«Ahora acabo de llegar aquí con mi nave y compañeros navegando sobre el ponto rojo como el vino hacia hombres de otras tierras; voy a Temesa en busca de bronce y llevo reluciente hierro. Mi nave está atracada lejos de la ciudad en el puerto Reitro, a los pies del boscoso monte Neyo» (Homero: Odisea, I)
En el capítulo anterior de este vistazo a la Edad de los Metales vimos cómo el
descubrimiento del cobre, pero sobre todo la invención del bronce ―su
prolongación natural―, cambió para siempre la civilización humana. De la misma
manera, la escasa versatilidad del hierro en sus comienzos convierte a la Edad
de Hierro en una continuación de las tendencias anteriores. Un proceso
paulatino imperceptible a corto plazo pero sorprendentemente radical visto en
perspectiva:
«A los herreros se los siguió llamando "trabajadores del bronce" inclusive en el período helenístico (entre el -323, en que muere Alejandro Magno, y el -30, con la muerte de Cleopatra). Pero tan pronto como alguien pudo poseer un arma o una herramienta de hierro la era del mito llegó a su fin, aunque sólo fuera porque el hierro no estaba incluido entre los cinco metales consagrados a la Gran Diosa Rea y vinculados a los ritos de su calendario, a saber, la plata, el oro, el cobre, el estaño y el plomo» (Robert Graves: Los mitos griegos).
Sin embargo, los grandes cambios producidos durante esta transición aún no han sido explicados del todo por mucho que se quiera implicar al nuevo material entre sus causas.
«A los herreros se los siguió llamando "trabajadores del bronce" inclusive en el período helenístico (entre el -323, en que muere Alejandro Magno, y el -30, con la muerte de Cleopatra). Pero tan pronto como alguien pudo poseer un arma o una herramienta de hierro la era del mito llegó a su fin, aunque sólo fuera porque el hierro no estaba incluido entre los cinco metales consagrados a la Gran Diosa Rea y vinculados a los ritos de su calendario, a saber, la plata, el oro, el cobre, el estaño y el plomo» (Robert Graves: Los mitos griegos).
Sin embargo, los grandes cambios producidos durante esta transición aún no han sido explicados del todo por mucho que se quiera implicar al nuevo material entre sus causas.
Por ejemplo, se ha implicado
al hierro en el éxito de las ya famosas "invasiones de los pueblos del
mar", o de los dorios como destructores de Micenas, y con Troya aniquilada
por los aqueos. También en la rápida decadencia del imperio hitita; o en la
supremacía de los filisteos asentándose sobre la tierra de Israel, a la que
acabarían dando el nombre de su propio pueblo (Philistine, Tierra de philistines, o sea, Palestina); o en las duras
pruebas que Egipto pasó por estas fechas a caballo entre el I y el II milenio.
(Bajo estas líneas, izquierda, una ilustración de la página de Juan Gorraiz, Filisteos; derecha, Headmaster, del turco Nezir Kormak; cerrando esta introducción, Flecha del Tiempo, de Vladimir Kush)
(Bajo estas líneas, izquierda, una ilustración de la página de Juan Gorraiz, Filisteos; derecha, Headmaster, del turco Nezir Kormak; cerrando esta introducción, Flecha del Tiempo, de Vladimir Kush)
Así, hay autores que
aventuran al superior armamento de hierro en poder de estos pueblos del mar
como principal motivo del poder destructivo de sus oleadas basándose, por
ejemplo, en la mención del hierro en diversas citas de Homero. Mientras, otras
fuentes afirman que los hechos mitificados en la Ilíada y la Odisea transcurrieron
en la Edad del Bronce; y que las referencias al hierro son meros anacronismos debidos
a unos transcriptores del poemario oral homérico, el cual pasaron a limpio ya
en la Edad del Hierro. Y que debieron solaparse copistas o escribas de
diferentes épocas, puesto que lo mismo se habla del "azulado hierro de las
hachas", como del "bien labrado hierro" de los tesoros, según se
puede comprobar en las diversas citas homéricas que salpican la presente
entrega.
Sea como fuere y por lo que fuere, aquí vamos a intentar comprender la travesía de una Edad a otra, así como la pirueta casi milagrosa que tal proceso supuso.
« ... Allí fue donde supe de Odiseo, pues el rey me dijo que estaba hospedándolo y agasajándolo a punto de volver a su tierra patria. Además me mostró cuantas riquezas había conseguido Odiseo reunir, bronce oro y bien trabajado hierro. En verdad podrían éstas alimentar a otro hombre hasta la décima generación: ¡tantos tesoros tenía depositados en el palacio del rey!» (Homero: Odisea, XIV)
CONTENIDO:
CONTENIDO:
1 Un regalo de los Dioses (el hierro mágico de los aerolitos)
2 El Hierro Vivo (la magia del magnetismo)
3 La Forja de los Dioses (o las divinidades metalúrgicas)
4 De la Cultura de Hierro (la especial problemática de la forja)
5 Las Herramientas mágicas (tecnología del Olimpo)
6 El temple del Herrero (la tenacidad que logró el milagro)
2 El Hierro Vivo (la magia del magnetismo)
3 La Forja de los Dioses (o las divinidades metalúrgicas)
4 De la Cultura de Hierro (la especial problemática de la forja)
5 Las Herramientas mágicas (tecnología del Olimpo)
6 El temple del Herrero (la tenacidad que logró el milagro)
1 Un regalo de los Dioses
«Porque Jehová tu Dios
te introduce en la buena tierra… Tierra de olivas, de aceite, y de miel. Tierra
en la cual no comerás el pan con escasez, no te faltará nada en ella. Tierra
que sus piedras son hierro, y de sus montes cortarás metal. Y comerás y te
hartarás, y bendecirás á Jehová tu Dios por la buena tierra que te habrá dado…»
(Deuteronomio, 8-7)
Conocido en estado
meteorítico desde la más remota antigüedad, el hierro era considerado como un
regalo de los dioses (los egipcios lo llamaban "cobre del cielo").
Los meteoritos representaban una de las evidencias (aparte de los sueños las
epidemias o la locura) de que los seres celestes o dioses existían y moraban
allá arriba: eran muestras palpables del mensaje o semilla divinos: la palabra
sumeria 'an.bar', el vocablo más antiguo conocido para designar al hierro, está
constituida por los signos pictográficos "cielo" y "fuego".
Generalmente se traduce por "metal celeste" o
"metal-estrella".
(Derecha, meteorito de Cabañeros; izquierda, Startarget, de Vladimir Kush)
(Derecha, meteorito de Cabañeros; izquierda, Startarget, de Vladimir Kush)
«El hierro era un
metal demasiado sagrado e infrecuente para que lo utilizaran comúnmente los
micénicos —pues no se extraía de la mina, sino que se lo recogía en forma de
meteoritos enviados por los dioses— y cuando por fin se importaron en Grecia
armas de hierro provenientes de Tibarene en el Mar Negro, el procedimiento de
la fundición y la manufactura siguió siendo secreto durante un tiempo, aunque
las masas de hierro meteórico siguieron siendo muy apreciadas a causa de su
origen milagroso, y una puede haber caído en el monte Berecinto.
Una masa no trabajada se encontró en un depósito neolítico de Festo junto a una imagen de arcilla de la diosa en cuclillas, conchas marinas y escudillas para ofrendas. Todo el hierro primitivo egipcio es meteórico; contiene una alta proporción de níquel y es casi inoxidable» (Robert Graves: Los mitos griegos).
«Los aerolitos caen
sobre la tierra cargados de sacralidad celeste, por consiguiente, representan
al cielo: La ciudad de Galación (Anatolia central) poseía un famoso aerolito o
piedra negra del templo del Sol, sobre el que Heliogábalo había sido proclamado
emperador de Roma (izquierda, abajo, moneda conmemorativa del evento)… El palladion de Troya
pasaba por caído del cielo, y los autores antiguos reconocían en él la estatua
de la diosa Atenea… Igualmente se concedía un carácter celeste a la estatua de
Artemisa en Efeso… El meteorito de Pesinonte, en Frigia, era venerado como la
imagen de Cibeles, y como consecuencia de una exhortación deifica fue
trasladado a Roma poco después de la segunda guerra púnica… Un bloque de piedra
dura, la representación más antigua de Eros, moraba junto a la estatua del dios
esculpida por Praxiteles en Tespia…» (Mircea Eliade: Herreros y alquimistas).
«A Salmoneo le odiaban sus súbditos y su insolencia regia llegó a tal extremo que incluso transfirió los sacrificios de Zeus a sus propios altares y anunció que él era Zeus. Incluso recorría las calles de Salmone arrastrando calderos de bronce, atados con cuero, detrás de su carro para simular el trueno de Zeus, y lanzando al aire antorchas hechas con hojas de roble» (Diodoro Sículo)
Y la piedra negra de La
Meca ―y estamos hablando ya del siglo VII, comienzos de la Edad Media― es un
aerolito ovalado que está empotrado en el muro del santuario de la Kaaba,
procede del Paraíso y fue un regalo del arcángel Gabriel a Adán; un recuerdo de
algún viaje de visita a los recién desterrados.
«Los meteoritos y los
rayos "hendían" la tierra o, dicho con otras palabras, simbolizaban
la unión entre el cielo y la tierra. Delfos, la más célebre de las simas de la
Grecia antigua, debía su nombre a esta imagen mítica: 'delph' significa
efectivamente útero [también deriva delfín, por su naturaleza mamífera], y en
los tres sitios ―Cumas, Marpesos y Epira― donde se hallaban las Sibilas
(ligadas íntimamente al culto de las cavernas) había tierra roja, la cual
simbolizaba la sangre de la Madre Tierra» (Mircea Eliade: Herreros y
alquimistas):
«Zeus mismo instaló en
Delfos la piedra que había vomitado Crono. Está todavía allí, se la unta
constantemente con aceite y se ofrecen sobre ella hebras de lana destejida»
(Pausanias: x.24.5)
El que griegos y romanos hubieran relacionado a los meteoritos con los dioses y no con los puntos de luz que veían brillar a lo lejos, hace que éstos recibieran otros nombres de independiente significación: 'aster', según los griegos, y 'stella', por los romanos ―con el mismo sentido que nuestros astro y estrella―, mientras que echaban mano del adjetivo sideral (relativo a las estrellas) para relacionar el influjo de los astros-dioses con la vida humana ('sideros', constelación, estrella; la siderita —Sideritis hyssopifolia— es una planta así llamada porque se empleaba para cicatrizar heridas de arma "blanca").
(Izquierda, el universo según Thales de Mileto; derecha, el universo según Anaximandro)
Esta mitificación
religiosa impidió durante milenios la utilización práctica de la Estrella Polar
como vulgar guía nocturna. Parece ser que los escépticos navegantes fenicios
fueron los primeros "occidentales" en servirse de ella para acortar
ostensiblemente sus singladuras, atreviéndose a perder de vista la costa con su
ayuda. De ahí que los griegos llamasen "estrella fenicia" a la
Estrella Polar.
Claro que no todos los
astros, por el mero hecho de serlo, tenían derecho a pertenecer al Olimpo de
los Inmortales, la gran mayoría de ellos son denominados planetas, del griego 'planétes', vagabundo, errante. El término latino 'satelles', digámoslo como anécdota
relacionada, designaba a la guardia
personal o al grupo de
cortesanos de un príncipe, de donde deriva satélite aplicado a la astronomía; así pues, cuando designamos
como satélite a una persona o a un país respecto de otro,
no hacemos más que recuperar su sentido original.
Mircea Eliade nos
informa que «Los esquimales de Groenlandia trabajaban el hierro meteórico con
martillos de sílex, modelando así objetos cuya forma reproducía fielmente la de
los objetos líticos. Cuando Cortés preguntó a los jefes aztecas de dónde
sacaban sus cuchillos, éstos le mostraron el cielo. Lo mismo que los mayas del
Yucatán y los incas del Perú, los aztecas utilizaban exclusivamente el hierro
meteórico, al que asignaban un valor superior al del oro. Ignoraban la fusión
de los minerales» (Herreros y alquimistas). Una forma de tratar el hierro
similar a la de los griegos de hace tres milenios:
«Cuando el Atrida arremetió contra ellos, cual si
fuese un león, arrodilláronse en el carro y así le suplicaron:
Haznos prisioneros, hijo de Atreo, y recibirás
digno rescate. Muchas cosas de valor tiene en su casa Antímaco: bronce, oro,
hierro labrado; con ellas nuestro padre lo pagaría inmenso rescate, si supiera
que estamos vivos en las naves aqueas» (Homero: Ilíada, XI, 130)
Sin embargo, como sigue diciendo Mircea Eliade, la utilización de los meteoritos no era susceptible de promover una "edad del hierro" propiamente dicha. Durante todo el tiempo en que duró, el metal estelar fue raro y se usaba casi de forma exclusiva en los ritos. Los comienzos de esta metalurgia, en escala industrial, pueden fijarse entre los años -1200 y -1000, localizándose en las montañas de Armenia. Partiendo de allí, el secreto se expandió por el Próximo Oriente a través del Mediterráneo y por la Europa central, si bien el hierro, ya fuese de origen meteórico o de yacimientos superficiales, era conocido ya en el III milenio en Mesopotamia, en el Asia Menor y en Egipto.
«Estos tracios al ver truenos y relámpagos disparan sus flechas contra el cielo con mil bravatas y amenazas a Zeus, no teniéndole por dios y no creyendo en otro que su propio Zamolxis» (Herodoto: Libro IV, 94)
(Derecha, instantánea de Ángelos Tzortzinis; debajo puntas de flecha paleolíticas, o "piedras de rayo", que decían los antiguos)
«A los meteoritos se les rendían con frecuencia honores divinos, y lo mismo a pequeños objetos rituales de origen dudoso, que podían explicarse como habiendo caído igualmente del cielo, como las puntas de lanza neolíticas cuidadosamente trabajadas, identificadas con los rayos de Zeus por los griegos posteriores (llamadas por ello "piedras de rayo", como a las flechas de pedernal se las llamaba "proyectiles de los elfos" en el campo inglés), o con los almireces de bronce ocultos en la cofia que llevaba la imagen de la Ártemis efesia» (Robert Graves: Los mitos griegos).
(Izquierda, debajo, Siempre juntos, de Vladimir Kush; derecha, otro cuadro del mismo autor; bajo esa imagen, Still life, de Rafael Sanz Lobato)
«… Y tomando en su vigorosa mano una bien curvada llave, hermosa, de bronce y con mango de marfil, echó a andar con sus esclavas hacia la última habitación donde se hallaban los objetos preciosos del señor —bronce, oro y labrado hierro» (Homero: Odisea, XXI)
2 El Hierro Vivo
«… La mejor piedra
magnética, 'magnéthes líthos', es de color azulado, maciza y no muy pesada. Si
se bebe un peso de tres óbolos de ella con aguamiel tiene la virtud de atraer
los humores gruesos. Algunos la queman y la venden como hematites»
(Dioscórides: Materia Médica)
Los antiguos
desconocían que la magnetita o piedra imán fuera un mineral de hierro, quizá
debido a su alto precio, fruto de su magia atractiva, y su escasez relativa
entonces, que no la hacían susceptible de experimentos metalúrgicos. Parece que
Thales de Mileto, a mediados del s.-VI, es el primero que describe sus
propiedades y le da el nombre. A este respecto, Martínez Saura, en su estupendo
Diccionario de mineralogía en el mundo clásico, incluye la cita de Dioscórides que
campea sobre estas líneas.
Plinio cuenta que el
hierro es el único metal que adquiere las propiedades de esa piedra,
«reteniéndolas durante un largo tiempo, ya que atrae a otros trozos de hierro,
de forma que podemos ver a toda una cadena formada por éstos. Las clases
inferiores, en su ignorancia, llaman a éste "hierro vivo", siendo
mucho más severas las heridas que causa».
Resultan muy curiosas las elucubraciones de los antiguos para explicar el fenómeno de imantación que presenta ese mineral de hierro llamado magnetita:
«Empezaré tratando yo
al presente por qué ley natural el hierro puede atraer esta piedra que los
griegos magnética llamaron en su lengua; porque tienen el nombre de Magnesios
los pueblos y el país donde se encuentra. Admíranse los hombres de esta piedra,
porque viene a formar una cadena de pendientes eslabones de hierro unos de
otros…
… Debes tener presente
desde luego que todos cuantos cuerpos vemos lanzan perpetuamente unos
derramamientos, unas emanaciones o corpúsculos o simulacros que nos hieren los
ojos, y producen en nosotros la sensación de ver…
… Hay también
emanaciones que penetran las piedras, y otras pasan por la madera, y otras por
el oro, y algunas por la plata y por el vidrio, porque los simulacros se
introducen por los poros del vidrio, y se insinúa el calor en los poros de oro
y plata…
… Así vemos la causa de la atracción del hierro: desde luego es preciso que emanen de continuo de la misma sustancia de la piedra infinitos corpúsculos, o sea, un infinito vapor que con sus golpes dé raridad a aquel aire que media entre el imán y el hierro: cuando encuentran este espacio intermedio ya vacío se dirigen a él en el momento los principios de hierro muy unidos; por lo que todo el cuerpo del eslabón sigue la misma dirección…» (Lucrecio: De la naturaleza de las cosas).
Y también las de
Plinio, cuado dice que el hierro es el único metal que adquiere las propiedades
de esa piedra (pero no lo hace la magnetita femenina), reteniéndolas y
atrayendo otros trozos de hierro:
«Es una piedra
maravillosa que hace que el hierro corra hacia un vacío misterioso y, cuando ya
está suficientemente cerca, salta sobre la magnetita quedando sujeto a ella
como en un abrazo».
(La
única divinidad a la que los antiguos podrían haber investido de poderes magnéticos
—similares a los que dispone el flamante Magneto de la modernidad hollywoodiana—
es Urania, si atendemos al dominio que tal musa demuestra sobre la esfera
terrestre. Pero Urania, La Celestial, únicamente era la musa inspiradora de la
astronomía y la geometría en su significado literal de "medida de la
Tierra" ('gê', Tierra, 'métron', medida). Aunque hacia el siglo -VII se pensaba
que la Tierra era plana (a juzgar por lo poco que se conserva de los filósofos
anteriores a Sócrates, los llamados presocráticos), ya en el siglo -V era de
conocimiento general en Grecia la esfericidad del planeta.
La
nobleza de los ciudadanos griegos se medía por la superficie de sus posesiones
agrícolas, así pues, la geometría era la única parte de las matemáticas de su
interés.
Y
aunque en la Red se menciona que "a los pies de Urania se encuentran
esparcidos algunos instrumentos de matemáticas" (Wikipedia: Urania), ello resulta bastante improbable dado que los ciudadanos
griegos despreciaban cualquier contacto con la aritmética o con cualquier
ocupación manual, en sí misma propia de mujeres (de ahí el patronazgo mecánico
de Minerva) y demás seres inferiores :)
Magnetita deriva de la ciudad de Magnesia, una de las Magnesias situada en la región de Lidia o Caria, al oeste de la actual Turquía. Pero su nombre primitivo fue el de "piedra heraclea", pues en Heraclea, ciudad de la misma Lidia, parece haber sido donde realmente se encontró por primera vez casualmente, según Plinio, un pastor al observar que los clavos de sus sandalias y la contera de su bastón quedaban adheridos a la piedra.
«… Son mejores cuanto
más azules. La mejor de todas es la magnesia de Etiopía, se paga su peso en
plata y aparece en la región de Zmiri en donde también se da la magnetita
hematites (que es de color sangre) y también la de color azafrán… Todas las
magnetitas son buenas para medicamentos oculares. Están especialmente indicadas
para detener el lagrimeo. Si se queman y trituran curan las quemaduras. Se dice
que si se utiliza en maleficios provoca la discordia» (Sótaco, citado por
Plinio)
De paso, añadiremos que la palabra imán llegó al español en los tiempos del descubrimiento de América copiado del francés 'aimant', que significa diamante por deriva del latín 'adamantis' y por comparación con la dureza de las piedras magnéticas. Prueba de nuestra honda raíz agropecuaria, diamante significa propiamente indomable, pues 'adamantis' se copió a su vez del griego 'adámantos' que era un derivado negativo de 'damáo', domar, domesticar… adaptado, a su vez del sánscrito 'damayati'.
En contra de las
apariencias, el título musulmán de Imán
de los Creyentes, el que dirige la oración entre los mahometanos, tiene
una raíz totalmente ajena, pues deriva del árabe 'imâm', jefe.
«El arquitecto Timocares comenzó a erigir un tejado de hierro imantado en el templo dedicado a Arsinoe (esposa-hermana de Ptolomeo Filadelfo) en Alejandría. Estaba previsto que la estatua de la princesa apareciera suspendida en el aire. Pero tanto su muerte como la del rey Ptolomeo impidieron que se pudiera terminar esta obra» (Plinio el Viejo)
3 La forja de los Dioses
«Algunos dicen que mientras Rea daba a luz a Zeus
apretó los dedos contra la tierra para aliviar sus dolores y así surgieron los
Dáctilos: cinco hembras de su mano izquierda y cinco varones de la derecha.
Pero generalmente se sostiene que vivían en el monte Ida de Frigia mucho antes
del nacimiento de Zeus, y algunos dicen que la ninfa Anquiale los dio a luz en
la Cueva Dictea cerca de Oaxo» (Diodoro Sículo: Biblioteca Histórica)
(Izquierda, instantánea de Dominic Ebenbichler; derecha, la plaza Sintagma, Atenas, instantánea de Agencia EFE durante la actual crisis)
El "dominio" del fuego de que hacen gala los metalúrgicos y, en sus inicios, los alfareros significaba la obtención de un estatus superior a la condición humana: «En los viejos pueblos de Europa el folklore y la mitología revelan que los metalúrgicos gozaban de gran prestigio religioso (recuérdese el caso de los nibelungos), habiendo indicios también de que frecuentemente constituían dentro de la unidad social, casta aparte» (Julio Caro Baroja: Los pueblos de España).
Y lo que es más, el herrero crea las armas de los héroes. No se trata solamente de su fabricación material, sino de la "magia" de que están investidas (para saber de qué hablamos bastará recordar la famosa espada Excalibur, propiedad exclusiva del Rey Arturo).
Superada la etapa
meteorítica, no es sólo el material, sino el arte misterioso del forjador el
que las transforma en armas mágicas. De aquí las relaciones que en las epopeyas
existen entre héroes y herreros según podemos apreciar en las citas que
encabezan este punto (en referencia a algunos grupos míticos de la Grecia
arcaica ―Telquines, Curetes, Dáctilos y Cabiros― que constituyen cofradías
secretas relacionadas con la metalurgia del hierro), así como la existencia de
dioses herreros:
«Los Dáctilos varones eran
herreros y descubrieron el hierro por vez primera en el cercano monte
Berecinto; y sus hermanas, que se establecieron en Samotracia, provocaban allí
gran admiración emitiendo hechizos mágicos, y enseñaron a Orfeo los misterios
de la diosa: sus nombres son un secreto bien guardado» (Diodoro Sículo:
Biblioteca Histórica)
«Otros dicen que los varones eran los Curetes que
protegieron la cuna de Zeus en Creta, y luego fueron a Elide y erigieron un
templo para propiciar a Crono. Se llamaban Heracles, Peoneo, Epimedes, Yasión y
Acésidas. Heracles llevó el olivo silvestre desde los Hiperbóreos hasta Olimpia
e hizo que sus hermanos menores corrieran allí una carrera, lo que dio origen a
los Juegos Olímpicos» (Pausanias: Descripción de Grecia)
En toda la Europa primitiva la metalurgia iba acompañada de conjuros y, en consecuencia, los herreros reclamaban como sus Dáctilos a los dedos de la mano derecha y dejaban los de la izquierda a las hechiceras.
En la mayor parte de las versiones del mito babilónico de la Creación, el Dios del huracán recibe de un Dios-herrero las armas maravillosas que le proporcionan la victoria… En una versión egipcia, Ptha (el Dios-alfarero) forja las armas que le permiten a Horus vencer a Set. Igualmente, el herrero divino Tvashtri forja las armas de Indra cuando lucha con el dragón Vrtra. Hefestos/Vulcano forja el rayo gracias al que Zeus/Júpiter triunfa de Tifón. Thor aplasta a la serpiente Midhgardsormr con su martillo Mjolnir, forjado por los Enanos, réplica escandinava de los Cíclopes…
(Derecha, imagen de un cíclope moderno según Pilar Olivares; izquierda, debajo, cíclopes mineros leoneses según César Manso)
En la mayor parte de las versiones del mito babilónico de la Creación, el Dios del huracán recibe de un Dios-herrero las armas maravillosas que le proporcionan la victoria… En una versión egipcia, Ptha (el Dios-alfarero) forja las armas que le permiten a Horus vencer a Set. Igualmente, el herrero divino Tvashtri forja las armas de Indra cuando lucha con el dragón Vrtra. Hefestos/Vulcano forja el rayo gracias al que Zeus/Júpiter triunfa de Tifón. Thor aplasta a la serpiente Midhgardsormr con su martillo Mjolnir, forjado por los Enanos, réplica escandinava de los Cíclopes…
Evémero fue un escritor y hermeneuta griego de la
época helenística, padre de la corriente hermenéutica conocida como evemerismo.
Según esta tendencia, los dioses paganos no son más que personajes históricos
de un pasado mal recordado, magnificados por una tradición fantasiosa y
legendaria, siendo el sentido oculto de los mitos, pues, de naturaleza
histórica y social.
Siguiendo esta línea, en la entrada anterior ya
vimos como Graves relacionaba las peripecias causantes de la cojera mítica de Hefestos
con los problemas de movilidad que padecía una gran parte de los herreros
antiguos. Aquí nos limitaremos a añadir que, de acuerdo a la misma fuente «Hefestos
estaba vinculado con las fraguas de Vulcano en las islas volcánicas de Lípari
porque Lemnos, una sede de su culto, es volcánica y un chorro de gas asfáltico
natural que salía de la cumbre del monte Mosquilo había ardido constantemente
durante siglos…»
(Derecha, imagen de un cíclope moderno según Pilar Olivares; izquierda, debajo, cíclopes mineros leoneses según César Manso)
Según Apolodoro y otros autores clásicos:
«Los primeros hijos de forma semihumana de la Madre
Tierra fueron los gigantes de cien manos llamados Enarco, Giges y Coto. Luego
aparecieron los tres feroces Cíclopes de un solo ojo, constructores de murallas
gigantescas y maestros herreros, primeramente de Tracia y luego de Creta y
Licia, a cuyos hijos encontró Odiseo en Sicilia»La explicación evemerista de Graves es que los Cíclopes pre-helenos son los descendientes de Brontes (trueno), Estéropes (relámpago) y Arges (rayo), famosos forjadores de metal cuya cultura se había extendido desde los Balcanes hasta la Sicilia prehelénica. Son llamados así porque ostentaban un redondo ojo ('kýklos', círculo, ciclo) tatuado en el centro de la frente como una marca de clan; y también en el sentido de que los herreros se cubren con frecuencia un ojo con un parche para evitar las voladoras chispas... Más tarde se olvidó su identidad y los mitógrafos ubicaron caprichosamente sus espíritus en las cavernas del Etna, para explicar el fuego y el humo que salen de su cráter. Existía una estrecha vinculación cultural entre Tracia, Creta y Licia; los Cíclopes estaban en su elemento en todos esos países.
Según el mito, «De Hera y Zeus nacieron los dioses
Ares, Hefestos y Hebe». La
racionalización histórica que Graves nos suministra es que el casamiento
forzoso de Hera con Zeus conmemora las conquistas de Creta y la Grecia micénica
—es decir, cretanizada— y el derrocamiento de la supremacía de Hera en ambos
países:
"Hefestos" parece haber sido un título
del rey sagrado como semidiós solar, y "Ares", un título de su jefe
de guerra, o heredero, cuyo emblema era el jabalí. Ambos se convirtieron en
nombres divinos cuando el culto olímpico quedó establecido y fueron elegidos
para desempeñar los papeles, respectivamente, de dios de la Guerra y dios de
los Herreros. (Robert Graves: Los
mitos griegos).
«Zeus había dado a Afrodita en matrimonio a
Hefesto, el dios herrero cojo; pero el verdadero padre de los tres hijos que
ella le dio —Fobos [Pánico], Deimos, [Terror], y Harmonía [parece que lo único
bueno que tiene la guerra es el aumento del afecto y la armonía entre quienes la padecen]—
era Ares, el robusto, el impetuoso, ebrio y pendenciero Dios de la Guerra
Hefesto no se enteró de la infidelidad hasta que una noche los amantes se quedaron demasiado tiempo juntos en el lecho en el palacio de Ares en Tracia; cuando Helios se levantó los vio en su entretenimiento y le fue con el cuento a Hefesto» (Homero: Odisea)
(A la izquierda vemos a Helios, el dios Sol, mostrando a todo el Olimpo, incluido el cornudo Hefesto ~de espaldas en primer plano~ a la pareja de amantes, Ares y Afrodita, sorprendidos in fraganti)
Pero, ya pase por caído de la bóveda celeste, ya sea extraído de las entrañas de la tierra, el hierro es una poderosa medicina. Plinio escribía que el hierro es eficaz contra las 'noxia medicamenta' y también 'adversus nocturnas limphationes' (léanse, medicinas perjudiciales, y poluciones nocturnas). Y Dioscórides dice que si se bebe el líquido resultante de enfriar el hierro ardiente con agua o vino es recomendable para los enfermos celíacos, disentéricos, del bazo, atacados del cólera o con el estómago relajado. También, que la herrumbre u orín es estíptico, reduce el flujo menstrual y, si lo bebe la hace estéril. Con vinagre cura erisipelas y exantemas, panadizos y excrecencias de la carúncula lacrimal, asperezas palpebrales y condilomas, además de fortalecer las encías y mejorar las alopecias… Creencias similares se encuentran en Turquía, Persia o la India.
Hefesto no se enteró de la infidelidad hasta que una noche los amantes se quedaron demasiado tiempo juntos en el lecho en el palacio de Ares en Tracia; cuando Helios se levantó los vio en su entretenimiento y le fue con el cuento a Hefesto» (Homero: Odisea)
(A la izquierda vemos a Helios, el dios Sol, mostrando a todo el Olimpo, incluido el cornudo Hefesto ~de espaldas en primer plano~ a la pareja de amantes, Ares y Afrodita, sorprendidos in fraganti)
Pero, ya pase por caído de la bóveda celeste, ya sea extraído de las entrañas de la tierra, el hierro es una poderosa medicina. Plinio escribía que el hierro es eficaz contra las 'noxia medicamenta' y también 'adversus nocturnas limphationes' (léanse, medicinas perjudiciales, y poluciones nocturnas). Y Dioscórides dice que si se bebe el líquido resultante de enfriar el hierro ardiente con agua o vino es recomendable para los enfermos celíacos, disentéricos, del bazo, atacados del cólera o con el estómago relajado. También, que la herrumbre u orín es estíptico, reduce el flujo menstrual y, si lo bebe la hace estéril. Con vinagre cura erisipelas y exantemas, panadizos y excrecencias de la carúncula lacrimal, asperezas palpebrales y condilomas, además de fortalecer las encías y mejorar las alopecias… Creencias similares se encuentran en Turquía, Persia o la India.
No obstante, el hierro es mucho más que una terapéutica, pues está cargado de potencia sagrada, de sacralidad: en el nordeste de Europa los objetos de hierro defienden las cosechas tanto de las inclemencias del tiempo como de los sortilegios y el mal de ojo:
si se traza un círculo con hierro, o se mueve un arma con punta tres veces alrededor de un niño o un adulto los preservará de todas las influencias nocivas… Y los clavos extraídos de una tumba, colocados en el umbral de la puerta de una casa, previenen a sus moradores de pesadillas nocturnas… (Martínez Saura, Diccionario de mineralogía en el mundo clásico).
4 Las Herramientas de los Dioses
«Hefestos
era feo y de mal carácter, pero tenía mucha fuerza en los brazos y hombros y
toda su obra era de una habilidad sin rival. En una ocasión hizo una serie de
mujeres mecánicas de oro que le ayudaban en su fragua; podían incluso hablar y
realizar las tareas más difíciles que él les encomendaba. Poseía una serie de
trípodes con ruedas de oro alineados alrededor de su fragua y esos trípodes
podían ir por sí solos a una reunión de los dioses y volver del mismo modo»
(Homero: Ilíada)
Las herramientas del herrero participan asimismo de ese carácter sagrado que caracteriza a toda la operación minero-metalúrgica: En las tradiciones chinas las calderas eran milagrosas, se trasladaban por sí mismas, podían hervir sin que se las calentase y sabían reconocer la virtud (uno de los grandes suplicios consistía en hervir al culpable)… El martillo, el fuelle, el yunque, se revelan como seres animados y maravillosos. Se supone que pueden obrar por su propia fuerza mágico-religiosa sin ayuda del herrero.
Las herramientas del herrero participan asimismo de ese carácter sagrado que caracteriza a toda la operación minero-metalúrgica: En las tradiciones chinas las calderas eran milagrosas, se trasladaban por sí mismas, podían hervir sin que se las calentase y sabían reconocer la virtud (uno de los grandes suplicios consistía en hervir al culpable)… El martillo, el fuelle, el yunque, se revelan como seres animados y maravillosos. Se supone que pueden obrar por su propia fuerza mágico-religiosa sin ayuda del herrero.
Al batir su yunque y
salpicar de chispas, los herreros imitan el gesto del dios fuerte; son, en
efecto, sus auxiliares… En algunas regiones del Pamir el arte del forjador se
considera como un don del profeta David, y la forja es venerada como un lugar
de culto; donde no existe una casa especial para las oraciones o asambleas es
la forja la que sirve a tales fines:
(Sobre estas líneas, Atenea nace de la cabeza de Zeus, con Hefesto como partero; a la derecha, fresco con angelotes decorando un trípode, de las ruinas de Herculano; debajo, izquierda, sacerdotisa de Delfos, imagen extraída del Oráculo de Delfos de la web Ekiria)
«Si Zeus, que lleva la égida, y Atenea me permiten destruir la bien edificada ciudad de Troya, te pondré en la mano, como premio de honor únicamente inferior al mío, o un trípode o dos corceles con su correspondiente carro o una mujer que comparta el lecho contigo» (Ilíada)
En la Antigüedad temprana los trípodes y sus
correspondientes calderas (como los trípodes automáticos de Hefestos que acaba de mencionar Homero al comienzo de este punto) no eran simples utensilios de menaje del hogar para contener el
fuego u otros menesteres. Como productos metálicos forjados que eran,
estaban valorados al máximo. Homero presenta numerosos ejemplos, como cuando
Agamenón le dice a Teucro:
«Si Zeus, que lleva la égida, y Atenea me permiten destruir la bien edificada ciudad de Troya, te pondré en la mano, como premio de honor únicamente inferior al mío, o un trípode o dos corceles con su correspondiente carro o una mujer que comparta el lecho contigo» (Ilíada)
Una muestra actual evidente de este prestigio son
las copas que como trofeo se siguen disputando en todas las modalidades
deportivas en todo el mundo, prolongación en línea directa de aquellos trofeos:
«El anciano Neleo había enviado cuatro corceles, vencedores en anteriores juegos, uncidos a un carro, para aspirar al premio de la carrera, el cual consistía en un trípode; y Augías, rey de hombres, se quedó con ellos y despidió al auriga, que se fue triste por lo currido» (Ilíada)
«El oráculo de Delfos perteneció primeramente a la Madre Tierra, quien designó a Dafnis su profetisa; y Dafnis, sentada en un trípode, aspiraba los vapores de la profecía, como sigue haciendo la sacerdotisa pitia [en la imagen izquierda]»
«El anciano Neleo había enviado cuatro corceles, vencedores en anteriores juegos, uncidos a un carro, para aspirar al premio de la carrera, el cual consistía en un trípode; y Augías, rey de hombres, se quedó con ellos y despidió al auriga, que se fue triste por lo currido» (Ilíada)
Tenían tal carácter sagrado que los trípodes
sirvieron de taburete a las sacerdotisas oraculares de Delfos. Como dice
Pausanias:
«El oráculo de Delfos perteneció primeramente a la Madre Tierra, quien designó a Dafnis su profetisa; y Dafnis, sentada en un trípode, aspiraba los vapores de la profecía, como sigue haciendo la sacerdotisa pitia [en la imagen izquierda]»
Hasta el punto de simbolizar la Santísima Trinidad
femenina griega pues (según Graves) Hera, Pasífae e Ino eran todos títulos de
la Triple Diosa, la interdependencia de cuyas personas simbolizaba el trípode
en que se sentaba su sacerdotisa.
La veneración
suscitada por el entorno metalúrgico y el infinito afán que se puso en el
intento quizá puedan explicarse porque la lucha por el arma contundente que
permita la supervivencia se halla en nuestros genes hasta el punto de
configurar nuestra anatomía:
«"El papel que la
agresión ha desempeñado en nuestra evolución no ha sido adecuadamente
apreciado", afirma Carrier, de la Universidad de Utah (EEUU), que reconoce
que habrá gente "a quien no le gustará esta idea".
Carrier, según la
revista británica Journal of
Experimental Biology, recuerda que el grupo de los grandes primates, a
los que pertenecemos las personas, es "relativamente violento y agresivo,
con muchas peleas y agresión, comparado con otros mamíferos".
Según estos expertos, la selección natural hizo que sobrevivieran los humanos con manos más aptas para formar el puño, "individuos que podían pegar más fuerte sin dañarse, lo que les hacía más aptos para luchar por sus parejas y, en consecuencia, para reproducirse"» (La mano humana evolucionó para dar puñetazos: Agencia EFE: Elmundo.es).
(Sobre estas líneas, un hoplita en Breslavia, del albano Armando Babani; izquierda una famosa instantánea periodística de Nadezhda Tolokonnikova, del grupo Pussy Riot; derecha un tristemente célebre acto de violencia inmortalizado en el Louvre)
La mano recibe veneración mitológica con el tema de
los Dáctilos que abría el punto anterior, y según el cual «Acmón, Damneo y Celmis son
títulos de los tres Dáctilos mayores; algunos dicen que Celmis fue convertido
en hierro como castigo por haber insultado a Rea» (Ovidio: Metamorfosis)
En particular, sus nombres se refieren al arte de
la herrería, e ilustran otro cuento infantil que se acompaña golpeando el índice
en el pulgar, como un martillo en un yunque, y luego deslizando la punta del dedo
del corazón (personificado como Celmis) entre ellos, como si fuera un trozo de
hierro candente.
La escalada
armamentística ya estaba muy clara en la mente de los hombres de hace dos
milenios. Un romano del s.I lo expresaba así:
«Las manos fueron las
primeras armas, y las uñas y los dientes; y las piedras, y las ramas de
árboles; y el fuego y la llama después que se encontraron. Se supieron después
las propiedades del hierro y cobre; pero el uso de éste se conoció mucho antes
que el del hierro…» (Lucrecio: De la naturaleza de las cosas).
Por lo mismo, la importancia dada inmemorialmente a las herramientas de la guerra ha dejado su huella histórica en los lugares más insospechados, hoy tenidos como paradisíacos. El historiador Polibio nos dice que entre las huestes del general cartaginés Aníbal:
«… Había además baleares,
en número de ochocientos setenta, cuyo nombre significa propiamente
"honderos". Los habitantes de estas islas (Baleares) usan principalmente hondas, y este uso ha dado nombre a
las islas y a sus moradores [el griego 'ballein', lanzar, ha dado nombre también a la balística, con sus balas
y sus ballestas y balistas]» (Polibio: Historias, III-33)
5 De la Cultura de Hierro
«Los melenudos aqueos
acudieron a las naves; compraron vino, unos con bronce, otros con luciente
hierro, otros con pieles, otros con vacas y otros con esclavos; y prepararon un
festín espléndido» (Homero: Ilíada, VII, 480)
«… Y, si el glorioso agitador de la tierra me concede una navegación feliz, al tercer día llegaré a la fértil Ftía. En ella dejé muchas cosas cuando en mal hora vine y de aquí me llevaré oro, rojizo bronce, mujeres de hermosa cintura y luciente hierro, que por suerte me tocaron» (Homero: Ilíada, IX, 360)
[Izquierda, Prometeo encadenado por Vulcano, de Dirk van Baburen: «… Prometeo roba a Hefesto y Atenea la sabiduría de las artes junto con el fuego (ya que sin el fuego era imposible que aquella resultase útil) y se la ofrece así como regalo al hombre... Pero sobre Prometeo, por culpa de Epimeteo, recayó luego, según se cuenta, la culpa del robo» (Platón: Protágoras)]
Como compensación a la dificultad de su elaboración con respecto al bronce (aunque de técnica menos sofisticada que la de éste), las concentraciones de mineral de hierro, de modestas dimensiones pero suficientes para la producción local, se hallaban más difundidas por el Próximo Oriente que los yacimientos de cobre o estaño, lo cual, unido al carácter menos especializado de los conocimientos técnicos implicados, favoreció finalmente su éxito.
Una vez estandarizado (aunque secreto), para los mismos herreros el proceso de forja no tenía mucha explicación lógica, y cada uno desempeñaba su oficio a base de tanteos de acuerdo con el tipo de mineral, de combustible y de agua que le tocaba en suerte, por lo cual, el hierro de alta calidad no era muy abundante y se fabricaba en lugares contados:
«Desde el siglo -XIII
el hierro comenzó a hacerse cada vez más frecuente, reemplazando al bronce que
quedó relegado a un segundo rango a comienzos del 1er milenio. Pero el hierro,
que se conocía desde mucho antes y era considerado casi un metal precioso y al
que los asirios llegaron a atribuir propiedades mágicas, deviene útil entonces
gracias al descubrimiento de su carburación que permite martillearlo al rojo y
eliminar sus impurezas.
La nueva tecnología de hierro supuso un cambio tan importante como lo fue la del bronce en su momento» (Carlos G. Wagner: La égida de Shamash).
La nueva tecnología de hierro supuso un cambio tan importante como lo fue la del bronce en su momento» (Carlos G. Wagner: La égida de Shamash).
Y es que, tecnológicamente,
la transición de la Edad del Bronce a la del Hierro supuso un salto al vacío
que aún hoy no deja de sorprender a los expertos. Para empezar, sólo a
temperaturas que sobrepasen los 1.537 grados se funde el hierro. Los primeros
herreros, pues, necesitaron aumentar considerablemente el grado de combustión
de los broncistas, quienes, a lo sumo, elevaron el horno a 1.200 grados.
No obstante, aunque
para determinadas calidades del hierro es más que suficiente esta temperatura
«el nuevo metal resultaba muy exigente en dos operaciones técnicas hasta
entonces desconocidas: por una parte requería un control riguroso del proceso
de carburación (regulación de la absorción del carbono por el mineral); por
otro lado, reclamaba un conocimiento disciplinado del proceso de templado (el
ritmo de enfriamiento del metal fundido).
Estos dos principios resultarían complicados si tenemos en cuenta que los primeros trabajadores del hierro eran broncistas, que no poseían ninguna experiencia en estos procesos y que desconocían sus operaciones asociadas, como el martilleo para la forja y la eliminación de impurezas» (Ana Fernández Vega: Prehistoria II, Las sociedades metalúrgicas)
Estos dos principios resultarían complicados si tenemos en cuenta que los primeros trabajadores del hierro eran broncistas, que no poseían ninguna experiencia en estos procesos y que desconocían sus operaciones asociadas, como el martilleo para la forja y la eliminación de impurezas» (Ana Fernández Vega: Prehistoria II, Las sociedades metalúrgicas)
Además, el metal
ferruginoso salido de esta combustión es una masa esponjosa aparentemente inútil
que permanece viscosa por debajo de los 1.177 grados. Sin embargo, el artesano
del hierro supo sacarle partido con la feliz ocurrencia de volver a calentar el
metal y extraer la escoria, con la que va mezclado, mediante martillado.
A pesar de todo, el hierro
que emerge entonces no es del todo puro, por lo que, de nuevo, ha de ser
calentado y martillado hasta eliminar la escoria por completo… Y aun así, este
material de hierro es mucho más frágil y blando que el bronce!
Para acabar de romper
con todo lo conocido hasta entonces, esta clase de hierro es incompatible con
la fundición de objetos con moldes de arcilla, de piedra o de cera (de acuerdo
con los ya rutinarios métodos del broncista), puesto que no se derrite por
debajo de la ya mencionada temperatura de 1.537 grados.
Sólo el accidental conocimiento de una aleación, el hierro carbonizado, pudo salvar a este metal de tan desfavorable posición con respecto al bronce. Y la cantidad de experimentos a ciegas que se debieron de llevar a cabo nos deja hoy sin aliento.
Al fin, tras tanto machaqueo en frío y en caliente (que bien pudo acabar en nada), se encontró que al recalentar la materia prima del hierro en un fuego mantenido a base de carbón, aquélla terminó afectada tanto por el carbón orgánico como por el monóxido de carbono que produce la combustión, con el resultado de transformarse en un hierro carbonizado (según teorizamos hoy). El nuevo hierro es, pues, ¡por fin! acero, y mucho más resistente y duro que el bronce.
«Se hallaba Liches en una fragua del territorio de Tegea, viendo lleno de admiración la maniobra de machacar a golpe el hierro. Al mirarle tan pasmado, suspendió el herrero su trabajo, y le dijo: "A fe mía, Lacon amigo, que si hubieses visto lo que yo, otra fuera tu admiración a la que ahora muestras al vernos trabajar en el hierro; porque has de saber que, cavando en el corral con el objeto de abrir un pozo, tropecé con un ataúd de siete codos de largo… » (Heródoto, I, 68)
6 El temple del Herrero
« ¡Acometed, troyanos domadores de caballos! No cedáis en la batalla a los argivos, porque sus cuerpos no son de piedra ni de hierro para que puedan resistir, si los herís, el tajante bronce» (Homero: Ilíada, IV, 509)
Pero el asombro ante la tenacidad y la inventiva de los herreros no acaba aquí:
«El hierro
carbonizado, a la salida de la forja, es quebradizo. Es necesario enfriarlo por
el medio más rápido posible: sumergiéndolo en agua. Este invento era conocido
en Grecia en tiempos de Homero. En el libro IX de la Odisea se menciona como algo realmente extraordinario este
procedimiento de forma casi literal:
Ulises y sus hombres
han quedado atrapados en la cueva del gigante Polifemo, y tratan de
emborracharle. Deciden entonces cegarle con un tronco de olivo candente, y el
texto de la aventura viene a decir así: "Como cuando un hombre que trabaja
en una fragua sumerge en agua fría un hacha grande o una azada y se produce un
silbido fulminante, que es la manera de endurecer al hierro, así chisporroteaba
el ojo del Cíclope al tropezar con el tronco de olivo".
Por extraño que parezca, el hierro, efectivamente, se endurece al contacto con el agua, cuando la experiencia común haría creer lo contrario. Todavía en este punto el hierro no está libre de problemas. Al apagarlo con aquel procedimiento brusco, el acero tiende a resquebrajarse, con lo cual ha de templarse a continuación, a una temperatura y durante un tiempo muy medido.
No es de esperar que el metalúrgico de la Antigüedad adquiriera y utilizara, conscientemente, este último perfeccionamiento de la elaboración del hierro.Hay constancia, no obstante, de que en el Próximo Oriente, hacia el siglo -IV, se había llegado a alcanzar una manera rústica de atemperar el hierro, recubriendo el objeto manufacturado con arcilla, calentándolo y sumergiéndolo en agua sucesivamente. Pero el invento, y de forma limitada, llegó tarde y desde muy lejos a Europa.
Un largo camino de experiencia tecnológica se recorrió desde que hicieran su aparición, allí por el -1200, en los confines del Próximo Oriente (Fenicia, Chipre, y ciertos puntos de Grecia) los primeros objetos de hierro carbonizado» (María Cruz Fernández: La Edad de los Metales).
(Sobre estas líneas, centrado, metalúrgicos egipcios; izquierda, La fragua, de Goya; derecha figura del belen de Santiago de Compostela; debajo, una obra de Jacek Yerka; cerrando la entrada, Los cruzados, de Vladimir Kush)
«Por ser más a propósito y copioso, se labraba la tierra con el cobre, y con cobre se daban los combates se sembraba la muerte y se robaban los campos y ganados, pues desnudos e inermes se rendían fácilmente a gente armada: convirtióse el hierro casi insensiblemente en las espadas, y llegó a ser tirada con desprecio la hoz de cobre; y a romper el suelo empezaron con hierro, y decidióse de las batallas la dudosa suerte» (Lucrecio: De la naturaleza de las cosas)
Sed
buenos..., si podéis.
Pero seremos mejores si
no olvidamos que «La ignorancia es el infierno» (Amalric de Bène)
1 comentario:
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