidores mover productivamente la pasta. De hecho, el actual sentido de “capacidad, dotes naturales”, del talento, deriva de las metáforas inspiradas en la mencionada parábola, y no se empieza a utilizar corrientemente hasta el s. XVI, a la vez que otro sublimado, más que derivado, del talentum: el “talante” (el dichoso talante, por dios y la pata del buey). ...
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Unidad ponderal de Grecia, tomada de Babilonia, con peso de 25,5 Kg. El talento se dividía en 60 minas de 425 g. En Atenas, el dracma equivalía, al principio, a 1/70 de la mina (6,07 g) y más tarde a 1/100 (4,25 g). Aunque no tenía el sentido de exclusividad, prácticamente sólo se usaba en la medida de metales preciosos o amonedables (oro, plata y cobre).
Como la mayoría de las unidades (palmo, pie, codo, braza, paso…) el talento se dimensiona en función del cuerpo humano, y viene a ser una medida de su fuerza: el “talento” era el peso en oro o plata que podía cargar un hombre; por eso era variable en cada territorio, oscilando entre nuestros 25 y 30 kilogramos. Lo dicho: Toda una imagen filosófica. Casi una alegoría.
Los talentos nos llevan directamente a los tesoros en que se amontonaban, ellos a las minas de donde procedían, desde aquí al trabajo que los arrancaba, y de él al esclavo que les dio la vida.
Mientras no existió la esclavitud no fue posible la riqueza desmedida de unos pocos sobre los demás: no es posible atesorar ganado, ni grano, ni aceite. Su naturaleza perecedera y necesitada de múltiples atenciones y espacio, así como su desmedido volumen, lo impiden.
Ganado y grano, aceite y vino, tienen en común con el oro o la plata su escasez. Sin embargo, el oro y la plata tienen la inmensa ventaja de su mayor consistencia y durabilidad, pero sobre todo la complicada accesibilidad de su extracción natural, lo que aumenta progresivamente su rareza. Esta es una condición esencial para que cualquier cosa se vuelva deseable, ya que la belleza es un factor subjetivo que viene propiciado por la escasez.
Unidad ponderal de Grecia, tomada de Babilonia, con peso de 25,5 Kg. El talento se dividía en 60 minas de 425 g. En Atenas, el dracma equivalía, al principio, a 1/70 de la mina (6,07 g) y más tarde a 1/100 (4,25 g). Aunque no tenía el sentido de exclusividad, prácticamente sólo se usaba en la medida de metales preciosos o amonedables (oro, plata y cobre).
Como la mayoría de las unidades (palmo, pie, codo, braza, paso…) el talento se dimensiona en función del cuerpo humano, y viene a ser una medida de su fuerza: el “talento” era el peso en oro o plata que podía cargar un hombre; por eso era variable en cada territorio, oscilando entre nuestros 25 y 30 kilogramos. Lo dicho: Toda una imagen filosófica. Casi una alegoría.
Los talentos nos llevan directamente a los tesoros en que se amontonaban, ellos a las minas de donde procedían, desde aquí al trabajo que los arrancaba, y de él al esclavo que les dio la vida.
Mientras no existió la esclavitud no fue posible la riqueza desmedida de unos pocos sobre los demás: no es posible atesorar ganado, ni grano, ni aceite. Su naturaleza perecedera y necesitada de múltiples atenciones y espacio, así como su desmedido volumen, lo impiden.
Ganado y grano, aceite y vino, tienen en común con el oro o la plata su escasez. Sin embargo, el oro y la plata tienen la inmensa ventaja de su mayor consistencia y durabilidad, pero sobre todo la complicada accesibilidad de su extracción natural, lo que aumenta progresivamente su rareza. Esta es una condición esencial para que cualquier cosa se vuelva deseable, ya que la belleza es un factor subjetivo que viene propiciado por la escasez.
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El oro y la plata. El talento que ellos acuñan hizo posible el atesoramiento indefinido y manejable por una minoría que, explotando el trabajo de la inmensa mayoría, tuvo tiempo para dedicarse a pensar, a observar el firmamento, y el flujo de los ríos, y el ciclo de las cosechas y los nacimientos, y a elaborar signos y operaciones: a la Civilización y la Cultura, en dos palabras.
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«Siempre se consideró denigrante que Judas entregase a Jesús por 30 monedas de plata. El hecho de que fuesen de plata sólo indica que fue una transacción comercial normal; si hubiesen sido 3 piezas de oro, proporción plausible en la antigüedad, el trato habría sido algo excepcional» (John Kenneth Galbraith, El dinero)
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«Siempre se consideró denigrante que Judas entregase a Jesús por 30 monedas de plata. El hecho de que fuesen de plata sólo indica que fue una transacción comercial normal; si hubiesen sido 3 piezas de oro, proporción plausible en la antigüedad, el trato habría sido algo excepcional» (John Kenneth Galbraith, El dinero)
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Sed buenos, si podéis.
1 comentario:
Hi there і am kаvіn, itѕ mу fiгst occasіоn to commenting
anywhere, when i read thiѕ article i thought i сοuld alѕo create commеnt
due tο thiѕ gоod paгаgraph.
My web blog ... Http://Mimartina-Miscositas.Blogspot.com/2011/10/feliz-Cumpleanos-papa.html
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