«Los contextos de las palabras van almacenando la historia de todas las épocas, y sus significados impregnan nuestro pensamiento y se interiorizan. Y así las palabras consiguen perpetuarse, sumando lentamente las connotaciones de cuantas culturas las hayan utilizado» (Alex Grijelmo: La seducción de las palabras)

«Las sociedades humanas, como los linajes animales y vegetales, tienen su historia;
su pasado pesa sobre su presente y condiciona su futuro» (Pierre P. Grassé: El hombre, ese dios en miniatura)

14 abr 2013

De la Edad del Hierro Mágico




«Ahora acabo de llegar aquí con mi nave y compañeros navegando sobre el ponto rojo como el vino hacia hombres de otras tierras; voy a Temesa en busca de bronce y llevo reluciente hierro. Mi nave está atracada lejos de la ciudad en el puerto Reitro, a los pies del boscoso monte Neyo» (Homero: Odisea, I)

En el capítulo anterior de este vistazo a la Edad de los Metales vimos cómo el descubrimiento del cobre, pero sobre todo la invención del bronce ―su prolongación natural―, cambió para siempre la civilización humana. De la misma manera, la escasa versatilidad del hierro en sus comienzos convierte a la Edad de Hierro en una continuación de las tendencias anteriores. Un proceso paulatino imperceptible a corto plazo pero sorprendentemente radical visto en perspectiva:

«A los herreros se los siguió llamando "trabajadores del bronce" inclusive en el período helenístico (entre el -323, en que muere Alejandro Magno, y el -30, con la muerte de Cleopatra). Pero tan pronto como alguien pudo poseer un arma o una herramienta de hierro la era del mito llegó a su fin, aunque sólo fuera porque el hierro no estaba incluido entre los cinco metales consagrados a la Gran Diosa Rea y vinculados a los ritos de su calendario, a saber, la plata, el oro, el cobre, el estaño y el plomo» (Robert Graves: Los mitos griegos).

Sin embargo, los grandes cambios producidos durante esta transición aún no han sido explicados del todo por mucho que se quiera implicar al nuevo material entre sus causas.
Por ejemplo, se ha implicado al hierro en el éxito de las ya famosas "invasiones de los pueblos del mar", o de los dorios como destructores de Micenas, y con Troya aniquilada por los aqueos. También en la rápida decadencia del imperio hitita; o en la supremacía de los filisteos asentándose sobre la tierra de Israel, a la que acabarían dando el nombre de su propio pueblo (Philistine, Tierra de philistines, o sea,  Palestina); o en las duras pruebas que Egipto pasó por estas fechas a caballo entre el I y el II milenio.

(Bajo estas líneas, izquierda, una ilustración de la página de Juan Gorraiz, Filisteos; derecha, Headmaster, del turco Nezir Kormak; cerrando esta introducción, Flecha del Tiempo, de Vladimir Kush)

 
Así, hay autores que aventuran al superior armamento de hierro en poder de estos pueblos del mar como principal motivo del poder destructivo de sus oleadas basándose, por ejemplo, en la mención del hierro en diversas citas de Homero. Mientras, otras fuentes afirman que los hechos mitificados en la Ilíada y la Odisea transcurrieron en la Edad del Bronce; y que las referencias al hierro son meros anacronismos debidos a unos transcriptores del poemario oral homérico, el cual pasaron a limpio ya en la Edad del Hierro. Y que debieron solaparse copistas o escribas de diferentes épocas, puesto que lo mismo se habla del "azulado hierro de las hachas", como del "bien labrado hierro" de los tesoros, según se puede comprobar en las diversas citas homéricas que salpican la presente entrega.




Sea como fuere y por lo que fuere, aquí vamos a intentar comprender la travesía de una Edad a otra, así como la pirueta casi milagrosa que tal proceso supuso.




 
« ... Allí fue donde supe de Odiseo, pues el rey me dijo que estaba hospedándolo y agasajándolo a punto de volver a su tierra patria. Además me mostró cuantas riquezas había conseguido Odiseo reunir, bronce oro y bien trabajado hierro. En verdad podrían éstas alimentar a otro hombre hasta la décima generación: ¡tantos tesoros tenía depositados en el palacio del rey!» (Homero: Odisea, XIV)

 




CONTENIDO:

1 Un regalo de los Dioses (el hierro mágico de los aerolitos)
2 El Hierro Vivo (la magia del magnetismo)
3 La Forja de los Dioses (o las divinidades metalúrgicas)
4 De la Cultura de Hierro (la especial problemática de la forja)
5 Las Herramientas mágicas (tecnología del Olimpo)
6 El temple del Herrero (la tenacidad que logró el milagro)





1 Un regalo de los Dioses
«Porque Jehová tu Dios te introduce en la buena tierra… Tierra de olivas, de aceite, y de miel. Tierra en la cual no comerás el pan con escasez, no te faltará nada en ella. Tierra que sus piedras son hierro, y de sus montes cortarás metal. Y comerás y te hartarás, y bendecirás á Jehová tu Dios por la buena tierra que te habrá dado…» (Deuteronomio, 8-7)
Conocido en estado meteorítico desde la más remota antigüedad, el hierro era considerado como un regalo de los dioses (los egipcios lo llamaban "cobre del cielo"). Los meteoritos representaban una de las evidencias (aparte de los sueños las epidemias o la locura) de que los seres celestes o dioses existían y moraban allá arriba: eran muestras palpables del mensaje o semilla divinos: la palabra sumeria 'an.bar', el vocablo más antiguo conocido para designar al hierro, está constituida por los signos pictográficos "cielo" y "fuego". Generalmente se traduce por "metal celeste" o "metal-estrella".

(Derecha, meteorito de Cabañeros; izquierda, Startarget, de Vladimir Kush)

«El hierro era un metal demasiado sagrado e infrecuente para que lo utilizaran comúnmente los micénicos —pues no se extraía de la mina, sino que se lo recogía en forma de meteoritos enviados por los dioses— y cuando por fin se importaron en Grecia armas de hierro provenientes de Tibarene en el Mar Negro, el procedimiento de la fundición y la manufactura siguió siendo secreto durante un tiempo, aunque las masas de hierro meteórico siguieron siendo muy apreciadas a causa de su origen milagroso, y una puede haber caído en el monte Berecinto.
 
Una masa no trabajada se encontró en un depósito neolítico de Festo junto a una imagen de arcilla de la diosa en cuclillas, conchas marinas y escudillas para ofrendas. Todo el hierro primitivo egipcio es meteórico; contiene una alta proporción de níquel y es casi inoxidable» (Robert Graves: Los mitos griegos).
«Los aerolitos caen sobre la tierra cargados de sacralidad celeste, por consiguiente, representan al cielo: La ciudad de Galación (Anatolia central) poseía un famoso aerolito o piedra negra del templo del Sol, sobre el que Heliogábalo había sido proclamado emperador de Roma (izquierda, abajo, moneda conmemorativa del evento) El palladion de Troya pasaba por caído del cielo, y los autores antiguos reconocían en él la estatua de la diosa Atenea… Igualmente se concedía un carácter celeste a la estatua de Artemisa en Efeso… El meteorito de Pesinonte, en Frigia, era venerado como la imagen de Cibeles, y como consecuencia de una exhortación deifica fue trasladado a Roma poco después de la segunda guerra púnica… Un bloque de piedra dura, la representación más antigua de Eros, moraba junto a la estatua del dios esculpida por Praxiteles en Tespia…» (Mircea Eliade: Herreros y alquimistas).



«A Salmoneo le odiaban sus súbditos y su insolencia regia llegó a tal extremo que incluso transfirió los sacrificios de Zeus a sus propios altares y anunció que él era Zeus. Incluso recorría las calles de Salmone arrastrando calderos de bronce, atados con cuero, detrás de su carro para simular el trueno de Zeus, y lanzando al aire antorchas hechas con hojas de roble» (Diodoro Sículo)


Y la piedra negra de La Meca ―y estamos hablando ya del siglo VII, comienzos de la Edad Media― es un aerolito ovalado que está empotrado en el muro del santuario de la Kaaba, procede del Paraíso y fue un regalo del arcángel Gabriel a Adán; un recuerdo de algún viaje de visita a los recién desterrados.
«Los meteoritos y los rayos "hendían" la tierra o, dicho con otras palabras, simbolizaban la unión entre el cielo y la tierra. Delfos, la más célebre de las simas de la Grecia antigua, debía su nombre a esta imagen mítica: 'delph' significa efectivamente útero [también deriva delfín, por su naturaleza mamífera], y en los tres sitios ―Cumas, Marpesos y Epira― donde se hallaban las Sibilas (ligadas íntimamente al culto de las cavernas) había tierra roja, la cual simbolizaba la sangre de la Madre Tierra» (Mircea Eliade: Herreros y alquimistas):
«Zeus mismo instaló en Delfos la piedra que había vomitado Crono. Está todavía allí, se la unta constantemente con aceite y se ofrecen sobre ella hebras de lana destejida» (Pausanias: x.24.5)

 
El que griegos y romanos hubieran relacionado a los meteoritos con los dioses y no con los puntos de luz que veían brillar a lo lejos, hace que éstos recibieran otros nombres de independiente significación: 'aster', según los griegos, y 'stella', por los romanos ―con el mismo sentido que nuestros astro y estrella―, mientras que echaban mano del adjetivo sideral (relativo a las estrellas) para relacionar el influjo de los astros-dioses con la vida humana ('sideros', constelación, estrella; la siderita Sideritis hyssopifolia— es una planta así llamada porque se empleaba para cicatrizar heridas de arma "blanca").


(Izquierda, el universo según Thales de Mileto; derecha, el universo según Anaximandro)

Esta mitificación religiosa impidió durante milenios la utilización práctica de la Estrella Polar como vulgar guía nocturna. Parece ser que los escépticos navegantes fenicios fueron los primeros "occidentales" en servirse de ella para acortar ostensiblemente sus singladuras, atreviéndose a perder de vista la costa con su ayuda. De ahí que los griegos llamasen "estrella fenicia" a la Estrella Polar.
Claro que no todos los astros, por el mero hecho de serlo, tenían derecho a pertenecer al Olimpo de los Inmortales, la gran mayoría de ellos son denominados planetas, del griego 'planétes', vagabundo, errante. El término latino 'satelles', digámoslo como anécdota relacionada, designaba a la guardia personal o al grupo de cortesanos de un príncipe, de donde deriva satélite aplicado a la astronomía; así pues, cuando designamos como satélite a una persona o a un país respecto de otro, no hacemos más que recuperar su sentido original.

Mircea Eliade nos informa que «Los esquimales de Groenlandia trabajaban el hierro meteórico con martillos de sílex, modelando así objetos cuya forma reproducía fielmente la de los objetos líticos. Cuando Cortés preguntó a los jefes aztecas de dónde sacaban sus cuchillos, éstos le mostraron el cielo. Lo mismo que los mayas del Yucatán y los incas del Perú, los aztecas utilizaban exclusivamente el hierro meteórico, al que asignaban un valor superior al del oro. Ignoraban la fusión de los minerales» (Herreros y alquimistas). Una forma de tratar el hierro similar a la de los griegos de hace tres milenios:
«Cuando el Atrida arremetió contra ellos, cual si fuese un león, arrodilláronse en el carro y así le suplicaron:
Haznos prisioneros, hijo de Atreo, y recibirás digno rescate. Muchas cosas de valor tiene en su casa Antímaco: bronce, oro, hierro labrado; con ellas nuestro padre lo pagaría inmenso rescate, si supiera que estamos vivos en las naves aqueas» (Homero: Ilíada, XI, 130)


Sin embargo, como sigue diciendo Mircea Eliade, la utilización de los meteoritos no era susceptible de promover una "edad del hierro" propiamente dicha. Durante todo el tiempo en que duró, el metal estelar fue raro y se usaba casi de forma exclusiva en los ritos. Los comienzos de esta metalurgia, en escala industrial, pueden fijarse entre los años -1200 y -1000, localizándose en las montañas de Armenia. Partiendo de allí, el secreto se expandió por el Próximo Oriente a través del Mediterráneo y por la Europa central, si bien el hierro, ya fuese de origen meteórico o de yacimientos superficiales, era conocido ya en el III milenio en Mesopotamia, en el Asia Menor y en Egipto.


«Estos tracios al ver truenos y relámpagos disparan sus flechas contra el cielo con mil bravatas y amenazas a Zeus, no teniéndole por dios y no creyendo en otro que su propio Zamolxis» (Herodoto: Libro IV, 94) 

(Derecha, instantánea de Ángelos Tzortzinis; debajo puntas de flecha paleolíticas, o "piedras de rayo", que decían los antiguos)



 


«A los meteoritos se les rendían con frecuencia honores divinos, y lo mismo a pequeños objetos rituales de origen dudoso, que podían explicarse como habiendo caído igualmente del cielo, como las puntas de lanza neolíticas cuidadosamente trabajadas, identificadas con los rayos de Zeus por los griegos posteriores (llamadas por ello "piedras de rayo", como a las flechas de pedernal se las llamaba "proyectiles de los elfos" en el campo inglés), o con los almireces de bronce ocultos en la cofia que llevaba la imagen de la Ártemis efesia» (Robert Graves: Los mitos griegos).
 



(Izquierda, debajo, Siempre juntos, de Vladimir Kush; derecha, otro cuadro del mismo autor; bajo esa imagen, Still life, de Rafael Sanz Lobato)

 

«… Y tomando en su vigorosa mano una bien curvada llave, hermosa, de bronce y con mango de marfil, echó a andar con sus esclavas hacia la última habitación donde se hallaban los objetos preciosos del señor —bronce, oro y labrado hierro» (Homero: Odisea, XXI)



2 El Hierro Vivo
«… La mejor piedra magnética, 'magnéthes líthos', es de color azulado, maciza y no muy pesada. Si se bebe un peso de tres óbolos de ella con aguamiel tiene la virtud de atraer los humores gruesos. Algunos la queman y la venden como hematites» (Dioscórides: Materia Médica)


Los antiguos desconocían que la magnetita o piedra imán fuera un mineral de hierro, quizá debido a su alto precio, fruto de su magia atractiva, y su escasez relativa entonces, que no la hacían susceptible de experimentos metalúrgicos. Parece que Thales de Mileto, a mediados del s.-VI, es el primero que describe sus propiedades y le da el nombre. A este respecto, Martínez Saura, en su estupendo Diccionario de mineralogía en el mundo clásico, incluye la cita de Dioscórides que campea sobre estas líneas.
 
Plinio cuenta que el hierro es el único metal que adquiere las propiedades de esa piedra, «reteniéndolas durante un largo tiempo, ya que atrae a otros trozos de hierro, de forma que podemos ver a toda una cadena formada por éstos. Las clases inferiores, en su ignorancia, llaman a éste "hierro vivo", siendo mucho más severas las heridas que causa».


Resultan muy curiosas las elucubraciones de los antiguos para explicar el fenómeno de imantación que presenta ese mineral de hierro llamado magnetita:
«Empezaré tratando yo al presente por qué ley natural el hierro puede atraer esta piedra que los griegos magnética llamaron en su lengua; porque tienen el nombre de Magnesios los pueblos y el país donde se encuentra. Admíranse los hombres de esta piedra, porque viene a formar una cadena de pendientes eslabones de hierro unos de otros…
… Debes tener presente desde luego que todos cuantos cuerpos vemos lanzan perpetuamente unos derramamientos, unas emanaciones o corpúsculos o simulacros que nos hieren los ojos, y producen en nosotros la sensación de ver…

… Hay también emanaciones que penetran las piedras, y otras pasan por la madera, y otras por el oro, y algunas por la plata y por el vidrio, porque los simulacros se introducen por los poros del vidrio, y se insinúa el calor en los poros de oro y plata…

… Así vemos la causa de la atracción del hierro: desde luego es preciso que emanen de continuo de la misma sustancia de la piedra infinitos corpúsculos, o sea, un infinito vapor que con sus golpes dé raridad a aquel aire que media entre el imán y el hierro: cuando encuentran este espacio intermedio ya vacío se dirigen a él en el momento los principios de hierro muy unidos; por lo que todo el cuerpo del eslabón sigue la misma dirección…» (Lucrecio: De la naturaleza de las cosas).

 Y también las de Plinio, cuado dice que el hierro es el único metal que adquiere las propiedades de esa piedra (pero no lo hace la magnetita femenina), reteniéndolas y atrayendo otros trozos de hierro:
«Es una piedra maravillosa que hace que el hierro corra hacia un vacío misterioso y, cuando ya está suficientemente cerca, salta sobre la magnetita quedando sujeto a ella como en un abrazo».

 



(La única divinidad a la que los antiguos podrían haber investido de poderes magnéticos —similares a los que dispone el flamante Magneto de la modernidad hollywoodiana— es Urania, si atendemos al dominio que tal musa demuestra sobre la esfera terrestre. Pero Urania, La Celestial, únicamente era la musa inspiradora de la astronomía y la geometría en su significado literal de "medida de la Tierra" ('gê', Tierra, 'métron', medida). Aunque hacia el siglo -VII se pensaba que la Tierra era plana (a juzgar por lo poco que se conserva de los filósofos anteriores a Sócrates, los llamados presocráticos), ya en el siglo -V era de conocimiento general en Grecia la esfericidad del planeta.
La nobleza de los ciudadanos griegos se medía por la superficie de sus posesiones agrícolas, así pues, la geometría era la única parte de las matemáticas de su interés.
Y aunque en la Red se menciona que "a los pies de Urania se encuentran esparcidos algunos instrumentos de matemáticas" (Wikipedia: Urania), ello resulta bastante improbable dado que los ciudadanos griegos despreciaban cualquier contacto con la aritmética o con cualquier ocupación manual, en sí misma propia de mujeres (de ahí el patronazgo mecánico de Minerva) y demás seres inferiores :)
 

 

Magnetita deriva de la ciudad de Magnesia, una de las Magnesias situada en la región de Lidia o Caria, al oeste de la actual Turquía. Pero su nombre primitivo fue el de "piedra heraclea", pues en Heraclea, ciudad de la misma Lidia, parece haber sido donde realmente se encontró por primera vez casualmente, según Plinio, un pastor al observar que los clavos de sus sandalias y la contera de su bastón quedaban adheridos a la piedra.
«… Son mejores cuanto más azules. La mejor de todas es la magnesia de Etiopía, se paga su peso en plata y aparece en la región de Zmiri en donde también se da la magnetita hematites (que es de color sangre) y también la de color azafrán… Todas las magnetitas son buenas para medicamentos oculares. Están especialmente indicadas para detener el lagrimeo. Si se queman y trituran curan las quemaduras. Se dice que si se utiliza en maleficios provoca la discordia» (Sótaco, citado por Plinio)



De paso, añadiremos que la palabra imán llegó al español en los tiempos del descubrimiento de América copiado del francés 'aimant', que significa diamante por deriva del latín 'adamantis' y por comparación con la dureza de las piedras magnéticas. Prueba de nuestra honda raíz agropecuaria, diamante significa propiamente indomable, pues 'adamantis' se copió a su vez del griego 'adámantos' que era un derivado negativo de 'damáo', domar, domesticar… adaptado, a su vez del sánscrito 'damayati'.
En contra de las apariencias, el título musulmán de Imán de los Creyentes, el que dirige la oración entre los mahometanos, tiene una raíz totalmente ajena, pues deriva del árabe 'imâm', jefe.


«El arquitecto Timocares comenzó a erigir un tejado de hierro imantado en el templo dedicado a Arsinoe (esposa-hermana de Ptolomeo Filadelfo) en Alejandría. Estaba previsto que la estatua de la princesa apareciera suspendida en el aire. Pero tanto su muerte como la del rey Ptolomeo impidieron que se pudiera terminar esta obra» (Plinio el Viejo)

3 La forja de los Dioses
«Algunos dicen que mientras Rea daba a luz a Zeus apretó los dedos contra la tierra para aliviar sus dolores y así surgieron los Dáctilos: cinco hembras de su mano izquierda y cinco varones de la derecha. Pero generalmente se sostiene que vivían en el monte Ida de Frigia mucho antes del nacimiento de Zeus, y algunos dicen que la ninfa Anquiale los dio a luz en la Cueva Dictea cerca de Oaxo» (Diodoro Sículo: Biblioteca Histórica)

 
 (Izquierda, instantánea de Dominic Ebenbichler; derecha, la plaza Sintagma, Atenas, instantánea de Agencia EFE durante la actual crisis)
 
El "dominio" del fuego de que hacen gala los metalúrgicos y, en sus inicios, los alfareros significaba la obtención de un estatus superior a la condición humana: «En los viejos pueblos de Europa el folklore y la mitología revelan que los metalúrgicos gozaban de gran prestigio religioso (recuérdese el caso de los nibelungos), habiendo indicios también de que frecuentemente constituían dentro de la unidad social, casta aparte» (Julio Caro Baroja: Los pueblos de España). 

Y  lo que es más, el herrero crea las armas de los héroes. No se trata solamente de su fabricación material, sino de la "magia" de que están investidas (para saber de qué hablamos bastará recordar la famosa espada Excalibur, propiedad exclusiva del Rey Arturo). 
Superada la etapa meteorítica, no es sólo el material, sino el arte misterioso del forjador el que las transforma en armas mágicas. De aquí las relaciones que en las epopeyas existen entre héroes y herreros según podemos apreciar en las citas que encabezan este punto (en referencia a algunos grupos míticos de la Grecia arcaica ―Telquines, Curetes, Dáctilos y Cabiros― que constituyen cofradías secretas relacionadas con la metalurgia del hierro), así como la existencia de dioses herreros:

«Los Dáctilos varones eran herreros y descubrieron el hierro por vez primera en el cercano monte Berecinto; y sus hermanas, que se establecieron en Samotracia, provocaban allí gran admiración emitiendo hechizos mágicos, y enseñaron a Orfeo los misterios de la diosa: sus nombres son un secreto bien guardado» (Diodoro Sículo: Biblioteca Histórica)
«Otros dicen que los varones eran los Curetes que protegieron la cuna de Zeus en Creta, y luego fueron a Elide y erigieron un templo para propiciar a Crono. Se llamaban Heracles, Peoneo, Epimedes, Yasión y Acésidas. Heracles llevó el olivo silvestre desde los Hiperbóreos hasta Olimpia e hizo que sus hermanos menores corrieran allí una carrera, lo que dio origen a los Juegos Olímpicos» (Pausanias: Descripción de Grecia)


En toda la Europa primitiva la metalurgia iba acompañada de conjuros y, en consecuencia, los herreros reclamaban como sus Dáctilos a los dedos de la mano derecha y dejaban los de la izquierda a las hechiceras.
En la mayor parte de las versiones del mito babilónico de la Creación, el Dios del huracán recibe de un Dios-herrero las armas maravillosas que le proporcionan la victoria… En una versión egipcia, Ptha (el Dios-alfarero) forja las armas que le permiten a Horus vencer a Set. Igualmente, el herrero divino Tvashtri forja las armas de Indra cuando lucha con el dragón Vrtra. Hefestos/Vulcano forja el rayo gracias al que Zeus/Júpiter triunfa de Tifón. Thor aplasta a la serpiente Midhgardsormr con su martillo Mjolnir, forjado por los Enanos, réplica escandinava de los Cíclopes…


Evémero fue un escritor y hermeneuta griego de la época helenística, padre de la corriente hermenéutica conocida como evemerismo. Según esta tendencia, los dioses paganos no son más que personajes históricos de un pasado mal recordado, magnificados por una tradición fantasiosa y legendaria, siendo el sentido oculto de los mitos, pues, de naturaleza histórica y social.

Siguiendo esta línea, en la entrada anterior ya vimos como Graves relacionaba las peripecias causantes de la cojera mítica de Hefestos con los problemas de movilidad que padecía una gran parte de los herreros antiguos. Aquí nos limitaremos a añadir que, de acuerdo a la misma fuente «Hefestos estaba vinculado con las fraguas de Vulcano en las islas volcánicas de Lípari porque Lemnos, una sede de su culto, es volcánica y un chorro de gas asfáltico natural que salía de la cumbre del monte Mosquilo había ardido constantemente durante siglos…»

(Derecha, imagen de un cíclope moderno según Pilar Olivares; izquierda, debajo, cíclopes mineros leoneses según César Manso)

Según Apolodoro y otros autores clásicos:
«Los primeros hijos de forma semihumana de la Madre Tierra fueron los gigantes de cien manos llamados Enarco, Giges y Coto. Luego aparecieron los tres feroces Cíclopes de un solo ojo, constructores de murallas gigantescas y maestros herreros, primeramente de Tracia y luego de Creta y Licia, a cuyos hijos encontró Odiseo en Sicilia»




La explicación evemerista de Graves es que los Cíclopes pre-helenos son los descendientes de Brontes (trueno), Estéropes (relámpago) y Arges (rayo), famosos forjadores de metal cuya cultura se había extendido desde los Balcanes hasta la Sicilia prehelénica. Son llamados así porque ostentaban un redondo ojo ('kýklos', círculo, ciclo) tatuado en el centro de la frente como una marca de clan; y también en el sentido de que los herreros se cubren con frecuencia un ojo con un parche para evitar las voladoras chispas... Más tarde se olvidó su identidad y los mitógrafos ubicaron caprichosamente sus espíritus en las cavernas del Etna, para explicar el fuego y el humo que salen de su cráter. Existía una estrecha vinculación cultural entre Tracia, Creta y Licia; los Cíclopes estaban en su elemento en todos esos países.



Según el mito, «De Hera y Zeus nacieron los dioses Ares, Hefestos y Hebe».  La racionalización histórica que Graves nos suministra es que el casamiento forzoso de Hera con Zeus conmemora las conquistas de Creta y la Grecia micénica —es decir, cretanizada— y el derrocamiento de la supremacía de Hera en ambos países:

"Hefestos" parece haber sido un título del rey sagrado como semidiós solar, y "Ares", un título de su jefe de guerra, o heredero, cuyo emblema era el jabalí. Ambos se convirtieron en nombres divinos cuando el culto olímpico quedó establecido y fueron elegidos para desempeñar los papeles, respectivamente, de dios de la Guerra y dios de los Herreros. (Robert Graves: Los mitos griegos).


 
«Zeus había dado a Afrodita en matrimonio a Hefesto, el dios herrero cojo; pero el verdadero padre de los tres hijos que ella le dio —Fobos [Pánico], Deimos, [Terror], y Harmonía [parece que lo único bueno que tiene la guerra es el aumento del afecto y la armonía entre quienes la padecen]— era Ares, el robusto, el impetuoso, ebrio y pendenciero Dios de la Guerra

Hefesto no se enteró de la infidelidad hasta que una noche los amantes se quedaron demasiado tiempo juntos en el lecho en el palacio de Ares en Tracia; cuando Helios se levantó los vio en su entretenimiento y le fue con el cuento a Hefesto» (Homero: Odisea)



(A la izquierda vemos a Helios, el dios Sol, mostrando a todo el Olimpo, incluido el cornudo Hefesto ~de espaldas en primer plano~ a la pareja de amantes, Ares y Afrodita, sorprendidos in fraganti)
 

Pero, ya pase por caído de la bóveda celeste, ya sea extraído de las entrañas de la tierra, el hierro es una poderosa medicina. Plinio escribía que el hierro es eficaz contra las 'noxia medicamenta' y también 'adversus nocturnas limphationes' (léanse, medicinas perjudiciales, y poluciones nocturnas). Y Dioscórides dice que si se bebe el líquido resultante de enfriar el hierro ardiente con agua o vino es recomendable para los enfermos celíacos, disentéricos, del bazo, atacados del cólera o con el estómago relajado. También, que la herrumbre u orín es estíptico, reduce el flujo menstrual y, si lo bebe la hace estéril. Con vinagre cura erisipelas y exantemas, panadizos y excrecencias de la carúncula lacrimal, asperezas palpebrales y condilomas, además de fortalecer las encías y mejorar las alopecias… Creencias similares se encuentran en Turquía, Persia o la India.


No obstante, el hierro es mucho más que una terapéutica, pues está cargado de potencia sagrada, de sacralidad: en el nordeste de Europa los objetos de hierro defienden las cosechas tanto de las inclemencias del tiempo como de los sortilegios y el mal de ojo: 
si se traza un círculo con hierro, o se mueve un arma con punta tres veces alrededor de un niño o un adulto los preservará de todas las influencias nocivas… Y los clavos extraídos de una tumba, colocados en el umbral de la puerta de una casa, previenen a sus moradores de pesadillas nocturnas… (Martínez Saura, Diccionario de mineralogía en el mundo clásico).




 4 Las Herramientas de los Dioses
«Hefestos era feo y de mal carácter, pero tenía mucha fuerza en los brazos y hombros y toda su obra era de una habilidad sin rival. En una ocasión hizo una serie de mujeres mecánicas de oro que le ayudaban en su fragua; podían incluso hablar y realizar las tareas más difíciles que él les encomendaba. Poseía una serie de trípodes con ruedas de oro alineados alrededor de su fragua y esos trípodes podían ir por sí solos a una reunión de los dioses y volver del mismo modo» (Homero: Ilíada 
  

Las herramientas del herrero participan asimismo de ese carácter sagrado que caracteriza a toda la operación minero-metalúrgica: En las tradiciones chinas las calderas eran milagrosas, se trasladaban por sí mismas, podían hervir sin que se las calentase y sabían reconocer la virtud (uno de los grandes suplicios consistía en hervir al culpable)… El martillo, el fuelle, el yunque, se revelan como seres animados y maravillosos. Se supone que pueden obrar por su propia fuerza mágico-religiosa sin ayuda del herrero.
Al batir su yunque y salpicar de chispas, los herreros imitan el gesto del dios fuerte; son, en efecto, sus auxiliares… En algunas regiones del Pamir el arte del forjador se considera como un don del profeta David, y la forja es venerada como un lugar de culto; donde no existe una casa especial para las oraciones o asambleas es la forja la que sirve a tales fines:

(Sobre estas líneas, Atenea nace de la cabeza de Zeus, con Hefesto como partero; a la derecha, fresco con angelotes decorando un trípode, de las ruinas de Herculano; debajo, izquierda, sacerdotisa de Delfos, imagen extraída del Oráculo de Delfos de la web Ekiria)

En la Antigüedad temprana los trípodes y sus correspondientes calderas (como los trípodes automáticos de Hefestos que acaba de mencionar Homero al comienzo de este punto) no eran simples utensilios de menaje del hogar para contener el fuego u otros menesteres. Como productos metálicos forjados que eran, estaban valorados al máximo. Homero presenta numerosos ejemplos, como cuando Agamenón le dice a Teucro:

 
«Si Zeus, que lleva la égida, y Atenea me permiten destruir la bien edificada ciudad de Troya, te pondré en la mano, como premio de honor únicamente inferior al mío, o un trípode o dos corceles con su correspondiente carro o una mujer que comparta el lecho contigo» (Ilíada)
 
Una muestra actual evidente de este prestigio son las copas que como trofeo se siguen disputando en todas las modalidades deportivas en todo el mundo, prolongación en línea directa de aquellos trofeos:

«El anciano Neleo había enviado cuatro corceles, vencedores en anteriores juegos, uncidos a un carro, para aspirar al premio de la carrera, el cual consistía en un trípode; y Augías, rey de hombres, se quedó con ellos y despidió al auriga, que se fue triste por lo currido» (Ilíada)


Tenían tal carácter sagrado que los trípodes sirvieron de taburete a las sacerdotisas oraculares de Delfos. Como dice Pausanias:
 
«El oráculo de Delfos perteneció primeramente a la Madre Tierra, quien designó a Dafnis su profetisa; y Dafnis, sentada en un trípode, aspiraba los vapores de la profecía, como sigue haciendo la sacerdotisa pitia [en la imagen izquierda]»


Hasta el punto de simbolizar la Santísima Trinidad femenina griega pues (según Graves) Hera, Pasífae e Ino eran todos títulos de la Triple Diosa, la interdependencia de cuyas personas simbolizaba el trípode en que se sentaba su sacerdotisa.





La veneración suscitada por el entorno metalúrgico y el infinito afán que se puso en el intento quizá puedan explicarse porque la lucha por el arma contundente que permita la supervivencia se halla en nuestros genes hasta el punto de configurar nuestra anatomía:
«"El papel que la agresión ha desempeñado en nuestra evolución no ha sido adecuadamente apreciado", afirma Carrier, de la Universidad de Utah (EEUU), que reconoce que habrá gente "a quien no le gustará esta idea".
Carrier, según la revista británica Journal of Experimental Biology, recuerda que el grupo de los grandes primates, a los que pertenecemos las personas, es "relativamente violento y agresivo, con muchas peleas y agresión, comparado con otros mamíferos".

Según estos expertos, la selección natural hizo que sobrevivieran los humanos con manos más aptas para formar el puño, "individuos que podían pegar más fuerte sin dañarse, lo que les hacía más aptos para luchar por sus parejas y, en consecuencia, para reproducirse"» (La mano humana evolucionó para dar puñetazos: Agencia EFE: Elmundo.es).

(Sobre estas líneas, un hoplita en Breslavia, del albano Armando Babani; izquierda una famosa instantánea periodística de Nadezhda Tolokonnikova, del grupo Pussy Riot; derecha un tristemente célebre acto de violencia inmortalizado en el Louvre)

La mano recibe veneración mitológica con el tema de los Dáctilos que abría el punto anterior, y según el cual «Acmón, Damneo y Celmis son títulos de los tres Dáctilos mayores; algunos dicen que Celmis fue convertido en hierro como castigo por haber insultado a Rea» (Ovidio: Metamorfosis)

En particular, sus nombres se refieren al arte de la herrería, e ilustran otro cuento infantil que se acompaña golpeando el índice en el pulgar, como un martillo en un yunque, y luego deslizando la punta del dedo del corazón (personificado como Celmis) entre ellos, como si fuera un trozo de hierro candente.

El insulto de Celmis a Hera dio su nombre al dedo del corazón: dígita impúdica. Así llamaban los romanos a eso que los hispanos conocemos como "hacer una peineta".

La escalada armamentística ya estaba muy clara en la mente de los hombres de hace dos milenios. Un romano del s.I lo expresaba así:
«Las manos fueron las primeras armas, y las uñas y los dientes; y las piedras, y las ramas de árboles; y el fuego y la llama después que se encontraron. Se supieron después las propiedades del hierro y cobre; pero el uso de éste se conoció mucho antes que el del hierro…» (Lucrecio: De la naturaleza de las cosas).

Por lo mismo, la importancia dada inmemorialmente a las herramientas de la guerra ha dejado su huella histórica en los lugares más insospechados, hoy tenidos como paradisíacos. El historiador Polibio nos dice que entre las huestes del general cartaginés Aníbal:
«… Había además baleares, en número de ochocientos setenta, cuyo nombre significa propiamente "honderos". Los habitantes de estas islas (Baleares) usan principalmente hondas, y este uso ha dado nombre a las islas y a sus moradores [el griego 'ballein', lanzar, ha dado nombre también a la balística, con sus balas y sus ballestas y balistas]» (Polibio: Historias, III-33)


5 De la Cultura de Hierro
«Los melenudos aqueos acudieron a las naves; compraron vino, unos con bronce, otros con luciente hierro, otros con pieles, otros con vacas y otros con esclavos; y prepararon un festín espléndido» (Homero: Ilíada, VII, 480)

«… Y, si el glorioso agitador de la tierra me concede una navegación feliz, al tercer día llegaré a la fértil Ftía. En ella dejé muchas cosas cuando en mal hora vine y de aquí me llevaré oro, rojizo bronce, mujeres de hermosa cintura y luciente hierro, que por suerte me tocaron» (Homero: Ilíada, IX, 360)
 

[Izquierda, Prometeo encadenado por Vulcano, de Dirk van Baburen: «… Prometeo roba a Hefesto y Atenea la sabiduría de las artes junto con el fuego (ya que sin el fuego era imposible que aquella resultase útil) y se la ofrece así como regalo al hombre... Pero sobre Prometeo, por culpa de Epimeteo, recayó luego, según se cuenta, la culpa del robo» (Platón: Protágoras)]

Como compensación a la dificultad de su elaboración con respecto al bronce (aunque de técnica menos sofisticada que la de éste), las concentraciones de mineral de hierro, de modestas dimensiones pero suficientes para la producción local, se hallaban más difundidas por el Próximo Oriente que los yacimientos de cobre o estaño, lo cual, unido al carácter menos especializado de los conocimientos técnicos implicados, favoreció finalmente su éxito. 

Una vez estandarizado (aunque secreto), para los mismos herreros el proceso de forja no tenía mucha explicación lógica, y cada uno desempeñaba su oficio a base de tanteos de acuerdo con el tipo de mineral, de combustible y de agua que le tocaba en suerte, por lo cual, el hierro de alta calidad no era muy abundante y se fabricaba en lugares contados:
«Desde el siglo -XIII el hierro comenzó a hacerse cada vez más frecuente, reemplazando al bronce que quedó relegado a un segundo rango a comienzos del 1er milenio. Pero el hierro, que se conocía desde mucho antes y era considerado casi un metal precioso y al que los asirios llegaron a atribuir propiedades mágicas, deviene útil entonces gracias al descubrimiento de su carburación que permite martillearlo al rojo y eliminar sus impurezas. 
La nueva tecnología de hierro supuso un cambio tan importante como lo fue la del bronce en su momento» (Carlos G. Wagner: La égida de Shamash).

Y es que, tecnológicamente, la transición de la Edad del Bronce a la del Hierro supuso un salto al vacío que aún hoy no deja de sorprender a los expertos. Para empezar, sólo a temperaturas que sobrepasen los 1.537 grados se funde el hierro. Los primeros herreros, pues, necesitaron aumentar considerablemente el grado de combustión de los broncistas, quienes, a lo sumo, elevaron el horno a 1.200 grados.
No obstante, aunque para determinadas calidades del hierro es más que suficiente esta temperatura «el nuevo metal resultaba muy exigente en dos operaciones técnicas hasta entonces desconocidas: por una parte requería un control riguroso del proceso de carburación (regulación de la absorción del carbono por el mineral); por otro lado, reclamaba un conocimiento disciplinado del proceso de templado (el ritmo de enfriamiento del metal fundido). 

Estos dos principios resultarían complicados si tenemos en cuenta que los primeros trabajadores del hierro eran broncistas, que no poseían ninguna experiencia en estos procesos y que desconocían sus operaciones asociadas, como el martilleo para la forja y la eliminación de impurezas» (Ana Fernández Vega: Prehistoria II, Las sociedades metalúrgicas)

Además, el metal ferruginoso salido de esta combustión es una masa esponjosa aparentemente inútil que permanece viscosa por debajo de los 1.177 grados. Sin embargo, el artesano del hierro supo sacarle partido con la feliz ocurrencia de volver a calentar el metal y extraer la escoria, con la que va mezclado, mediante martillado.
A pesar de todo, el hierro que emerge entonces no es del todo puro, por lo que, de nuevo, ha de ser calentado y martillado hasta eliminar la escoria por completo… Y aun así, este material de hierro es mucho más frágil y blando que el bronce!
Para acabar de romper con todo lo conocido hasta entonces, esta clase de hierro es incompatible con la fundición de objetos con moldes de arcilla, de piedra o de cera (de acuerdo con los ya rutinarios métodos del broncista), puesto que no se derrite por debajo de la ya mencionada temperatura de 1.537 grados.

Sólo el accidental conocimiento de una aleación, el hierro carbonizado, pudo salvar a este metal de tan desfavorable posición con respecto al bronce. Y la cantidad de experimentos a ciegas que se debieron de llevar a cabo nos deja hoy sin aliento.

Al fin, tras tanto machaqueo en frío y en caliente (que bien pudo acabar en nada), se encontró que al recalentar la materia prima del hierro en un fuego mantenido a base de carbón, aquélla terminó afectada tanto por el carbón orgánico como por el monóxido de carbono que produce la combustión, con el resultado de transformarse en un hierro carbonizado (según teorizamos hoy). El nuevo hierro es, pues, ¡por fin! acero, y mucho más resistente y duro que el bronce.



«Se hallaba Liches en una fragua del territorio de Tegea, viendo lleno de admiración la maniobra de machacar a golpe el hierro. Al mirarle tan pasmado, suspendió el herrero su trabajo, y le dijo: "A fe mía, Lacon amigo, que si hubieses visto lo que yo, otra fuera tu admiración a la que ahora muestras al vernos trabajar en el hierro; porque has de saber que, cavando en el corral con el objeto de abrir un pozo, tropecé con un ataúd de siete codos de largo… » (Heródoto, I, 68)

6 El temple del Herrero
 « ¡Acometed, troyanos domadores de caballos! No cedáis en la batalla a los argivos, porque sus cuerpos no son de piedra ni de hierro para que puedan resistir, si los herís, el tajante bronce» (Homero: Ilíada, IV, 509)

Pero el asombro ante la tenacidad y la inventiva de los herreros no acaba aquí:
«El hierro carbonizado, a la salida de la forja, es quebradizo. Es necesario enfriarlo por el medio más rápido posible: sumergiéndolo en agua. Este invento era conocido en Grecia en tiempos de Homero. En el libro IX de la Odisea se menciona como algo realmente extraordinario este procedimiento de forma casi literal:
Ulises y sus hombres han quedado atrapados en la cueva del gigante Polifemo, y tratan de emborracharle. Deciden entonces cegarle con un tronco de olivo candente, y el texto de la aventura viene a decir así: "Como cuando un hombre que trabaja en una fragua sumerge en agua fría un hacha grande o una azada y se produce un silbido fulminante, que es la manera de endurecer al hierro, así chisporroteaba el ojo del Cíclope al tropezar con el tronco de olivo".

Por extraño que parezca, el hierro, efectivamente, se endurece al contacto con el agua, cuando la experiencia común haría creer lo contrario. Todavía en este punto el hierro no está libre de problemas. Al apagarlo con aquel procedimiento brusco, el acero tiende a resquebrajarse, con lo cual ha de templarse a continuación, a una temperatura y durante un tiempo muy medido. 
No es de esperar que el metalúrgico de la Antigüedad adquiriera y utilizara, conscientemente, este último perfeccionamiento de la elaboración del hierro.Hay constancia, no obstante, de que en el Próximo Oriente, hacia el siglo -IV, se había llegado a alcanzar una manera rústica de atemperar el hierro, recubriendo el objeto manufacturado con arcilla, calentándolo y sumergiéndolo en agua sucesivamente. Pero el invento, y de forma limitada, llegó tarde y desde muy lejos a Europa.

Un largo camino de experiencia tecnológica se recorrió desde que hicieran su aparición, allí por el -1200, en los confines del Próximo Oriente (Fenicia, Chipre, y ciertos puntos de Grecia) los primeros objetos de hierro carbonizado» (María Cruz Fernández: La Edad de los Metales).

(Sobre estas líneas, centrado, metalúrgicos egipcios; izquierda, La fragua, de Goya; derecha figura del belen de Santiago de Compostela; debajo, una obra de Jacek Yerka; cerrando la entrada, Los cruzados, de Vladimir Kush)

«Por ser más a propósito y copioso, se labraba la tierra con el cobre, y con cobre se daban los combates se sembraba la muerte y se robaban los campos y ganados, pues desnudos e inermes se rendían fácilmente a gente armada: convirtióse el hierro casi insensiblemente en las espadas, y llegó a ser tirada con desprecio la hoz de cobre; y a romper el suelo empezaron con hierro, y decidióse de las batallas la dudosa suerte» (Lucrecio: De la naturaleza de las cosas)



Sed buenos..., si podéis.
Pero seremos mejores si no olvidamos que «La ignorancia es el infierno» (Amalric de Bène)



1 comentario:

Anónimo dijo...

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Esta aventura es una exploración de las venas vivas que parten del pasado y siguen regando para bien y para mal el cuerpo presente de esta sociedad occidental... además de una actividad de egoísmo constructivo: la mejor manera de aprender es enseñar... porque aprender vigoriza el cerebro... y porque ambas cosas ayudan a mantenerse en pie y recto. Todo es interesante. La vida, además de una tómbola, es una red que todo lo conecta. Cualquier nudo de la malla ayuda a comprender todo el conjunto. Desde luego, no pretende ser un archivo exhaustivo de cada tema, sólo de aquellos de sus aspectos más relevantes por su influencia en que seamos como somos y no de otra manera entre las infinitas posibles. (En un comentario al blog "Mujeres de Roma" expresé la satisfacción de encontrar, casi por azar, un rincón donde se respiraba el oxígeno del interés por nuestros antecedentes. Dedico este blog a todos sus participantes en general y a Isabel Barceló en particular).