«Los contextos de las palabras van almacenando la historia de todas las épocas, y sus significados impregnan nuestro pensamiento y se interiorizan. Y así las palabras consiguen perpetuarse, sumando lentamente las connotaciones de cuantas culturas las hayan utilizado» (Alex Grijelmo: La seducción de las palabras)

«Las sociedades humanas, como los linajes animales y vegetales, tienen su historia;
su pasado pesa sobre su presente y condiciona su futuro» (Pierre P. Grassé: El hombre, ese dios en miniatura)

29 abr 2013

De la Edad de Acero



«Goliath, de Gath, tenía de altura seis codos y un palmo. Y traía un almete de acero en su cabeza, e iba vestido con corazas de planchas: y era el peso de la coraza cinco mil siclos de metal: Y sobre sus piernas traía grebas de hierro, y escudo de acero a sus hombros. El asta de su lanza era como un enjullo de telar, y tenía el hierro de su lanza seiscientos siclos de hierro: e iba su escudero delante de él. Y paróse, y dio voces a los escuadrones de Israel, diciéndoles: ¿Para qué salís a dar batalla?...» (Libro de Samuel, I, 17-5)

El hierro se emplea por primera vez en el Indostán, Mesopotamia y mesetas del Asia Menor, en progresiva sustitución del cobre, para la fabricación de aquellos utensilios en los que prima la dureza sobre una forma condicionada por el uso, como son las armas cortantes y punzantes. Hasta el siglo –XVI los hititas no descubren en Anatolia la fundición del hierro, y el poderío de este pueblo, una comunidad marginal en todas las demás actividades, estuvo fundado en aquél, utilizándolo en sus conquistas y vendiéndolo a peso de oro en mercados, mercadillos y grandes superficies.

Pero si en la entrada anterior vimos los orígenes mágicos de la industria del hierro, en la presente trataremos de la transición de su metalurgia a la del acero. Éste fue el material verdaderamente ansiado en la búsqueda humana del filo perfecto, inmellable, que pudiera cortar de un solo tajo en dos el cuerpo del contrincante a pesar de sus defensas de bronce.

«… Echó a andar hacia el megarón en busca de los ilustres pretendientes con el flexible arco entre sus manos y la aljaba portadora de dardos con muchas y dolorosas saetas; y junto a ella las siervas llevaban un arcón en que había mucho hierro y bronce, ¡los trofeos de un soberano como él!» (Homero: Odisea, XXI)

CONTENIDO:

1 Del Valor del Hierro (su enorme precio en los mercados antiguos)
2 Al Poder del Acero (el casi milagroso invento)
3 El Carbón (peripecias de su inevitable compañero)
4 El Filo del Acero (su virtud por excelencia)
5 El Hierro occidental (el progreso que vino de Asia)
6 Civilización de Hierro (consecuencias sociales de la técnica)
7 El Infierno de Acero (consecuencias últimas)



1 Del Valor del Hierro…
«"Estoy decidido a penetrar en el Bosque de los Cedros, / quiero fundar mi gloria; pero antes, amigo mío / quiero dar trabajo a los artesanos, / que forjen nuestras armas delante de nosotros".
Señalaron un lugar a los metalistas / los cuales fundieron poderosas azuelas / fundieron hachas de tres talentos cada una (unos 90kg), / fundieron también poderosas espadas, / puñales de dos talentos cada uno (unos 60kg), / y uno y otro tuvieron a su lado una lanza de treinta minas (unos 15kg); / la empuñadura de oro de sus puñales pesaba treinta minas. / Gilgamesh y Enkidu llevaban cada uno / diez talentos en armas (unos 300kg)» (Poema de Gilgamesh, tablilla III)
                                                                                                                 
Si ya tratamos del valor mágico del hierro veremos algo aquí acerca de su precio mítico. Y decir de éste que era comerciado "a peso de oro" es decir poco. Por utilizar una referencia significativa escogeremos una unidad de peso de metales y moneda denominada mina, y que ya era usada en la antigua Mesopotamia, según se puede apreciar en la cita de este encabezamiento.

(Imagen derecha, cuadrante romano --moneda de cobre, cuarta parte del as-- de Bílbilis, próxima a Calatayud, moneda en la cual los numismáticos son capaces de apreciar la figura de un minero armado con su lámpara)
 
Su importancia es tal, que resulta ser el origen etimológico de la denominación de las minas o yacimientos minerales. Es decir, cuando se empezó a profundizar en los yacimientos los excavadores encontraron "minas" enterradas, más o menos desmigajadas y entreveradas de impurezas; así que esos excavadores fueron conocidos como "mineros" que zapaban desenterrando "minas"... Claro que todo esto está dicho a bote pronto y con ánimo simplificador:
Para los forofos de la etimología diremos que, antes de llegar a nosotros, la voz mina dio un buen rodeo. Fueron los pueblos celtas (para los cuales mina seguía significando tanto mineral como metal) quienes la conservaron desde sus remotos orígenes próximo-orientales, y la acabaron depositando entre nosotros a lo largo de la Edad Media.
Los romanos denominaban a la excavación minera metallum, un vocablo entre los muchos existentes creados a partir de la raíz meta, "más allá de". Es decir, metal era tanto lo que se buscaba como lo que se emprendía más allá del suelo, de la misma manera que la metafísica era todo aquello que se hallaba más allá de la física pero que los bibliotecarios no sabían muy bien cómo narices clasificar (¡todas aquellas extrañas elucubraciones filosóficas de Aristóteles "a partir de" la materia tangible...!).

 
Y ya que hemos empezado esta entrada resaltando la influencia recíproca entre el hierro y los hititas, puntualizaremos que los hititas, como continuadores de la cultura mesopotámica, también poseían una unidad de peso para los minerales, llamada 'mina', que suponía 505 gramos de peso. Pues bien, en sus transacciones la relación de mercado de hace tres milenios (culmen del poderío hitita) entre los metales era la siguiente: 1 mina de hierro = 5 minas de oro = 40 minas de plata = 2.400 minas de cobre.
«Si un hacha de bronce pesa una mina, su renta por un mes es 1 siclo de plata. Si un hacha de bronce pesa media mina, su renta por un mes es medio siclo de plata. Si un tapulli [¿?] de bronce pesa 1 mina, su renta por 1 mes es medio siclo de plata» (Artículo 157 de las leyes hititas)

Tenemos otra referencia histórica en el rey asirio Sargón II (-721, -705), famoso por un poderío militar que le permitió reunir lo considerado entonces como un gran tesoro, compuesto por 176 toneladas de hierro en forma de barras y cadenas. Así es que el hierro era empleado en orfebrería en pie de igualdad, si no de superioridad, con el resto de los metales nobles, como vemos en el siguiente párrafo del historiador Heródoto:
«Volviendo a la historia, diré que Alyattes [padre de Creso] dio fin con su muerte a un reinado de cincuenta y siete años, y que fue el segundo de su familia que contribuyó a enriquecer el templo de Delfos; pues en acción de gracias por haber salido de su enfermedad, consagró un gran vaso de plata con su pie de hierro colado, obra de Glauco, natural de Chio (el primero que inventó la soldadura de hierro), y la ofrenda más vistosa de cuantas hay en Delfos» (Los nueve libros de la Historia, I,XXV)

O en esta otra cita bíblica:
«Y consumieron con fuego la ciudad, y todo lo que en ella había: solamente pusieron en el tesoro de la casa de Jehová la plata, y el oro, y los vasos de metal y de hierro. Mas Josué salvó la vida a Rahab la ramera, y a la casa de su padre, y a todo lo que ella tenía… por cuanto escondió los mensajeros que Josué envió a reconocer á Jericó» (Libro de Josué, 6-24)

 
Naturalmente, tales equivalencias ponderales se evaporaron cuando quedó en evidencia la voracidad destructiva de la herrumbre en comparación con la estabilidad de la plata y la inalterabilidad del oro, clasistamente denominados "metales nobles" a causa de estas propiedades. Paradójicamente, fue esta fragilidad del hierro ante el óxido lo que indujo al pueblo griego de Esparta (tan famoso por su austeridad como para haberse inmortalizado en los adjetivos espartano y lacónico, derivado éste de la región de Laconia que habitaban), a adoptar al hierro como moneda de cambio. La tradición asegura que fue el mismísimo Licurgo quien prohibió acuñar moneda convencional en Esparta, sustituyéndola por lingotes de hierro, ruinosos de atesorar, tanto a causa de su oxidación como por el tamaño de sus piezas:
 
«Prohibió Licurgo que los ciudadanos se enriquecieran, estableciendo un tipo de moneda que impedía a cualquiera llevar a su casa diez minas a escondidas de dueños o de criados, ya que dicha suma necesitaría un gran espacio donde ser custodiada y hasta un vehículo para su transporte. Además, se investiga  dónde hay oro y plata, y si se descubre algo en alguna parte, su dueño es castigado con una multa. De modo que ¿Cómo va a ser motivo de preocupación el acumular dinero en una ciudad en la que produce mayores pesares su posesión que el disfrute que pueda proporcionar?» (Jenofonte: Constitución de Esparta).


No obstante les fue imposible librarse totalmente del manejo de dinero en metales nobles, al ser oro, plata y bronce el único dinero aceptado por sus interlocutores económicos en el comercio exterior.

De todas formas los espartanos aguantaron el tipo sin acuñar moneda propiamente dicha hasta el siglo -III, cuando fueron conquistados por Filipo II de Macedonia, padre de Alejandro Magno; lo cual quiere decir que aguantaron con su peculiar "dinero en metálico" en forma de lingotes, barras y varillas de hierro a lo largo de toda su historia como Estado independiente. 
Tales "monedas", en barras y varillas, de Esparta tenían la forma y el nombre de óbolo, término griego que significa espetón (el pincho o la barra, según el tamaño de la pieza culinaria, en que se ensarta la carne para asar a la parrilla), denominación que posteriormente pasaría a una ser una de las monedas griegas de menor valor, ya con su forma tradicional de chapa circular (plata significa ―al igual que plato― chapa plana, nombre derivado del latín 'plattus', de su uso como moneda).
En particular, el óbolo sería su última fracción monetaria, de tal forma que si el talento, la unidad de peso y de moneda superior, pesaba 27 kilos y valía 60 minas, entonces la mina equivalía a 100 dracmas, y el dracma a 6 óbolos.
Nos haremos una idea del valor del óbolo en la era de máximo esplendor griego recurriendo a las leyes atenienses del siglo -V:

«Corresponde igualmente al Consejo de losQuinientos efectuar el examen de las personas enfermas o menesterosas. De acuerdo con la ley, quienes posean menos de tres minas y estén físicamente lisiados, hasta el extremo de que no puedan desempeñar ningún trabajo, pasen una inspección ante el Consejo, y en tal caso se les conceda a cargo del Estado dos óbolos diarios para su manutención. A tal fin existirá un tesorero de inválidos elegido también por sorteo…» (Aristóteles: Constitución de Atenas, 49, 4)


No obstante, el óbolo conservaría su prestigio mítico como referencia de incorruptibilidad moral también en Roma, hasta llegar a ser la única moneda admitida por Caronte, el portero del Averno; era la pieza que debía colocarse debajo de la lengua o en los ojos de los difuntos si querían ser admitidos en el Más Allá… Y que, por lo mismo, pasaría al cristianismo como el "Óbolo de San Pedro", «la expresión más típica de la participación de todos los fieles en las iniciativas del Obispo de Roma en beneficio de la Iglesia universal» (Benedicto XVI).

(Imagen derecha, Vladimir Kush: What the fish was silent about)

«En otros lugares, creo, cualquiera acumula tanto dinero como puede: uno es agricultor, otro es dueño de unos barcos, otro es mercader, y algunos otros viven de distintos oficios. En Esparta, en cambio, Licurgo prohibió que los ciudadanos libres ejercieran actividades comerciales y ordenó que se considerasen apreciables sólo aquellas que contribuyeran a hacer libre su ciudad…
De hecho no necesitaban el dinero ni siquiera para procurarse vestidos, ya que no disponen de ropa lujosa, sino que su belleza estriba en la excelente condición de su físico. Se consideraba más digno auxiliar a los compañeros con una buena presencia corporal que con dispendios monetarios, pues lo primero es un adorno del alma y lo segundo un alarde de riquezas…» (Jenofonte: Constitución de Esparta, 7).




2 …Al Poder del Acero
«Y juntando David todo el pueblo fue contra Rabba, y combatióla, y tomóla. Y tomó la corona de su rey de su cabeza, la cual pesaba un talento de oro, y tenía piedras preciosas; y fue puesta sobre la cabeza de David. Y trajo muy grande despojo de la ciudad. Sacó además el pueblo que estaba en ella, y púsolo debajo de sierras, y de trillos de hierro, y de hachas de hierro; e hízolos pasar por hornos de ladrillos: y lo mismo hizo á todas las ciudades de los hijos de Ammón. Volvióse luego David con todo el pueblo á Jerusalén» (Libro de Samuel, 12,29)

El del hierro y su forja era un mundo aparte. Incluso entre los mismos metalúrgicos el trabajo del bronce y del cobre seguían plenamente vigentes para cascos, corazas y grebas militares, así como en decoración y menaje del hogar, y utillaje artesanal.
Y es que la elevada temperatura que debe alcanzar el mineral de hematites (del griego 'haimatítes', sanguíneo, por su color, derivado a su vez, de 'háimatos', sangre) antes de liberar el ansiado metal, así como el complejo proceso subsiguiente hasta llegar a la espada final, hizo que hasta el siglo −XIII su técnica no empezara a difundirse. Su uso y producción siempre ha estado muy controlado por todos los poderes del mundo.


(A izquierda y derecha, sendos fotogramas de la impagable serie, ROMA, de Bruno Heller)

Los hebreos, por ejemplo, padecieron de muy mala gana tal control, que en su zona era ejercida por los hábiles y adelantados filisteos (uno de los más famosos Pueblos del Mar que ya mencionamos al comienzo de la entrada anterior), según vemos en la queja bíblica que cierra este punto.
Los filisteos dominaban Canaán a base de prohibir la tenencia de cualquier objeto de hierro en la zona. No es de extrañar, pues, que la Biblia atribuyese la invención de la metalurgia a la descendencia maldita de Adán. Ya hemos visto como Tubalcain, «forjador de instrumentos cortantes de bronce y de hierro» era uno de los séptimos tataranietos de Caín.
A pesar de ello parece que ni siquiera el rey David se resistió a su poder, según muestra el ejemplo de reciclaje de herramientas enemigas para su reconversión en armamento, como refleja la cita bíblica que abre este punto.


No obstante, dado el negocio que suponía su fabricación y contrabando, con el tiempo se hizo impracticable cualquier control. Hay que tener en cuenta que el de hierro (a diferencia del escaso y concentrado estaño integrante del bronce) es el cuarto mineral más abundante y más repartido del planeta, el núcleo del cual está formado por una enorme masa de hierro-níquel responsable del campo magnético terrestre. Y también, que los herreros, afiladores, soldadores, paragüeros y lañadores (y más tarde, los herradores) eran una especie artesanal eminentemente ambulante, que incluso hemos conocido los más viejos del lugar: No en vano Smith, Herrero, atestiguado como apellido desde alrededor del año 975 (y derivado de la raíz proto-germánica 'smei-', curvar, cortar) es el patronímico más frecuente en el mundo anglosajón.

(Izquierda, flash de Cecilia Orueta: Camerún 4, fabricando ollas)


«La opinión expresada por ciertos especialistas según la cual los pueblos sometidos a Roma tenían prohibida la fabricación y posesión de armas, se ha visto contradicha por cuanto no hubiera sido posible, en cualquier caso, detener la fabricación en las fraguas de las aldeas; y excepto circunstancias muy especiales Roma se mostró proclive a permitir algún contingente de fuerzas armadas a disposición de las clases dirigentes locales a quienes se encargaba el control de las masas y la participación en su explotación, permaneciendo así profundamente leales a Roma.
Desde luego resulta de lo más pertinente el hecho de que no oigamos hablar de fábrica estatal de armamento alguna hasta el reinado de Diocleciano, a finales del siglo III; y sólo en 539, en tiempos de Justiniano, la fabricación y venta de armas se convirtió en un monopolio estatal absoluto» (G.E.M. de Ste. Croix: La lucha de clases en el mundo griego antiguo).



Como dice el profesor Wagner:
«Debido a las necesidades militares, la metalurgia alcanzó en Asiria un desarrollo especialmente notable y una gran perfección técnica. Durante el siglo -VIII el hierro había desplazado al cobre y al bronce tanto en la vida ordinaria como en la producción militar. La extracción y elaboración del hierro produjeron una revolución tecnológica y favorecieron el desarrollo y complejidad de la metalurgia. La fuerte caída del coste de esta nueva y más asequible clase de metal contribuyó a su amplia difusión» (Carlos G. Wagner: La égida de Shamash).

(Izquierda, Goya: El afilador. Debajo, Camerún 5, Jugando a la rueda, de Cecilia Orueta)

En resumen, hacia el año −1000 entraríamos en una plena "Edad del Hierro" de la que básicamente aún no hemos salido, y si bien es cierto que los primeros objetos de hierro fundido, hallados en Anatolia, en la actual Turquía, están datados entre los años 2500-2300, su técnica, en particular la del acero, fue un celoso secreto militar ―una de las características básicas de la tecnología y el progreso― durante otro largo milenio.

«No había en toda la tierra de Israel herrero alguno pues los filisteos se habían dicho: "Que no puedan los hebreos forjar espadas ni lanzas". Todo Israel tenía que bajar a tierra de filisteos para aguzar cada uno su reja, su hacha, su azadón o su pico. No se disponía más que de la lima para sacar el filo a toda clase de hachas, tridentes y hoces, y para aguzar las aguijaderas.
Llegado el día del combate de Mijmas no había en mano del pueblo todo que estaba con Saúl y Jonatán espada ni lanza más que las de Saúl y las de Jonatán, su hijo» (Libro I de Samuel, 13, 19)



3 La empuñadura del Carbón
«Siendo la Escitia una región sumamente falta de leña, han hallado un medio para cocer las carnes de los sacrificios. Desollada la víctima, mondan de carne los huesos, y si tienen allí a mano ciertos calderos del país, muy parecidos a los peroles de Lesbos, con la diferencia de que son mucho más capaces, meten en ellos la carne mondada, y encendiendo debajo aquellos huesos limpios y desnudos, la hacen hervir de este modo» (Heródoto, IV, 61)

(Izquierda, una muestra de street art 3D, de Eduardo Relero. Debajo, derecha, una gráfica hoja de Lorenzo Durán)

La ley del menor esfuerzo empuja a todo bicho viviente a echar mano de los recursos más fácilmente accesibles. Ello hizo que en cuestión de caldear los hogares para la preparación culinaria, y los hornos para la producción cerámica y metalúrgica, el hombre fuese mucho antes maderero que minero. Y tal importancia tuvo este aspecto de la actividad humana que se cree que el nacimiento de Argos (ver plano del punto 1), la ciudad más antigua de Grecia y patria de los Argonautas que trajeron el Vellocino o Toisón de Oro, giró alrededor de la metalurgia del bronce, potenciada por su abundancia en una madera muy apreciada por su poder calórico: el aliso.
Éste es un árbol que crece en zonas húmedas; y en la Argólida, la región bajo la influencia de Argos, se daba en natural asociación con el fresno, un árbol muy vinculado a la mitología del fuego, pues, como cuenta Robert Graves, «el fresno, el árbol precedente de la misma serie que el aliso, se dice que "corteja al relámpago", y los árboles heridos por el rayo fueron la fuente de fuego para el hombre primitivo».
Así pues, parece ser que la primera ciudad griega, siempre que consideremos como ciudad propiamente dicha aquella que da cobijo a un mercado (en este caso, el mercado metalúrgico), fue fundada hace 4.000 años por un tal Foroneo:

«El primer hombre que fundó y pobló una ciudad con mercado fue Foroneo, hermano de Io e hijo del dios fluvial Inaco y la ninfa Melia; posteriormente cambió su nombre, Forónico, por el de Argos. Foroneo fue también el primero que aprovechó el uso del fuego, después de haberlo robado Prometeo. Se casó con la ninfa Cerdo, gobernó todo el Peloponeso e inició el culto de Hera» (Higinio: Fábulas 143 y 274)

También se comprende que la producción del hierro y el acero acabase con el ecosistema maderero suministrador del combustible: los bosques de la zona mediterránea y del Oriente Próximo y Medio.

Y es que el acero no habría sido viable sin el poder calórico y la "contaminación" físico-química del carbón mineral. De hecho, nuestra civilización al completo tampoco hubiera sido posible sin el poder calórico y la contaminación del carbón mineral. En su origen la historia del carbón estuvo indisociablemente vinculada a la del hierro, y las minerías de ambos elementos avanzaron sincronizadamente hasta dar lugar a la Revolución Industrial del siglo XVIII.
Pero en sí, la piedra de carbón o carbón mineral estuvo clasificada más bien entre las rarezas de la naturaleza hasta casi el siglo XII, según veremos ahora.

Sin embargo, el acero —el hierro por excelencia— se inventó por casualidad. Ocurrió un buen día al calentar el hierro en un lecho de carbón en el cual se lo arropaba con el fin de suministrarle el mayor calor posible. Así, en los hornos estudiados en la Palestina del primer milenio se enterraban las barras de hierro en lechos de carbonilla durante una semana sometiendo al conjunto a temperaturas de unos 1000º C. Se comprende que no abundaran precisamente las herramientas de acero, y que éstas tuvieran un exclusivo destino bélico. 

 (Izquierda, Brasas en la herrería, de Andrii Kulygin. Derecha, instantánea minera de Navesh Chitrakar)

Los antiguos desconocían el carbón mineral propiamente dicho. De hecho, cuando se tropezaron con él en sus viajes a "tierra de bárbaros" no supieron reconocerlo, como demuestra el comentario de Heródoto que cierra este punto, en el que, relatando ritos purificadores de los escitas con cannabis, habla de "unas piedras hechas ascua" y "piedras penetradas del fuego".
Una de las primeras menciones al carbón mineral nos la facilita  Teofrasto:
«Estas piedras que sacan excavando por su utilidad se llaman carbón y son de naturaleza terrosa. Ellas prenden y el fuego las consume como los carbones vegetales. Se las encuentra en Liguria en el mismo lugar que el ámbar y también en Elea yendo hacia Olimpia a través de las montañas. Los que trabajan los metales fundidos las usan» (Lapidario)

Y parece que esas piedras de naturaleza terrosa son más bien lignito, término derivado de 'lignus', leña, una petrificación por compresión de la turba (del antiguo inglés 'turf', pedazo de césped). Aunque su poder calórico es el menor entre los carbones minerales, resulta fácilmente accesible debido a que sus yacimientos son bastante superficiales.
Tal circunstancia no se da en la antracita ni en la hulla o carbón bituminoso (del fráncico 'hukila', terrón, emparentado con el neerlandés 'heukel', montón de heno), lo cual exige su explotación en mina, motivo por el que estas dos variedades, sobre todo la antracita, fueron confundidas muchas veces con otros tipos de piedras semipreciosas como el granate la obsidiana o la espinela… que eran el objetivo realmente ansiado por los mineros antiguos.



 (Examen de minerales por un estudioso y dos mineros: Lapidario de Alfonso X el Sabio de Castilla)

Los antiguos no clasificaban los minerales por su composición, sino por su aspecto; ello impidió la consideración del carbón mineral como combustible. De igual manera y por los mismos motivos llamaban carbúnculos o carbunclos (por su similitud con las brasas) a piedras de diferentes tonalidades como el zafiro el rubí o el topacio.
 Así es que se continuó utilizando el lignito en las herrerías hasta que a base de ensayo y error fue sustituido progresivamente por la hulla y la antracita. 

Se da la circunstancia de que el carbón mineral, en sus variantes de hulla, antracita y lignito, no se empezó a explotar con intensidad hasta el siglo XII, hacia el año 1113. De hecho, el latín 'carbo- carbonis' significa propiamente carbón vegetal, siendo el griego 'ánthrax- ánthrakos' la raíz del término utilizado para el carbón mineral, origen tanto de antracita como de ántrax (carbunclo ―o sea carboncillo― maligno), que alcanzaron su apogeo en las fundiciones de la Revolución Industrial.
Y fueron los monjes del monasterio de Klosterroda, en el ducado de Limburgo, una de las doce provincias que conforman el reino de los Países Bajos, los primeros en practicar la minería de la hulla en todo el mundo, si bien en la abadía inglesa de Peterborough se quemaba hulla superficial desde el año 850.

Hasta el s.XII el combustible empleado en los hogares humildes era la bosta (del latín tardío 'bostar', establo de bueyes), el estiércol de vacas y bueyes, una tradición que hoy se continúa conservando en la India, también como pavimento allanado y enlucido de paredesY es que, en el siglo XXI la bosta se sigue utilizando en gran parte del mundo civilizado (civilizado, hoy, es todo aquel que procura vivir sin perjudicar al planeta):
«El Fogón Mejorado es aquel que elimina todo el humo de la cocina y mejora el aprovechamiento de la biomasa, evita enfermedades respiratorias de las familias, es una pequeña infraestructura que permite realizar la combustión de biomasa (leña, bosta de vacunos y alpacas) para obtener energía y poder cocinar los alimentos, permitiendo un mejor aprovechamiento del calor que se produce con el quemado de la usha (estiércol) de los animales (vacas, alpacas, llamas, ovejas, etc.)» (Proyecto Allimpaq: Cocinas seguras, fogonos mejorados)



«… Y en medio de aquella estufa de lana tupida meten un brasero en forma de esquife y dentro unas piedras hechas ascua, todo con el fin de sahumarse como diré más adelante… Del mencionado cáñamo toman, pues, la semilla los Escitas impuros y contaminados por algún entierro, echándola a puñados encima de las piedras penetradas del fuego, y metidos ellos allá dentro de su estufa…» (Herodoto, IV, 73)




4 El filo del acero
«Se ha notado ya que, por su construcción, las espadas galas sólo tienen eficaz el primer golpe, después del cual se mellan rápidamente, y se tuercen de largo y de ancho de tal modo que si no se da tiempo a los que las usan de apoyarlas en el suelo y así enderezarlas con el pie, la segunda estocada resulta prácticamente inofensiva» (Polibio: Historias, Libro II)

Hablábamos en la entrada anterior acerca de la cantidad de experimentos a ciegas que se debieron de llevar a cabo a fin de obtener un producto más resistente y sobre todo más afilado que el bronce. Y es que el hierro convencional se diferencia del acero por contener éste un máximo de un 1,5% de carbono, aspecto que le hace forjable; sin embargo… es preciso que tenga un mínimo de 0,03% para poder darle temple.
Eran unos estrechos límites buscados a ojo y guardados en estricto secreto. Véase como indicio de los ensayos realizados en cada zona, tratando el hierro y en pos del acero, los parágrafos de Polibio que dan color a este apartado. Se refieren ya a temas militares situados a lo largo del siglo -III, es decir, con casi dos milenios de ensayos ferroso-férricos a las espaldas.
 


Y si la tenacidad del acero se debió al recalentamiento del hierro en un lecho de carbón, su flexibilidad se la confirió el ser enfriado repentinamente con agua. Mejor dicho con orina (se dice que con orina infantil de niño pelirrojo), a juzgar por algunos relieves hallados en tumbas de niños explotados en las forjas del Imperio, como muestra la imagen de la derecha. Este último hecho fue al que los antiguos atribuyeron las propiedades tenaces pero flexibles del acero, y no su contacto con el carbono.
Incluidas las menores, se investigó la influencia de todo tipo de aguas en el templado de las armas forjadas. Sobre todo porque el agua siempre ha gozado de un carácter mágico, desde los orígenes de todas las culturas hasta el cristianismo, que continúa hisopeando el agua bendita:
«El agua superior representará el papel del hombre; la inferior el de la mujer» se dice en el Libro de Enoch, de la misma forma que los metales también eran clasificados en machos y hembras.


(Dos instantáneas que hablan por sí solas: izquierda, de Gerard Julien; debajo, derecha, de Legnan Koula)

Ahora bien, si el temple de una espada era considerado como una unión del fuego y el agua, una vez que se dominó la cuestión porcentual de carbono, lo que más diferencia a unas variedades de acero de otras es, como dice Plinio, la calidad del agua en la que se enfría el metal cuando está al rojo.
El agua, que es de diferente composición en cada lugar en función de los terrenos que atraviesa, es la que ennoblece a algunas localidades por la excelencia de su hierro, como la legendaria Bilbilis, situada cerca de Calatayud, que utiliza las aguas del rio Salo, o como Turiasso, próxima a la actual Tarragona.
En general, los romanos estaban seguros que era en gran parte el agua lo que hacía inigualables las espadas iberas:
«Los celtíberos difieren mucho en la preparación de las espadas. Tienen una punta eficaz y un doble filo cortante, por lo cual los romanos, abandonando la espada de sus padres, desde las guerras de Aníbal las cambiaron por las de los iberos. Y también adoptaron su fabricación, pero la bondad del hierro y el esmero de los demás detalles apenas han podido imitarlos» (Suidas)
 
Pero lo que sobre todo se buscaba del hierro era lo que los romanos llamaban la strictura, es decir su posibilidad de convertirse en acero estrecho, es decir, cortante, con filo (término derivado, por comparación, de hilo). No por nada el acero, cuando la industria férrica se perfeccionó lo bastante para su obtención, recibió su designación de la propiedad fundamental para el uso al que se destinaba: 'acies', filo.
Tal nombre, acies, se lo pusieron los muy pragmáticos romanos; los griegos, que ya en la época homérica conocían la diferencia entre hierro y acero, se habían atenido más bien a su aspecto tecnológico, denominándolo 'stómoma', derivado de 'stomoo', "dar temple a un instrumento cortante", con raíz en 'tómos', tomo, fascículo, pero propiamente, pedazo cortado
Igualmente, los egipcios habían investigado cómo conseguir acerar (en su sentido de afilar) el bronce, logrando ciertas dagas y cuchillos por el procedimiento de un enfriado muy lento.

«… Luego sacó Aquiles azulado hierro para los arqueros, colocando en el circo diez hachas grandes y otras diez pequeñas. Clavó en la arena, a lo lejos, un mástil de navío después de atar en su punta, por el pie y con delgado cordel, una tímida paloma; a invitóles a tirarle saetas, diciendo:
"El que hiera a la tímida paloma llévese a su casa todas las hachas grandes; el que acierte a dar en la cuerda sin tocar al ave, como más inferior, tomará las hachas pequeñas"» (Homero: Ilíada, XXXIII, 850)

«Los celtíberos usan espadas de dos filos fabricadas de hierro excelente… Tienen un modo sigular de prepararlas… Entierran láminas de hierro hasta que con el tiempo la parte débil consumida por la herrumbre se separa de la parte más dura; las armas así fabricadas cortan todo lo que se les opone. Ni escudo, ni casco, ni hueso resisten a su golpe por la extraordinaria dureza del hierro» (Posidonio, V, 33)

Y la moderna y elegante palabra siderurgia, con la nos referimos a la tecnología específica del acero, está formada por los términos griegos 'sideris' y 'ergon'; 'ergon' es significante de obra, y origen de la ergonomía, ciencia, o así, que se preocupa de la relación entre la fisiología del trabajador y las herramientas que maneja, y que proporciona ratos muy divertidos en las reuniones de los sindicatos con la patronal.
En cuanto a 'sideris', significa constelación, estrella, pues el espacio sideral es el lugar de procedencia del único hierro conocido durante muchos siglos, el meteorítico, como vimos en la entrada anterior. Además, existe una planta denominada siderita la cual recibe el nombre de su antiguo uso como cicatrizante de heridas de armas de hierro.

«Los romanos entonces acudieron al combate cuerpo a cuerpo y los galos perdieron en eficacia, al no poder combatir levantando los brazos, que es la costumbre gala, puesto que sus espadas no tienen punta [y haber resultado melladas tras los primeros golpes]. Los romanos en cambio, que utilizan sus espadas no de filo, sino de punta, porque no se tuercen, y su golpe resulta muy eficaz, herían, golpe tras golpe, pechos y frentes, y mataron así a la mayoría de enemigos» (Polibio: Historias, Libro II)


5 El Hierro occidental
«Tarsis traficaba contigo [con la ciudad de Tiro] en abundancia de todas las riquezas; en plata, hierro, estaño, y plomo, dio en tus ferias. Javán, Tubal, y Mesech [ambas asociadas en la Cilicia], tus mercaderes, con hombres y con vasos de metal, dieron en tus ferias. De la casa de Togorma [tártaros], caballos y caballeros y mulos, dieron en tu mercado. Asimismo los de Vedán y Javín de Uzal [Yemen] dieron en tus ferias, para negociar en tu mercado de hierro labrado, mirra destilada, y caña aromática…» (Libro de Ezequiel, 27-12)

«En cuanto a la riqueza de sus metales no es posible exagerar el elogio de Turdetania y de la región colindante. Porque en ninguna parte del mundo romano se ha encontrado hasta hoy ni oro, ni plata, ni cobre, ni hierro en tal cantidad y calidad...» (Estrabón, III, 2, 8).

(Izquierda, foto extraída de Tharsis, historia minera)
Más o menos hasta la época en que se empieza a fijar por escrito tanto el libro de Ezequiel cuya cita abre este punto, como el resto de las tradiciones orales, es decir, hacia aproximadamente el año -800, en Europa central y septentrional el hierro no empieza a sustituir al bronce (la soldadura ~en origen, solidadura~ no sería inventada hasta el -692 por el escultor griego Glauco, de Quíos).
Sin embargo, el profeta Ezequiel, en su diatriba contra la enemiga ciudad fenicia de Tiro (que abre este punto), también menciona incluso a la meridional y muy occidental Tarsis, capital del hispánico ~hablando en futuro~ reino de Tartessos como proveedor de hierro a los fenicios. Igualmente menciona a Javán, designación con la que señala a pueblos del ámbito mediterráneo cretense y egeo.

El progreso europeo llegaba a través de Fenicia:
« Creta, las islas Cícladas y Micenas habían sido durante toda la Edad del Bronce del Egeo las intermediarias entre las sociedades de la costa sirio-palestina y Egipto y el continente europeo aún en pleno Calcolítico, y controlaron las rutas comerciales con un gran desarrollo de la navegación.
Entrado el milenio –I las comunidades prehistóricas del Mediterráneo central y occidental se ven influenciadas por las sociedades históricas del Mediterráneo oriental a través de lo que llamamos colonizaciones, que suponen el primer contacto con poblaciones fenicias y griegas que fundan factorías y colonias, instalándose los comerciantes de manera estable en las regiones indígenas» (Ana Fernández Vega: Prehistoria II, Las sociedades metalúrgicas)

Pero también es importante la innovación a partir de ese vivero de pueblos que se extiende tras los Urales. Nos cuenta Robert Graves que «el hierro llegaba a Creta por Frigia desde lugares más lejanos de la costa meridional del Mar Negro; y Celmis, que era una personificación del hierro fundido, tenía que ser odiosa para la Gran Diosa Rea, patrona de los metalúrgicos del bronce, cuya decadencia religiosa comenzó con la fundición del hierro y la llegada de los dorios armados con armas de hierro» (Los mitos griegos).
Desde el siglo -X dejan de fabricarse armas de bronce en Grecia. A partir de entonces, la difusión de su técnica se produciría por la ruta de los Balcanes y la cuenca del Danubio hasta alcanzar la zona de máxima concentración de hallazgos de hierro en época temprana: los Alpes orientales. Desde aquí el paso a Europa occidental estaba asegurado por las tradicionales vías de penetración fluvial: el Rin, el Loira y el Elba.

 

Las regiones centrales y septentrionales de Europa estaban habitadas por celtas y germanos, pueblos que se organizaban en tribus y familias, para estructurarse luego en estirpes. Los celtas se asientan durante la primera edad de hierro en Alemania central y meridional, Baviera, Württemberg, Baden, Turingia y el Alto Palatinado. La cultura que desarrollan recibe posteriormente el nombre de La Tène.
A ésta le había precedido la época de Hallstatt, en la alta Austria, y que duró nada menos que unos 750 años, entre los siglos –XII y -V. 
En la zona próxima a Salzburgo, "burgo de la sal", y en el cementerio de Hallstatt, hoy Salzkammergut o "cámara de la buena sal" (más o menos), se hallaron algunas de las primeras espadas de hierro fabricadas en Europa.

Pertenecían estas espadas a una comunidad de mineros que explotaban las galerías de sal de roca abiertas en las laderas de Salzbergtal, o " Valle de montaña de sal".
La sal, un producto destinado a la exportación, promovió a Hallstatt como núcleo de un comercio de intercambio intenso de objetos valiosos de otras regiones: espadas anatólicas, cuentas de ámbar bálticas, oro de los Cárpatos, bronces de Etruria…
Además, el lugar dispone de buenos depósitos de cobre, y un fácil acceso al Tirol y al resto de las regiones alpinas. Todo ello contribuyó a que los mineros del Hallstatt dispusieran de los recursos necesarios para dejar establecida la industria y la armamentística del hierro.

(Apréciese la coincidencia del mapa de la izquierda, que corresponde a las inmemoriales rutas centroeuropeas del ámbar, con el de la derecha y sus núcleos de la cultura del hierro; pulsando sobre las imágenes pueden apreciarse con más detalle. Bajo estas líneas, herramental que forzosamente se hubo de utilizar en la Dama de Elche


Comienza así la incorporación de Occidente a la Historia alrededor del acero y el carbón, cuya apetencia vendría incrementada sustancialmente por la invención de la pólvora (mejunje de cuya composición participa activamente el carbón) dos mil años después. Una larga andadura que culminaría con la guerra franco-prusiana, en 1870, por la posesión de las ricas minas de hierro y carbón de Alsacia-Lorena, aperitivo de la Primera Guerra Mundial como revancha de la anterior y por los mismos motivos. Pero como todo progreso político  deriva del atraso de la guerra, tenemos que tras la Segunda Guerra Mundial, una revancha de la guerra anterior, se fundó la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, CECA, madre de la mismísima Comunidad Europea actual.


«Luego el Pelida sacó la bola de hierro sin bruñir que en otro tiempo lanzaba el forzudo Eetión: el divino Aquiles, el de los pies ligeros, mató a este príncipe y se llevó en las naves la bola con otras riquezas. Y, puesto en pie, dijo a los argivos:
¡Levantaos los que hayáis de entrar en esta lucha! La presente bola procurará al que venciere cuanto hierro necesite durante cinco años, aunque sean muy extensos sus fértiles campos; y sus pastores y labradores no tendrán que ir por hierro a la ciudad» (Homero: Ilíada, XXIII, 826)



6 En la Civilización de Hierro
«Y luego, ya no hubiera querido estar yo entre los hombres de la quinta generación sino haber muerto antes o haber nacido después; pues ahora existe una estirpe de hierro. Nunca durante el día se verán libres de fatigas y miserias ni dejarán de consumirse durante la noche, y los dioses les procurarán ásperas inquietudes… El padre no se parecerá a los hijos ni los hijos al padre; el anfitrión no apreciará a su huésped ni  el amigo a su amigo y no se querrá al hermano como antes. Despreciarán a sus padres apenas se hagan viejos y les insultarán con duras palabras, cruelmente, sin advertir la vigilancia de los dioses, y unos saquearán las ciudades de los otros… La justicia estará en la fuerza de las manos y no existirá el pudor; el malvado tratará de perjudicar al virtuoso con retorcidos discursos y además se valdrá del juramento….» (Hesíodo: Trabajos y Días, 174-195)

Es seguro que las reflexiones de Hesíodo que encabezan esta entrada no sólo están basadas en que el pobre filósofo no sabía de dónde salían los antecitados "pueblos del mar" así como las mortíferas oleadas invasoras que les antecedían, acompañaban y continuaban. Pero también, y sobre todo, porque en todo el mundo conocido entonces se apreció una radicalización de las costumbres en aquellas zonas en las cuales la metalurgia del hierro ejerció su influencia "civilizadora".
Durante el paleolítico superior los miembros de las diferentes familias habían disfrutado aún de idénticos derechos pero, apoyándose en el uso del bronce y afianzándose con el del hierro, llegó a generarse una clase aristocrática cuyo liderazgo ejercen los caudillos (del latín 'capitellum', cabecilla, un diminutivo de 'caput', cabeza).

Se produce así la desarticulación de los lazos del clan acelerada por las agitaciones políticas y militares, uno de cuyos ejemplos más conocidos, gracias a la Biblia, es el del pueblo de Israel en su cesión del poder detentado hasta entonces por los Jueces (presidentes del consejo de ancianos de la tribu, con la función de conservar las tradiciones) a manos de los Reyes (guerreros experimentados), transferencia política ocurrida en esta época. Por vez primera se da la aparición de un individualismo crudo al margen de las relaciones tribales; el campesino rico hace siervo al pobre, y el ladrón principesco domina a los jefes de la tribu. Son los frutos de los metales:

(Izquierda, flash de Cecilia Orueta. Derecha, sepulcro de un centurión romano que muestra orgullosamente su cota de mallas, su casco y sus grebas)

La expansión de las herramientas y armas de hierro empezó a degradar sutilmente la vida de los hombres en la guerra y en el trabajo, abarcando una tras otra las esferas de la actividad humana y extendiéndose cada vez más por toda la geografía. Una nueva disciplina completamente diferente parece haberse impuesto sobre los agricultores, con el crecimiento del grano por vez primera fuera de las zonas fluviales, zonas que habían sido las únicas susceptibles de cultivo antes de la introducción de los aperos de hierro.
 Los efectos fueron muy variados y solamente comparables con la Revolución Industrial que tuvo lugar veinticinco siglos después. (Karl Polanyi: El sustento del hombre).




 «El escudo del hastati romano tiene una orla de hierro que defiende contra golpes de espada y protege el arma misma para que no se deteriore cuando se deposita sobre el suelo, pues está formado por dos planchas encoladas con pez de buey, la exterior es de lino y la interior de cuero de ternera. Tiene ajustada una concha metálica (umbo) que lo salvaguarda contra piedras, lanzas y, en general, contra choques violentos de proyectiles.
A este escudo le acompaña la espada, que lleva colgada sobre la cadera derecha y que se llama "hispana". Tiene una punta potente y hiere con eficacia por ambos filos, ya que su hoja es sólida y fuerte. Hay que añadir dos venablos (pilum), un casco de bronce y unas tobilleras…» (Polibio: Historias, Libro VI)





7 El Infierno de Acero
«… Y Joab batió á Rabba, y destruyóla. Y tomó David la corona de su rey de encima de su cabeza, y hallóla de peso de un talento de oro, y había en ella piedras preciosas; y fue puesta sobre la cabeza de David. Y Además de esto sacó de la ciudad un muy gran despojo. Sacó también al pueblo que estaba en ella, y cortólos con sierras, y con trillos de hierro, y segures. Lo mismo hizo David á todas las ciudades de los hijos de Ammón» (Paralipómenos o Libro de las Crónicas, 20-3)

Según cuenta Mircea Heliade, a lo largo y ancho de la India, zona en la que según algunas tradiciones se fundió primeramente el hierro en toda la Tierra, la mitología de diversas tribus enseña que el humo de aquellas primeras herrerías le resultaba muy molesto al Ser Supremo; y el Ser Supremo envió a sus mensajeros a fin de advertir de ello a los implicados, los cuales respondieron que la metalurgia era su ocupación favorita, y optando a continuación por mutilar a los mensajeros.
Semejante ofensa enfureció al Ser Supremo, quien se vengó cumplidamente, como no podía ser por menos. En indujo mediante engaños a los propios herreros para que se introdujeran en el horno por su propio pie.

Esta evocadora imagen (el primer caso documentado de polución ambiental: el cambio climático no empezó ayer) forma parte del dominio del fuego común al mago, al chamán y al herrero, que fue considerado en el folklore cristiano como obra diabólica (una de las figuras más populares presenta al Diablo arrojando fuego por la boca, luego traspuesta a los dragones), y que sería adoptada un milenio y medio después para configurar el mundo infernal de nuestras religiones: 

«Estos mitos nos llaman la atención por el odio al hierro y a la metalurgia. A juicio de los amenazados pueblos vecinos, los herreros encontraron en el fuego de sus hornos una muerte merecida por su impiedad. Se adivina en este odio al trabajo del herrero la misma actitud negativa y pesimista presente en la teoría de las edades del mundo, que recuerda Hesíodo, y en la cual la edad del hierro es considerada como la más trágica y al mismo tiempo la más vil.

(Abriendo este punto un estremecedor flash de Fabrizio Bensch; debajo, derecha, fotografía de Josh Edelson; bajo estas líneas, un mundialmente famoso Banksy; bajo él, Maniobras en los Altos del Golán, de Menahem Kahana; y a derecha e izquierda dos fotogramas de las fraguas de Vulcano pertenecientes a Las aventuras del Barón Munchausen, de Terry Gilliam)

Tal actitud supone un fundamento histórico. La Edad del Hierro se ha caracterizado por una sucesión ininterrumpida de guerras y masacres, por la esclavitud en masa y por un empobrecimiento casi general. En la India, como en los demás sitios, hay una mitología que solidariza a los trabajadores del hierro con las diversas categorías de gigantes y demonios: todos son enemigos de unos dioses que representan otras 'edades' y otras tradiciones… además de estar sus manipulaciones asociadas con la necesidad de ofrecer sacrificios humanos a los hornos de acuerdo a unas características particularmente crueles:

Y es que el horno era conceptuado como una matriz que sustituía a la Madre Tierra y en la cual los minerales eran embriones que concluían su proceso de maduración como metal. Los sacrificios de fetos preferentemente humanos verificados con tal ocasión serían, por tanto, comparables a los sacrificios obstétricos mediante los cuales el feto transfiere su reserva intacta de vida a la operación metalúrgica» (Mircea Eliade: Herreros y alquimistas).

El horno metalúrgico y el Infierno, parábolas y símbolos de nuestra Civilización de Hierro.

«CIERTAMENTE la plata tiene sus veneros, y el oro lugar donde se forma. El hierro se saca del polvo, y de la piedra es fundido el metal. A las tinieblas puso término, y examina todo a la perfección. Las piedras que hay en la oscuridad y en la sombra de muerte. Brota el torrente de junto al morador, aguas que el pie había olvidado: Sécanse luego, vanse del hombre. De la tierra nace el pan, y debajo de ella estará como convertida en fuego. Lugar hay cuyas piedras son zafiro, y sus polvos de oro. Senda que nunca la conoció ave, ni ojo de buitre la vio…:
Empero ¿dónde se hallará la sabiduría? ¿Y dónde está el lugar de la prudencia?...» (Libro de Job, 28)


Sed buenos..., si podéis.
Pero seremos mejores si no olvidamos que «La ignorancia es el infierno» (Amalric de Bène)


1 comentario:

Anónimo dijo...

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Esta aventura es una exploración de las venas vivas que parten del pasado y siguen regando para bien y para mal el cuerpo presente de esta sociedad occidental... además de una actividad de egoísmo constructivo: la mejor manera de aprender es enseñar... porque aprender vigoriza el cerebro... y porque ambas cosas ayudan a mantenerse en pie y recto. Todo es interesante. La vida, además de una tómbola, es una red que todo lo conecta. Cualquier nudo de la malla ayuda a comprender todo el conjunto. Desde luego, no pretende ser un archivo exhaustivo de cada tema, sólo de aquellos de sus aspectos más relevantes por su influencia en que seamos como somos y no de otra manera entre las infinitas posibles. (En un comentario al blog "Mujeres de Roma" expresé la satisfacción de encontrar, casi por azar, un rincón donde se respiraba el oxígeno del interés por nuestros antecedentes. Dedico este blog a todos sus participantes en general y a Isabel Barceló en particular).